Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

OCHO: FLUCTUANTE

La cirugía salió bien, y fue lo único que salió bien por las siguientes seis semanas.

Ariel tenía buenos y malos días. La mayoría eran buenos.

Sus chistes grotescos se mantenían intactos, su necesidad de incomodarme también, pero de tanto en tanto podías reconocer un tinte sombrío en su mirada bastante inusual en su personalidad vivaz.

A veces me pedía que lo dejara solo, no como cuando alguien te dice que quiere concentrarse en silencio, sino de ese tipo de soledades solicitadas que utilizan para mirar al vacío y auto compadecerte.

Nunca imaginé a Ariel como una persona que se auto compadeciera, por el contrario, todo lo que había escuchado sobre él y su paraplejía siempre estaba cargado de anécdotas valientes y dignas de admiración. Su rápida recuperación y rehabilitación, la madurez para afrontar el asunto, la entereza ante las malas noticias.

Los años nos cambian, debo decir, nuestras energías menguan en cuanto vamos envejeciendo, y las malas nuevas no se reciben con tanto optimismo al final de la historia.

Algunas veces podía ver en sus ojos como contaba los segundos que le faltaban de reposo, igual que el preso que marca los días de condena en las paredes.

Marcaba el calendario esperanzado de que faltaba un día menos de tortura y me sonreía. Yo no sabía qué más hacer aparte de obedecer sus órdenes sin chistar, dentro de mis muchos recursos no se encontraba la capacidad de subirle el ánimo o por lo menos hacerle el duelo más fácil.

―Vas a extrañar atenderme de esta forma cuando esté recuperado por completo―decía cuando yo le cortaba la carne―, disfrútalo.

Le seguía el juego solo para mantenerlo feliz, y era la única.

Su madre venía tres veces a la semana, Verónica los otros dos, y Mario se quedaba con él sábados y domingos, cuando yo regresaba a mi casa.

Vivir con él no se me había hecho tan complejo como me lo imaginaba, exceptuando cuando su madre venía para apoyar a Ricardo y a mí.

Irónico.

La Santa inquisición tenía una peculiar y muy marcada forma de hacer las cosas, cualquier elemento fuera de su molde era inadmisible, y por lo mismo, razón suficiente para quejarse por horas. A lo que yo respondía con mi inmediata obediencia, tratando de hacerla sentir bienvenida y escuchada.

¿Por qué hacía algo así?

Porque su hijo no era capaz.

Sus peleas no eran bulliciosas, solo simples quejidos, malas caras y comentarios sarcásticos, que culminaban con un silencio cínico. Si Ariel quería ser cruel con ella, sonreía, formulaba alguna oración que la hiciera sentir estúpida y terminaba con un dulce «madre».

―Me encantaría continuar escuchando tus quejas, pero estoy demasiado ocupado imaginando como lanzarme por la ventana sin poder mover mis piernas o mi brazo, madre.

Ella, con una paciencia y entereza sorprendente, solo sonreía y asentía.

―Haz lo que quieras―respondía, siempre cordial.

―Ojala fuera tan fácil, madre.

Ricardo y yo quedábamos en medio de la «batalla» gran parte de las veces. Por lo general, no avisaban que empezarían a pelear, así que era necesario estar atento para poder escapar a tiempo. Nos retirábamos en silencio y esperábamos que la tormenta pasara, ocultos en la cocina, refugiados de ambos bandos. Éramos tierra neutral, y a pesar que Ariel muchas veces nos exigió tomar un bando, desistimos. Ambos, a su manera, tenían razón, y no era responsabilidad de nadie más que ellos resolverlo.

Por otra parte, Mario era un cuento completamente distinto.

Dejamos de hablar el mismo día en que dije que no le diría como estaba Ariel. Convirtiéndose nuestra relación en solo saludos escuetos e intercambios de información limitada.

Sé que solo se preocupaba, pero no me sentía capaz de traicionar a Ariel. Si él no deseaba comunicar su estado, ¿quién era yo para hacerlo? Cuando Mario necesitaba saber algo, estaba obligado a preguntárselo a su hermano, nada de tomar atajos.

Mario y Ariel se llevaban bien, y supongo que eran honestos entre sí, pero algo le hacía sospechar a Mario que su hermano se guardaba cosas.

¿Quién no?

Siempre hay algún secreto que guardamos para nosotros mismos, algo propio y sagrado que no deseamos compartir, algo que consideramos oscuro o quizás solo profundamente estúpido. Atesorarlo es importante y nadie debería violar aquella regla.

Otro cambio drástico durante sus semanas de recuperación fue lo poco que jugamos Scrabble, y se debió a mi poca insistencia. Ya se encontraba lo suficientemente sombrío como para además yo recordarle la traducción de paraplejia en arameo.

Él no estaba de ánimo para jugar tampoco, y la única tarde en que iniciamos una partida fue porque me dediqué a desempolvar el mueble donde guardaba los juegos de mesa.

Era viernes y su madre había decidido ir al supermercado y así saltarse otra discusión innecesaria. Esa semana él llevaba las de ganar, pero yo creía que su madre tenía la razón. No recuerdo la pelea, porque fueron tantas que se me confunden los tópicos, podría ser desde la negativa de Ariel de mudarse a vivir a la casa de su madre, hasta su duda ante la real utilidad el compost orgánico. Fuese lo que fuese, la mujer decidió tomarse un descanso de su hijo y dar una vuelta haciendo la compra del mes.

Ariel también necesitaba despejar su mente, y el juego apareció como una respuesta ante la presión.

Lo bueno de jugar es que nos permite tomar un poco menos en serio los problemas. Por treinta minutos lo único importante es armar una palabra larga y repleta de letras inusuales, nada más.

―De verdad la amo, aunque no lo parezca―comentó después de inflar su puntaje con «FLUCTUANTE».

―¿A quién?

―A la Santa inquisición.

Reí, a pesar de que me hubiera gustado decirle que llamar a su madre de esa forma era una de las razones por la cual no lo parecía.

―Deberías decírselo a ella, no a mí. ―Anoté la palabra «INQUISICIÓN», él frunció el ceño.

―Lo sé. Debería. ―Guardó silencio, y rellenó sus letras―. Pero a veces pienso que ella es feliz con mi paraplejia, así tiene un hijo para toda la vida, uno al cual controlar con un bombín y un freno de mano.

―Eso no es...

―Lo sé. La única persona que sufrió tanto mi situación como yo, fue mamá. No debe haber un día en la vida que no rece por que encuentren una forma de hacerme caminar de nuevo. ―Escribió «ANHELO»―. Pero hay veces que estoy tan furioso que pienso estupideces como esa, y siento ganas de decírselo para que se vaya y me deje tranquilo. No lo he hecho aún, dame mérito por ello.

―No voy a decir que es la mujer más amable del universo, pero no se merece una oración como esa, más cuando sabes que no es verdad. ―Uní las letras de dos columnas y formé «CASTIGO».

―Sí sé, no me regañes, me aguanto por una razón. ―Deletreó «LIBERTAD»―. Es solo que a veces recuerdo todo el trabajo que me tomó poder venir a vivir solo, y me dan ganas de patear algo... si pudiera. Dos años ahorrando, para un departamento adecuado, dos años de peleas entre ella y yo, meses aguantando que tú hicieras de mi niñera... sin ánimos de ofender.

―No te preocupes. ―«CRETINO» fue mi siguiente elección.

―Todo ese esfuerzo, y acá estoy, dependiendo de cuatro personas distintas para tener una vida normal.

―Es solo temporal.

―Para mí parecen años.

Su última palabra fue «ETERNO» y la suma de puntos le dio una victoria aplastante.

Guardé las letras en la bolsa. Ariel me esperó para que lo llevara a su cuarto mientras miraba por la ventana como Santiago, a pesar de su tragedia, continuaba en movimiento.

Ariel no solo había renunciado a su independencia por esas seis semanas, sino que había tomado una licencia laboral, así que tampoco tenía el trabajo para distraerse. Vegetaba, se enraizaba en el departamento, rodeado por gente que más que ser un camino significaba una barrera.

Ariel estaba triste, y verlo triste me partía el corazón.

―Sabes, tu madre se va a tomar un rato en volver, deberíamos hacer alguna cosa, algo distinto.

―Deberías irte, pasas toda la semana acá, tus viernes son sagrados. ―Sus ojos se iluminaron, una chispa tan brillante como él. Solo por eso insistí.

―No importa, dame libre el lunes. ¿Te parece? Hagamos algo, lo que quieras.

Darle la opción a Ariel de escoger dentro de un mundo de posibilidades infinitas, es siempre un mal negocio, porque, lo quieras o no, siempre saldrá con la peor idea.

Me guardó para mí misma su primera ocurrencia, pero ya imaginarán qué era lo que quería. La segunda me vi obligada a aceptarla, independiente a lo disparatado que sonaba y lo mucho que iba a arrepentirme, solo porque era algo que él realmente deseaba hacer hace años y no era capaz de pedírselo a otra persona.

―Hola, quisiera una cuarto para dos―solicité en la recepción, acompañada de Ariel y su sonrisa maléfica.

Había insistido todo el camino que no necesitábamos un hotel para realizar su deseo, y que con un motel era suficiente. Le dejé bien claro que nunca iría a un motel con él.

―¿Cuarto matrimonial?

―No, dos camas separadas―expliqué, amenazándolo con la mirada.

―¿Algún requisito en especial?

―Sí, una con tina.

El botones nos llevó a nuestro cuarto y dejó el pequeño bolso que habíamos traído en la puerta. Tenía tres estrellas o quizás menos, pero era acogedor, limpio y de precio económico. Perfecto para nuestro cometido.

Si saben algo sobre cómo se baña un parapléjico, estarán en conocimiento que lo primero que se elimina es la tina, lugar al cual es muy difícil ingresar y salir si no tienes control de tu tren inferior. La ducha es mucho mejor, se agrega una silla especial y ya puede la persona bañarse sola.

¿Problemas con la ducha?

No puedes darte un baño de burbujas.

―Graciela.―Pronunció mi nombre con suma solemnidad, casi como dispuesto a dar su último gran discurso, mientras yo llenaba la tina con agua tibia―. No soy tan guapo como crees que soy.

―Nunca he pensado que seas guapo―esgrimí mientras llenaba la bañera y mezclaba algo de jabón con el agua.

―Ya, tranquila, no es necesario que finjas, estamos en confianza.

―No, nunca―bufé.

―Bien, estás en negación, quedará entre nosotros―masculló y observó la tina desde la pieza―. Lo cierto es que vas a verme desnudo, y no me veo igual de la cintura para abajo.

Vanidoso, como siempre, había evitado a toda costa que yo me encargara de bañarlo o vestirlo. Ricardo o su madre hacían aquello, yo podía preocuparme de cualquier otra cosa.

―No me importa, antes de trabajar para ti tuve que bañar muchísimos ancianos, alguno más picaros que otros.

Pero no era eso lo que él quería que yo respondiera, porque no estaba preocupado por cómo me sentiría yo al verle desnudo, ni la incomodidad que aquello representaba para mí.

Me cuesta explicarlo, porque todo se basa en el orgullo masculino de Ariel. Lo que él deseaba es que en mi mente su imagen fuese la de un hombre, no de un paciente parapléjico y mientras yo no lo viera desnudo, por completo, aquello no sucedería.

Lo ridículo es que nunca antes me había parecido más un hombre que esa tarde cuando lo vi sin camisa y no pude quitar mis ojos de sus bíceps. Reitero que no tomé ventaja de la situación de ahí en adelante, pero si tenía la oportunidad de tocarlos, no la desaprovechaba.

Después de desvestirlo, cuidando de no lastimar su brazo operado, y posicionarlo frente a la tina, descubrí que no había forma en este mundo de que pudiese meterlo sin ayuda. Así que el botones se vio enfrentado a uno de los chistes con connotación sexual de Ariel mientras lo cargaba en sus brazos―desnudo―, y a una excelente propina auspiciada por mí.

Tomó esfuerzo, pero lo logramos.

Me senté en el piso del baño y quedamos mirándonos un rato, justo antes de largar a reír. Hacía tanto no lo escuchaba carcajear que todo el esfuerzo valió la pena.

―Disfruta, no creo que vuelva a ser tan servicial contigo, nunca más.

―Gracias. Hace cinco años que no tomó un baño de espuma. ¿Puedo quedarme toda la tarde aquí?

―Lo que necesites.

La conversación de esa tarde se condujo por múltiples tópicos. Desde la historia de su accidente hasta sus años universitarios. Hizo una larga lista de sus sueños y aspiraciones, dejando entrever también sus miedos y preocupaciones. Yo le hablé de lo que me llevó a ser cuidadora, de mis amigas, de mi hermano pequeño y lo mucho que esperaba que algún día fuera alguien, no como yo.

―Tú eres alguien.

―Me refería a alguien importante.

―Yo también me refería a eso.

Detalles como ese me hicieron amarlo, supongo. Esa oración inesperada, metida entre un montón de sinsentidos, esa que te mostraba una veta desconocida de su personalidad.

Si bien me sacaba de mis cabales más de lo que cualquier persona desearía, también me sacaba carcajadas. Antes de que mi contrato terminara podría decirse que él había arrancado mis emociones y las había exteriorizado. Adquirí la habilidad de reír sin parar, pero también de llorar desconsolada.

Ariel opinaba que yo era compleja, mientras que para mí, hasta el último momento, él no dejó de parecerme un misterio.

Regresamos al otro día, solo porque rogó por horas, al mismo tiempo que amenazaba no dejarse sacar de la tina. Caí ante sus súplicas, a pesar que a eso de las seis de la tarde su madre llamó hecha una furia exigiendo que regresara.

Tuve que hacer de mediadora, sabiendo que él nunca se tomaría la molestia de explicarle sus razones a la Santa inquisición. Y luego de treinta minutos de charla y gritos, Ariel se estiró hasta mí, arrebató el teléfono de mis manos y lo sumergió en el agua.

«Ups», fue lo único que salió de sus labios.

A la mañana siguiente nos recibió Mario en la puerta del departamento, percutiendo con los dedos la madera del umbral. No estaba contento, pero tampoco enfadado. Me imagino que es difícil sermonear a tu hermano mayor, aun cuando tengas toda la razón.

―Mira, yo sin poder caminar y con un brazo menos aún puedo llevar a una chica a un hotel por una noche ¿Cuál es tu excusa?―bromeó Ariel, mientras desplegaba una sonrisa pícara en su rostro.

―Mamá quiere matarte―explicó Mario calmado.

―Cuéntame algo que no sepa.

Se llevó a Ariel hasta su cuarto y luego regresó para interceptarme en la concina, donde yo preparaba un café.

Hacía tanto que no hablábamos que se me antojó que ya no teníamos temas en común más que su hermano. Lo echaba de menos, pero mi lealtad estaba clara.

Quizás debí darme cuenta antes lo mal enfocada que estaba. En vez de mantenerme en el bando del hombre que me había conseguido trabajo y me trataba con todo el respeto del universo, decidí quedarme del lado del que me obligaba a llevarlo a escondidas a un hotel y se las ingeniaba para hacer cosas que me desagradaran.

Los seres humanos somos estúpidos.

―Dime que se portó bien―dijo en cuanto entró.

―Intentó convencerme de que hiciéramos más cosas que conversar, pero lo arropé bien y no pudo moverse por el resto de la noche.

El rio y luego hizo una pausa.

―¿Eso fue humor negro sobre mi hermano el parapléjico?

―Cielos, creo que me estoy juntando demasiado con él―lamenté.

―No te preocupes, solo te quedan un par de meses.―Sonrió.―De verdad siento que te haya obligado a hacer esto, es realmente un manipulador de primera, siéntete libre de no venir la próxima semana.

―Tranquilo, el lunes lo tengo libre, solo eso.

Le serví un café y me disculpé, estaba cansada y mi madre no dejaba de mensajearme sobre lo mala hija que era al desaparecer en compañía de un hombre por una noche.

―Chela―dijo Mario antes que me fuera.

―¿Sí?

―Te extraño.―Sonreí con auténtica alegría.

―Yo también. ¿Enterramos el hacha?―propuse.

―Claro que sí.

Supongo que Mario y yo somos para siempre, que nuestra amistad superó la barrera de la incomodidad, de los secretos, de la tensión. Eso me da un poco de consuelo, me da esperanza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro