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Ángeles Traviesos - Drabble 2

Ángeles Traviesos


   Era una mañana de invierno, la mañana daba la bienvenida con una tenue nevada y los primeros en ver aquella maravilla fueron los gemelos Bellamont, que se encontraban despiertos desde temprano en espera de la hermosa nevada que ya podían apreciar.

   En cuanto oyeron la voz de su padre posiblemente en camino a la habitación, los menores se apresuraron a esconderse entre las cobijas para simular que seguían dormidos. Sabían que su padre iba a verles, a darles su cariñoso beso de buenos días y luego se iría por un largo rato. Por ello, quizá si no los encontraba bien arropado en sus camas, no les daría un beso y eso les entritecería.

   Entonces, tal cual se había vuelto costumbre, Felipe entró en silencio a la habitación de los gemelos y besó la frente de cada uno de los pequeños, con cuidado peinó los cabellos rojizos de los niños y los arropó mejor de lo que estaban. De todos modos, pronto Maximiliano igual iría a despertarles con besos y juegos, y Felipe se lamentaba el perderse aquel divertido momento del día.

—Espero que hoy se diviertan— deseó en voz baja como usualmente hacia, los pequeños sonrieron y en cuanto Felipe salió de la alcoba, se vieron más animados.

   En la noche habría una gran fiesta en un reino vecino, y los niños podrían ir puesto que los duques tenían niños con los cuales jugar.

   Tras un baño con burbujas y un rico desayuno, los gemelos se vieron animados por ver cómo Camilo, con apenas 3 años, ya se sabía sus nombres, sabía diferenciarles. Terminar las clases de idiomas y de matemáticas era lo que más deseaban para luego ir a jugar con su hermanito.

   Pronto las horas corrieron, los gemelos se veían en la sala de juegos jugando con Camilo. El pequeño azabache no hablaba mucho, era tímido pero de una risa hermosa para los mayores. Más sin embargo, tras un rato de juegos y risas, a los traviesos gemelos se les había ocurrido hacerle una pequeña broma al inocente azabache que tanto les quería.

—Vamos a escondernos y tu nos buscas— fue tan sencillo que Camilo creyó entenderlo.

   Camilo asintió, tapó sus ojos entre risillas y oyó los pasos de sus hermanos mayores corriendo a esconderse. Tras algunos balbuceos, el menor de los príncipes miró a su alrededor con curiodiad, algo nervioso por no ver a los gemelos. Con cuidado, Camilo se puso en pie para buscar a sus hermanos, éstos se habían escondido bien y el niño ya empezaba a asustarse.

   Fue pues que Camilo les encontró, pero los gemelos saltaron a asustar le con un gran gruñido. El azabache, en vez de reír como ellos habían imaginado, cayó al suelo y se vio atemorizado. Los gemelos no esperaban esa reacción del menor, mucho menos que éste empezará a llorar.


—Camilo...—Julián se acercó junto a su gemelo al azabache, pero éste hizo el ademán de alejarse de ellos.

—Ustedes malos conmigo— y es que el niño azabache por un momento temió el ser abandonado por sus hermanos, ya estaba asustado antes de encontrarles. Lo habían tomado por sorpresa—. Quiero a mami, mami no me deja solo—sollozó ahora tapando sus ojos llorosos.

   Pronto llegó Maximiliano, venía con algo de tomar para los menores, y fue recibido por un asustado y lloroso Camilo que corrió a sus piernas en busca de protección. Los gemelos no tardaron en sentirse tristes, hasta molestos por la inocencia y debilidad de Camilo, por lo que evitaron la mirada curiosa de Max hacia ellos.

—Niños, ¿Qué ocurrió? —Maximiliano no esperaba nada malo, eran niños y sabía que los gemelos no podrían lastimar a Camilo adrede.

—Camilo es un llorón— soltó Javier con las mejillas enrojecidas, y salió corriendo de la sala de juegos.

   Julián no supo qué más decir, por lo que siguió a Javier a la alcoba que compartían para no dejarlo solo. Maximiliano cargó pues a Camilo, el niño hipiaba y se aferraba a su hombro en busca de cariño y mimos.

    Entonces la noche llegó tan rápido como el despertar de una larga siesta. Maximiliano se había encargado de Camilo y en cuanto se dispuso a ir a la alcoba de los gemelos, Felipe salió de la dichosa alcoba con un par de gemelos perfectamente peinados y vestidos, hermoso y tiernos ante la mirada de Maximiliano que no tardo en agacharse a adularlos. Pero los menores aún parecían molestos, sobretodo luego de ver como Camilo se ocultaba de ellos ahora detrás de Felipe.

—No vale la pena que estén molestos, pequeños— Maximiliano, mientras les acariciaba las mejillas, les dedicó una sonrisa—. Ustedes son sus hermanos mayores, y él es el hermanito menor de ustedes. Somos una familia y entre familia nos cuidamos a pensar de todo, ¿bien?

   Los gemelos se limitaron a asentir y cada uno tomó la mano de su madre en lo que Felipe cargaba a un muy desanimado Camilo. El pequeño azabache se recostó en el hombro de su padre, Felipe le mantuvo cargado durante todo el viaje en pleno silencio, y Maximiliano se dedicaba a buscar una manera de que los gemelos le hablaran a Camilo o viceversa. Después de todo, el viaje iba a ser un poco largo.

   Tras un rato de juegos infantiles para animar el ambiente, el carruaje se detuvo frente a una gran mansión con millones de luces y fuentes. En cuanto la familia Berwern-Bellamont bajó del carruaje, un par de botones se aproximaron a ellos para guiarles al interior de la mansión. Los gemelos eran perfectas copias de Felipe con el cabello rubio rojizo, y nadie podía desviar la vista de los niños de tan elegante apariencia.

   El botones llevó pues a la familia a la gran sala principal y les guió a donde sería la sala de juegos de los niños. Allí dejaron a Camilo y a los gemelos, el pequeño azabache no tardó en alejarse a un rincón a jugar con un par de caballos de juguete, y los gemelos optaron igual por mantenerse alejados del doncel que era su hermano. Maximiliano vio la escena con algo de tristeza, más sin embargo, Felipe le detuvo de intervenir en aquella discusión de niños. Felipe sabía que una discusión entre hermanos tan cariñosos como lo eran sus hijos no podía durar mucho, confiaba plenamente en que los menores arreglarían sus diferencias. 

   Entonces los mayores se dispusieron a ir a la fiesta principal, con sus brazos entrelazados y con la intimidante mirada de Felipe a todo el que se acercase. Por más que quisiese evitarlo, su ceño no podía ser algo más aparte de intimidante, excepto cuando veía a Maximiliano, en ese momento su aura aterradora cambiaba.

   Los gemelos, por su parte, corrieron a los alrededores del patio que conectaba con la sala de juegos. Con disimulo, Camilo salió igual a jugar con sus caballos a un lado de las flores, sin alzar la mirada en ningún momento a quienes se le podrían acercar,e inconscientemente queriendo tener a sus hermanos cerca. Julián y Javier se divertían, se perseguían entre sí y detallaban los animales nocturnos que pudiesen vislumbrar, de vez en cuanto viendo al tranquilo Camilo jugando.

   Las risas de los niños en general era tranquilizante, los botones que estaban en la puerta no veían problema alguno con los niños dentro de la habitación, por lo que no se molestaban mucho en mirar hacia adentro.

   Fue entonces que Camilo, mientras hablaba en voz bajita para representar a cada caballo, un par de niños se acercaron a él a quitarle sus juguetes. Aquel par de niños no tuvieron tacto al quitarle la distracción al pequeño doncel y éste, viendo que sus contrarios eran más altos, no vio más solución que ir por otro juguete en silencio.

—Oye, niño feo—le llamó uno de aquellos niños, evitando así que siguiera su camino—. No puedes jugar con más juguetes. Todos son míos y no quiero que los toques— le regañó con ferocidad y egoísmo, y el pequeño Camilo miró dentro la sala de juguetes para luego bajar la mirada—. Niños feos como tu no deben estar aquí— concluyó por burlarse junto a su amigo, pero ante el silencio del pequeño azabache, el niño mayor le empujó en busca de alguna reacción por parte del doncel.

   Camilo sintió pronto el golpe con algo de sorpresa, pero intentó volver a ponerse en pie sin decir nada a sus contrarios; iría con su mamá y se quedaría con él. Pero eso no fue posible, puesto que otro de los niños le empujó y esta vez le rodearon para evitar que se levantara. Tanto fue el miedo de Camilo al ver niños mayores rodeándole, que sintió un escalofrío en el cuerpo.

—¿Qué pasa contigo, niño feo?— el niño que le quitó los juguetes, le tocó la pierna con su pie—. ¿Por qué no dices nada? ¿No sabes hablar?

   Pero Camilo no abriría la boca, y por más que quisiera llorar, no soltaría el más mínimo sonido. No quería que le volvieran a decir que era un llorón, pero no sabía qué más hacer para defenderse. Temblaba por el hecho de que nadie vendría a sacarle de ese problema.

   Los mayores se burlaron de él, quizá porque se dejaba maltratar o porque no hablaba. Pero fue entonces que las características risas de los gemelos Bellamont dejaron de sonar de fondo, y los niños molestos lo notaron. Los gritos de los niños pronto se oyeron y sin dudarlo, los botones corrieron al patio donde los niños jugaban anteriormente con tanta alegría.

—Ustedes son los más feos aquí—gritó con rabia Javier, señalando a los fastidiosos niños que gritaban sin tener escondite.

   Los botones se encontraron con una situación particular, donde los gemelos reconocidos por su elegancia, los Bellamont, se hallaban lanzando bolas de barro a los demás niños con suma rapidez. Ambos, tanto Julián como Javier, tomaban el barro con sus manos y lo lanzaban con fuerza a los niños que tanto habían molestado a su pequeño hermano, y detrás de ellos, Camilo se veía impresionado por la valentía de sus hermanos mayores, sin importarle que su traje estuviese sucio por culpa de quienes le molestaban.

—Nadie se mete con nuestro hermano—vociferaron los gemelos al unísono, sin tener piedad de los niños mayores que no hayaban cómo defenderse y tapar sus rostros al mismo tiempo—. Y a la próxima les irá peor, mocosos— repitieron ese insulto que los adultos a veces usaban para dirigirse a los niños.

   Ante la sucia batalla, pronto un botones volvió a la sala de juegos con Felipe y Maximiliano a sus espaldas, desesperado por detener la guerra que los gemelos habían iniciado.

—Qué ocurrió aquí—Felipe demandó saber con firmeza, pero sin ser demasiado duro con sus hijos. Estos de inmediato recobraron su postura, acomodaron sus trajes y limpiaron sus manos, pero no miraron a su padre.

—Ellos estaban molestando a Camilo— soltó Javier con seriedad, mirando mal a los que antes habían sido sus compañeros de juegos—. Y no merecen más que ser tratados como los niños malos que son.

—Le quitaron sus juguetes y mancharon su traje—soltó luego Julián, esta vez volviéndose a Camilo que todavía parecía asustado—. Le trataron muy mal, pero olvidaron que era nuestro hermano.

—Y nadie se mete con nuestro hermano—concluyeron los gemelos al unísono, tan fríos como se esperaba de los hijos del Rey de Erini, y tan rebeldes como el susodicho.

   Entonces aparecieron los anfitriones de la fiesta, la pareja Christ y padres del niño que molestaba a Camilo.

—¡¿Qué pasó aquí?!— Chilló horrorizada la dama Christ al ver a su hijo cubierto en lodo, éste parecía molesto pero a la vez incapaz de reclamarle algo a los gemelos que no apartaban la mirada de él—. Sus hijos... Sus hijos son...

   Pero Maximiliano al ver a la dama, ésta inmediatamente cerró su boca.

—No creo que deba opinar cuando su hijo fue quien molestó al más pequeño del grupo— dijo con total confianza, y se aproximó a cargar a Camilo quien estalló en llanto al sentir el calor de su madre. Maximiliano sintió como su corazón se rompía en pedazos y se notó como su quijada se tensaba—. Por lo que le recomiendo ser más cuidadosa con su crianza, si no quiere mayores problemas en un futuro.

   Y por primera vez, Maximiliano se mostró intimidante. Y Felipe se vio más enamorado de él.

—Niños, andando— Felipe guió a los menores a la salida, y éstos limpiaron sus manos en una servilletas que habían sobre la mesa.

—Su majestad, ¡¿Se van?!— el Conde Christ no supo cómo reaccionar, aparte de verse estupefacto—. Esto fue solo un malentendido, son niños. No debe tomarlo a pecho. Podemos seguir con...

—Conde Christ, me retiro— y sin más qué decirle al honorable hombre, Felipe mantuvo la frente en alto al salir de la habitación con sus hijos caminando igual de erguidos frente a él.

   Un juego de niños no incluía lastimar a su pequeño hijo, y aunque no se viese en su rostro, el Rey de Erini se veía orgulloso de los gemelos que hicieron lo posible por defender a su hermano menor.

   Estando en el carruaje, y luego de que el trío de niños cayesen dormidos, Maximiliano miró a Felipe, quien arropaba a los gemelos con su chaqueta. No sabía cómo expresar como se sentía, qué decirle a Felipe, se sentía culpable e impotente; no creía en la maldad de los niños.

—Así como existen adultos buenos, igual hay adultos malos— comentó Felipe con un tono de voz lo suficientemente bajo como para no despertar a los niños—. Así pasa con los niños, son más suceptibles, copian y hacen dependiendo de sus alrededores. Y estoy orgulloso de que nuestros hijos sean de esos niños que solo actúan cuando es necesario.

—Felipe...

—Nos demostraron que Camilo estará a salvo con ellos, ¿No crees?— Buscando el lado positivo, Felipe miró a Max y éste, dejando escapar el aire de sus pulmones, bajó la mirada.

   Queriendo que Max recobrara el ánimo, se acercó a él para pegar sus frentes. Maximiliano le sonrió ligero, su esposo tenía razón, si los gemelos no hubiesen estado allí, nadie se hubiese dado cuenta de que le estaban lastimando.

   Maximiliano miró con disimulo los labios de Felipe, luego miró sus ojos azules y el Rey sonrió leve para pronto acercarse a los labios de su esposo para darle un suave beso de consolación y cariño.

   Por otro lado, los gemelos dormían cómodos en el asiento del carruaje, y en cuanto Maximiliano acomodó a Camilo entre ellos, éstos se aferraron al menor para darle calor. Aunque estuviesen dormidos, los niños habían vuelto a ser amigos.

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