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Amores Brillantes - Drabble 3

Amores Brillantes

   Habían pasado ya un algunos meses del nacimiento de los gemelos reales. Un par de hermosos bebés de rubios cabellos rojizos y profundos ojos azules, eran la nueva alegría del castillo. Eran tan parecidos que las mucamas aún se confundían, pero por suerte y por algún motivo, Felipe y Maximiliano sabían cómo diferenciar a las pequeñas gotas de agua.


—Mis pequeños tesoros— Max visitaba constantemente a los bebés dormilones. Ante sus ojos, eran como un par de flores maravillosas, con bellezas únicas y diferentes entre sí. Una sonrisa se quedaba en sus labios por ver a los hermanitos acurrucados en la cuna uno contra el otro.


   Siendo pequeños y frágiles, aquel par de bebés no podían aún alejarse el uno del otro, y muy pocas personas lograban cargarlos sin que éstos lloraran en busca de amparo. Max acariciaba con su dedo las mejillas rosadas de los bebés, veía meticulosamente si los menores respiraban y se quedaba de pie a un lado de la cuna hasta que ellos despertaran.

   Felipe, ahora el Rey de Erini, no tardaba mucho en notar la ausencia en la cama y no dudaba en ponerse en pie para buscar a su esposo. Quizá algo de celos nacía en el pecho del nuevo Rey, pero en cuanto veía a sus hijos, Felipe se abrazaba a Max para ambos apreciar al par de niños que dormían a pesar de sus miradas.


—Se parecen a ti, Max— murmuró Felipe en el oído del susodicho y éste guardó una carcajada—. Son tiernos, sus mejillas son rosadas y sus cabellos lacios y despeinados— el azabache susurraba solo para que el doncel le escuchara.

—Nunca imaginé... que mi vida llegaría a ser así— Max tenía guardadas esas palabras en el pecho—. Tu, ellos, todo esto...— Felipe besó la mejilla del doncel en busca de hacerlo salir de esa nostalgia mañanera.


   Entonces Max se volvió a su esposo, Felipe tomó su cintura sin dudarlo. Las miradas se cruzaron, Max acarició la mejilla del mayor y Felipe se acercó lentamente al rostro contrario. El sabor de sus labios era algo que quería tener cada segundo de cada día, Felipe se sentía preparado para tomar el día al igual que Max, con un simple beso.

   Sus labios apenas estaban por rozarse cuando el llanto de Javier y Julián los detuvo de su acción. Los gemelos habían despertado conmocionados y extendían sus brazos en busca de atención de sus padres, quienes soltaron una ligera carcajada.


—No entiendo por qué los confunden tanto— comentó Felipe al tener en sus brazos a Javier, quien le miraba con atención inocente—. Son muy diferentes para mí— el mayor empezó entonces a jugar con las manos del bebé, el cual apretaba sus dedos ahora.

—Supongo que porque somos sus padres— Max acariciaba y peinaba los cabellos de Julián mientras éste se disponía a acurrucarse en su pecho. Las mejillas del doncel se ruborizaban con tan solo pronunciar tan hermosas palabras—. Para nosotros es fácil, quizá para los demás son dos lindas gotas de agua.

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