Amores Brillantes - Drabble 6
『Amores Brillantes』
Ante los ojos de todos, Felipe y Maximiliano parecían de aquellas dulces parejas llenas flores y mariposas, tan románticos y tiernos, que hasta podían llegar a verse inocentes. Felipe tenía un aura aterradora, pero muy seria y poco morbosa, y Maximiliano era la clara representación de belleza y paciencia, de calma y alegría. Ante los ojos de todos, ellos eran la pareja perfecta.
Y no era algo que se negara, pero las cosas no siempre eran como se imaginaban.
Era de esas noche donde los niños habían ido a dormir temprano y bien acobijados, Felipe volvía de una reunión fuera del palacio e iba ciertamente apresurado a su alcoba. Y es que en la nota que Maximiliano había dejado en su chaqueta, no decía nada más que "Te estaré esperando, mi rey" con una hermosa letra cursiva que escondía muchos deseos.
Felipe se mordía el labio inferior con tan solo imaginar a Maximiliano en la cama, o en el pequeño escritorio, o en el cuarto de baño, siempre esperando por él. Entonces por fin llegó a la puerta de su alcoba, se detuvo a tomar un profundo respiro como si sus pasos apresurados no se hubiesen oído antes y por fin se dignó a abrir la puerta con calma en busca de parecer calmado. Su mirada se topó con un muchacho de rubios cabellos vestido con una muy fina prenda cubriendo apenas su cuerpo.
Maximiliano se hayaba de espaldas, ruborizado, pero sabiendo que aquello podría mejorar los ánimos de su querido esposo.
Felipe se vio embobado, su mirada calculadora veía cada detalle que apenas podía ver del cuerpo del menor. Y tras cerrar la puerta con seguro, caminó lentamente hacia su pequeño Doncel, que parecía esperarlo con el corazón a mil.
—Nunca esperé verte así— murmuró sorprendido pero disimulado, un murmuro pequeño contra la nuca del rubio que tembló ante el tacto. No podía perder su autocontrol tan pronto.
Y es que era una ligera tela que bajaba desde los hombros de Maximiliano. Tela color crema, suave y delicada, que dejaba a la vista el pecho del menor siendo adornado con algunas piezas más transparentes, y la ropa interior que cubría su sexo, tela decorada con algunas piedras pequeñas y llamativas. Felipe gozaba tanto con tan solo mirar aquella obra de arte que temía tocarla.
—¿Te-Te gusta? — Max titubeó sin querer. Porque a veces le costaba admitir que amaba seducir al rey, le costaba admitir esa faceta suya que poco a poco había despertado desde que conoció al azabache. Pero el hecho de que le gustara, que a veces fantaseara con ello, no quería decir que era bueno en ello; su timidez nunca abandonaría su cuerpo.
Antes de que Felipe contestara, Max tomó la mano del rey y la acercó a su rostro con cierta timidez hipnotizante, una inocencia mortal que Felipe todavía no entendía cómo permanecía intacta. Y luego miró al mayor, lo miró con dulzura y súplica, siendo aquella mirada la que acababa con el control del gobernante.
—¿Podría romperte si llego a tocar más? — el tono usado en aquella frase fue grave, como si fuese una afirmación—. Ahora mismo estas haciendo de mi un desastre, mi pequeño Max. ¿Disfruta el verme a sus pies de este modo?
Y Maximiliano sonrió ligero, complacido, evitando asentir con emoción. Tomó entonces ambas manos del mayor y las dirigió a sus caderas, las cuales movió con lentitud en una imaginaria danza entre ambos.
—Este traje ha sido diseñado sólo para que sus ojos lo vean y sus manos despojen mi cuerpo de él— murmuró contra los labios del rey con suavidad—. Puede romperme si lo desea... — y con un poco más de acercamiento, Max recostó su cabeza en el hombro de Felipe —, mi rey.
Felipe se aferró entonces a las caderas que le seducían.
El autocontrol había desaparecido.
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