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Capítulo 15

Yo, no sé qué responder. ¿Lo siento? No lo hago, no puedo siquiera llegar a pensar que se debe sentir algo como aquello. Mamá nunca me habló de papá, así que no sé qué se siente tener un padre o madre y perderlo.

—Yo... —inicio, pero no puedo continuar—. Adrien...

—No te preocupes, pasó hace mucho tiempo. —Me sonríe, pero esta no llega a sus ojos.

Se acerca a la puerta y la abre. Apaga las luces y se queda mirándome, esperando a que me mueva para seguirlo, pero no puedo hacerlo. Una sensación de ahogo impresionante me invade. Me siento culpable, siento tristeza y miedo. Culpable por quejarme de una vida que no se compara con la de él. Triste por todo lo que ha tenido que vivir habiendo vivido tan pocos años. Miedo, por tener que adentrarme en su mundo para poder llegar a sufrir una mísera parte de lo que él ha pasado.

—Sienna...

—Yo... —Vuelvo a intentarlo, pero las palabras se me atoran en la garganta. Quiero volver a hablar, pero las lágrimas que se deslizan por mi mejilla me indican que, si lo hago, mi voz se romperá en mil trozos, como lo está mi corazón en este momento.

—Basta —gruñe, pero no puedo evitarlo.

Me froto el rostro con fuerza, intentando borrarlas y el rastro que han dejado, pero siguen apareciendo más y más sin parar. ¿Es esto a lo que le dicen un vómito emocional, un desborde? No puedo parar, por más que lo intente. Y, aun así, no debería sentirme así por lo que me dice. ¿Acaso es la gota que ha rebalsado el vaso?

—Sienna, detente. —Ha caminado con rapidez hasta donde yo estoy y me afirma los antebrazos, impidiendo que pueda continuar atacando mi rostro.

—No sé por qué lloro, ignórame —miento.

—Te dije, sé decir cuando alguien me miente —dice, con el ceño fruncido.

—Soy patética —murmuro, intentando soltarme de su agarre, pero no lo consigo.

—No lo eres, solo estás lidiando con mucho en este momento. —Vuelve a dar una sonrisa falsa.

—Imposible compararlo con todo lo que tú has pasado.

—No, pero no somos iguales. No intentes ponerte en mi lugar, no me tengas lástima. —Aparto la mirada y él me agita con delicadeza—. Mírame, Sienna. —Eso hago—. La vida que tengo es lo que me tocó vivir. Si yo no me lamento por ello, no eres quien para hacerlo por mí.

Este hombre me saca de mis casillas, pero tiene toda la razón. Ya tiene suficientes problemas como para que vaya una loca metiche y se meta en sus asuntos. De esta forma, Adrien nunca me dirá que le sucede en su vida. Tengo que ser fuerte, para que él pueda confiar en que puedo con sus problemas. Si no lo hago, me verá como una carga más.

—Lo siento mucho. —Agacho la cabeza y aparto la mirada, avergonzada.

—No tienes por qué sentirlo.

—Pero lo hago. Últimamente, lo único que he sido es un problema para todos los que me rodean. No puedo defenderme en la vida real y tampoco en los sueños —murmuro, con los dientes apretados—. Pongo en peligro a mis amigos, familia y a quienes son como yo. No he hecho nada por ustedes en todos estos días. Por eso Evan me odia.

—Evan no te odia.

—Tú no has visto como me mira, no quieres verlo. Soy una amenaza, pero no puede deshacerse de mí —gruño y me aparto de su lado, caminando hasta el otro lado de la habitación.

Recargo mi peso en mis manos sobre la mesa de metal, que contiene un par de frascos vacíos y utensilios para autopsias.

—Todos deben opinar lo mismo. Zoe fue la primera en hacérmelo ver, junto a Evan. —Más lágrimas escapan de mis ojos, pero esta vez de rabia.

Me toma por los hombros y me obliga a dar media vuelta con brusquedad. Las cajoneras donde van los muertos, repiquetean con violencia cuando me empuja contra ellas, sin soltarme.

—¡Tienes que dejar de tenerte lástima! ¿Si tú no eres capaz de darte importancia a ti, quién lo hará? ¿Esperarás a que algo realmente malo te ocurra para tomar medidas en tu vida? El próximo Jordan podría no detenerse, podría no haber estado yo para detenerlo —gruñe en mi rostro, tan cerca que puedo ver la leve línea de color que dejan los lentes de contacto sobre la esclerótica de los ojos.

—Lo sé, ¿crees que no? ¿Sabes lo difícil que es todo esto? —Me siento estúpida en cuanto las palabras escapan de mis labios, es obvio que lo sabe.

—Mejor que nadie.

—Entonces podrías ponerte en mi lugar, como yo estoy intentando hacerlo todo el maldito y asqueroso día.

Adrien guarda silencio, compartiendo conmigo una guerra de miradas que parece no tener final alguno.

—Eres la única que se quita el mérito de todo.

—No quiero esta vida, no soy buena en ello. —Señalo mi ojo, el cual está con el lente de contacto puesto.

—¿Crees que yo sí? ¿Crees que elegí una vida donde no puedo hacer lo que yo quiera y tener una familia viva? Órdenes, caserías, escapes es todo lo que hago todo el día. Despierto, tengo que ir a clases para mezclarme entre los alumnos y luego volver a casa para que Evan o West me indiquen a quien debo seguir ahora, en los sueños de quien me debo meter y a donde debo ir para buscar un encargo. Súmale a eso que no logro quitarte de mi cabeza, no puedo pensar con claridad.

—¿Ahora también vas a culparme de eso? —gruño, presa de una cólera impropia de mí—. Nadie te pidió que cuidaras de mí, que me entrenaras o que me ayudaras esa noche en la fiesta. No hagas eso, no me culpes de algo que tú decidiste hacer.

—No, Sienna, no es tu culpa que me haya enamorado de ti. No pude evitarlo y lo lamento mucho —susurra, acercándose hasta pegar su cuerpo al mío.

Abro grande los ojos y me tenso completamente. Mi corazón late con el frenesí de un caballo desbocado, puedo sentirlo en mis oídos. Sin embargo, cuando Adrien me besa, cierro los ojos. Sus manos se aferran a mis caderas y aprietan la tela de mi camiseta en un puño.

El beso no tarda en subir de intensidad, cuando entreabro la boca para que su lengua ingrese. Lo respondo y enredo mis dedos en su cabello, pegándome más a él, en una necesidad llegada de lo más profundo de mis deseos más primitivos.

No importa en ese momento donde estamos, no importa que estemos rodeados por cuantos cadáveres puede haber en la morgue de un hospital. En ese momento, somos solo él, yo y los sentimientos que nos asfixian, pero que luchamos por ocultar.

Cuando se aparta, siento mi rostro caliente, sonrojado. Nuestra respiración agitada está casi sincronizada y siento su aliento en mi rostro, el cual aún conserva el olor a menta de la pasta dental. Muerdo mi lengua para no decir nada, pero me suelto de él, aun cuando sus manos siguen aferradas a mi camiseta. Entonces hace algo que me rompe el corazón en mil trozos: se aparta y se aleja.

—No, esto no debió pasar —masculla, sacando las llaves del auto de su bolsillo delantero. Las deja en la mesa y camina hasta la puerta—. Le diré a Blake que se encargue de ti ahora en adelante —dice y se va, dejándome sola en el cuarto de los muertos, sintiéndome una de ellos.

☽☽☽☽☽

Llego a casa a duras penas, mordiéndome la lengua para no llorar. No quiero hacerlo, no debo hacerlo. Entro por la puerta principal antes de tomar el teléfono para llamar a April, pero me detengo en el acto. No quiero recurrir a ella ni a Sam, a ninguna persona más.

Lo suelto en el sofá y corro escaleras arriba para darme una ducha helada y quitarme la sensación destructora que arrasa con mi cuerpo en este momento. Nunca me habían roto el corazón con un par de palabras, pero Dios duele como el infierno mismo.

No pasa nada. Un par de días, quizás una semana, y lo superaré.

Tengo que convencerme de que un corazón roto no es lo más doloroso en el mundo, que hay cosas peores, pero es muy difícil. Cuando algo te duele, no puedes imaginar algo peor.

Ahogo un grito de frustración con agua, mientras mi cuerpo se estremece en violentas sacudidas. Salgo de la ducha con movimientos torpes y violentos, con el dolor y la ira presentes en cada uno de ellos. Me pongo la ropa de casa, la más cómoda que encuentro, me saco las lentillas y enciendo la radio al máximo, buscando silenciar mis pensamientos. No funciona.

Busco mi cama y dejo caer mi cuerpo pesadamente en ella. Me quedo mirando el techo e intento no pensar. No tomo las palabras que mi cerebro me envía, las rechazo con un ademán.

—Si no escuchas el timbre, difícil que me abras la puerta.

—¿Cómo entraste? —pregunto, pero no me muevo ni un pelo.

—Conozco un par de trucos —responde, sentándose en el borde de mi cama.

Blake me observa con curiosidad. Tiene el cabello mojado y peinado hacia atrás, lo que me indica que ha salido de la ducha hace poco.

—¿Te han enviado como niñera? —Frunzo el ceño y miro el techo nuevamente.

—Prefiero el término compañero de juego. —Puedo oír la sonrisa en su voz—. Vamos, conozco un par de trucos que te ayudaran en esto.

—Te contó, ¿no?

—No dio detalles, pero conozco a Adrien hace muchos años, desde que tengo memoria —cuenta, arrastrándose en mi cama hasta quedar acostado a mi lado, con su costado casi pegado al mío.

—No puedo odiarlo, lo entiendo —admito, con el tono de voz neutro que he estado usando todo este rato.

—Todo el mundo maneja su dolor de distintas maneras, pero nadie dice que eso implique que todas sean adecuadas. —Se encoge de hombros y saca un paquete de cigarrillos del bolsillo.

—No vas a fumar dentro de mi casa. —Frunzo el ceño y lo miro mal.

Sus hombros se agitan en una carcajada ahogada por su boca cerrada, la que sostiene el tabaco. Toma el encendedor y lo prende, para luego ofrecerme la cajetilla a mí. No fumo, nunca lo he hecho, pero es buen momento para hacerlo. Lo meto en mis labios y lo enciendo. Conozco lo básico, April fumó un par de meses por moda y me enseñó, pero saber algo y ponerlo en práctica es muy distinto.

Aspiro mientras el encendedor hace su trabajo y luego exhalo todo el humo, entre toses.

—No está mal —dice, riendo.

—Que esto no se haga costumbre —declaro, frunciendo el ceño y llevándolo nuevamente a mis labios, labios que hace un rato estaban besando los de Adrien.

El estómago se me aprieta y cambio la posición, dándole la espalda a Blake.

—¿Me enseñarás esos trucos? —pregunto, en un susurro casi inaudible, volviendo solo mi cabeza en su dirección.

—Claro, solo debes dormir. Prometo que mi mente no es tan mala como debes pensar —dice, tomando ambos cigarrillos y apagándolos en la suela de su zapato, para luego volver a guardarlos en la cajetilla.

Me río de su comentario y me vuelvo a girar, para que cada uno quede de costado, mirándonos a los ojos. Lentamente, cierro los ojos y aprieto ese interruptor que me permite dormir y despertar muy rápido. Cuando los vuelvo a abrir, la oscuridad me recibe.

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