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Capítulo 8: Un ángel caído.

Sin importar cuantas veces tratara y negara con mis palabras... continué ahogándome en la incertidumbre que los demás generaban a mi alrededor.

¿Estoy rodeado de demonios o el demonio soy yo?

Azra.

—¿A dónde vamos? ¿Por qué estamos en los puentes cueva?

No respondían mis preguntas, y mis nervios aumentaban con cada paso dado en las rocas sobre agua negra. La iluminación iba y venía de las paredes, como una ilusión generara por la brisa del fondo interminable. Al poco tiempo me percaté de que estábamos cerca de Nonato cuando el techo de roca se volvió cristalino unos momentos y vi las luciérnagas rodearnos. ¿Pero a donde íbamos exactamente?

—¿Ya estamos cerca, Acfred? —Preguntó Neferet, haciendo una mueca.

—Ya llegamos, para ser exacto —informó, deteniéndose frente a otra pared oxidada al final del camino, regresando el agua a nosotros con sus choques.

—¡Me trajeron aquí en contra de mis decisiones, eso es un pecado! —aclaré, moviendo mis manos de un lado a otro esperando que las esposas de cristal se rompieran.

Podría haberlos acusado de secuestro, pero en esos momentos yo tenía más probabilidades de terminar en el purgatorio. Decidí callarme. Las paredes de oxidiana con detalles dorados en el centro se abrían de arriba a bajo, dejándome vislumbrar en el centro la imagen de varias personas extrañas bebiendo. Las puertas aún no se abrían completamente, pero sabía donde era.

"Parahell. Estamos en la planta de progresión Parahell".

—¿Por qué estoy en este lugar de mala muerte? —Susurré, deseando ser eliminado.

A lo lejos pude ver a alguien familiar, lo había visto antes pero no habíamos hablado nunca. Un joven fornido con la piel bronceada, cabello largo atado y una serpiente blanca en su mano al vernos del otro lado corrió de inmediato hacia nosotros. Gritó unas palabras y lanzó su serpiente contra la palanca junto a la pared, sacó de su chaleco una pequeña daga amarilla e intentó atacar a... su peor error.

—¿Qué crees que haces, juzgador Drick?

Rechistó Acfred, tomando del cuello al chico de cabello largo hasta arrinconarlo en la pared y cruzar por completo la pared oscura y disuelta en el agua. Neferet rió y retiró la serpiente que con esfuerzo levantaba la palanca.

Los miré atónitos, todos se desafiaban.

—Bellaaa dama essss usteeeed. —Siseó la serpiente, enrollando el brazo con lentitud de Neferet.

—Disculpa, Baku. No me gustan los reptiles.

Giré en mis tobillos, devolviendo la mirada al puente cueva detrás de mí, preguntándome en qué momento huir. Para mi mala suerte, las aguas comenzaban a evaporarse y las puertas giraban para cambiar el destino del camino de rocas que antes llegaba a mí, ahora era lejano y se ocultaba con ruidos pesados con corrientes de aire helado como la respiración del gigante que sostiene las pinturas. A veces me sentía pequeño.

A veces no encajaba con la fantasía, pero tampoco en la realidad.

—¿Qué hacen aquí, asquerosos monstruos?

Reparé en la discusión, admirando la escena desde la división invisible. Pisé primero con un pie el pictura decorabat del suelo para deslizarme completamente y poder alejarme un poco de los cuerpos llenos de tensión. Tropecé con un extraño que bebía y bebía jurando matar a todos los humanos que cortaban flores.

—¡Los mataré, lo juro por mi grand-mère!

¿Francés? Extraño.

—Disculpe, mi error. —Retrocedí elevando ambas manos aún atadas, en son de disculpa. Choqué con otra mesa, donde una mujer de extraños rasgos me sonrió con molestia.

—¿Se le ofrece algo, bête?

—¡¿Qué me dijo?! —Arrugué la frente golpeando mis codos contra su mesa, sabiendo claramente lo que había dicho.

—¿Quién es este idiota? —Rechistó el chico de cabello largo, siendo arrastrado por el cuello con las manos de Acfred y Neferet sonreía conversando con la serpiente.

—Ex-arcángel de tronos. Ángel de la muerte Azra, número 0. Habita la segunda jerarquía y fue absorbido 12 años A.C. —Explicó con seriedad en su semblante, soltando al chico.

Habló con la mujer sentada en la mesa con guantes negros y le pidió que se retirara. Con irritación cedió el lugar y tomó asiento junto al hombre loco que gritaba asesinatos. Gente enferma se reunía en Parahell, no eran aceptados en el resto de plantas de progresión. Era el centro de los apartados, recogido por la raros.

—¿A qué han venido? No pueden cerrar este lugar, tenemos permisos de Miguel para tener nuestro espacio. ¿Necesitan leer los derechos de propiedad? —Hablaba Drick, moviendo su pierna rápidamente buscando respuesta en sus serias miradas.

Traté de no mirarlo mucho tiempo, me incomodaba.

—Mirt nos ha llamado, dulzura. Dijo que tenían una entidad extraña vagando en Parahell, pero no tenemos tiempo para echarle el ojo, pues las mismas apariciones se han regado por diferentes zonas. Filiae tuvo problemas recientemente con una de ellas, al parecer una chica que no sabía de su suicidio y creía aún encontrarse en el mundo. —Informó Neferet. La escuchamos atentamente, fascinados, incluyendo a Acfred, por su gran atractivo femenino aún siendo una Esper—. Les dejaremos un tiempo a Azra aquí, ¿les parece? Que él se encargue de nuestro problema mientras nosotros resolvemos el suyo.

—¡¿Eh?! ¡Espera un minuto, eso no fue lo que acordamos! —Me encolericé, golpeando las palmas de mi mano contra la mesa.

—Oye, eso es caro, idiota. —Interrumpió Drick.

—Ángel de la muerte Azra, ¿quieres ser eliminado o solo tener ese castigo de nuestra parte? Disculpe, pero nosotros no le servimos y podemos actuar libremente. —Bufó Acfred, peinando su flequillo hacia atrás.

—No puedo permanecer aquí mucho tiempo, tengo que vigilar el traba...

No terminé de formular las palabras, cuando mis chicos jóvenes cruzaron las puertas del lugar gritando de terror por lo que sea que les estuviera persiguiendo minutos antes.

—¡Superior Azra, está aquí! No sabe cuanto lo estuvimos buscando por Gehenna. ¡Casi nos violan unas mujeres con colmillos! —Exclamó uno de ellos con grandes ojos. Lo reconocí de inmediato.

—¡Yoir, no hables así con el superior! Nos puede dar un castigo si está muy estresado por el trabajo. Ya sabes como es.

Acfred, Neferet y Drick me miraron sospechosamente. Frente a mis "ángeles" fingía ser del tipo gruñón y siempre estar ocupado como el arcángel guía en medio de la recolección de muertos, pero en realidad parte de mi tiempo se perdía arreglando mis propios problemas.

—¿Y quién les dijo que podían venir hasta aquí? —Me levanté imitando una mala voz. Escuché risillas detrás de mí, las ignoré con seriedad—. ¿No están haciendo su trabajo? ¡Ocúpense de una vez por todas!

—Pero señor... ¡yo quería venir a pedirle vid extra para la reconstrucción de mi lux! —Admitió Yoir, apenado cabizbaja.

Después de haberles regañado y sacarlos del lugar, volví a mi asiento donde los de más alto rango volteaban la cabeza ante mi terrible actuación y mis mentiras. Yo mismo daba vergüenza.

Acfred rompió el silencio.

—Tenemos que irnos ahora, Neferet. Filiae nos está esperando en Astroluna para llevarnos a la chica, recoger su vid, y dejarla en el purgatorio antes de que sea más tarde. Su recolección se atrasó horas desde su muerte —su semblante era agotado pero mantenía su excelencia en los ojos—. Ángel de la muerte, nos retiramos. Espero puedas terminar la misión y salvar tu alma antes de que sigas arruinando más las cosas.

—Nos vemos, cariño —rió Neferet apretando mi espalda—. Te enviaremos lo necesario para que puedas hospedarte unos días en las habitaciones correspondientes arriba de este lugar.

Asentí, sin apartar la vista de los cuadros al fondo del lugar. Las pinturas me relajaban y los colores vividos del estante lleno de vocatus se me hacían hilarantes, las burbujas que brillaban como diamantina y la explosión de gamas doradas y verdes. Esas cosas eran una delicia.

Drick tomó del brazo con fuerza a Neferet, antes de dejarles cruzar por el puente cueva de Astroluna, formado por una unión perpendicular entre estrellas y un sol desgastado. Ella lo miró confundida.

—¿Necesita algo?

—¿Van a Gehenna? —Neferet asintió, clavando sus feroces ojos en él buscando explicación—. Por favor, llévenme con ustedes. Necesito un permiso especial para cruzar. Debo hablar con él, con...

—¿Con quién, juzgador? —Irrumpió Acfred.

—Él... aquel que... —El tipo no pudo terminar la oración. Molesto soltó el brazo de Neferet, y negó con la cabeza tres veces.

—Disculpa, cariño, no podemos llevarte ahí. Pero te aseguro que estás mejor aquí... —Neferet trató de consolarlo, pero él se apartó bruscamente—, solo puedes existir de esta manera lejos de él. No lo necesitamos.

~•~•~•~

Cero.

—¡¿Qué te había dicho, eh?! ¡¿No te dije que no debías dejar de verme o pensar en mí sí andábamos por aquí?! ¡Sólo piensa en mí, no pienses ni un minuto en ti o lo qué hay en tu interior!

Golpeó fuertemente mi pecho y mi cabeza. La sensación de muñeco vacío volvió a mí, perturbándome. Quería abrazarme y no escuchar, perderme en mi interior nuevamente. Como un niño pequeño ocultándome de papi. La cueva rugía con fuerza.

—¡Deténte ahora! —Gritó Elián elevando la mano, pero no le escuchó—, YO, un SUMO sacerdote de los gentium, ¡te ordeno que te detengas ahora mismo y tus rugidos se ahoguen en el interior del centrum!

Reinó el silencio y el polvo a nuestro alrededor parecía congelarse. La paz reinó también dentro de mí, haciendo que las cosas fluyeran naturalmente. Elián llevó sus manos al pecho, quejándose de un fuerte dolor.

—¿Qué sucede?

Pregunté tomándole de los brazos. Ambos estábamos tirados en el puente que dejaba de transparentarse. Sus palabras habían sido obedecidas por el espacio oscuro. El tiempo se había detenido por él.

—Los que estamos en Parahell no tenemos permitido usar títulos para ordenar a los objetos, solo Mirt... —tosió, admitiendo. Me puse de pie de inmediato, preocupado y con la culpa en la espalda—. Duele como no tienes una idea... por ser un gentium.

Me dió una rápida explicación de lo que se trataba. Comentó que había causado unos problemas hacía años, y por ello había sido expulsado de su grupo y apodado gentium, quienes en vida adorarían a otros seres del universo menos a quien todo lo ve. Sonaba aterrador, pero lucía triste en su semblante. No hablé más.

—Me debes un favor, canitas. Porque yo nunca hago favores.

—¿Me creerías si te dijera que todos parecen hacerme favores? —Bromeé.

Caminamos, él tambaleando sin parar de quejarse del dolor. Lo llevé a rastras con sus indicaciones hasta las altas puertas sobre las paredes rocosas, parecido a algún escondite secreto de suma importancia. Traté de recordar las redes donde Mirt me había conectado, y no pude evitar reír al pensar en refugios contra bombas nucleares.

No sabía como abrir la puerta, y Elián no se encontraba muy lúcido para usar sus cosas raras y demoniacas para abrirme. Drick dijo que necesitaba juzgadores para abrir las puertas, pero ahora parecía que el dolor en Elián lo adormecía rápidamente. Antes de que hablara tonterías, mencionó que dentro habría equipo para sanarlo.

—Ah... y también hay que visitar a... los unicornios de Nonato. —Ya lo había perdido.

Revisé su abrigo buscando alguna llave cuando descubrí un cerrojo no muy usado, pero no tuve éxito. Palpé su camiseta para buscar bultos y luego bajé mi mano hasta sus pantalones grises. Todos aquí eran más blancos que sus prendas. Parecían al borde de la muerte, pero ellos cruzaban una amplia diferencia, pues ellos no estaban vivos.

—Bingo. —Susurré al encontrar un broche metálico con una estrella extraña sacada de fantasía.

—No... eso... —No terminó la oración. Apretó los dientes al sentir el dolor punzante—, rápido, canitas...

Me agaché frente a la puerta, introduciendo el objeto con forma peculiar dentro de la cerradura oxidada. Esperaba que las cosas salieran mal por su apariencia, pero dentro de ella choqué con algo suave que habló.

—Espera, mi ojo. —Murmuró la entrada, dejándome ver el iris que me hizo gritar de terror—, ¿quién eres? Tú no eres un juzgador.

—¡Ya he visto muchas cosas raras, pero ahora déjame pasar porque alguien se me está muriendo!

—¿Quién se muere? —Rugió. Supe que se trataba del fantasma de la cueva que me había dado ese horrible susto.

—¡Mi juzgador! Así que ábrete de una buena vez por todas o sí no te patearé y...

—No, largo. —Gruñó, cerrando el ojo hasta volver a ser una fea cerradura. No tenía tiempo para pensar en esa asquerosidad y en como metí la mano.

Tomé el broche de nuevo y se lo clavé en el ojo con fuerza, moviéndole de un lado a otro hasta llegar a los seguros. Él volvió a abrirse llamándome lunático, su iris se deformaba y su esclera parecía derramarse como pintura por los punzones que le daba. Derramó un líquido blanco que pensé eran lágrimas, hasta que el fluido dorado comenzó a caer y mis dedos se humedecieron.

Era sangre.

Aparté el broche cuando oí un click.

—ERES UN DESGRACIADOOO. —Clamó, abriéndose con un fuerte estruendo y rechinar que molestó más a Elián, quien descansaba detrás mío en el piso.

Giré para tomarlo por la espalda y meterlo rápido antes de que volviera a cerrarse. No había luz en el lugar, solo el silencio y un olor penetrante a polvo.

—Eres ágil haciendo cosas estúpidas... —tosió, agarrándose mas fuerte de mi brazo—. Flamma alba, haz presencia.

El fuego azul oscuro iluminó los techos, transformándose en una danza helada de telas intocables a un ritmo lento. Era como ver un cielo, pero mucho más hermoso. Las cosas eran al revés en este mundo, incluso el mar estaba lleno de estrellas, y los habitantes parecían lunas en vez de no-nacidos.

Lo senté en la esquina, donde se encontraba una sala improvisada de colores oscuros. Su rostro era azul por la iluminación, como sí fuera una madrugada silenciosa. Señaló un cajón a lado de la entrada, a donde corrí de inmediato y busqué algo que pudiera ayudarle. Encontré un frasco plateado con partes doradas, el mismo líquido que había derramado el ojo, acompañado de cosas similares a agujas y lo que yo llamaría banditas... solo que eran color rojo.

Me encaminé a él, arrodillándome para estar a su altura. No estaba muy cuerdo. Le retiré el abrigo y le pregunté cómo debía limpiarle antes de inyectarle, pero negó con la cabeza y murmuró: No es necesario.

Llené la aguja del líquido viscoso, y agité la punta un poco hasta que el líquido cubriera parte de ella. No la había limpiado, pero supuse que no pasaría nada malo. Traté de eliminar mis nervios, y el recuerdo de mí mismo inyectando una fruta llegó a mí. Sacudí la cabeza y clavé la aguja.

Él se retorció un poco.

—¿Duele?

—No, cállate.

—Que amable. —Bufé.

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Mil años, pero actualicé. <3

~MMIvens.

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