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Amores Brillantes - Drabble 4

Amores Brillantes

  Era un día soleado, los gemelos estaban jugando con sus juguetes bajo el gran árbol del jardín y Maximiliano, recostado contra el tronco, les miraba y reía con ellos. Pero a pesar de estar distraído con los niños, Maximiliano no había visto a Felipe desde la mañana, y el día anterior Felipe tampoco estuvo mucho tiempo con él y los niños.

   Quizá debía tomar la iniciativa. Maximiliano aprovechó que Esteban pasaba cerca del sendero floreado y le encargó el vigilar a los traviesos gemelos; su primo no se negaría a cuidar de los menores, era uno de los que más les consentía.

   Maximiliano se acomodó un poco, quitó el polvo y tierra de sus ropas y subió las escaleras, de camino al despacho de Felipe. En el camino, mientras pensaba qué le diría exactamente, se encontró con Zacarías, quien parecía muy molesto.


—Buenas tardes, Zacarías— saludó el menor, pero el susodicho le dedicó sin querer una fría mirada—. La-Lamento si le he molestado.

—No se preocupe, joven— Zacarías suspiró algo irritado, y sobó el puente de su nariz—. No quise mirarle así. Estos días han sido muy agobiantes, de repente nos llenamos de trabajo y reuniones con varios sectores del Reino— el castaño notó la intrigante mirada del doncel, que de seguro preguntaría en qué podría ayudar—. Pero no es nada de lo que se tenga que preocupar, joven Max. No tiene que ver con usted, sin ofender.


   Maximiliano asintió algo desanimado y Zacarías, tras una breve reverencia, se despidió del menor para seguir con el trabajo. Había estado muy centrado en cuidar de los niños que no se había detenido a pensar en que quizá su esposo estaba pasando por un tiempo de estrés. Max sabía que no podía quitarle el trabajo, ni distraerlo por mucho tiempo, pero algo debía intentar para calmar el tenso ambiente del castillo.

   El doncel siguió su camino hacia el despacho del Rey, sus nervios aumentaron en cada paso y cuando se vio frente a la puerta, la abrió sin si quiera tocarla primero. Al dar un paso al frente, el doncel se sintió aún más intimidado.


—Toca la puerta antes de entrar, ¿Qué deseas?— Felipe ni siquiera había alzado la mirada de sus papeles. Su voz hacia Max fue fría y denotaba lo molesto que estaba con la presencia de alguien en el despacho.

—Lamento la intromisión...— Maximiliano, evitando verse sorprendido o dolido, respondió con tranquilidad.


   Fue entonces que Felipe alzó la mirada rápidamente, Maximiliano entendió que Felipe ni siquiera sabía que era él. El rey se vio apenado y soltó el aire en un suspiro tras dejar su pluma. Maximiliano dio unos cuantos pasos más hacia el escritorio lleno de papeles, y lo rodeó hasta verse al lado de su esposo.


—No quise hablarte así, Max. Lo siento— el rey se enderezó en la silla y con la mirada fue viendo como el contrario caminaba hacia su puesto, ciertamente tentador.

—Entiendo que estás ocupado, solo vine a saludar— Max dedicó una de sus tiernas sonrisas y el rey se vio debilitado por tal belleza—. Quería verte, quizá no pueda ayudar en mucho pero puedo intentar cualquier cosa si es para que te relajes— comentó con sinceridad, sin saber que el rey podría tomar sus palabras en otro sentido.


   Felipe sonrió ligero y tomó al doncel de la mano, le atrajo a la silla y cuando Max estuvo lo suficientemente cerca, el rey se apoderó de sus caderas. Felipe se abrazó a Max con fuerza y cariño, recostó su cabeza en el abdomen ajeno y aspiró el aroma dulce del menor, que rio al ver su infantil acción.


—Un momento así será suficiente, creo— murmuró el mayor, a lo que Max se mantuvo quieto mientras acariciaba los lacios cabellos azabaches de su esposo—. No sabes lo mucho que estás ayudándome, cariño. Te lo agradezco.


   Un simple abrazo había cambiado por completo el ambiente tenso del despacho, una caricia había relajado por completo al rey atareado y Maximiliano, a pesar de sentirse cómodo, pronto entendió que su esposo debía seguir trabajando.


—Cuando te sientas así, no está mal pedir ayuda— comentó con suavidad Maximiliano—. Ahora, sigue trabajando. Todo irá bien, te estaré esperando en el comedor con una deliciosa cena. No te distraigas— rio ligero, a lo que el azabache alzó la mirada.


   No tuvo tiempo de reprochar cuando Maximiliano se atrevió a robarle un beso, un beso rápido y tierno, dulce como lo era Maximiliano. El Rey se vio sorprendido y sonrojado, no tuvo tiempo de reaccionar. El rubio igual se sonrojó y dejó al aire una carcajada debido a la impresión ajena.


—Nos vemos en la noche, su majestad— Maximiliano había provocado una lluvia de sentimientos en el pecho del azabache sin darse cuenta. Sus inocentes actos habían hecho un desorden en la mente del Rey, pero lo habían llenado de alegría, el cual era el objetivo.


   En la noche, Maximiliano preparó la cena con la ayuda de las mujeres de la cocina, y mientras picaba algunas verduras, Esteban llegó a su lado.


—¿Qué hiciste con Felipe, Max?

—¿Por qué?— Max no se vio inmutado, solo sonrió suave ante el tierno recuerdo del beso robado.

—Tu querido Rey ha estado molesto por un par de días, y hoy, luego de que fueras a su despacho, de repente dejó de estar molesto— Esteban cruzó sus brazos al tiempo en que se recostaba en la espalda de Max—. No es que sonría ni nada por el estilo, sigue siendo inexpresivo como de costumbre, pero su aura... cambió.

—Solo le di un abrazo— murmuró Max, a lo que Esteban le miró—. Un abrazo puede desestresar a las personas, a veces un abrazo es necesario, ¿no lo crees?


   Esteban lo pensó, sonaba lógico viniendo de su primo, pero quizá esa técnica no le serviría.

   Pasada la cena, Esteban buscó a Zacarías por todo el castillo. Sus piernas dolían y por primera vez parecía que el castaño mayordomo le estaba evitando. Finalmente lo encontró llegando a su habitación, Zacarías parecía aún molesto e irritado por el excesivo papeleo que recibía, y Esteban respiró profundo para dar el primer paso.


—Esteban, ahora no estoy de humor...— Zacarías se fijó en su presencia de reojo—. No quiero que...


  Se vio interrumpido por un abrazo sorpresa por parte del Bellamont mayor. Zacarías se quedó de repente sin habla, Esteban le estaba abrazando con cariño e incluso acariciaba su cabello.


—Todo estará bien...


   Esteban estaba nervioso, pero en cuanto Zacarías correspondió a su abrazo, se vio sorprendido por el hecho de que las técnicas de su primo habían funcionado. El cuerpo del mayordomo dejó de sentirse tan tenso, Esteban sabía que Zacarías se burlaría de su corazón desenfrenado, pero un abrazo era suficiente para que los malos sentimientos desaparecieran.

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