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Reescrito.
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La noche era fría, sus huesos se entumecían mientras corría sobre el asfalto al mismo tiempo el vaho escapaba de sus labios en una agitada respiración, no sabía cuánto tiempo llevaba tratando de escapar de aquellos tipos, pero desde hacía varios minutos que no oía sus pasos por lo que creyó ya haberlos perdido.
En primer lugar, no sabía porque lo habían estado siguiendo, pero lo más probable es que no fuese para ser amigos precisamente.
Jimin era un chico rubio de veinticuatro años, tenía una bonita piel lechosa con mejillas sonrosadas y tiernos ojos rasgados, no tenía precisamente el aspecto de un chico malo, era delgado, pero al mismo tiempo tenía bastante músculo a lo largo de su longitud gracias al ballet y demás actividades que practicó desde su infancia, estaba en buena forma, pero aun así su escaso metro setenta y cuatro no era lo bastante intimidante.
Paró en seco colocándose las manos sobre las rodillas tratando de recuperar el aliento, alzó la vista y examinó el lugar donde se encontraba, sin darse cuenta había llegado a la zona de edificios abandonados de la ciudad, y a pesar de que no fuese el lugar más seguro para estar a esas horas, se sintió seguro.
Con cautela se acercó al lugar, ingresando en alguna de las viejas edificaciones, caminó a través del mismo examinando el entorno, las agrietadas paredes carecían de pintura, el piso lucía mojado y pegajoso siendo causante del desagradable olor en el ambiente; había cajas esparcidas por todo el lugar, algunas destrozadas y otras en buen estado las cuales parecían contener telas o vaya a saber qué otras cosas. Su vista se centró en las escaleras, tenían un aspecto bastante deplorable, los pasamanos estaban oxidados y las tablas no se veían muy seguras como para pisar sobre ellas.
Estuvo a punto de darse la vuelta para salir del edificio para volver a su casa cuando una luz en una planta superior del edificio captó su atención. Caminó hacia el lugar de donde provenía la luz tratando de no provocar ningún ruido mientras subía las escaleras teniendo mucho cuidado de dónde pisaba.
En un ancho y oscuro pasillo había una puerta algo rota y cubierta de manchas producto de la humedad, esta se encontraba entreabierta permitiendo ver el reflejo de la luz del interior, del otro lado se podían escuchar gritos ahogados de dolor lo que le hizo fruncir el ceño mientras se iba acercando de a poco; tratando de no llamar la atención.
El rubio estuvo a un par de pasos de la puerta cuando dos personas salieron de la habitación haciendo que se quedase estático en su lugar, dos chicos altos lo miraron con sorpresa y antes de darle tiempo de reaccionar ya había uno de ellos sujetándolo desde atrás, obligándolo a mantener sus brazos detrás de su espalda haciendo que quedara inmóvil, el otro chico estaba parado frente a él, examinándolo con una mirada hostil e intimidante, cómo si tratase de adivinar qué es lo que hacía allí.
― ¿Quién eres y qué haces aquí? ―preguntó en tono seco el chico parado frente a Jimin, el cual tenía una brillante melena rojiza.
―Mi mami me decía que no debo hablar con extraños ―habló el más bajo con un fingido tono de inocencia mientras sus labios formaban un puchero.
El pelirrojo alzó una ceja y río de manera sarcástica. Jimin se preguntó si verdad estaría en serios problemas.
―No te conviene jugar con nosotros, mocoso ―espetó de manera poco amigable mientras entrecerraba los ojos. Su sonrisa desapareció y el agarre del chico detrás de Jimin se hizo más fuerte lastimando sus antebrazos y haciendo que se quejara debido al dolor.
―Ya, ya. No hace falta ponernos violentos. ―Jimin lo miró fijamente a la cara―. Los chicos de hoy en día son tan aburridos, no aguantan ni una broma. ―Rodó los ojos y el contrario chasqueó la lengua sin un poco de humor. El rubio bufó resignado.
―Soy Park Jimin, y estoy aquí porque me encantan los lugares abandonados ―respondió con sarcasmo y una sonrisa que hizo que sus ojos se achicaran.
Al siguiente minuto un despavorido grito proveniente de la habitación le hizo ponerse alerta.
En un ágil movimiento logró liberarse del agarre del chico que había estado sosteniéndolo y en unas cuantas zancadas ya estaba por abrir la puerta si no hubiese sido porque el pelirrojo se lo impidió, estampándolo contra la pared con brusquedad, haciendo que golpeara su cabeza contra la superficie mareándolo por un momento, miró detrás de su hombro al chico que le había estado sosteniendo minutos antes, este tenía el cabello castaño con mechones verdes y lucia bastante guapo, le dedicó una sonrisa pícara para después devolver su atención de nuevo al pelirrojo con expresión seria.
― ¿Qué está pasando en esa habitación? ―preguntó con seriedad, escuchando los gritos volverse más fuertes a pesar de que obviamente estaban cubriendo la boca de la persona que emitía estos. Sus miradas fueron inexpresivas, para nada amigables y por un momento temió lo que podía llegar a pasar si seguía tratando de indagar.
―No es asunto tuyo, deberías irte Park, tú padre debe estar esperándote. ―El pelirrojo sonrió y lo miró; ¿Por qué hablaba como si conociera a su padre? había algo allí que no estaba entendiendo del todo. Iba a replicar, pero justo en ese momento su celular comenzó a sonar dentro de su bolsillo, el más alto le miró con una ceja alzada y con un gesto hizo que el otro le soltara un poco para que contestara la llamada.
― ¡¿Se puede saber dónde demonios te metiste ahora?! ―La voz de Park Choi se escuchó tan fuerte a través del auricular que creyó que los chicos junto a él pudieron escuchar―. SeokJin ya me dijo que no has estado en casa en todo el día, está preocupado y tú no te has dignado a contestar ese maldito aparato.
—Sólo salí a comer, tranquilo, ya voy para allá ―bufó el rubio mientras rodaba los ojos con fastidio.
― ¡Más te vale Park Jimin! ¡No pienso volver a salvar tu culo esta vez!
Y colgó la llamada.
Suspiró con pesadez y guardó su celular antes de hablar en dirección a los desconocidos.
―Bien, supongo que debo irme ―declaró con una fingida mueca de tristeza ―. Fue un placer conocerlos...
El rubio comenzó a retirarse en dirección a las escaleras lentamente dando por "finalizada" su visita a aquel lugar.
―Pero antes, quiero conocer a quien sea que esté detrás de esa puerta.
Y como si su vida dependiera de ello corrió en dirección a la puerta antes de que los chicos pudiesen si quiera rechistar, en menos de un segundo esta ya se encontraba abierta frente a Jimin, permitiéndole observar la imagen más impactante de su vida, un hombre completamente vestido de negro frente a otra persona amarrada a una silla, la víctima con el rostro tan desfigurado que no podría siquiera distinguir el género.
Se quedó pasmado, examinando el lugar mientras un río de emociones se desbordaba en su interior. La habitación era iluminada por una fuerte luz amarilla, estaba completamente vacía a excepción de la silla metálica y junto a esta una mesa con diferentes armas y lo que suponía eran objetos de tortura.
La mirada del protagonista de aquella perturbadora escena se posó sobre Jimin y lejos de cualquier reacción esperada, sus ojos se iluminaron maravillados, el pelinegro que probablemente medía poco más de un metro ochenta, llevaba un cubrebocas negro, al igual que toda su ropa; miró detenidamente sus ojos felinos también azabaches mientras sentía una descarga de adrenalina recorrer su cuerpo, todo contrastaba a la perfección en aquel chico con su tez tan pálida como la nieve. Jadeó sintiendo que le faltaba el aire.
El tiempo parecía haberse detenido, no sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero ya estaba siendo sujetado nuevamente por los chicos, esta vez ambos se aferraban a sus brazos para asegurarse de que no escapara. Se removió un poco, pero estos ni siquiera se inmutaron, se mantenían observando al chico de negro con cautela, como si esperasen que dijese algo que rompiera el apabullante silencio.
― ¿Quién es? ―preguntó el chico azabache con voz ronca, sus oscuros ojos le examinaron haciéndole temblar, por primera vez en mucho tiempo se sentía intimidado; su mirada era obscena y desquiciada, todo en aquel tipo gritaba "peligro" y era increíble que aún con eso sintiera tan atraído hacía él, cómo un imán.
―Es Park Jimin ―respondió al cabo de unos segundos el pelirrojo, su voz sonó casi asustada y el rubio no entendía el porqué.
El pelinegro se acercó a medida que retiraba el cubrebocas de su rostro, Jimin se quedó sin aliento, enseguida pudo confirmar que era sin duda la persona más hermosa que había visto, sus rasgos eran finos y delicados como si hubiesen sido dibujados a mano con suma precisión, sus ojos de ese color tan oscuro y al mismo tiempo tan brillantes que podía verse reflejado en estos, no podía apartar la vista, y el aroma qué desprendía era tan embriagador que se sentía ahogado. El reflejo del filoso cuchillo en su mano le puso alerta nuevamente trayéndolo de vuelta a la realidad y trato de retroceder un paso sintiéndose amenazado.
―Es más atractivo de lo que imaginé ―confesó el más alto con una sonrisa ladina mientras delineaba la mandíbula de Jimin con el cuchillo haciendo que este se tensara y tragara saliva pesadamente, el pelinegro le miraba como si en cualquier momento fuera a atravesarle la garganta con el filoso objeto y eso lograba que se le pusieran los pelos de punta.
―No podría estar más cómodo con la situación, pero debo irme ―interrumpió el rubio con sarcasmo tratando de librarse de la situación haciendo que el contrario le mirara casi con sorpresa en el momento en que habló, y los chicos detrás de sí aflojaron un poco su agarre mirando con duda al pelinegro.
―Ve con cuidado, Jiminnie ―espetó a modo de despedida para luego alejarse de nuevo hacía la persona en la silla, con tanta calma como si nada hubiese sucedido. El apodo por el cual le había llamado lo tomó por sorpresa y tan pronto como dijo eso los otros dos empezaron a arrastrarlo hacía la salida.
―Supongo qué no dirás nada a nadie sobre lo que viste ―habló por primera vez el chico de cabello castaño. Parecían confiar en él por alguna razón, y Jimin no tenía muchas ganas de romper aquella confianza.
―No. No es asunto mío, así que me da igual. ―Se encogió de hombros restándole importancia―. Bien. De nuevo, fue un placer, espero qué no nos volvamos a ver; no parecen personas con las que sea bueno juntarse.
Después de aquella sincera confesión de dio la vuelta para empezar a caminar hacía la calle sin más.
―Tienes toda la razón pequeño Jimin, toda la razón... ―Apenas y pudo oír, pues ya se encontraba a varios pasos de distancia.
Pero desde ese momento, sintió que nada volvería a la normalidad.
Al cabo de unos quince minutos llegó a su casa y abrió la puerta tratando de hacer el menor ruido posible, con manos torpes tanteó el interruptor de la luz hasta que pudo encenderla.
― ¡Jesús! ―Se sobresaltó de golpe pegándose a la puerta con una mano sobre el pecho.
Seokjin se encontraba sentado en el sofá con las piernas cruzadas y una mueca de desaprobación en su rostro. Sin duda más que un hermano mayor era como una figura paterna para Jimin, incluso peor, pero le amaba y era el único al cual podía considerar como familia aparte de su padre biológico.
― ¿Dónde estabas? ―Su pregunta fue directa y se derramó sobre él de manera fría, haciendo que entrelazara sus dedos y mirara al suelo.
―Y-yo... salí a comer y tuve un pequeño contratiempo ―respondió de manera tonta mientras rascaba su nuca, apenas mirándolo a la cara. El mayor ni siquiera sé perturbó.
Luego de largos segundos en los cuales le miró acusatoriamente, suspiró resignado y se puso de pie acercándose a Jimin para examinarlo, tomó su rostro entre las manos y lo revisó por todas partes como si buscase algún indicio de que algo no estuviese bien, luego lo abrazó.
―No hagas eso, Jiminnie. Ya sabes que me preocupo demasiado ―habló en voz baja dejando un beso en su cabeza para luego alejarse a la cocina y servirse una taza con té humeante que calmara su estrés, Jimin le sonrió a su espalda siguiéndolo por el lugar.
Seokjin era notablemente más alto que el, probablemente rozaba el metro ochenta y más, era de espalda ancha, y a sus veintiocho años tenía un rostro varonil que resultaba bastante atractivo para cualquiera que lo mirase, sus ojos rasgados junto a sus labios con forma de corazón y su cabello castaño que estaba perfectamente peinado cada día, eso sin mencionar su peculiar risa de limpia parabrisas que Jimin tanto amaba.
―Llamaron de tu trabajo esta tarde, dijeron que debes ir mañana sin falta; al parecer tienes un cliente muy importante —avisó el mayor mientras le daba un sorbo a su taza.
Jimin bufó exasperado, sinceramente a veces no le agradaba del todo su trabajo, pero debía aceptarlo si quería seguir con la idea de obtener algo por sí mismo sin depender de su padre.
―Está bien, iré mañana, sin falta ―aseguró después de pensarlo y Seokjin sólo asintió en acuerdo sonriéndole con afecto.
Miró su reloj, eran ya pasadas la una de la madrugada, e hizo una mueca al recordar que mañana tendría que asistir a clases en la mañana, sin más ganas de seguir posponiendo su hora de dormir dio perezosos pasos hasta Seokjin quién terminaba su té y después dejaba la taza en el lavavajillas.
―Me iré a dormir, estoy cansado ―declaró el rubio dejando un beso en la mejilla del mayor.
―De acuerdo, qué tengas dulces sueños, descansa ―respondió abrazándolo durante un par de segundos.
Dicho esto, se dio la vuelta y caminó en dirección a las escaleras para subir hasta su habitación. La casa que compartía con Seokjin no era demasiado grande, pero sí más que suficiente para los dos, había un par de habitaciones de más y la decoración era moderna y varonil, con muebles oscuros y paredes claras. Todo muy elegante.
Entró a su habitación cerrando la puerta detrás de sí y se despojó de su ropa, demasiado cansado como para tomar una ducha, se tiró a la mullida cama vistiendo sólo su ropa interior y enseguida se cubrió con las mantas para alejarse del frío. Las imágenes del suceso en el edificio invadieron su mente apenas cerró los ojos robándole varios minutos de su atención, tanto que lo último de lo que fue consciente antes de quedarse dormido fue el chico de cabellos azabaches que lo había cautivado pero que creía no volvería a ver nunca más.
Abrió pesadamente los ojos cuando el reflejo del sol le pegó de lleno en el rostro, esbozó una mueca y se removió entre las sábanas observando el reloj sobre la mesita de noche, haciendo que suspirara con molestia. Su cuerpo pesaba por producto del cansancio y sentía como si solo hubiese dormido durante algunos minutos.
Se levantó con pereza, estirándose mientras caminaba al baño arrastrando los pasos, el frío le golpeó, haciendo que se abrazara a sí mismo y corriera a la ducha para abrir el agua caliente. Ajustó la temperatura y cuando sintió que era la adecuada entró dejando que el agua empapara su cuerpo, aparatándole del frío que hacía afuera y llevándose toda la tensión de su cuerpo. Se aseó perfectamente y cinco minutos más tarde salió de la ducha envolviéndose en una toalla y con otra secando su cabello.
Se miró en el espejo, se veía fresco a pesar de que apenas había dormido, ni siquiera estaban esas horribles ojeras bajo sus ojos. Terminó de secar y acomodar su cabello para después volver a su habitación para vestirse, se vistió con un par de jeans claros que combinó con un jersey simple de color azul y luego se dirigió a la cocina para encontrarse con un Seokjin alegre que preparaba el desayuno mientras tarareaba una canción.
―Buenos días, Jiminnie. ―Le saludó el mayor poniendo un plato con huevos revueltos frente a él y una taza caliente de café.
―Buenos días, hyung ―respondió con una sonrisa.
La buena vibra de Seokjin era contagiosa, siempre había amado eso de él, su alegría, su forma de ver siempre el lado positivo a todo y lo empático que era, su presencia siempre había logrado brindarle seguridad y cuidaba de él cada día sin quejarse, Jimin sentía como si no le faltara nada mientras tuviese a Seokjin.
Y no, no estaba enamorado de su hyung, o quizás sí, pero no en un sentido romántico. Seokjin era como su padre, su hermano, su mejor amigo, todo eso que nunca había tenido, quién había estado con el todo momento y lo mejor de todo, quién nunca le juzgaba.
―Hoy saldré a comprar unas cosas luego de mi trabajo y luego pasaré a recoger unas cosas en casa de un amigo, así que tal vez llegue un poco tarde. No olvides que debes ir a trabajar ―explicó el mayor mientras Jimin asentía atentamente a todo lo que decía.
Al terminar su desayuno se levantó de la mesa para dejar el plato en el lavavajillas y luego revisó la hora dándose cuenta de que ya debía irse, buscó sus llaves y su celular para después despedirse de su hyung y salir de la casa sin apurarse demasiado, aún tenía algo de tiempo a su favor.
Afuera el clima era frío y varias nubes grises adornaban el cielo, miró su auto, un brillante Mercedes Benz negro aparcado en la entrada de la calzada, justo donde lo había dejado un par de noches atrás, con pasos tranquilos se acercó y subió al vehículo, el motor rugió cuando giró la llave en el contacto y luego de encender la calefacción arrancó directo a la universidad.
Al llegar se tomó su tiempo para estacionarse, el campus no estaba tan colapsado a esas horas, después de todo aún era temprano para las primeras clases y no es como que él tuviese demasiados deseos de entrar.
Se inclinó a los asientos traseros para tomar su chaqueta junto a su mochila. Después apagó el auto y salió del mismo para caminar en dirección a la entrada del lugar, se echó la mochila al hombro y una vez dentro se dejó caer en una de las bancas situadas en el pasillo, sacando su celular dispuesto a revisar las notificaciones para perder un poco el tiempo antes de la primera clase.
Jimin era un estudiante de administración de empresas de la Universidad de Seúl, no es que fuese un alumno brillante, pero lo hacía por su padre y quizá porque le hacía sentirse como alguien productivo. Aunque la carrera no fuese lo que el hubiese querido, se había adaptado bastante bien.
―Aquí está mi razón para venir todos los días a este infierno. ―La dramática voz de Jackson (uno de sus mejores amigos) captó su atención, y enseguida se giró para verle mientras le dedicaba una sonrisa.
―Ya era hora de que aparecieras. ―Jimin chasqueó la lengua y con una fingida mueca de indignación se puso de pie para mirarle mejor.
―Eso significa qué si me extrañaste ―respondió el pelinegro atrayéndolo a sus brazos para envolverlo en un cálido abrazo.
Su amigo era un agradable hongkonés con el que había hecho clic desde el primer semestre, era bastante extrovertido y siempre estaba pensando en los planes del fin de semana. Eso aparte de lo guapo que era, por supuesto, con una densa melena negra y cuerpo musculoso que enloquecía a las chicas y chicos en el campus.
―Hm, quizás. ―El menor le devolvió el abrazo con fuerza, agradeciéndole que por al menos unos segundos le alejase del frío―. Aún me debes una hamburguesa Wang, no creas que se me olvidará tan fácilmente.
― ¡Vaya! ¡Pero mira la hora! Ya debemos entrar a clases ―espetó el más alto con fingida sorpresa mientras miraba su reloj y arrastraba a su amigo al salón de clases.
Jimin rodó los ojos sabiendo que sólo lo había dicho para evadir el tema, aun así, le siguió sin protestar.
Una vez en el salón Jackson se sentó en su lugar y Jimin en el suyo mirando la mesa vacía de su compañero como era de costumbre a esas horas, pues curiosamente este siempre llegaba tarde. Apoyó los codos en la mesa y luego la cabeza entre sus manos mientras examinaba el salón por varios minutos hasta que llegó la profesora a cargo de la clase, la mujer estuvo a punto de cerrar la puerta cuando apareció su compañero agitado y sudoroso a pesar del frío, tal como si hubiese corrido. De nuevo tarde.
―Señor Jeon, esta vez sí qué se salvó. ―Le acusó la mujer y el chico desvió la mirada al suelo luciendo apenado, después de una seña por parte de la profesora caminó a paso rápido hasta su lugar siendo seguido por las miradas de todos los presentes.
Y como no, si su rostro estaba totalmente maltratado, tal como si hubiese recibido una paliza, con unas ojeras inmensas y los brazos llenos de rasguños y moretones. Jimin frunció el ceño y lo observó sentarse a su lado, con la mirada gacha como si tratase de hacerse más pequeño en su lugar, haciendo el intento por ignorar las miradas fijas hacía su persona.
No era la primera vez que llegaba en aquellas condiciones, Jeon Jungkook parecía ser de aquellos chicos que no podía mantenerse alejado de los problemas, sin embargo, nadie sabía demasiado sobre él debido a que se limitaba a hablar solo lo justo y necesario, y no con cualquier persona claro está. De hecho, nunca le había visto conversar con nadie en el campus o algo así, siempre iba solo y evitaba a cualquiera que intentara acercarse.
Había un aura misteriosa que envolvía a ese chico. Y a pesar de ser bastante guapo, las personas preferían mantenerse alejadas de su persona.
― ¿Estás bien? ―preguntó Jimin con voz casi susurrante, temiendo espantarlo. Jungkook parecía un chico rudo que no dudaría en pegarle una paliza a alguien, pero en aquel momento lucía frágil y débil, tanto que temía que cualquier cosa que pudiese decir lo podría hacer huir sin que se diese cuenta.
El menor le miró de reojo y asintió secamente en señal de respuesta, Jimin quiso decir algo más pero justo en ese momento la voz de la profesora le interrumpió, ordenando que sacaran sus libros y comenzaran a tomar apuntes de lo que iba a decir. El rubio bufó y obedeció a regañadientes, justo cuando sacó su cuaderno su celular vibró en su bolsillo interrumpiendo sus pensamientos, con una mano lo tomó y observó el mensaje que acababa de llegar brillando en la pantalla.
"De: Srta Lisa.
Buenos días, Park. Tu cliente de hoy es alguien muy importante. Te enviaré la dirección del lugar donde te recogerán, el código de vestimenta es formal. Su nombre es Min Yoongi, evita hacer preguntas; es muy reservado.
Suerte."
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