Un nuevo día en Neoston. Escucha el cantar de pájaros conocidos, descubriendo el amanecer desde el cristal y resentido en los músculos por la posición que ha tenido al dormir en el sofá,

    En la lejanía, el sonido de un motor que se enciende, voces, risas, y despedidas breves. Sucede fugaz pero él salta y estudia la figura de los padres marchar en una camioneta. Nam Joon alza el brazo y saluda.

   Se van durante una semana. Ya no tendrá que acumular celos o dolor. Entonces la llegada del otro asoma, y se apura en arreglarse un mechón rebelde que sobresale hacia arriba.

   —¡Buen día, Blue Bird! ¡Ven a desayunar conmigo!

   Abre la boca, la cierra y asiente feliz.

    La mesa está llena de bocadillos. Bollos dulces, mermelada, tostadas, frutas, café o jugo natural. Ambos saben que iban a tomar lo mismo, similares cuando untan el dulce en el pan o cuando huelen antes de beber.

   —Te dejaré dormir en mi habitación, siéntete como en tu casa, ¿sí? Y a todo esto, iré a visitar a la señora Norrer. ¿Estarás bien solo?

    —Sí, siempre lo estoy así que no te preocupes. No será diferente.

   La preocupación de su semejante es palpable. Es ahora él quien ofrece una sonrisa, volviendo a insistir que estará bien con los libros.

—Puedes usar mi cámara si te apetece —ofrece, una tentación que acepta sin réplica—. Y lo que quieras, sé que vas a cuidarlos bien.

    Una vez que terminan, levantan todo. La mañana es dinámica, mientras que Nam Joo se abriga, luchando con la chaqueta mientras volvía a repetir las mismas palabras del desayuno.

    —Ya, ya. Deja de preocuparte, estaré bien.

    —Bueno... Es que no me agrada dejarte en la cabaña solo y tampoco me gustaría dejarte así de nuevo ahora que mis padres no están.

   Tiene su punto. Esboza una sonrisa que disipa las inquietudes ajenas.

   —¡Qué te vayas de una vez, Nam Joon!

    —¡Ya me voy, ya me voy!

   Y se va. El silencio es bastante desolador una vez que no escucha el eco de su voz o la voz de Nam Joon. Teme decir decir que le gusta hablar con su semejante, ahora no logrará acostumbrase a estar solo de nuevo. Porque el espacio es grande para alguien como él.

    Pasea por la sala de estar. Muebles encantadores y anticuados, con fotografías expuestas de los Kim. Emanan un sorbo de felicidad que le contagia el alma y se sienta en el sofá, imaginando ser uno más de la familia.

    Lo que nunca ha sucedido ni sucederá.