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14. MISMO.



Previously on Paranoidd...

[...]

Retiré la máscara a los dos siguientes: se trataba de Romina y el teniente Rudy. Winona y Kornelius se agazaparon en el suelo como dos felinos en peligro de extinción.

—Mirad, ¿sabéis qué? No quiero volver a veros nunca más. Me largo de aquí.

Pot me alcanzó entre jadeos y me cortó el paso de nuevo.

—¿Qué te pasó, flaca? ¿Por qué saliste corriendo del hospital?

—Te he dicho que me dejes en paz, traidor.

Mientras el hombrecillo daba vueltas sobre sí mismo, visualicé un escuadrón de personas con camisetas de diferente color a un par de metros de nosotros. El grupo comenzó a acercarse a nosotros encabezado por un argentino igualito al que estaba hablando al lado mío. Pot se giró al mismo tiempo que el segundo Pot llegaba ante mí.

—Aless... —resolló el Pot desconocido con cansancio, como si estuviera haciendo su mejor esfuerzo por pronunciar las frases—. Vine-a hablar con vos. No-nos queda mucho tiempo...

—¿A dónde me llevas? —murmuré, asqueada por el movimiento de su rostro.

El falso Pot se metió por un callejón lleno de comercios. Probó un par de puertas traseras hasta que dio con una que estaba abierta.

—Soy... el lado cuerdo de-Pot.

—¿Te refieres a su alter ego, o algo así?

—Podría-decirse que sí. OP no se encarga-de volver locas a las-personas: lo que hace OP es quitarles objetos-esenciales para separar su lado-demente de su lado lógico. Eso significa que tu amigo-Pot no se volvió loco, sino que siempre fue la parte loca del Pot original. Yo-soy la restante. Si vos le quitás su mundo-interior a una persona... la hacés cáscaras, la hacés controlable, así que-el objetivo de OP es la transformación de las personas en máquinas. Es un acuerdo tácito entre OP y el mundo, porque la sociedad ya se-encarga de reducir los lados dementes a la incomprensión y a la soledad.

—¿Por qué me estás contando todo esto?

—Porque Pot es-la única persona de tus amigos que no ha acabado de desarrollar su enfermedad mental, así que no estoy completamente separado del Pot extravagante y todavía puedo tener ideas-intrépidas. Es decir, que aún no estoy bien formado y por eso sufro-anomalías.

¿Eso era lo que representaba OP? ¿Se trataba, acaso, de la lucha de nuestro mundo interior contra la fría realidad del mundo?

—¿Entonces Winona y Kornelius están muertos?

—Sí. Está muerta la parte demente, que es la que tú conoces. Cuando la parte demente es demasiado fuerte, el puzle podría volver a juntarse como un imán... así que esos lobos de ahí afuera se están encargando de asesinar a su media mitad cuando saben más de lo necesario. Tu amiga-Winona se suicidó con el cepillo-de-dientes y Kornelius sufrió simple un ataque al corazón, sí, pero fue-como consecuencia de sus pensamientos sobre OP. Eso significa que OP existe.

—Jamás averiguaré si OP existe o no.

—OP existe, pero dado que solo se-presenta para hacer enloquecer-a las personas, es decir, en estados avanzados-de enfermedad mental, vos jamás vas a encontrar-a una persona sana que te confirme su existencia. Para ellos no existe y para nosotros sí. Es un uno-contra-uno. El problema es que aquellos que hemos descubierto a OP somos minoría. Y ya sabes lo que sucede... —indagó Pot—, que los conceptos verdaderos siempre están dictados por las mayorías.

Pot y yo habíamos salido del almacén trasero a toda prisa. Cerré los ojos. Si los lobos podían ser desenmascarados, Oveja Rosa también podría serlo. ¿Quién había sido el único causante de que estas tinieblas comenzaran y desarrollara esquizofrenia? ¿Quién había sido la única y obvia persona que me había quitado el Risperdal, tal y como Oveja Rosa había dicho hacer? El doctor Merlo era Oveja Rosa.

Toc. Toc. Toc. Crucé el umbral de su casa con la frente perlada de sudor.

—Usted es Oveja Rosa. Se esconde detrás de un dibujo animado y lidera una organización que separa y sepulta el lado inestable de las personas para... no sé, ¿hacer un gobierno más eficiente?

—No sigas por esa línea, Aless. Es una orden.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Me abalancé sobre el doctor Merlo y tomé la cuerda de la persiana que había a sus espaldas, tirando con todas mis fuerzas. El doctor Merlo se quedó ahorcado y balanceándose como una bola de navidad.

Oveja Rosa había muerto. No hubo ningún lobo en el rellano.

[...]



MISMO

Oveja Rosa estaba muerta.

Oveja Rosa estaba muerta.

¿Oveja Rosa estaba muerta?

Apenas podía creerlo, pero si todos mis cálculos habían salido bien OP debería de haber desaparecido junto al doctor Merlo. Tampoco me encontré con ningún secuaz por la calle y acabé llegando a mi casa con un sentimiento de suspicacia, como desconfiando de sentir alivio.

Oveja Rosa estaba muerta y lo sabía, pero todavía tenía que demostrárselo a mi mente para que pudiera dormir tranquila. Llevaba tantos años estando de uñas que aún no acertaba a comprender qué debía hacer uno con una vida sin peligro. Una vida en la que pudieras avanzar, porque confías en que todo lo que te sucede ha sucedido de verdad.

Cuando llegué a mi habitación la tarde estaba llegando a su fin. Arrastré el gran espejo que tenía en la esquina y levanté la persiana para que la decadente luz griega incidiera sobre su superficie. Después me senté en el borde de la cama, me incliné sobre mis brazos y clavé los ojos en el espejo.

Una mujer me devolvió la vista con semblante confundido, titilante y desgastado; y sin embargo, más vivo que nunca. Los mechones de pelo negro caían entre sus ojos camaleónicos y atentos. La vena del cuello se le marcaba como un antílope fagocitado por una pitón, que resucitaba en la sien. Los labios no se atrevían a cerrarse del todo y dejaban ver unos incisivos traviesos y separados por un pequeño hueco. El cuello de su camisa tenía una solapa por dentro y otra por fuera.

Esperó. Con el mentón apoyado en sus dedos entrelazados y enfrentándose a sí misma por primera vez en mucho tiempo. Mujer contra mujer.

—No te molestes en aparecer, Oveja —susurré al reflejo—. Te he matado. Aless lo ha hecho.

Nada sucedió.

El sol arrojó sus últimos rayos de sol por la ventana antes de esconderse y un coche de policía atravesó la calle con las sirenas a tope. Me quedé paralizada con los ojos muy abiertos y la mandíbula en tensión, pero el vehículo continuó su camino hasta desaparecer. Solo entonces me di cuenta de la tranquilidad del silencio y de la paz que siempre traía consigo.

Esperé a que la ausencia de ruidos consiguiera serenarme de nuevo, pero esta vez fue imposible: empecé a percibir una especie de zumbido eterno en el ambiente que nunca antes había escuchado. Estaba sonando el silencio. Jamás me había parado a pensar que el silencio tuviera sonido, es decir, que no existiera realmente.

Al final, después de pasar tres horas escuchando la baja frecuencia de hercios, estuve a punto de levantarme de la cama para dar por finalizado el experimento. Me dolían los riñones y la columna vertebral crujió como una bóveda renacentista agrietándose.

Pero entonces se me cayó el alma a los pies, cuando una nebulosa rosada empezó a formarse en la superficie del espejo y se encarnó en el contorno de mi rostro, esparciendo sus píxeles por los bordes. No pude reaccionar. No podía creer que al final volviera a estar aquí.

Sus pezuñas descansaban frente a su pecho con el ángulo de una mantis religiosa. Elevó el labio superior en una mueca insolente, hecha con una simple línea dibujada.

Volvemos a vernos.

—Tú... —me froté los ojos—. Tú no deberías estar aquí.

—Porque tú lo digas.

—Entonces tú no eras el doctor Merlo —me apené—. Era inocente y me has obligado a matarlo.

—Yo no te he obligado a nada. Solo has tomado la justificación para eliminar lo que verdaderamente te molestaba —puntualizó sonriendo—. ¿No lo dijiste en una ocasión, cuando murió Winona? ¿Que ojalá tuvieras una excusa para matar a alguien?

No respondí inmediatamente, sino que me quedé un momento observando sus pupilas horizontales superpuestas en las mías.

—¿Quién eres? —pregunté al final.

Eso no es lo importante, Aless. Lo importante es quién eres tú.

—Soy una asesina.

—Lo único que veo yo es una pobre enferma con el cerebro podrido. Solo eres una esquizofrénica y con eso basta —excusó el dibujo animado.

—Esquizofrénica, paranoica y apática. ¿Qué te he hecho yo para merecer eso?

—¿Te quejas del trastorno Paranoide, que no ha sido más que un escalón hacia la esquizofrenia? Es ahora cuando deberías empezar a preocuparte, corderita, que estás hablando con un espejo —se burló maliciosamente—. ¡Cubro y descubro!

Le di una patada al espejo, que hizo temblar el reflejo rosa.

—Para ya con esa maldita frase —gruñí con hostilidad—. ¿Qué significa?

La oveja soltó una risita y susurró:

Significa que la lógica es como la luz: todo lo que cubre, lo descubre. La luz de la razón, Aless, la luz de la cordura. ¿Acaso tú no quieres volverte sana como todo el mundo?

La miré como una rata gorda de alcantarilla mira a un gato durmiendo en un bordillo. Entonces Oveja Rosa entrevió mis intenciones y se quiso marchar rápidamente, disolviendo sus píxeles en la superficie reflectante, pero yo me levanté de golpe e introduje las manos en la imagen del espejo.

No esperaba ese tacto sedoso de la lana, vibrante y dinámico como si tocara una corriente eléctrica. Si alguna vez has tocado un dibujo animado, sabrás de lo que te hablo. Mis dedos habían atravesado el cristal como si fuera una lámina de agua y se habían hundido en su pelaje rosado, mientras agarraba su hocico con la otra mano para impedirla desaparecer. La imagen parpadeó y los límites de la habitación desvariaron por la presión psicológica; no me dejé amedrentar por sus pupilas horizontales entrecerradas y tiré del pelaje de su nuca en mi dirección.

El disfraz virtual fue rasgado con un solo movimiento y el ser que había detrás del espectáculo quedó al descubierto.

A estas alturas creo que ya podéis imaginar de quién se trataba.


▪▪


Sonó el timbre. Dejé de recoger los cristales del suelo y caminé hacia la puerta con las manos sangrando. Abrí y encontré a Pot parado en el felpudo.

—¿Qué hiciste? —preguntó, mirándome con una mezcla de confusión y preocupación en el rostro.

Aunque probablemente se refiriera a los trozos de espejo que tenía clavados en los dedos, lo único que pude hacer fue confesar al borde del llanto:

—He matado a mi psiquiatra.

Esperé mansamente para recibir sus reproches, pero el argentino se limitó a mirarme con curiosidad y a preguntar:

—¿Y cómo se sintió?

Me quedé sin respuesta, aunque ya debería estar acostumbrada a que Pot no me juzgase. Así que entré en casa con desolación y salí a la terraza rápida como un vendaval. Mi cuerda se quedó enroscada en la barandilla del balcón y el helio de mi cuerpo se quedó varado frente al abismo; me convertí en un globo triste con las piernas colgando y sin determinación para echar a volar.

—Debería tirarme ahora mismo y acabar con todo —gimoteé—. Todavía no entiendo por qué sigues conmigo después de todas las cosas terribles que te he dicho. No mentí cuando dije que yo nunca te había considerado mi amigo.

—No digás pavadas —dijo Pot pacientemente, sentándose a mi lado en la barandilla—. Siempre podés elegir estar solo, pero no siempre podés elegir estar acompañado. Disfrutálo y listo, boluda.

No dijo más. Ante nosotros pasó un furgón de prensa de la ERT a toda prisa, en dirección a la casa del doctor Merlo. Suspiramos y nos quedamos con la vista fija en el frente, inmóviles, hasta que empecé a percibir un temblor en mi compañero y giré la cabeza para mirarle.

Gruesos lagrimones estaban corriendo por sus mejillas y alrededor del puchero que había formado en su boca. Un moco opaco unía su orificio nasal con el labio superior.

—No llores, Pot —le pedí, posando la mano en su hombro—. No podemos acabar con Oveja, pero es posible vivir con ella. Al menos ya sabes quién nos ha hecho esto.

—Lo peor de todo no es conocer quién fue el culpable, ni tampoco olvidarlo a lo largo de los años. Oveja Rosa me chupa un huevo, Aless. —Pot levantó la vista humedecida y dolorosa—. Lo peor de todo es olvidar el objeto que perdimos y todo lo que significó para nosotros. Lo peor es que yo olvidé a mi abuela, Schrödinger olvidó a su general y Romina habría olvidado a su Terry, de no ser por la narcolepsia. Lo peor de todo es que olvidamos aquello que más amamos en el mundo, y eso es lo que está sucediendo ahora mismo con millones de enfermos mentales sin que puedan hacer nada por evitarlo: esquizofrénicos, hebefrénicos, borderlines, korsakofs, amnésicos, tourétticos... —sorbió los mocos—. Y si no lo recuerda, ¿cómo puede saber una persona que sucedió de verdad? ¿Sucedió de verdad entonces? La enfermedad en sí no nos molesta, pero Oveja Rosa nos quitó nuestra historia y eso sí que no se lo voy a perdonar nunca.

Le miré con atención, grabándome a fuego lento sus palabras. En caso de que el proceso siguiera su curso, yo olvidaría la única medicina que era capaz de curarme, el Risperdal, pero eso no tenía, ni de lejos, una carga emocional tan importante como la de mis compañeros.

—¿Cómo sé que no voy a volver a olvidar a mi abuela en un futuro? —lloriqueó de nuevo—. ¿Cómo SÉ que no la estoy olvidando ya?

Me quedé observándole un rato más, para aprender un dolor que no llevaba en las venas. Y cuando conseguí comprenderlo, me acerqué a su cara y le limpié las lágrimas de un lametón a modo de respuesta. Su moflete sabía salado.

Él sabía que yo no podía contestarle a eso, que lo único que podía hacer ahora mismo y durante toda mi vida, era acompañarle. Pot se quedó un momento con una mueca anormal en el rostro y después sonrió débilmente, porque la locura entre los locos es tan empática que nunca va a recibir desprecio.

Impulsado o no por Oveja Rosa, al final todo lo que había hecho había nacido en mí. Estaba orgullosa de mí misma, de mis decisiones y de mi insanidad. Siempre había actuado como se suponía que debía actuar una persona normal, lo que se traducía en frustración al ver que mi propia enfermedad me lo impedía. Andaba tan preocupada por no empeorar que realmente ya lo estaba haciendo.

Por eso es tan importante aprender como desaprender. Hay muchas cosas que haces con tu vida porque así te las han enseñado y así es como sueles funcionar, pero deberías preguntarte si eso es lo que realmente quieres. Jamás había pensado en la posibilidad de dejar que las cosas siguieran su curso. Supongo que no debemos aprender a mantener el equilibrio, debemos aprender a no interferir en él.

Alcé la vista hacia el cielo, hacia la pálida y desordenada ciudad de Áspid.

—Creo que ya voy a poder dormir tranquila, Pot —anuncié con una vaga sonrisa. El viento removió mi pelo con vacilación—. OP existe para todos los locos del mundo y para los cuerdos no. Creó trastornos en trabajadores cercanos al gobierno para implantar a sus propios trabajadores, porque solo mediante máquinas despiadadas se puede dirigir un país. De hecho, probablemente ahora mismo OP esté actuando en todos los países del mundo además de Grecia, o quizás exista un OP diferente para cada uno. Eso no importa. Lo entiendo, y está bien.

Pot me miró.

—¿Y cómo pensás guardar un secreto tan grande?

—No tengo que guardarlo —repliqué con serenidad—. Nadie va a creer a un esquizofrénico.

El argentino silbó ante la respuesta.

—¿Y vos estás bien con eso?

—Sí —respondí tras una pausa—. No podrían darse cuenta aunque lo quisieran. Para ellos no metí las manos en el espejo, sino que me corté al golpearlo. Para ellos los secuaces de OP disfrazados de lobo jamás rompieron la puerta del doctor Merlo con sus hachas; por eso su esposa no salió a ver qué sucedía. Para ellos ninguna niña se chocó contra un secuaz de OP.

—Sos una buena detective, Aless —susurró Pot—. Al final hiciste tu trabajo aunque OP te hubiera despedido.

Entonces me di cuenta de que Oveja Rosa se presentó ante el teniente Rudy por primera vez en la Guerra Civil de Grecia. Me di cuenta de que OP llevaba preparando toda la parafernalia de los trastornos desde hacía treinta años, quizás más, y todo mediante pequeñas acciones como robar objetos a las personas. Y había conseguido afectar al gobierno. Y estaba consiguiendo cambiar el mundo.

Así que quizás yo con mis pequeñas acciones también lo estuviera cambiado. Quizá en el fondo, todo este teatro al que llamamos "vida" sí que tuviera algún sentido. Estos pensamientos me sorprendieron a mí misma porque significaban el derrumbe del otro pilar fundamental de mi vida, la apatía. Que Oveja Rosa me hubiera ayudado a superar mi enorme conflicto social resultó tan irónico que estuve a punto de caerme del balcón.

Porque tenemos el poder de hacer eso. Porque el cerebro es la única máquina capaz de transformarse a sí misma. Y no hay nada más poderoso que poder transformarte a ti mismo, a tu esencia, a tu contenedor, y seguir siendo tú a pesar de todo. «Plasticidad cerebral» se llama; posibilidad para cambiar.

—En realidad... —logré estabilizarme antes de hablar— siempre me ha preocupado que no haya un fin por el que luchar, una meta.

—Calláte. Menos mal que no hay una meta perfecta, porque si la alcanzáramos, cualquier cambio que viniera sería para mal —contestó Pot, encogiéndose de hombros—. Al menos ahora te siguen deparando cosas buenas.

Le miré con la ceja alzada.

—¿Así que eso es lo que tengo que hacer? ¿Luchar eternamente contra OP?

—Al final eso es lo que hacemos todos, luchar eternamente contra la vida —respondió—. ¿Sabés? Hay una película que dice que si uno no encuentra razones para seguir viviendo, hay que inventárselas. Quizá eso estés haciendo vos, inventártelas.

Me encogí de hombros, pensativa, y me llevé la mano ensangrentada a la boca.

—Al menos me entretiene.

La patrulla de policía apareció por el principio de la calle con su consecuente escándalo. Ya me parecía que estaban tardando mucho. Los vecinos se arremolinaron frente al portal y señalaron hacia nuestra posición con su arrogante dedo índice. Algunos de ellos eran personas que me habían contado sus problemas miles de veces por la calle.

—Ahí vive. Esa es la loca que asesinó a su psiquiatra.

—¡Qué salvajada! ¡Qué poco piensan algunos!

—Oh, dios mío. Va a tirarse.

—¡A mí me caen mal los profesores de mi hija y no voy matando a nadie!

—Tienes razón. ¡Qué falta de empatía!

—Los enfermos mentales son peligrosos. No sé por qué no están todos en el manicomio.

—A ver si la detienen ya, que tengo los macarrones en el fuego.

—Nunca levantaba la persiana. Sabía yo que tenía algo que ocultar.

En ese momento los policías entraron al portal, mientras la prensa desenredaba todos sus cables y peleaba por adentrarse en el piso. Pot y yo lo observábamos todo desde el palco, como si fuéramos una pareja que hubiera ido al teatro.

—Qué asco. La forma en que la gente trata a los enfermos mentales a nosotros nos sienta como una conspiración. Así que solo por eso, lo es. —El argentino me miró—. ¿Te dás cuenta de algo, Aless? Estás luchando contra OP igual que luchás contra vos misma.

—Sí.

—¿Y no podés ver relación? Oveja Rosa está molestándote igual que la parte cuerda de Winona mató a Winona, o la parte cuerda de Kornelius mató a Kornelius. ¿Recordás lo que dijo mi otra mitad sobre los lados dementes que se vuelven conscientes de su identidad?

No supe qué decir. La policía entró en casa sin ninguna dificultad, pues había dejado la puerta abierta cuando Pot llamó al timbre.

—Estoy orgulloso de vos —añadió con una sonrisa—. Conseguiste lo que yo no pude conseguir en su día.

Entonces se acercaron por la espalda y tiraron de mi cintura para apartarme del balcón, esposándome las manos y enrollándome un collarín de cuero para evitar que mordiera a alguien. Habían debido de confundirme con un perro.

—Gracias, Pot —sonreí débilmente—. Acuérdate de venir a visitarme.

Después me levantaron del suelo y me arrastraron hacia la puerta, seguidos de media docena de doctores.

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