Ángeles Traviesos - Drabble 4
『Ángeles Traviesos』
Era raro que pasara, pero era una de esas noches donde Maximiliano había sido invitado a una gala fuera del castillo. El menor no se veía interesado en asistir, pero al saber que se trataba de artes internacionales, se emocionó puesto que podría conocer mucho más de otros países. Sin embargo, el hecho de tener que ir sólo no le agradaba.
-Suena interesante- en la cama, Maximiliano le comentaba a Felipe sobre la invitación mientras éste le peinaba con amor-. Realmente es una gran oportunidad, cariño, he oído que a veces van artistas a esas fiestas- Felipe notaba como Max se emocionaba con cada palabra.
-Quiero ir con los muchachos- Max se refería a los gemelos-. Sé que ese día tendrás reunión- el doncel no perdía su emoción y rápidamente miró a Felipe antes de que dijera algo-. No debes cancelar nada por mí, ¿De acuerdo?
Felipe cerró la boca, y Maximiliano rió ante la acción de su esposo.
-Confía en mí, nada malo pasará- Max se acurrucó más en el pecho de Felipe-. Aunque, me gustaría también que fueses a ver algunas pinturas conmigo, sería romántico- rió ligero el doncel, sabiendo que con ello tentaría un poco más al Rey.
-Confío ciegamente en ti- Felipe besó la cabeza del menor-, pero, ¿Qué te parece si luego de la reunión voy a tu gala de pinturas?
Maximiliano alzó la mirada a Felipe, y con una sonrisa asintió consentido. No era la primera vez que salía sin Felipe, mucho menos la primera en la que los gemelos le acompañaban.
(...)
-Ya saben qué hacer- Felipe, aprovechando que Maximiliano todavía dormía, sus hijos se habían levantado temprano para tomar el entrenamiento con espada junto a su padre-. No duden en defenderse adecuadamente si pasa algo-el azabache daba pasos como si se encontrara en un vals, quizá por ello no podía ser dominado por sus hijos-, confío en ustedes.
El metal resonaba, eran dos contra uno, y el Rey parecía tranquilo mientras que sus hijos hacían los movimientos necesarios en busca de quitarle la espada.
-No habrá problemas, padre- los menores contestaron al unísono, compartían ese instinto de protección que tenía Felipe hacia Max-. No tiene que preocuparse- comentó con tranquilidad Javier, casi confiado de que todo saldría bien.
Felipe deseó tener esa tranquilidad que Javier tenía, pero le resultaba difícil tras conocer el trasfondo que muchos reyes y príncipes, inclusive Duques, escondían. El tener poder, riquezas y dominio, simplemente enfermaba a las personas, y no deseaba que su familia se viera contagiada por esa plaga, o lastimada por los infectados.
Entonces la práctica continuó, Felipe se movía con elegancia entre los gemelos, evitando que la espada de sus oponente tocaran su cuerpo. Los menores sudaban, pero no sé rendían. Felipe, aunque no se los dijera, estaba orgulloso del par de muchachos que crecían frente a sus ojos.
(...)
Viéndose llegada la noche y Maximiliano vestido frente al espejo, su emoción se reflejaba en la sonrisa que terminaba de vestirlo. En la puerta, ajustando un par de botones, los gemelos le esperaban atentos, sintiéndose preparados para cualquier cosa. Ciertamente entendían al Rey, podían deducir las intenciones de las personas que se acercaban a Max para algo más que darle un saludo, habían heredado esa intuición perfecta que Felipe tenía, esa desconfianza, ese anhelo por proteger a Maximiliano sin que éste supiese.
La inauguración había dado inicio, Maximiliano se veía maravillado con las luces, con la bienvenida a todos aquellos invitados que parecían interesados en el arte tanto como él. Con alegría, caminaba siendo seguido por sus hijos, quienes disfrutaban del simple hecho de verle tan contento, pero quienes miraban a su alrededor con detalle en busca de miradas indebidas.
Desde los 15, los gemelos habían tomado ese puesto especial de acompañantes de Maximiliano a cualquier evento donde su padre no pudiese ir. Camilo usualmente no iba gracias a su desconfianza con tales personajes de la realeza, y los gemelos le entendían de vez en cuando.
Por suerte, el gran salón no parecía lleno, había una mesa de bebidas e incluso una banda sonora, no parecía ser un lugar peligroso, o eso supusieron los gemelos que caminaban a la par de Max viendo los cuadros que estaban en exhibición.
Poco a poco la sala se fue llenando, aparecían más mayordomos sirviendo bebidas en bandejas y la música se volvió más tranquila. Maximiliano había sido saludado unas cuantas veces por conocidos, princesas y duques que había visto en otras reuniones o eventos, y no tardaba en presentar a sus ya grandes hijos, los cuales siempre destacaban por el color de sus cabellos y el parecido al Rey Felipe, su padre.
-Lamento arrastrarles a un evento como este, han de estar aburridos- Max comentó al aire, dirigido a sus hijos, quienes caminaban a su espalda.
-No es tan malo- soltó Javier y recibió un golpe en el brazo por parte de Julián.
-Estamos felices de que lo estés disfrutando- sonrió ligero Julián, a lo que Maximiliano rió leve ante la amabilidad de su hijo y la sinceridad de Javier.
-Vayan y vean otras cosas, iré por algunas bebidas a la mesa de por allá- indicó el mayor, a lo que notó la duda de los gemelos-. Ya vuelvo.
Javier y Julián se quedaron donde estaban, suspiraron algo intranquilos y se miraron entre sí como si con una simple mirada se dijeran todo lo que pensaban <> Ya habían acompañado a su madre antes, en muchas ocasiones, y nada malo había pasado, quizá está vez sería igual.
Maximiliano caminó entre la multitud con calma, pidiendo permiso y saludando con educación a cada que se le hiciese conocido. Al verse frente a la mesa, las copas de licor burbujeaban en busca de ser tomadas por alguien, Max pudo notar que habían servido varios tipos de bebidas gracias a los diversos colores que estas tenían y no sabía cuáles elegir.
-Su majestad, qué grato verle por aquí- antes de que el doncel tomará un par de copas, un trío de príncipes se habían acercado amenos a saludar.
-Un placer verles igualmente, majestades- Max hizo una ligera inclinación con la cabeza como saludo-. No pensé que les interesara el arte romántico- comentó curioso el doncel, a lo que los contrarios rieron con soltura.
-Es interesante ver como los Arcianos pueden pintar cosas tan hermosas siendo ellos tan hostiles- comentó uno de ellos con una pizca de burla.
-El arte es magnífico, pero esconden muchos sentimientos, señores- Maximiliano sonó amable ante tal cuestionamiento-. Existen grandes artistas de Erini que son maravillosos, que tocan piezas increíbles, pero no tienen más que un talento que explotar.
-Ciertamente, su majestad, en este mundo existen muchas cualidades en corazones vacíos- concordó otro de los príncipes-, la belleza existe en los lugares menos pensados.
-Es un placer el estar vivos para apreciar tales bellezas- comentó Max, refiriéndose a las obras de arte-. Pero a pesar de la belleza, el trasfondo de cada pincelada es lo que más importa, lo que hay detrás de las grandes piezas musicales, detrás de los grandes relatos, esos sentimientos, intentar leerlos- el doncel se veía tranquilo hablando de algo que, al parecer, a los príncipes no les parecía relevante.
-Su interés por la cultura me asombra, su majestad- uno de los príncipes se acercó un paso más al rubio, sonriendo amable-. Brindemos por la belleza detrás de los ojos humanos, señores.
Y para sorpresa de Max, otro de los príncipes apareció con una copa extra dirigida a él. Cada uno llevaba su copa, alegre, y Maximiliano no vio malas intenciones en su ánimo por el arte. Así que suponiendo que sería un brindis rápido, el doncel tomó la copa.
Por otro lado, los gemelos sintieron los vellos en punta luego de la tardía llegada de su madre. Ya habían analizado lo suficiente el cuadro que tenían frente a sus ojos, por lo que se volvieron para buscar con cuidado al de cabellos rubio.
<<Nada bueno está pasando>>
Fue pues que notaron la sonrisa dulce de Max hacia un trío de lo que parecían príncipes, gracias a sus hombreras. Pensaron en que quizá estaban exagerando, pero no pudieron apartar la mirada, pues algo les molestaba, algo les mantenía alertas, y fue que notaron un raro acercamiento de uno de los príncipes a su madre. El dichoso príncipe, que para colmo ellos desconocían, tapaba las fechorías del otro par que acababa de tomar una copa de uno de los meseros. Con ese simple y raro momento, Julián pudo notar que algo burbujeante le habían echado a la copa.
Los pasos de los gemelos en dirección a Max se volvieron más rápidos cuando vieron que su madre tomaría sin duda de aquella bebida.
Maximiliano, tras un brindis y un sorbo a su bebida, dejó la copa en la mesa a sus espaldas. Esperaba despedirse de los atentos príncipes, pero en cuanto parpadeó un par de veces, las copas sobre la mesa empezaron a verse borrosas.
-Su majestad, ¿se siente bien?- uno de los opuestos aparentó preocupación, y Maximiliano se vio incapaz de mantenerse en pie sino se sostenía de la mesa-. Déjenos ayudarle, le llevaremos para que se sienta mejor.
-Mis hijos, ellos han de estar preocupados- Maximiliano alcanzó a murmurar, negándose con educación al toque ajeno-. Iré por ellos primero- evitó tartamudear, pero el mareo le obligó a quedarse en donde estaba.
-Ellos estarán bien- comentó otro príncipe al acercase igual-. Venga con nosotros, no se ve bien en lo absoluto.
-Le ayudaremos, no tendrá que alterarse por sus muchachos- dijo otro del trío, pero aquello no calmó al rubio en lo absoluto.
Maximiliano sabía que se había metido en problemas, evitaba ser guiado o tocado por alguno de los contrarios, pero sus piernas no le obedecían y su boca se sentía seca. Temió por el hecho de que Javier y Julián se preocupasen por él, quería llamarles, pero su garganta necesitaba algo de agua.
Fue entonces que, evitando todavía cualquier toque, sintió un par de manos que le inmovilizaron a sus espaldas. Maximiliano se sintió asustado, pero al ver que la alegría de los príncipes frente a él se esfumaba, hizo lo posible por mirar hacia atrás. Y allí, como un par de leones a punto de atacar, sus gemelos habían llegado para calmar su ansiedad provocada por la droga en su copa.
-Nosotros nos haremos cargo, señores- Javier era quien había tomado a Max de los brazos, quien ahora le ayudaba a mantenerse en pie.
-Muchachos, qué agradable sorpresa- disimuló uno de ellos-. Estábamos por llevar a su majestad a otro lugar, se ve que se ha sentido mal- prosiguió, e hizo el gesto de dar un par de pasos al frente en dirección al rubio.
-Gracias por su preocupación, señor Kendrich- Julián se interpuso incluso entre la mirada de aquel príncipe y su madre-, pero como escuchó a mí hermano, nos encargaremos de este asunto- cortó con firmeza y cierta amenaza, y los príncipes frente a él pronto se inclinaron para despedirse y perderse entre la multitud.
Maximiliano se vio contento de que sus hijos hubiesen aparecido, quiso demostrarlo quizá con algunas palabras o algún gesto, pero se sentía pesado y casi ahogado por la sequedad de su boca.
Con cuidado, Javier le llevó aparte de la reunión, le sentó en una de las bancas que habían entre los pasillos y pronto Julián fue con ellos con un vaso de agua para el doncel que no tenía las fuerzas para hablar o sostener el vaso.
-Lamento haberles dejado solos- Max murmuró apenas, luego de haber tomado agua-. Sus bebidas...
-No hables, por favor- Julián pidió con cierta culpa, y tomó un pañuelo de su bolsillo. Tras haberlo humedecido, lo paso por el rostro de Max para darle algo de frescura.
-Voy a darles algunas palabras a esos señores pintorescos- Javier no dudó en aflojar un poco su corbatín, pero su madre le tomó la mano con poca fuerza para evitar sus tonterías-. Algo le echaron a esa bebida, debe ser ilegal, ¡asumo que es ilegal!- el gemelo no se podía ver tranquilo ante tal ataque.
-Papá llegará en cualquier momento y nos iremos, ¿Les parece?- Maximiliano parecía querer olvidar el asunto-. No tienen que...
-Le echaron algo a tu bebida-insistió esta vez Julián. Maximiliano sabía que sus hijos estaban molestos-. Te iban a llevar a un lugar sin tu consentimiento, no iban a avisarnos. Lo vi en sus miradas, ellos no buscaban ayudarte.
-Julián...
-Tiene razón, madre- recalcó Javier tras haber caminado de un lado a otro-. La emoción de sus rostros desapareció cuando nos vieron, no tenían planeado que los pilláramos tan pronto.
Y Maximiliano se mantuvo en silencio, no sólo porque no tenía tantas fuerzas para hablar, sino porque no podía ir contra los disgustos de sus hijos. Sabía que ellos tenían razón en estar molestos, y le dolía no tenerles una solución.
-Lamento...
-No es tu culpa- dijeron sin duda al mismo tiempo, y los tres quedaron en silencio.
Maximiliano no sabía qué más decir ante la impotencia de sus queridos gemelos y éstos, de pie frente a él, miraban a lados opuestos en busca de enfriar un poco sus mentes. Entonces se sentaron, cada uno al lado de Max y se quedaron un momento más en silencio.
-¿Cómo te sientes?-Preguntó bajito Javier, a lo que él mayor lo pensó un momento.
-Estaré bien-concluyó al cerrar los ojos, quería que las náuseas desaparecieran, el vértigo, y tal vez cerrando los ojos podría calmar aquellos síntomas de extremo cansancio.
Los gemelos se miraron preocupados, jugaron con sus manos un par de veces y decidieron por ponerse en pie para quitarse las chaquetas; con una chaqueta arroparon a Max y con la otra hicieron una improvisación de almohada para que el mayor se recostara y descansara un poco en lo que llegaba su padre.
-Gracias, niños- y aunque ya no eran niños, los gemelos se sintieron un poco mejor tras el simple agradecimiento de su madre, quien no parecía mejorar.
Pasados unos eternos minutos donde Max evitaba abrir los ojos, Javier le echaba algo de aire con un folleto del evento y Julián limpiaba la frente del mayor con su pañuelo, se oyó que el Rey Felipe había llegado al evento.
-Ve por él-dijeron los gemelos al unísono, ninguno quería dejar a Max a solas nuevamente-. Ve tú- volvieron a hablar al mismo tiempo, pero no podían quedarse allí a debatir quién iría a buscar a su padre.
Finalmente, Javier decidió ir a buscar al Rey. Sabía que tendría mucho que explicar, pero esa parte se la dejaría a su hermano. Tras un par de minutos, miradas rápidas y algunas preguntas, Javier se encontró con la mirada curiosa de su padre, quién vestía tan elegante como siempre. Al verle solo, Felipe no dudó en seguir a su hijo sin siquiera preguntar qué había pasado.
Sin una palabra durante el corto camino a donde Max se encontraba, Felipe se preparaba mentalmente para cualquier situación. Pronto vio a Julián y al ver a los gemelos juntos, miró la banca donde Maximiliano se hallaba acostado y arropado con la chaqueta de uno de sus hijos. Sin duda se hincó frente al doncel, tomó su temperatura y Maximiliano abrió los ojos con cuidado, fastidiado por la luz del pasillo.
-Viniste- alcanzó a murmurar el rubio, a lo que él azabache asintió con una muy ligera sonrisa.
Felipe se mantuvo un rato acariciando el rostro de Max, su querido esposo, y en cuanto notó que no era un simple malestar, se puso en pie en busca de una explicación por parte de los menores. Javier y Julián no dudaron en contar lo sucedido con los príncipes, lo que hicieron, quiénes eran aquellos pillos, los síntomas que su madre estaba sufriendo.
-Es hora de ir a casa, cariño- Felipe le susurró con cuidado al rubio en lo que acariciaba su frente caliente, a lo que éste hizo el esfuerzo de sentarse para ponerse en pie.
Entre Javier y Julián se encargaron de ayudar a Max con su caminar, se sentían responsables de la situación por más que su padre no les hubiese regañado. El Rey, por su parte, no tardó en ubicar a los príncipes que molestaron la calma de su familia.
-Señores, buenas noches- Felipe saludo educado, erguido y mirando el rostro ligeramente nervioso de cada hombre.
-Su majestad, que honor verle por aquí -uno de los príncipes se apresuró a responder, haciendo una ligera inclinación con su cabeza-. Vimos a su...
-Eso supe-interrumpió Felipe, a lo que los príncipes asumieron el motivo de porqué el Rey iba a saludarles primero-. Fue una broma de muy mal gusto la que hicieron- sonó terriblemente calmado mientras hablaba.
-Su majestad, no entiendo a lo que se refiere- tras tragar en seco, el príncipe hizo una mueca, quizás una sonrisa en busca de ocultar su culpabilidad.
-Me refiero, señores-prosiguió Felipe con un gesto tranquilo, y tomó del cuello al príncipe sin titubear-, a que esto no pasará por alto, y no se imaginan qué les espera. Les invito cordialmente a que cuiden su sueño porque quizá cuando despierten las cosas no serán iguales.
Y soltó el agarre. Felipe volvió sus manos a la espalda, nadie había reparado en su amenaza aparte de los aludidos, quienes no supieron como reaccionar. Sus hijos a lo lejos miraban con disimulo la situación, sabían que una discusión a gran volumen no podría comenzar por más que ellos desearan, pero las reacciones de los príncipes habían sido casi suficientes para sentirse aliviados.
Tras acomodar su traje, Felipe se despidió con un gesto frío ante las miradas estupefactas de los príncipes. Con paso firme volvió a donde sus hijos y caminó con ellos al carruaje, donde tomó a Maximiliano de la cintura para ayudarle a subir al dichoso transporte. Maximiliano durmió la mayor parte del camino, arropado todavía por las prendas de sus hijos, y los gemelos y Felipe mantenían sus miradas en lugares diferentes.
-Lo lamentamos... -Julián alzó su mirada, no podía guardarse tales palabras y su gemelo imitó su gesto.
-Muchachos, no tienen que disculparse- Felipe les miró con calma, se veía tranquilo-. Les agradezco...
-Lo descuidamos- prosiguió Javier con su ceño fruncido-. Tu nos dijiste que debíamos defendernos y no cumplimos nuestra palabra...
-Nadie está preparado para estas cosas, chicos- Felipe intentó calmar a sus hijos-. Evitaron que esto pasara a mayores, y no cualquiera puede con la presión como ustedes hoy.
-Pero padre...-replicaron al unísono.
-Protegieron a su madre como debían, demostraron que tienen coraje para defenderse, para controlarse, y en este mundo, esas cualidades no son fáciles de tener- explicó con cierto toque de orgullo en su voz-. Así que estoy agradecido y orgulloso de ustedes, no se tienen que disculpar.
Y tras una ligera sonrisa del Rey, sus cálidas palabras, los gemelos bajaron la mirada. El alivio recorrió nuevamente sus cuerpos, se sentían tal cuales niños llenos de emociones, pero podrían guardarlas por un rato más en lo que llegaban al castillo.
El ambiente dejó de ser tenso, Maximiliano dormía en busca de calmar los síntomas de su cuerpo, y pronto se vieron llegando al castillo lleno de luces. Los gemelos salieron antes y Felipe, con un par de palabras y una caricia, despertó a Max para bajar del carruaje.
-Llévenlo a la habitación, en un momento iré para allá -ordenó con su natural semblante inexpresivo, a lo que el par de botones se apresuraron en tomar con cuidado al esposo del Rey.
-Padre, nosotros queremos... -pero antes de que respondieran, Felipe les tomó en un abrazo. Igualmente el azabache sintió que era necesario, dejó ir esa sensación de ansiedad y sus hijos, sorprendidos, no dudaron en corresponder.
-Vayan a dormir, muchachos, buen trabajo- y luego de despeinarlos, el Rey hizo que sus hijos fuesen a su habitación.
Sí, Javier y Julián llegaron a su habitación agotados pero a pesar de lo ocurrido, el hecho de estar en casa les calmaba lo suficiente como para dormir tras tomar una ducha caliente.
Por otro lado, Felipe llegó a su alcoba mientras se desabrochaba los botones de las mangas. Al entrar, Maximiliano se encontraba despierto, sentado al filo de la cama y jurungaba sus ojos para quitar la sensación de sueño.
-Cariño... -el Rey no dudó en acercarse, encontrar la mirada del rubio que parecía sonrojado-. ¿Te traigo algo? Ya estamos en casa, ya todo estará bien.
-Tengo sed- murmuró Max, tímido ante la mirada ajena, pero pensando en muchas cosas, tantas que le provocaban dolor de cabeza.
-Te traeré algo de agua...
Pero antes de que Felipe se alejara, Max tomó la manga del Rey para evitar su ida. Su rostro tímido, casi oculto, le dio curiosidad al azabache.
-No es agua lo que quiero... -y así, antes de que Felipe preguntara, Maximiliano se apoyó de las manos ajenas para ponerse en pie. Con algo de torpeza, rodeó el cuello del Rey, lo envolvió con su calor y robó sus labios en un beso tierno que subía la intensidad en cuanto Felipe respondía.
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