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Capítulo 1: Un milagro del Olimpo

Los humanos solo teníamos dos cosas seguras en la vida y una de ellas es que el objetivo de vivir es conseguir la felicidad a plenitud, mientras que el otro no fuera tan feliz: nuestro destino final e irrefutable, la muerte.

Pues bien, todo lo que vivía tiene que morir en un momento, y esa es una ley de la vida que resulta inquebrantable para cualquier ser vivo.

Existían quienes desafían las leyes naturales, seres humanos que acaban antes de tiempo con el más grande regalo que se les había otorgó en el momento de su concepción: «la vida misma», interfiriendo en su destino como en su propósito de vida.

Entregando lo más valioso que tiene el hombre ante los dioses, su alma, existían quienes se alegran y reciben este regalo con gran alegría, pues es un alma que estará destinada a navegar en el inframundo. Donde el dios de los muertos y soberano del mismo los espera con ansias, Hades el soberano del abismo con su preciosa esposa Perséfone.

Donde existía el mal, también convivía el bien, todo en un perfecto equilibrio. Su contra parte era la diosa de la sabiduría y patrona de la guerra, una heroína del calibre de Odiseo, bajo el nombre de Atenea.

La diosa tenía por personalidad ser muy diligente en sus tareas, y como era de esperarse con dicha cualidad, ponía mucho esmero y eficacia a la hora de realizar un trabajo. Era disciplinada, protectora y justa, en fin, una de las diosas más amable, por tanto, la favorita de Zeus.

Y para Carolina, una mujer terrestre proveniente del pueblo Alk'am Hills, tuvo la enorme suerte de que ella se fijará en su caso, uno de los miles de millones que existían en el planeta azul, la tierra.

Atenea reposaba junto a otra diosa, Afrodita. Ambas se encontraban sentadas al borde de una fuente circular de mármol en tono blancos, que a su vez en el centro tenía tres pisos más por donde salía el agua cristalina. Esta fuente era la que servía como ventana al mundo humano, donde los dioses podían visualizar la vida de los mismos.

La importancia de los humanos para los dioses eran sus plegarias; estas eran las que les llenaban de fuerza y ego, a los mismos por ello, habían instalado un medio por el cual pudieran observar sus vidas. El nombre de la fuente era: «Hydor Persee», su nombre proviene del griego, donde Hydor significa Agua y Persee era el nombre de la familia que comunicaba el Olimpo con la tierra.

Alk'am hills era un pueblo pequeño rodeado por grandes montañas y poseedor de una vasta vegetación, así como un extenso lago que rodeaba el lugar; aunque no por completo no lo incomunicaba de los demás pueblos colindantes.

Justo llamó la atención de la diosa Atenea la manera en la que Carolina, una mujer joven que no rebasaba los treinta años de edad, caminaba por una de esas montañas de madrugada. En el frío de esa madrugada, la neblina espesa apenas si dejaba divisar su silueta.

Carolina era una hermosa mujer de tez morena clara, sus ojos marones, al igual que su cabello largo y lacio. Caminaba a paso firme al borde de una montaña que desembocaba al lago principal de dicho pueblo. Su mirada lucia perdida, tanto como sus sueños. Fue Carolina una mujer que Atenea disfrutaba de ver en sus ratos libres, porque era una mujer, justa, recta y amorosa; algo que difícilmente se podía ver en la mayoría de humanos.Principio del formulario

Atenea creía que Carolina merecía lo mejor de su mundo, pero Carolina había sido machacada por la vida desde que se casó con James Smith, un joven del que se enamoró de manera perdida y a su vez él de ella. Ambos rompieron sus compromisos y decidieron casarse, lo que llevó a James de un trabajador de campo a la jefatura de la estación de policías de ese lugar.

Al inicio, como toda buena pareja de enamorados, ellos lucían muy felices. Al paso de los meses, muchos se cuestionaban por qué Carolina no había quedado embarazada después del matrimonio. El tiempo pasaba y la presión de ambos padres terminaron por agobiarla. Al principio, su esposo James la apoyaba, pero cuando fue amenazado por el padre de Carolina de que si no daba un heredero perdería su posición en la estación, eso quebrantó el espíritu de James. Pues su sueño era el de ser muy respetado y comenzó a presionar y utilizar a Carolina. De forma eventual, comenzó a ser grosero e hiriente con ella, rebajándola por tener aquella condición para no poder ser madre.

Nadie la apoyaba; ocasionalmente todas las críticas y las palabras incorrectas hicieron que Carolina se fijara una meta imposible para ella en su condición: «ser madre». La presión social que le ejercieron todos a su alrededor la llevaron a ese único propósito de vida.

Carolina cada vez se amaba menos y lloraba casi todo el tiempo. Todos los días se hacía una prueba de embarazo y siempre daba como resultado «negativa». Con tristeza sollozaba su desdicha, y James se molestaba de tener una esposa débil e inútil. No pasó mucho tiempo para que flaquera y decidiera tener un nuevo romance a escondidas de su esposa. «Así es mejor para los tres» lo pensaba y se lo decía a sí mismo una y otra vez.

Sin importar que hagas, todo emerge por su propio peso. No fue hasta la doble muerte de sus padres en un operativo importante donde Carolina, miró a James entre las tumbas de aquel panteón besando a su amante, la señorita Williams, que comprendió que al fin ya no tenía a nadie ni nada que la atara en este mundo.

Esa noche preparó la cena favorita de su esposo a pesar de su luto. Lo esperó con paciencia, lo único que recibió fue una llamada de él, diciéndole que de nuevo había trabajo por hacer y estaría más ocupado debido a la falta de sus padres; él tenía que cubrir dos grandes faltas. Aunque ella sabía la verdad, prefirió no discutir. Sería el último día que se verían así que, comprensiva, le dijo que lo esperaría en casa.

Guardo la comida, que ni siquiera probó debido a su duelo y la tristeza de haber perdido a su esposo a manos de otra mujer. Acomodó el uniforme limpio de su esposo en el ropero con ternura y se dispuso a dormir. En la madrugada sintió como James había vuelto de su aventura y se había bañado para limpiar un poco de la suciedad que sentía cada vez que regresaba a su casa y veía a su esposa dormida.

Al despertar, Carolina se levantó un par de minutos antes que él bajo y le hizo su último almuerzo. Colocó la cena que le había hecho la noche anterior. James descendió y tomo el lonche, sin agradecerle en lo absoluto a su mujer. Hacía mucho que no se despedía de ella, o le daba un abrazo o algún beso. No le decía «te amo», ni siquiera agradecía lo que de manera habitual hacía por él.

Grave error.

Lo que James ignoraba eran las verdaderas intenciones de su esposa. De tan solo haberla observado al menos unos instantes pudiera haber adivinado sus planes reales, pero no lo hizo y se marchó a su trabajo, gustoso de que vería de nuevo a la mujer de la que se había embelesado.

Carolina tomó uno de sus abrigos, peinó su cabello y se maquilló el rostro. Se miró al espejo y lo único que vio en aquel reflejo era a la mujer más horrible. Estaba en absoluto cegada por la depresión que se le había acumulado, y la hacían ver lo que no era en realidad.

Así pues, condujo a las afueras de Alk'am Hills, y tomó el camino de la montaña más alta cercana al lago, mismo donde conoció a James en una salida con sus amigas. Y con el paso de las horas, quedaron en absoluto flechados uno del otro. Quería de manera irónica acabar con todo justo donde comenzó.

Aquello alarmó a la diosa Atenea, que miró con tristeza desde la fuente cómo un ser humano que había admirado por mucho tiempo debido a su naturaleza amable y bondadosa, se estaba desquebrajando a pasos agigantados.

No quería perderla. No deseaba verla así caer en las fauces de Hades. Así que, con la inteligencia con la que fue concebida, Atenea formuló un plan para cambiar el destino de una de las humanas con la que más se había encariñado.

—Parece que ese será el final de esa mujer. —Afrodita, quien no compartía la filosofía de Atenea, no tuvo reparo en decir tan crueles palabras, sin importar cuánto pudiera lastimar a la presente.

Para Afrodita, como para otros dioses griegos, los humanos solo eran adoradores de ellos, un número más, una raza inferior que solo servían para utilizar. Solo por ese egoísta motivo, debes en cuando, los cuidaban de su propia extinción.

—¡No!, si podemos evitarlo. —Sonrió animada Atenea—. Después de todo, tú sí que tienes el don de darle lo que más desea.

Para Afrodita, la idea de ayudar a la mujer para hacerla fértil y pudiera tener el hijo que tanto anhelaba, en el pasado no le hubiera generado problemas, pero en la actualidad, donde los humanos habían dejado de creer en su existencia y el de casi cualquier dios, le causaba incomodidad. Ya no recibiría la atención que deseaba por poner en practicar su don. Con vanidad deseaba negarse y se lo haría saber.

—Claro, hoy quiere un bebe, mañana tal vez un Pegaso... ¿Se lo darás también? —Devolvió la sonrisa con ironía—. Por favor, Atenea, compréndelo y acéptalo de una buena vez. Si el ser humano no tiene una meta clara en la vida, está predispuesto a morir.

Aquello heló a la diosa Atenea. Afrodita tenía un punto clave. Sin embargo, ella era mucho más terca y decidida con lo que se proponía; no perdía fácil la fe cuando una idea se le clavaba en la mente.

—Pero ha sido una buena mujer, cegada por una meta imposible para ella —imploró la diosa con voz de súplica.

—Entonces la única culpable es ella. ¿Por qué pensar en cumplir los deseos de los demás antes de amarse a sí misma? —respondió con inmediatez y sagacidad la diosa.

«¿Qué podría decirle ante tal argumentó?» Atenea se lo cuestionaba una y otra vez. Deseaba salvar a la mujer, puesto que su propósito en la vida era algo más grande que solo dejar como mensaje: "el machismo destruye, el valor de una mujer no reside en dar vida a un hijo". Sería solo un número más en un millar de casos ignorados. Tal vez generaría un revuelvo momentáneo, pero luego aquel chispazo sería olvidado. Deseaba para Carolina algo más grande que eso.

—Por favor, solo mírala. Le enseñaron que la respuesta está en el sacrificio hacia los demás. La orillaron a pensar que esa es una virtud y no un error, disfrazado en ser complaciente para los demás, abandonando lo más importante que cada humano tiene, a sí mismos.

Afrodita suspiró y acomodo su vestido largo de seda blanca ante lo comentado por su acompañante en la fuente.

—Los humanos creen que el amor propio es egocentrismo —exhaló con pesadez Afrodita, cansada de tener que seguir una conversación que ya la había cansado—, pero quien no comienza por amarse y valorarse como un ser de alta importancia, sin lugar a dudas, jamás podrá transmitir algo bueno. Será un círculo vicioso en el que, por «buenas intenciones», muchos caerán en el mismo error.

Atenea suspiró a la par su compañera y amiga personal. Sabía que tenía toda la razón, pero quien estuviera libre de cualquier atadura y error, que arroje la primera piedra.

La diosa era fiel creyente que los errores existían para ser resueltos. Es verdad que a lo largo de su vida, un humano cometerá un sinfín de errores, pero las soluciones para ellas eran igual de infinitas. Condenar a Carolina por su decisión le parecía erróneo, así que su posición, de manera inteligente, defendería.

—Es verdad, pero tu diosa de la belleza, observa lo hermosa que es Carolina. ¿No crees que merezca vivir más que otros seres humanos que no son tan agraciados como ustedes dos? —aduló con sagacidad Atenea a la diosa para ablandarla.

El sonrojo en Afrodita no se hizo esperar. Adoraba ser elogiada por lo que era: el ser más hermoso del Olimpo.

Por su parte, Atenea, pudo notar cómo había acertado justo en el clavo. Es mejor actuar con astucia que ganarle a palabras; eso aseguraría más la victoria, tal y como había predispuesto. El pecado que conllevaba tanta belleza era el de la vanidad. A pesar de tener grandes argumentos, Afrodita tenía su propia debilidad en su gigantesco ego.

»Es bien sabido por mí, mi agraciada amiga, que algunas veces en algunas concepciones impones y otorgas el don de la belleza —prosiguió con tono adulante—. Dime, acaso, ¿podría ser Carolina tan hermosa de no haber sido tocada por ti?

—La verdad es que no lo recuerdo. —Dudó si en realidad, por error, no tocó la concepción de la mujer ya que si era bella y ese don era otorgado por ella.

Aquella duda en la diosa Afrodita le abría las puertas a la diosa Atenea, para seguir adulándola y encaminándola a su objetivo.

—Vamos, no seas modesta, que para mí no cabe ni la menor duda —halagó de nueva cuenta a la vanidosa diosa.

—Bueno, tal vez sí. —Se tocó la mejilla, con vergüenza que generaba en ella tanta adulación—. Aunque para serte sincera, la verdad es que no lo recuerdo.

Atenea puso su mano sobre la de su amiga para darle confianza y confort, una manera inteligente de confundir al enemigo.

—¿Te gustaría que una de tus más bellas creaciones terminara de esa forma? —fingió su voz, haciéndola sonar triste, pero a la vez comprensiva, como si Atenea era la que sintiera pena por Afrodita y no al revés, como en realidad era. Y esta inteligente diosa había volcado los papeles a su favor.

—No... Yo creo que no. —Titubeó con respecto a su respuesta; sin embargo, se dejó llevar por sus impulsos de vanidad y terminó por ser accesible más de lo que deseo al inicio.

La notoria tristeza que le generó la incertidumbre trabajada por su colega, la orilló a cambiar su propio objetivo sin siquiera notarlo.

—Pues no se diga más, Sura Persée, llévenos justo a esa parte de la tierra —ordenó Atenea victoriosa.

Una hermosa diosa de uno y setenta centímetros más o menos fue lo que quedó en estatura para poder ir al mundo humano sin asustarlos, ya que sus estaturas reales son colosales. Morena, con el pelo muy largo y, poseedora de unos ojos azul-verdoso muy intensos, unos labios carnosos, una piel perfecta y muy cuidada. Sin decir nada con la boca, pero si reverenciando a las mujeres, aceptó su pedido y colocó su mano en cada una de las diosas y, mirando hacia la fuente, cerró sus ojos en búsqueda de la mejor ruta para transportar a las diosas. De momento, se sintió un ligero temblor en el suelo y una luz blanca que emanaba de aquel ser se intensificaba.

—¡Oye!, ¡Oye! Esperen un momento... —Reviró demasiado tarde. Ya no había nada más que hacer; había caído en la ventajosa trampa de Atenea.

La diosa Afrodita fue silenciada, porque justo cuando entendió que fue manipulada, se dio la transición del Olimpo a Alk'am Hills, así que solo le quedó enmudecer y resignarse al haber sido súbitamente engañada por aquella diosa. Era más vergonzoso admitirlo que soportarlo. Después de todo, era solo una humana. «¿Qué podría pasar después de todo? Ya antes lo había hecho un sinfín de veces.»

Gran error, de nuevo predisponer el pensamiento sobre algo que puede ser tan incierto, como lo es el pensamiento y el actuar humano, es un problema mayúsculo. Aunque claro esto, la vida misma se lo enseñaría a quienes creían tener las respuestas a todas las incógnitas.

Así como se fueron del Olimpo, así aparecieron en la tierra, los tres cubiertos en un aro de luz. Atenea miró cómo Carolina de forma peligrosa caminaba al borde de la montaña.

Carolina perpetuó la primera vez que la mirada de James y la de ella se cruzaron por inicial ocasión, su primer beso, la primera vez que le endulzo el odio con un "eres hermosa", el cómo su padre la felicitó por tener un hombre tan capaz a su lado. Había tantos y tantos recuerdos que por un momento la hicieron dar unos pasos en reversa, queriendo arrepentirse de su decisión.

De sus ojos salieron unas lágrimas y dirigió su vista al cielo, esperando que del mismo le cayera la respuesta al problema que ella misma se había formado. Después de ello, recordó las palabras hirientes de sus suegros y de sus propios padres, del mismo James al considerarla una mujer sin valor por no poder quedar embarazada. Y así continuó su triste y horripilante camino hacia el abismo cerrando sus ojos.

Sintiendo a cada paso cómo la brisa helada, jugaba con sus cabellos y cada parte de su piel, dando sus últimos suspiros e inhalando sus últimas bocanadas de aire.

—Tenemos que pensar un plan, para poder hablar con la mujer sin que se asuste. Ya es bastante tiempo desde la última vez que lo hicimos —sugirió Afrodita con serenidad.

Pero Atenea, que la miró tan cerca de lograr su impensable objetivo, corrió sin siquiera preocuparse en las consecuencias y se puso enfrente de ella, tocando su pecho para luego expresarle con alegría el propósito de su visita.

—Mi nombre es la Diosa Atenea, he venido desde el Olimpo a resolver todos tus problemas.

Aunque Atenea dejó su mejor sonrisa en aquel pequeño discurso, para Carolina ver una mujer literal levitando y con un aura tan pura que era visible y casi palpable, le genero un susto enorme. Así que con horror se dejó caer hacia el césped de la montaña, salvándose así de caer al abismo.

—¡Tú!, tú-tú, estás levitando —gritó despavorida y con sobresalto—, en definitiva, ¡enloquecí!

A continuación de ello, Carolina cayó desmayada, de la impresión que le generó la gloriosa entrada de la diosa. Después de todo, en la actualidad, el tema de los dioses solo era tocado como un medio para explicar el entorno en el cual vivía la humanidad, así como los fenómenos naturales que presenciaba y el paso del tiempo a través de los días, meses y estaciones.

La humanidad cada vez practicaba más el libre albedrío, así que esta clase de temas eran ajenos y fantásticos a su entendimiento, casi inexistentes.

—Si claro, tú ibas a resolver todo el problema, ¿no cariño? —expresó con notable sarcasmo Afrodita.

—Y por supuesto, con tu gran y valiosa ayuda —enfatizó Atenea con gusto y apego.

—¿Te parece bien si terminamos con esto ahora que el precioso saco de huesos está desmayada? —sugirió tratando de aprovechar el panorama.

—¡Por supuesto! —aceptó la sugerida porque el plan le pareció mas que bueno.

Así, Sura recostó a Carolina sobre su regazo mientras la diosa Afrodita tocaba el vientre de la mujer, entonando unas palabras en una lengua muerta, otorgó el don de poder concebir a la señora.

Sura, entre muchas de las habilidades que sostenía su diminuta familia, los Persée, despertó el sentido de la escucha en Carolina, pues cada bendición que entregaban como don las diosas tenía sus debidas restricciones y términos que debían seguirse, de manera casi inconsciente.

—Escúchame con atención Carolina, serás madre de un varón, que te protegerá a ti de todo mal, incluso de ti misma. —Acomodó uno de los mechones de la humana—. Él tendrá una belleza incomparable entre los hombres.

Al escuchar esto, Atenea pensó que tal vez no era todo lo que Carolina necesitaba y, ya que se había inmiscuido en la creación de ese ser, lo quería dotar también con una bendición especial. Así que colocó sus manos en el vientre de Carolina encima de las de afrodita.

—Un cuerpo divino necesita una hermosa mente. —Le dio una sonrisa a su compañera diosa—, y para ello lo dotaré de una sabiduría incomparable.

—Un kaloskagatho —susurró rememorando el significado, Sura.

Para los griegos, un cuerpo hermoso era equivalente de una mente hermosa y sabia. La palabra que se le dio a los dioses que alcanzaban dicha equivalencia eran llamados: kaloskagatho, que significa ser agradable a la vista y, por ende, ser una buena persona.

Es por ello que la sociedad moderna, se suele tratar de manera más amable a las personas «bellas físicamente», porque esta creencia se arraigó a través de los años y se quedó de manera inconsciente en el subconsciente humano.

Ambas diosas se miraron al decidirlo, su comunicación visual afirmativa lo confirmaban, habían decidido el nombre del niño, al que, por los cromosomas abundantes del padre (XY), que no era de la ignorancia de la diosa de la fertilidad y deseo de la misma Afrodita, estaba destinado a ser genéticamente un varón.

—Le llamarás Adam y él será la luminiscencia en toda tu penumbra —entonaron al unísono Afrodita y Atenea.

Una vez finalizado el ritual inicial, la llevaron a su automóvil y la acomodaron en el asiento del conductor. Borraron —ciertas partes de la memoria de Carolina— para hacerlo pasar como un sueño. Una vez realizado esto, Sura llevó a las diosas de vuelta al Olimpo y a Carolina la dejaron dormida en un sueño cálido, que la haría volver a su casa sana y salva. Ahora, Afrodita solo debía preparar a James, el futuro padre. Aunque lo detestaba con desespero, debía terminar lo que había empezado. Esperaba que aquella mujer valorara la enorme bendición que se le iba a otorgar bajo el nombre de: Adam Smith.

Este es el primer capítulo. Ojalá sea lo que esperaban y, si no, exíjanme a mí. Me gusta mucho mejorar. Próxima actualización: sábado 2 de marzo a las 8:00 p.m., hora de México.

Nota: Me faltó el meme en la semana se los pongo.

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