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Amores Brillantes - Drabble 5

Amores Brillantes


   Ciertamente, Maximiliano era curioso y desde pequeño era amante de la magia que se plasmaba en las letras de los libros.

   Era joven, sabía que tenía limitaciones, pero eso no era excusa para dejar de soñar. Quizá por ello todavía tenía la esperanza de ver un dragón algún día, o de visitar alguno de los demás estados que rodeaban a Escious, o de simplemente conocer personas buenas que le contaran sus anécdotas de viaje. En el pueblo habían pocos libros que leer, y su mente a veces no llegaba tan lejos como quería...

   La biblioteca del castillo era enorme, por suerte Maximiliano la consideraba cercana a su habitación, era su área favorita del enorme lugar, y de los pocos donde no había nadie mirándole con recelo.Su vientre abultado poco se veía, trataba siempre de ocultarlo con las chaquetas o evitando usar ropas ajustadas a su figura. Todavía se sentía nervioso con respecto a su embarazo, pero los mimos de Felipe a su persona cada mañana y cada noche y cada momento que se veían durante el día, le tranquilizaban. 

   Aún acostumbrándose a la vida en el castillo, a la comida, a la vestimenta, a la gente que le rodeaba, algunos amistosos otras no tanto... Maximiliano trataba de asimilar el giro de su vida, de su familia, de un futuro que nunca había imaginado; la biblioteca del castillo era el único lugar que parecía ser tranquilo, incluso a veces Felipe le acompañaba cuando escapaba de los papeleos, iba sin interrumpirlo, iba a oírle leer o a verle, a veces le cargaba a la alcoba cuando se quedaba dormido; era una ventaja el que la alcoba que compartían y la gran biblioteca fuesen conectadas por un largo pasadizo que se escondía tras una columna falsa.

   Desde su llegada, Felipe había tomado mayores responsabilidades y mucho qué hacer, gracias a la novedad de un compromiso entre un futuro rey y un doncel. Felipe no hablaba de su trabajo con él, creía que podría preocuparle, a veces sólo llegaba cansado, sus ojos se veían agotados y brillosos, sólo buscaba cariños y mimos y Max estaba dispuesto a ello siempre que lo veía.

   Una noche de las tantas entre esas grandes paredes, Maximiliano notó la oscuridad de las afueras apenas por ver la gran ventana detrás suyo; sus ojos se agradaron y no dudó en tomar sus cosas. Estaba inmerso en un gran libro que tenía muchos personajes, muchas parejas, incluso personajes míticos que estaban ilustrados para un mejor disfrute de su mente soñadora. Se había enamorado de la persona que tuvo la idea de poner dibujos en una historia tan interesante.

   Viendo el reloj de la pared y tomando aquel polvoriento libro entre sus manos, Max decidió tomar el pasadizo hacia su alcoba, asegurándose de cerrar bien aquella entrada. Corrió por aquel largo y poco iluminado pasillo, emocionado con su libro entre sus brazos, solo pensaba en hablarle a Felipe sobre él, sobre la magia y los personajes con poderes, sobre la ilusión que se plasmaba en los paisajes que se describían, en el romance que tenía cada pareja, y al finalizar su recorrido, abrió con cuidado la pared que se giraba en su alcoba. Allí, con hombros anchos y notoriamente agotado, Felipe se quitaba su abrigo y desabotonaba su camisa.

—¡Conseguí una gran historia!— Soltó con suma alegría el menor, siendo tierno en su forma de hablar en lo que se acercaba a la espalda de su pareja.

   Felipe se volvió al animado muchacho que parecía estallar de la emoción, sus ojos iluminados eran una galaxia que podría estudiar por años y años y todavía le parecería lo más hermoso jamás visto. Con cariño, el azabache tomó su cintura y lo acercó a su torso antes de que hablara.

—Con calma, con calma— repitió con sutileza, sonriendo con esa ligereza que le permitía su frío gesto, y notó de inmediato como las mejillas del doncel se coloraban con vergüenza.

—Conseguí una gran historia— comentó nuevamente Max con cierta timidez provocada por la mirada ajena.

—Oh, si— Fue una suave interrogativa, todavía cautivado por la alegría que exudaba el más bajo.

—Es mágico— soltó con timidez, pero sin dejar es emoción con la que había llegado—. Tiene romance, y describe lugares muy lindos, y tiene dibujos.

—Eso suena maravilloso— su voz era suave, un tono de voz tan hermoso para los oídos de Max, un tono que solo usaba para consentirlo.

—Te... ¿Te gustaría leerlo conmigo?— Era algo que ansiaba compartir con Felipe, quien era su escritor favorito. Por alguna razón, su corazón latía todavía con la alegría de la primera vez que se vieron, que se besaron, que pasaron por tantos momentos hermosos.

—Sería un placer— se acercó a acariciar su mejilla con su nariz, y una risilla salió de sus dulces labios; Felipe quedó cautivado.

   Entonces, en lo que tomaban una rápida ducha fría, unas risas suaves y algunas caricias llenas de cariño, volvieron a la habitación y pusieron sus pijamas. Maximiliano no dejaba de lado su emoción infantil y al terminar de ponerse su pijama, sintió el frío de la noche colarse por sus huesos. Estuvo por comentar algo al aire, quería un abrazo de Felipe tanto, tanto, que le diera calor, y al volverse a la cama, vio a Felipe acomodado en el centro de la cama, entre las almohadas, teniendo un lugar para él entre sus piernas.

   Una sonrisa surcó sus labios, una llena de ternura, de esas que irradiaban total paz y calma, como si Felipe hubiese leído su mente, y caminó a él luego de tomar el libro. Con cuidado se montó a la cama, movió las sábanas para sentirse mucho más cómodo y se acurrucó entre las piernas del mayor; logró la posición perfecta, una donde su cabeza reposaba contra el hombro de Felipe, donde sentía su pecho subir y bajar de acuerdo a su respiración tranquila, donde el azabache rodeaba su estómago y relaja a su cabeza igualmente sobre su hombro, una posición donde ambos se daban calidez en medio del frío.

   Maximiliano terminó por acomodar la sábana sobre sus piernas, también sobre las de Felipe, y tras asegurarse de estar abrigados, cómodos y Felipe con una ligera mirada hacia su rostro, Max tomó el libro y lo abrió donde había quedado.

—Antes de empezar, tienes que saber que Jonh Breiner es de los personajes principales— el doncel quería resumir un poco las hojas que había leído, y Felipe le prestaba total atención—. Es un cazador de criaturas mágicas, fue criado para ello, pero todo cambia cuando conoce una aldea de hadas del bosque que le salvan de...

   Y una gran historia fue contada antes de siquiera empezar a leer. Maximiliano hablaba con entusiasmo y suavidad, a veces tomaba la mano de Felipe entre la suya y mientras jugaba con sus dedos, seguía hablando y hablando. Cazadores, seres que succionaban sangre, humanos que se volvían bestias, unos seres que tenían colas de pez, romances y un sin fin de lugares que sólo podrían sacarse de la creatividad de la mente.

   Felipe hacia lo posible por oír a Max, su alegría e incluso aquellos momentos donde el doncel bajaba la voz en señal de tristeza, inmerso en la gran historia que relataba. No, Maximiliano no era bueno haciendo un resumen cuando había prestado tanta atención a una historia. El azabache a veces sentía como el menor se acurrucada más entre sus brazos, como jugaba con sus dedos, lo capturada cuando volvía la cabeza con cuidado para mirarle a ver si seguía despierto, Felipe a veces le robaba uno que otro beso en la mejilla o en el cuello solo para escucharle reír de esa forma tan linda que solía hacerlo, le detallaba por completo.

   Pensaba que quizá se quedaría dormido primero gracias al día cansado, pero a medida que el cuento avanzaba, podía sentir como las manos de Max se relajaban entre las suyas, como su voz bajaba de tono y rapidez sin dejar aquella emoción que le caracterizaba, como buscaba ocultar sus ojos entre su cuello para embriagarse en su perfume natural.

   Al final, el primero en caer dormido fue Maximiliano y Felipe se sintió vencedor de haber capturado a ese pequeño doncel totalmente entre sus brazos.

—Felipe... — la somnolienta voz de Max era un detonante, y Felipe se limitó a sonar su garganta en señal de que continuara hablando—. Nuestra historia también es muy bonita— rio con inocencia—. Hay un guapo y amable príncipe, y un muchacho de pueblo muy enamorado; hay un gran castillo, muchas flores bonitas, muchos sueños...

—Y ese príncipe...— susurró contra su oreja, muy cerca y muy suave—, ¿Es mejor que el cazador?— Con sutileza, fue tomando el libro del regazo de Max hasta llevarlo a la mesa de noche de su lado.

—El cazador es genial—comenzó, a lo que Felipe alzó una ceja con pequeña, muy pequeña, curiosidad, si podía llamarle así—. Pero el príncipe es muy lindo, y amable, y tiene una sonrisa hermosa— rio nuevamente con esa vibra de niño que no se borraba de su ser—. Podría hablar mucho tiempo de él— agregó, refiriéndose a Felipe como si no estuviese allí—. Sus ojos son azules, podrías ver el océano en ellos, asumo que describen el mar tomando de ejmplo sus ojos. Y siempre es serio con todos, pero es amable, dicen que da miedo, pero el chico pueblerino siempre quiere abrazarlo y llenarlo de besos.

   Max dejó de lado la historia que estaba contando para contar su propio cuento, y mientras Felipe le daba señales de que siguiera hablando, fue llevando a Max hacia un lado para recostarlo en la cama, con su brazo siendo el soporte. Se estiró con cuidado, evitando brusquedad en cualquier parte de su cuerpo, y apagó la luz de la mesa de noche, que fue acompañada por un par de luces de la habitación, y volvió con Max que seguía hablando casi entre sueños.

—Suena una historia hermosa—le susurró e cuanto estuvo acostado a su lado, y el doncel no tardó en acurrucarse contra su cuello—. Ese príncipe parece ser el hombre más afortunado del mundo.

   Y con una tierna sonrisa en sus labios, Max no tuvo más fuerzas para contestar. Felipe tenía sueño, mucho, pero no dudó en quedarse un rato, algo que él creyo había sido poco, mirando a Maximiliano dormir tan pacífico, tan cómodo entre sus brazos. 

—Sí, es el hombre más afortunado del mundo— repitió más para sí mismo, un susurro para el aire, y se acercó a besar la mejilla del rubio para acabar por arroparle bien, para peinar sus cabellos ligeramente húmedos, para dormir con esa imagen de un alegre Max en mente.

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