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002

   La cena es maravillosa. Parece uno más. Y por algún motivo que escapa de su entendimiento, eso se vuelve extraño. Un tinte afable que su mente mal interpreta, por ende, desea irse con urgencia, levantarse de la alfombra en la que Thomas lo arrincona, con sus juguetes y su alegre risa. Sí, no sabe la razón, solo sabe que existe un agobio que lo deja sin aliento y que la mirada del adolescente, Christopher, le entrega rechazo. 

   ¿Por qué? ¿Por qué le rechaza? ¿Qué ha hecho para merecer tanto repudio? ¿Son sus ojos? ¿Es su cabello tan lacio y negro? ¿Su piel lozana que hace creer a muchos que es muy joven? 

   Inesperadamente, Christopher le hace un pequeño gesto de cabeza. Lo invita pese al evidente repudio, a la poca simpatía que se ha vuelto mutua. E intenta sonreír, fingir como está haciendo desde que ha pisado aquella casa.

   —¿Qué sucede?

   —Será mejor que tengas cuidado, señor Kim. 

  Es una advertencia. Algo que supone tras su llegada a Neoston.

   —¿Por qué?

   —Escuché a mi padre llamar por teléfono, sobre ti. Ten cuidado por donde pisas, podría estallar algo... Algo grande.

    Las palabras retumban en sus oídos, es un eco que se expande y lo atraviesa. Tiene miedo, no lo deja en evidencia y sin embargo, endereza su espalda, respira hondo. Asiente, sumiso, intentando desligarse de un tema que, de todos modos le alcanzará. 

    Una vez que se despide de los Norrer, sigue el sendero de luces, unas que parecían más tecnológicas y avanzadas de las que conoció en su ciudad natal. ¿Cómo un pueblo tenía algo tan sorprendente como eso? ¿Quién cuidaba de Neoston realmente? ¿De dónde salía? La respuesta probablemente estaría en el imponente pero pequeño edificio que siempre avista todas las mañanas.

   Los espacios públicos son limpios, pero no deja de sentirse intimidado por los artefactos que son como esculturas, enlazadas e ignoradas en el paisaje. Chatarra... ¿Era chatarra como había dicho el alcalde?

    No hay ni un alma cerca tras el descenso del atardecer. Apura el paso asustado. Perdido porque es el único que compró una cabaña en medio del bosque, atrapado entre tantos secretos y posibles depredadores. Y corre. Corre como si necesitara hacerlo, porque la energía cinética lo obliga, es un torrente sanguíneo furioso, la adrenalina se enciende por una reacción tan natural como la necesidad de escapar. 

    Pero no. Está estancado. Ya no tiene dinero y ya no quiere irse.

    Antes de lanzarse a su sofá, acomoda el disco de vinilo que trata como su tesoro. Ella Fitzgerald se coló en sus huesos con su canción Taking A Chance On Love. Enrolla sus rodillas, ocultando su rostro, tembloroso y se queda tan dormido, que el día baña sus facciones.

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