Cruzo un oscuro camino,
paso a paso soñando al luminoso.
Pero no es la ruta de Nemoroso
sino que el callejón de Salicio,
porque, tú, ya no estás conmigo.

¡Ah, dulce amor venenoso!
Que culpable no eres del todo,
sino mía por no ver ante mis ojos
lo que ocurría entre nosotros,
y no actuar cuando la luz estuvo.

Así, de a poco, me fui llenando
hasta no dar más abasto
del dulce néctar del alado,
sin saber que hace mucho
ya no era de tu agrado.

Mientras que yo bebía la droga de Chipre
toda mi existencia irradiaba armonía,
pero cuando ella dejo de servirme
me escabullí en su castillo de primavera
hasta llegar a su despensa.

Bebí y bebí hasta no dar más,
Chipre, furiosa al verme cantar
la adicción es de un frenesí total,
me dejó estar hasta que supe la verdad.
Y a patadas, de su castillo, tuve que escapar.

¡Ah, Salicio! Cuan bien te comprendo
cuando por Galatea te doliste.
Lloremos juntos en el hermoso prado
donde su belleza, para mí, se está apagando.
Y gritemos: ¡Salid sin duelo, lágrimas corriendo!

¡Salid sin duelo, mis canciones!
¡Salid sin duelo, mis dolores!
¡Salid sin duelo, mis recuerdos!
¡Salid sin duelo, mis amores!
¡Salid sin duelo, lágrimas corriendo!

Pero no siento odia hacia ti,
porque siempre fuiste gentil,
sino que hacia mí misma
por volverme, nuevamente, adicta,
al dulce néctar que no merecía.

Ahora, que estoy sobria
no logro pasar ni el agua,
mientras que tú saboreas
nuevamente ese néctar
cuando yo trago piedras.