8
-No sé qué hacer –dijo Henry con preocupación-. Llevan un mes sin verse...
-Henry, cariño –intentó calmarlo Rosana-. Ya son mayores y...
-¡Mayores! –se exaltó-. Por Dios, pero si un niño de ocho años tiene en estos momentos, más conocimiento que esos dos.
-Pero son ellos dos quienes tienen que resolver sus problemas.
-Problemas, problemas... –gruñó-. En mis tiempos, cuando dejabas a una mujer embarazada te casabas con ella y la cuidabas.
-Bueno –sonrió-, casados ya están...
-¡Pero no viven como tal!
-Deja que pase el tiempo –resopló-. No debes preocuparte por ellos, Henry. Además, no querías que Leslie se casara y tuviera hijos...
-¡Rosana! No tengo ganas de bromear.
-Eso es por que te has vuelto un viejo gruñón –Le contraatacó.
-¡Y tú...! –Empezó con enfado, pero lo sustituyó por cariño-. En un avieja cada vez más guapa.
-Gracias, eso ya lo sabía –sonrió, mientras le acariciaba la mano.
Eran las siete de la tarde y Matt, se encontraba con Bendelin en el despacho acabando un trabajo. Estaba preocupado por él. Había pasado ya un tiempo desde que tuvo aquella conversación Con Leslie y no se habían vuelto a ver para nada. Y aquello le resultaba muy raro, viniendo por parte de él.
-Bendelin –empezó un poco dubitativo.
-Sí –respondió despistado éste, mientras anotaba unos datos en el ordenador.
-No entiendo como lo puedes aguantar.
Ven lo miró por un momento, no hacía falta que le preguntara de que hablaba. Porque lo sabía perfectamente, con solo mirarlo a los ojos. No era el primero que le hacía aquella pregunta. A lo largo del mes, le habían interrogado su madre, su hermana, Henry y Rosana... Todos estaban preocupados, por no decir que él también.
Se pasaba las noches sin conciliar el sueño, pensando en cómo se encontraría su esposa y su hijo. No se atrevía a llamarla, ni ir a visitarla. La última vez que se vieron, tuvieron una buena discusión... Y recordaba que le dijo que necesitaba tiempo para ella. Pues bien, eso es lo que estaba procurando.
-¡Dejarme todos en paz, queréis! –Apagó el ordenador y se levantó del escritorio hecho una furia-. Entiendo que estáis preocupados, pero es mi vida al igual que la de ella. Así que no os metáis en donde no os llaman –Dicho esto, cogió su abrigo y salió por la puerta dejando a un Matt, bien sorprendido.
No tenía que haberse marchado de aquella manera. Una hora después, se encontraba conduciendo de forma vaga, por las calles de Londres. Y arrepentido, en la forma en que le había hablado a su amigo. Pero tenían que entenderle. Ya llevaba un mes sin verla, sin escuchar su voz... Y estaba que se tiraba de los pelos, para que vinieran atormentarle todavía más, al hacerle preguntas que no podía responder, por que no sabía nada.
Se detuvo en un semáforo, en un estado de desánimo. Cuando al mirar a su derecha vio al objeto de sus pensamientos, durante aquellas cuatro largas semanas. Era Leslie, hablando con una mujer ataviada con bata blanca. Fue entonces, cuando se fijó que era el centro médico para mujeres embarazadas.
Pensó en dejarla tranquila, tal como ella le había pedido a gritos... Eso es lo que había entre ellos, gritos. Por que siempre que se encontraban acababan entablando una discusión. Y casi siempre, había sido por una tontería. Sentían esa necesidad de pelearse, como para demostrarle al otro que podía vivir sin él, cuando resultaba ser todo lo contrario. Pero y si le ocurría algo... No lo creía, por que se la veía muy sonriente y más bella que nunca. Aparcaría el coche encima de la acera y se bajaría a su encuentro. Y le eran igual las retahílas que le fuera a soltar, en cuanto lo viera. Ya habían pasado cuatro semanas, en todo ese tiempo podía haber pensado lo que tuviera que pensar. Solo esperaba, que no tomara la amarga decisión de abortar. Ella le había dicho, que tampoco estaba a favor de aquello. Por que si decidía hacerlo, ya la había perdido para siempre.
-Buenas tardes, señoras... –Leslie se quedó helada al escuchar aquella voz. Hacía un mes que no sabía nada de Bendelin. Él la había dejado en paz, tal como ella le había pedido... Lo había echado mucho en falta. Ahora reconocía, que no tenía que haberle tratado tan mal aquella última vez. Todo fue por el enfado que llevaba encima, pues su vida cambiaba sin que ella lo hubiese pedido. ¿Le pediría aún que se fuera a vivir a su casa? No lo sabía. Ya que había pasado un mes y no la había llamado, para saber si su hijo estaba bien. No se había preocupado por nada... Pero la culpa de ello, la tenía ella. No tenía que darle más vueltas.
Durante ese largo mes, habían sido Rosana y Laura, quienes habían ido animarla. Y para consejos de embarazo había sido Sasha, la mujer de Dani. Pero habían sido tantas lágrimas las que había derramado... Todas por su tristeza de no tener a Bendelin a su lado. Y no paraba de recordar, aquella noche tan magnífica en sus brazos y besos, que innumerables veces le había robado. Había tenido mucho tiempo para pensar y lo había hecho, llegando a la conclusión de que iría a vivir con él, si éste se lo proponía otra vez. Iba a luchar por conseguir su amor. Era una idea descabellada, pero sabía que lo iba a conseguir. Cogiendo fuerzas, se dio la vuelta y miró a Bendelin con una sonrisa.
-¡Bendelin! Que sorpresa –lo cogió del brazo, dejando al hombre bastante sorprendido por su alegría, con su encuentro-. Deja que te presente a mi doctora, es quien vela por la seguridad de nuestro hijo.
-Le felicito señor, Van Holden –sonrió la doctora, mientras le ofrecía su mano. Ésta era también amiga de Leslie, y sabía todo lo ocurrido-. Espero que me cuide mucho a los dos.
-Encantado –sonrió, mientras le estrechaba la mano-. Y puede estar tranquila. Pondré todo mi empeño en ello.
-Bueno Leslie –se giró a ella-. Ya sabes, tienes que hacer mucho reposo y nada de estrés –le indicó, mirando también a Bendelin.
-Tranquila –le aseguró la muchacha, despidiéndose de ella.
-¿Va todo bien? –preguntó Ven, en cuanto se hubieron quedado solos en la puerta del centro médico.
-Sí, no hay nada de que preocuparse –le contestó sinceramente-. ¿Bueno, qué haces por ésta zona?
-¿La verdad? –Dijo con sinceridad-. Harto de que todos me pregunten por tu estado y no les pueda decir nada, por que no estoy enterado de nada, tal como me pediste. Salí a despejarme un rato la cabeza, dando una vuelta con el coche, antes de coger a Matt por el cuello y retorcérselo –Leslie rió por un momento.
-La culpa l atengo yo, por la forma en cómo te hablé aquel día –se disculpó, con el arrepentimiento en los ojos.
-La culpa la tenemos todos –dijo poniéndole una mano encima el hombro-. Todos hemos dicho o hecho algo, que ha llevado a ésta ridícula situación entre nosotros.
-Sí así lo crees –dijo en un hilo de voz, sin llegar a soltar su culpabilidad de encima de sus hombros.
-No, Leslie –le acarició la mejilla con ternura-. No te culpes, de acuerdo –sonrió, haciendo que Leslie también sonriera y aceptara aquellas palabras.
-De acuerdo.
-Hace mucho frío aquí fura –miró a su alrededor, en donde la gente caminaba deprisa por el aire que hacía-. ¿Te gustaría venir a un bar conmigo, a tomarte un buen chocolate caliente?
-Mmm, no me hables de chocolate que se me hace l aboca agua –sonrió ante el ofrecimiento del hombre.
-¿Has venido en tu coche?
-No, hoy no tenía ganas de conducir.
-Entonces, vayamos al mío que está aquí encima de la acera, no vaya a ser que venga un guarda y me multe –la cogió por el brazo y la condujo a su automóvil, en donde el ambiente era mucho más cálido que el de la calle.
EL bar era un lugar tranquilo y acogedor. Lleno de cómodos sillones, en vez de duras sillas como los locales que tienen todas las ciudades. Las mesas eran pequeñas y redondas, con una preciosa lámpara acompañada de un jarrón, con tres preciosas rosas rojas, que desprendían un maravilloso olor. Se estaba muy bien allí, en diferencia al frío de la calle. Las paredes eran de un color verde oscuro, haciendo juego con los sillones rojos y las mesas de madera color cerezo. En cada pared, había una pequeña chimenea encendida, haciendo aún más hogareño el local, de lo que ya era. Era estilo a medieval.
-Es precioso –dijo sin quitar la vista de los decorados-. No sabía que existiese un lugar tan encantador como éste.
-No hace ni un mes que lo inauguraron –comentó él, sin quitarle los ojos de encima-. Hará unas dos semanas, que vengo a tomarme un relajado café.
-Entiendo, debes de tener mucho trabajo ahora.
-Sí, eso también es una de las razones por las que vengo aquí a relajarme...
-Buenas tardes –una joven camarera, los interrumpió para tomarles nota. Haciendo que las palabras de Bendelin, quedaran suspendidas en el aire.
Hasta que la joven muchacha no les trajo el chocolate con las pastas, no se dijeron nada. Leslie siguió observando el entorno, con ojos de admiración. Las paredes estaban llenas de pinturas y figuras románticas, del siglo dieciséis. Su mirada se detuvo en un cuadro, en donde habían retratado a una pareja de jóvenes enamorados, en donde el hombre le ofrecía una delicada rosa roja a su bella amada que la cogía, con un brillo en su mirada. Sin duda, la persona que hubiese realizado aquellos personajes, era una persona felizmente enamorada.
Bendelin estuvo mirando un momento, a las personas que había en el local. Cuando se fijó en Leslie, vio que estaba mirando un cuadro detenidamente, con mirada ensoñadora. Detuvo su mirada por un momento en el cuadro, para intentar saber el por que de aquella mirada en sus ojos... Fue cuando Leslie decidió abandonar sus pensamientos y prestar atención a su compañero, pero se encontró que éste también observaba aquella imagen. Aunque había adelgazado un poco, seguía igual de irresistible. En su oscuro cabello, habían comenzado aparecer algunas canas por la parte de la sien, dándole un aspecto de más varonil, del que ya tenía anteriormente. Sus ojos grisáceos y ano reflejaban aquella frialdad, lo habían sustituido por una expresión vacía, llena de cansancio y tal vez algo de... Imposible. Aquellos ojos, no podían demostrar una pizca de amor, era una ridiculez el pensar en aquella idea.
Sus mejillas se tornaron sonrosadas, cuando Bendelin volvió su atención en ella, pillándola desprevenida, con sus ojos puestos en él. Aquello le gustó. Pillarla observándolo y que se avergonzara de ello. ¿En que estaría pensando?... Es igual, solo sabía que aún cuando se sonrojaba era igual de preciosa.
-¿Tengo monos en la cara? –preguntó aún con descaro, sabiendo que aquello provocaría un tono más fuere en las mejillas de su preciosa esposa.
-Qué... –se puso un poco nerviosa-. No, no. Solo te observaba...
-¿Estoy igual de guapo que siempre? –preguntó con una sonrisa terriblemente arrebatadora.
-Sí –contestó sinceramente-, solo que más delgado de lo que yo recuerdo.
Cierto, últimamente he tenido muchas preocupaciones. El trabajo... Ya sabes, dormir muy poco y comida rápida.
-Sí, ya sé. También me ha ocurrido a mí, muchas veces.
-Pero no creo que hayas perdido ni un gramo de tu preciso cuerpo –dio con voz melosa.
-Has dado en el clavo –cogió una galleta y la hundió, en el delicioso y dulce chocolate.
-Así, que siempre has tenido la misma figura –afirmó Bendelin, en forma de pregunta.
-Sí...
-Pero ya no –la miró fijamente a los ojos, por un momento para bajarlos de forma lenta por sus labios, cuello y detenerse en sus senos-. Tus senos están mucho más grandes y redondos, de lo que yo creo recordar, ¿me equivoco?
-No, no te equivocas –contestó con un poco de rabia, al sonrojarse nuevamente-. Es lo más normal, dado en el estado en que me dejaste, ¿no crees?
-Creo que hacen falta dos personas, para llegar a ese estado como tú dices...
-Es igual, solo que no creo que a ti te hiciera gracia, el que te dijera que tu pene ha menguado, desde la última vez que... –se calló rápidamente, con gran vergüenza.
-No puedes decir eso, por que no te acuerdas de cómo soy desnudo –sonrió traviesamente-. Ah, no ser que me mintieras respecto aquella noche...
-Sabes perfectamente, que no me acuerdo de nada.
-Pues si quieres, nos vamos a mi casa y lo arreglamos.
-¡Bendelin, por favor!
-Qué –sonrió abiertamente-, no hay por que avergonzarse, soy tu esposo y como tal tienes ciertos derechos sobre mí.
-Como no pares de decir tonterías, me marcho y te dejo solo.
-Está bien, tu ganas –paró al fin el juego cogiendo su tazón, para tomar una buena cucharada de chocolate-. Pero no sabes lo que te pierdes –como no, tenía que decir la última palabra, pensó Leslie.
-¡Bendelin! –intentó reprimirlo, pero no pudo por que la sonrisa se le escapó.
-Bueno, cambiando de tema para la señorita... ¿Cómo te va con E.K. ¿ –preguntó con curiosidad.
-Bien, por el momento ha decidido tomarse unas vacaciones cortas.
-Vaya, que suerte tienen algunos –dijo con reproche.
-Tú también puedes coger vacaciones, como todo el mundo.
-Sí, pero para pasarlas solo... ¿Te gustaría venirte una semana conmigo? –preguntó ilusionado.
-Mmm..., no sé –se quedó parada-. Tendría que pensármelo...
-Claro, como no –suspiró-. En fin, volviendo al tema. Piensa E.K., quedarse con la revista Éxito definitivamente.
-No, solo se fue con ellos, por que yo me enfadé con vosotros...
-Entonces, eso significa que piensa volver con nosotros.
-¿Si lo volvéis aceptar?
-No debería, después de todo, pero lo haré puesto que les prometí a mis lectores que habrían artículos de él.
-Perfecto, entonces lo llamaré para comunicárselo.
-Espero que algún día me lo presentes –inquirió con burla-. Entre un matrimonio, no deben existir secretos.
-Yo creo que lo que mantiene hoy en día a un matrimonio, es que poco a poco se vayan conociendo los secretos e intimidades de una persona. De esta manera, no se aburrirán tan pronto al conocer todas las cosas de ella.
-En parte tienes razón –sugirió-. ¿Eso quiere decir que más adelante, si todo funciona puede que me lo presentes?
-Francamente –meditó un poco-, no lo creo posible.
-¿El qué, tu secreto o nuestro matrimonio? –la pilló por sorpresa, sacándole una sonrisa.
-No pienso responder a eso, tengo mi derecho como mujer...
-Feminista... –la acusó en broma-. Bueno, pues lo averiguaré por mi mismo –cogió una galleta y la mojó en el tazón.
-Pues te deseo mucha suerte, en tu vano intento.
-Vaya, que poca fe llegas a tener sobre en mí.
-Es que son muchas las personas, que han fracasado en el simple intento de sacarlo a la luz –dijo con cierto orgullo.
-Y eso parece que te enorgullece... Pero yo soy muy diferente a ellos.
-Tú eres un viejo presumido.
-OH –en tono divertido y llevándose sus manos encima del pecho, le dijo -, eso es un golpe muy bajo princesa.
-Pues lo siento, pero creo que es verdad.
-Entonces, te pido que me dejes demostrarte a partir de ahora todo lo contrario.
-¿Cómo? –La curiosidad pudo con ella.
-Bueno, ya te sorprenderé algún que otro día.
-De acuerdo –lo desafió-. Pero no creo que consigas nada.
-Yo pongo toda m confianza en que sí que lo lograré –le sonrió, haciendo que se temiera lo peor al haberlo desafiado.
Estuvieron un rato más hablando, pero sin llegar a rozar el tema principal, sabiendo que aún no era el momento. Habían estado un mes sin verse por ello, y solo faltaba que la primera vez que volvían a encontrarse, lo fastidiaran todo por su testarudez.
Bendelin acompañó a Leslie a su casa, en donde se despidieron con un poco de incomodidad. No sabían bien, bien como tenían que actuar. Era notable, que algún cambio se había producido entre ellos... Solo se dijeron adiós. No habían hablado para llamarse o volver a verse, para tomar algo. Así que seguían como al principio, sin saber nada de nada.
Era jueves y como tal, María se encontraba en la cocina preparando una cena especial para sus hijos y Matt, que no tardarían en ir llegando. Esa noche como tantas otras, ella y su hija preguntarían a su hijo por Leslie y si pensaba seguir con los brazos cruzados, mientras el tiempo iba pasando. Si todo seguía como hasta ahora, no le quedaría más remedio que tener que ir hablar personalmente con Leslie y, preguntarle cómo estaba realmente la situación. Además, era su nuera y llevaba en su vientre a su tan deseado nieto. Y quería saber cómo se encontraban los dos y llevarle algún que otro regalito, que no había podido resistirse en comprar.
Escuchó como alguien cerraba la puerta principal y dejaba unas llaves, en la mesita del recibidor. Momentos después, aparecía Susana por la puerta de la cocina quejándose del frío que hacía...
-Buenas noches, mamá –se acercó a ella y le dio un cálido abrazo-. ¿Está aquí el irresponsable de mi hermano?
-No, cariño –le sonrió, mientras apagaba el horno-. Y escúchame bien, no quiero que esta noche te vuelvas a ensañar con él –le reprimió-. Suficiente tenemos con la pelea de su esposa, para que también lo esté contigo.
-Tranquila –se acercó a una bandeja con canapés y cogió uno-. Ya me disculpé con él, al día siguiente por teléfono.
-Me parece muy bien, pero no quiero que se vuelva a repetir el mismo episodio –se acercó a ella, para coger la bandeja y alejarla de sus manos-. Deja de picotear y sube a ducharte... –le volvió a reñir, pero con ternura-. ¿No querrás hacer esperar a esos dos hombres?
Que culpa tengo yo, de terminar mucho más tarde que ellos dos... –refunfuñó, mientras subía al piso de arriba, para ducharse después de un día duro de trabajo.
Cuando Matt llegó, Susana apareció con aspecto más relajado, corriendo a los brazos de su prometido para darle un cálido abrazo y contarle, los acontecimientos del día. Ya empezaban a impacientarse por la falta de Bendelin, cuando escucharon que la puerta se habría apareciendo él, con un ramo de flores en cada mano y expresión contenta.
-Buenas noches -saludó a todos con una sonrisa y se acercó primeramente a su madre, para darle dos besos y uno de los ramos-. Para la mujer más guapa -se dio la vuelta y le entregó el otro a su hermana-. Y para la hermanita más peleona... -Los tres estaban sorprendidos, no sabían que pensar. Quien les iba a decir, que aparecería aquella noche de tan buen humor... Algo debía de haber ocurrido-. Siento llegar un poco tarde, pero antes de salir de casa me ha sorprendido una llamada -se disculpó con sinceridad.
-¿Quién era? -preguntó Susana, para acallar la curiosidad que les carcomía a todos.
-OH, era Dani -contestó despreocupado-. Me llamaba para invitarme a cenar, con su mujer Sasha.
-AH -respondió desilusionada-. ¿Y ya está? ¿Eso era todo?
-Sí -contestó él, sin extrañarse por su interés. Sabía que todos, se pensaban que era Leslie quien había llamado. No pensaba contarles nada. No quería tenerlos aún más pesados de lo que ya eran.
-¿Y las flores?-seguía preguntando.
-Que yo recuerde, siempre os he regalado flores -se excusó-. Bueno, ya sé que llevaba un tiempo que no...
-Ya vale de tantas preguntas -interrumpió María, al comprobar que su hijo no pensaba soltar palabra. Algo había ocurrido, para que tuviera aquel brillo en la mirada. Pero tendrían que aguantarse, como siempre-. Todo el mundo a la mesa, que ya va siendo hora y seguro que estáis hambrientos.
Eran cuatro, los días que habían pasado. Aún recordaba la sensación extraña, que le había recorrido por todo el cuerpo cuando la había dejado en casa. Era como si la hubiese acariciado con sus manos, produciéndole una agradable sensación de bien estar. Y parecía, como si nunca se hubieran llegado a conocer y aquel parecía su primer encuentro. Como dos desconocidos, tratando en el menor tiempo de conocer al otro y agradarle todo lo mayor posible...Como estaba tan confusa, habían tomado la decisión de no contárselo a nadie. Mejor, así no la incordiaban aún más. Y esperaba que Ben, hiciera lo mismo.
Ahora, ya no salía a correr por las mañanas. En vez de ello, salía a caminar un poco como le había recomendado la doctora. Pero de todas maneras le iba bien, por que Tor tenía que hacer su ejercicio habitual. De manera que seguía haciendo su mismo recorrido. Cuando llegó al cruce, que conducía a la casa de Bendelin, se paró un momento con la sonrisa en la boca. Recordando la sorpresa que se llevó aquel día, al averiguar que él vivía allí y lo guapo que estaba. Pero dejando los recuerdos para más tarde, siguió su camino como todos los días hacía.
Pasaron cerca de cuarenta minutos, desde que se había parado en el cruce cuando volvió a pasar por él, para ir a dar la vuelta. Cuando de repente, entre los matorrales apareció un gato blanco, haciendo que Tor fuera en su encuentro. Lo maldijo al momento. El gato se dirigía corriendo hacia la zona de Bendelin, en un intento de escapar del perro. Estaba ya cansada y apenas tenía ganas de ponerse a correr un poco, así que empezó a llamarlo a gritos. Al ver que no le hacía caso, empezó a caminar deprisa por el camino. Pero al parecer no iba a resultar fácil. El gato, entraba y salía de la maleza, poniéndole los nervios de punta, por que no conseguía adivinar a ciencia cierta por donde iban.
Al momento, escuchó el ruido de un coche que se acercaba a ellos. Primero miró detrás de ella, pero no vio nada en el recto camino. El temor iba subiendo por sus venas, cuando vio que venía por delante, pero que no lo veía por culpa de la curva que hacía el maldito camino, totalmente cubierta por árboles y plantas.
Empezó a dar gritos desesperados a Tor, temiéndose lo peor. Por un momento, no aparecían ni él ni el maldito gato por el camino, y rezaba por ello. Sus piernas empezaron a moverse más deprisa en dirección a la curva, por si tenía que detener al coche. Estaba llegando al principio de la curva, cuando empezaba a ver algo del coche. Pero de pronto dos sombras salieron de los matorrales, pasando como dos balas por delante del coche, haciendo que el conductor se llevara un susto y apretara el freno en un golpe seco. Pero fue en vano. La gravilla hizo que éste derrapara de costado y en dirección a ella... Asustada por el cambio de último momento, reaccionó rápido al quitarse del medio y viendo como todo aquel conjunto de hierro, chocaba bruscamente contra el árbol.
Todo parecía pasar a cámara lenta. Dos sombras cruzándose por delante de él, pisar el freno y en medio de aquel caos ver como se dirigía en dirección a Leslie. ¡Dios! Suplicaba por que todos fuese una alucinación y no se encontrara allí, porque ya era tarde para que él hiciera algo.
Rápido, tenía que darse prisa en ver si el conductor se encontraba bien. Ya había visto como Tor se había parado a un lado del camino. Estaba asustado, al ver como aquella enorme sombra se le echaba encima. Se acercó a la puerta del conductor, que por fortuna era la que no había recibido el impacto. ¡No! Allí dentro, se encontraba Bendelin con la cabeza apoyada en el volante. El miedo volvió a recorrerle por las venas, pero aquella vez con más furia... Mientras sus ojos se empañaban por las lágrimas, empezó a tirar nerviosa de la manilla...
-¡Bendelin! -gritaba mientras daba un fuerte tirón a la manilla-. ¡Bendelin, por favor! -volvió a llamarlo, al segundo tirón y consiguiendo abrir la puerta. Cogió al hombre por los hombros y le reclinó hacia atrás en el asiento-. ¡Despierta, por favor! -Lo miró a la cara con gran desesperación, viendo un pequeño corte encima la ceja derecha. En aquel momento, el hombre abrió los ojos soltando un gemido de dolor llevándose la mano a la ceja-. ¡OH, Bendelin! -Leslie se echó a sus brazos. Estaba contenta al ver que éste se despertaba-. Me has dado un susto de muerte -Aún seguía un poco confundido por todo, pero no le impidió que rodeara con sus fuertes brazos aquel cuerpo tembloroso. El cuerpo de su amada esposa, y soltó un suspiro de alivio al comprobar que estaba ilesa.
No paraba de llorar. Se apretaba cada vez más a él, consiguiendo que Bendelin sonriera de forma tonta, al poder comprobar por fin, los sentimientos de ella hacia él. Una enorme felicidad le corrió por todo el cuerpo, haciendo que la abrazara con más fuerza y con pequeños susurros empezara a tranquilizarla.
-Ya está, princesa -le acarició el cabello-. Ya ha pasado el susto.
-No vuelvas hacerlo nunca más -levantó la cabeza, para mirarlo fijamente a los ojos y descubrir que éste estaba sonriendo-. ¿Se puede saber qué tiene tanta gracia? -preguntó, un tanto molesta.
-Nosotros, mi pequeña -le puso ambas manos alrededor de su cara y le alzó el rostro hacia él, para juntar sus bocas en una delicada caricia.
No pensaba luchar. Llevaba mucho tiempo peleando contra las fuertes ganas de volver a sentir como sus labios eran devorados por los de él. Levantó sus brazos y los puso alrededor del cuello de su amado, para que éste profundizara más. Y así fue. Bendelin apretó su fuerte pecho contra sus senos y abrió con desesperada pasión, sus dulces labios con la lengua, para adentrarse en un laberinto de sensaciones.
No sabían cuanto tiempo pasó, hasta que fueron interrumpidos por la grave voz de un hombre.
-Discúlpenme -dijo un poco avergonzado por interrumpirlos-, no quisiera molestarlos, pero he escuchado el golpe y me he acercado para comprobar qué había ocurrido- de mala gana, Ben separó sus labios de Leslie y se giró atender al preocupado hombre-. ¿Se encuentran bien?
-Sí, muchas gracias -le sonrió, cuando en verdad deseaba gritarle que los dejara en paz para poder seguir con lo que estaban haciendo. Había pasado muchas noches y horas en el trabajo, soñando con poder volver a probar aquel dulce manjar. Y por fin, después de mucho tiempo lo conseguía y era molestado por una persona.
-¿Quiere que llame a una grúa? -Volvió a preguntar, sin ninguna gana de marcharse aparentemente.
-No, gracias -volvió a sonreír, pero transmitiéndole con la mente que se marchara y los dejara en paz. De acuerdo, estaba siendo muy egoísta, pero es que por fin...-, tengo mi teléfono móvil aquí y el teléfono de mi empresa de seguros.
-De acuerdo -les sonrió-, en ese caso yo me marcho en vista de que no hago falta. Que pasen un buen día, y siento lo de su coche -dijo despidiéndose.
A Bendelin, le eran igual los daños que hubiese sufrido su coche. Lo que le importaba verdaderamente, era que volvía a tener en sus brazos a su bella esposa. Ahora se la llevaría a su casa, en donde hablarían larga y tendidamente. Y le pediría que hiciese las maletas y se mudara allí, ya habían perdido mucho tiempo tontamente. Sonrió para sí. Por mucho que quisiera, su mujer tomaba sus propias decisiones por sí misma, de manera que por mucho que él quisiera ella es quién diría la última palabra. Solo le quedaba rezar, como no paraba de hacer desde que la había conocido.
-Será mejor que coja y llame a la aseguradora, para que vengan a llevarse el coche -dijo vagamente.
-Lo siento mucho -se disculpó aún abrazada a él-. Si Tor no hubiese perseguido a ese gato...
-No pasa nada, cariño -sonrió dándole las gracias al animal por haberse cruzado en su camino y darle aquella nueva oportunidad con Leslie-. Ahora se lo llevaran arreglar y quedara como si no hubiese ocurrido nada.
-Quieres decir -añadió con temor-. Creo que ha quedado muy mal.
-Bueno, pues si no tiene arreglo -dijo sin enfado-, no me quedará más remedio que ir al concesionario para adquirir otro modelo.
-Suerte que no eres de esos, que están obsesionados con sus coches...
-De eso, será mejor no hablar -empezó a moverse para salir del coche.
-¿Qué quieres decir con ello? -preguntó al haber soltado él, aquel comentario.
-Bueno, pues que éste todo terreno significaba mucho para mí -la miró por un momento, ya fuera del coche los dos-. Con él, he llegado a ganar unas pocas carreras de montaña y realizado algunos viajes...
-Vaya lo siento mucho -dijo sinceramente-. Cuando acaben de arreglarlo, me pasas la factura que ya me encargo yo.
-Leslie, Leslie -sonrió acercándose a ella y posando las manos en sus hombros-, por que siempre estas tan a la defensiva con migo -le rozó los labios instantáneamente-. Sabes perfectamente, que no quería decir eso con mi comentario...
-Perdona -se disculpó agachando la mirada-. Es el instinto que tengo...
-Pues conmigo más vale que te lo guardes, sino quieres pelea -bromeó posando con suavidad su frente contra la de ella-. Será mejor que haga esas llamadas.
Bendelin hablaba por teléfono, mientras observaba como Leslie se sentaba junto a un asustado Tor, en un lado del camino. Después de determinar el lugar en donde estaba el coche, llamó a Matt para comunicarle que esa mañana no le esperara muy temprano en la oficina. Como era de esperar, éste le preguntó el motivo pero él no le dijo nada, aumentando así la preocupación hacia él por el humor que tenía últimamente.
-¿Y bien? -preguntó Leslie, al ver que se guardaba el teléfono en el bolsillo del abrigo.
-En quince minutos estarán aquí -dijo mirando a su alrededor-. Será mejor que vayamos a mi casa, hace mucho frío para que estemos aquí quietos.
-Perfecto -aceptó levantándose del suelo y Tor detrás de ella-, así te curaré la herida que tienes en la ceja.
-Mmm, tu haciendo de enfermera -pronunció sensualmente.
-Atrévete hacer algo y tendrás que acudir enserio al hospital.
-Aguafiestas -le reprochó Bendelin, mientas se introducía nuevamente en el coche para sacar su maletín.
-Dime todo lo que quieras, pero no vas a conseguir nada de mí -empezó a caminar en dirección a la casa.
-¿Ni siquiera un beso como los que me has dado antes?
-Ya veremos... -sonrió con travesura-. Depende de lo buen chico que seas.
-No vas a tener ninguna queja -se ilusionó, emprendiendo el camino con ella-. Me estaré muy quietecito.
-¡Hay! -volvió a quejarse el hombre.
-Pero mira que llegas a ser quejica -rió a carcajada.
-A mi no me hace tanta gracia -dijo poniendo un puchero.
-Tanto hacerte el macho y eres, peor que un crio a la hora de la verdad -Volvió a reírse de él.
-Vaya, veo que le estas pillando el tranquillo a esto de burlarte de mí -la cogió de sorpresa, al pasarle los brazos por la cintura y sentarla de un tirón suave en su regazo-. Y por eso te mereces un pequeño castigo -sonrió travieso.
-Bendelin, me prometiste que te estarías quietecito -intentó quejarse entre risas.
-Verás, cariño. Los niños solemos mentir alguna que otra vez -la miró a los ojos, para que viera que no tenía nada que hacer, ante lo que se proponía hacerle.
-¡Bendelin, por favor! -se reía y chillaba a la vez, pidiéndole que parase cuando éste empezó hacerle cosquillas con los labios, en la base del cuello.
-No -sonrió feliz, volviendo con el castigo.
Se encontraba Pedro en la cocina arreglando unos estantes, cuando entró su esposa Helen con una gran sonrisa en su expresión.
-Ahora se encuentran en el aseo de aquí abajo -le confesó en un susurro-. Tienen que estar bromeando, por que ella no para de chillarle entre risas...
-Bueno, pues déjalos tranquilos -le regañó-. No vaya a ser que lo estropees todo.
-¿Estas convencido como yo, de que están enamorados y hechos el uno para el otro? -le susurró con alegría.
-Sí -afirmó-. Ya era hora de que sentara la cabeza y, con una mujer de verdad.
-Cierto, esperemos que no vuelva aparecer por aquí la lagarta de Verónica...
-No sé que decirte... -dudó por un momento-. Hace mucho que no viene hacer una pequeña visita. No me extrañaría que viviera a meter las narices, si se entera de que va con esa joven.
-Dile a Helen que cocina de maravilla -dijo, mientras devoraba otro trozo de tarta de manzana. Mientras Bendelin disfrutaba viéndola comer.
-Creo que lo adivinará, cuando le diga que no me has dejado ni un trocito para mí -bromeó.
-Me has dicho que no te apetecía -lo acusó, mientras se chupaba los dedos con el caramelo que había dejado la tarta.
-Tranquila, iba en broma.
-Bien -lo miró con pena-. Lo siento mucho pero tengo que marcharme. Tengo una reunión con un cliente muy importante.
-Seguro que no puedes cambiarla -le pidió.
-No, ya es la segunda vez que lo hago con él -se levantó del sofá con desgana.
-Está bien, pero que conste que no me alegra mucho -le advirtió-. Se supone que me tienes que vigilar el golpe.
-¡Que niño! -lo acusó divertida.
-¿Me permites que te acompañe a casa?
-De acuerdo, con lo que he comido no creo que pueda andar mucho.
-Exagerada -se acercó a ella y la levantó en brazos-. Si no pesas nada... -la miró a los ojos divertido-. Deja que te ayude un poquito a llegar al coche.
-Por favor, déjame en el suelo -se rió-. Qué dirá Helen cuando nos vea.
-Posiblemente, pensará que hemos hecho el amor en el sofá del salón y como buen amante que soy, te llevo en brazos por que estas muy agotada.
-¡Bendelin! -lo riñó, pegándole en el brazo pero sin poder ocultar una sonrisa ante aquella sugerencia.
-¡Hay! Me has hecho daño, princesa -la miró divertido al ver que tenía sus mejillas totalmente sonrojadas.
-Te lo mereces por el comentario que has hecho.
-Pero bien que te hubiera gustado que fuera cierto -sugirió de buen humor-. ¡Hay! Cariño, me has vuelto hace daño.
-Y más que te haré, como vuelvas abrir esa boca tuya.
-Si lo hago, será para besarte esos labios... -vio como volvía a mover la mano en dirección a su brazo-. Ni se te ocurra, sino quieres acabar en el fango.
-Pues cállate de una vez.
-Estas guapísima cuando te contienes el enfado... Vale, vale ya paro... -abrió la puerta del coche y la sentó en el sillón.
-Date prisa que no voy a llegar a tiempo -lo urgió, al ver que se tomaba su tiempo al ponerle el cinturón de seguridad-. ¡Bendelin! Que tengo que cambiarme de ropa.
-Pues a mí me gusta mucho tal como vas ahora...
-A ti te gusta todo, con tal de hacerme la pelota -bromeó.
-Mujeres... -cerró la puerta y se dirigió tras el volante-. En menos de cinco minutos estarás en la puerta de tu casita.
-Tampoco hace falta que corras mucho -lo reprimió-, No creo que me guste ver cómo te vuelves a chocar.
-No te preocupes, llegareis de una pieza -sintonizó una emisora de radio y puso el coche en marcha.
Estaba contenta, por que había pasado la mañana junto con Bendelin y no se habían peleado para nada. Nuevamente habían vuelto hacerse los despistados en el tema del embarazo, pero no le preocupaba mucho. Porque ya llegaría el momento para ello.
-Has estado toda la tarde de muy buen humor y con la cabeza y los pies en su sitio. ¿Te ocurre algo que deba saber? -preguntó Dani, en cuanto la reunión se acabó y se sentaran para comer la comida china, que habían pedido por encargo.
-Sí, que estoy embarazada y no paro de comer -bromeó.
-En serio Leslie -insistió, sin creerse la excusa.
-Qué quieres qué te diga. Es normal en una mujer embarazada, que su estado de ánimo cambie cuarenta mil veces en un solo día.
-Entiendo, sigues sin querer contarme nada -tomó un sorbo de su cerveza-. Cuánto tiempo piensas tenerme castigado por lo que hice -señaló molesto.
-Mejor que calles, respecto a ese tema si no quieres que vaya de mal en peor. Y dime, cómo está Sasha últimamente.
-Bien, le duelen un poco las piernas pero está bien...
-Me pasaré una tarde de estas para hacerle una visita.
-Muy graciosa -le reprochó-, pero ya se lo diré ésta noche. ¿Y tú, cómo vas?
-Oh, bien... No paro de comer -sonrió feliz.
-¿Y el padre? -se atrevió a preguntar.
-Supongo que bien -se levantó y empezó a recoger sus cosas, escondiéndose la cara con el cabello por temor a que le viera sus emociones-. No sé nada, desde más de un mes.
-¿Y no piensas en llamarlo, para comunicarle que el embarazo marcha bien? -volvió a preguntar, utilizando un tono un tanto extraño.
-¿Qué es lo que buscas? -le inquirió con brusquedad.
-Perdona -intentó hacerse el despistado.
-Ya sabes. ¿Qué es lo qué quieres averiguar con tantas preguntas?
-Nada -seguía haciéndose el despistado-. Yo solo preguntaba, por saber que es lo que hacía el futuro papá.
-Pues en ese caso, pregúntaselo a él -dejó lo que estaba haciendo, se acercó al escritorio y cogió su maletín-. No sois para eso viejos amigos -le soltó en modo de reproche-. Aquí te quedas... Yo ya he trabajado suficiente por hoy.
-Leslie -se levantó del sofá y corrió a ella-. Lo siento, no quería molestarte con mis preguntas -ésta se giró a él, para mirarlo asqueada.
-Pues ya ves, lo habéis conseguido -sonrió forzadamente-. Sí, tú y todos. De acuerdo que os preocupéis pero hay cosas que no os incumben.
-¿Qué culpa tenemos?
-Escúchame bien -lo miró desafiante-, procura cuidarte a ti y a tu esposa, y déjame vivir a mí. Por que el que seas mi amigo, no te da ningún derecho a escoger mis decisiones -Acto seguido, le cerró la puerta en las narices.
Se sentó tras el volante de su viejo coche con las manos apoyadas en el volante. No iba a conducir, hasta que se calmase un poco. Además, no sabía qué hacer. Su amiga Laura, trabajaba hasta las siete y no pensaba asomarse por la oficina de Roxana. Seguramente se encontraba allí su padre y empezaba avasallarla como había hecho Dani. Estaba harto de todo aquello. ¿Con qué derecho tomaban decisiones por ella?... Resopló, por todos los sofocos que le causaban los demás. Mejor era no visitar a nadie. Y como no tenía trabajo que realizar, decidió ir hacer la compra de la semana por adelantado. Un poco más animada, se dirigió al supermercado que había cerca de su casa.
¡Dónde tenía ésta gente, la salsa bechamel! Por más vueltas qué daba, no la encontraba. Y estaba empezando hartarse un poco. Había una joven que no paraba de encontrarse ocasionalmente con él, por todos los concurridos pasillos. Todas las veces se le enganchaba del brazo, sin parar de sonreír tontamente y diciéndole que por lo visto, el destino quería que se encontraran. Bendelin le sonreía, y con una pequeña disculpa se separaba y escapaba lo más rápido posible.
En una de sus huidas, al girar en uno de los pasillos se chocó con una persona pisándole el pie. Provocando que ésta soltara una exclamación de dolor y consiguiendo, que la pesada joven se acercara y se le enganchara nuevamente.
-Lo siento mucho -empezó a disculparse, pero se calló al encontrarse a Leslie con una mueca de dolor en el rostro y los ojos vidriosos. Entonces empezó a reírse a carcajadas.
-¿Qué tiene tanta gracia? -preguntó la joven, con gran curiosidad. No sin soltarle antes, una mirada llena de celos a Leslie.
-Por lo visto, nuestros caminos están destinados a ser accidentales, princesa. Y ésta vez, reconozco que la culpa ha sido mía... -le mostró una irresistible sonrisa, a la cual no se pudo resistir. Ignorando también por el momento, a la joven que tenía colgada del brazo.
-¿Qué os conocéis? -preguntó con voz melosa.
Leslie, pudo observar como Bendelin soltaba un desesperado suspiro. Por lo visto, aquella jovencita se le había enganchado y no lo soltaba para nada. No le extrañaba, estaba guapísimo con aquella gabardina que ocultaba su maravilloso cuerpo, cubierto con unos tejanos negros y un jersey de cuello alto color crema.
-Por supuesto -lo miró sonriente a los ojos, para después dirigirse a la joven muchacha-. Éste caballero a quien usted tiene cogido del brazo, es mi marido. Y le rogaría, que lo soltase cuanto antes por su bien -Bendelin le guiñó el ojo, dándole las gracias por su rescate. Mientras que la joven se ponía roja como un tomate y huía de allí.
-Gracias -dijo después de observar, como salía la muchacha disparada de allí-. ¿Te duele mucho?
-¿Qué? -preguntó sin comprender.
-El pie -contestó, sin dejar de sonreír al ver lo despistada que iba.
-¡Ah! No, no me duele ya -sus mejillas se tiñeron un poco, por su estupidez-. ¿Qué haces aquí?
-Comprar un par de cosas, para la cena de hoy.
-¿Qué no tienes a Helen?
-¿No te lo he dicho ésta mañana? Ella y Pedro, se han marchado a Francia esta mañana después de que te llevara a tu casa. Por lo visto, la hermana de Pedro se ha caído por las escaleras y se ha roto una pierna y varias costillas... Y bueno, les he dicho que estén el tiempo que les haga falta.
-¿Y quién te va a cuidar? -preguntó con curiosidad.
-Mujeres -soltó-. Acaso pensáis, que todos los hombres son iguales.
-Sí -contestó sin pensárselo dos veces.
-Pues éste que está aquí -se llevó una mano al pecho con orgullo-. Es diferente a los demás.
-No me lo digas... Tú te cambias de ropa interior todos los días -bromeó.
-Que simpática que llegas a resultar... Verás, yo sé cocinar y no me refiero solo a tortillas. También planchar y todas las demás tareas.
-Bueno en ese caso -se burló-. ¿Te importaría que te contratase como hombre de la limpieza?
-Tengo que llevar uniforme -le siguió el juego.
-Sí.
-En ese caso, lo siento. A mí me gusta tener libertad de movimiento mientras hago las tareas. Así que lo hago siempre desnudo.
-¡Bendelin! -le pegó en el brazo.
-¿Qué? -sonrió.
-¡Vale ya de tanta broma!
-Pero si no es broma -se defendió.
-¡Por favor!...
-Está bien, princesa -reconoció con pesar-. Voy bien tapadito, aunque es toda una lástima.
-Presumido -lo acusó.
-Sí, sí -se mofó, mientras cogía su carro-. Per apuesto que te gustaría...
-Eres imposible -cogió un bote de salsa rosa y lo depositó en su carro.
-Oye, sabes en donde tienen puesto el bechamel -le preguntó, recordándose de que estaba buscándolo.
-Sí, delante de ti a la altura de tus rodillas.
-¡Por fin! -exclamó aliviado, al tenerte entre sus manos la salsa-. Es que con aquella pesada, me ponía de los nervios y no veía apenas nada.
-Es raro que no la invitaras a cenar -expuso con recelo.
-¿Y por qué iba hacerlo? -levantó una ceja-. Ah, ya veo -le dijo con un poco de reproche-. Como soy un playboy, tengo que invitar a toda mujer que se me ponga a tiro.
-Mas o menos...
-Pues no es cierto. Por que tú eres la única, que ha cenado en mi casa.
-Pero no soy una de esas, que después de cenar fuera a dormido en tu cama -dijo un poco exaltada y tal vez celosa.
-¿Celosa! -preguntó con picardía-. Pero para tu información y aunque no te lo creas, no ha dormido todavía ninguna mujer en mí cama -inquirió-. La primera que lo ha hecho has sido tú. Y encima sin que ocurriera nada.
-¡Mentiroso! -gruñó.
-Como quieras -empezaba a cansarse de discutir siempre el mismo tema-. De acuerdo que me he acostado con mujeres. ¡Soy una persona! Y como tal, tengo necesidades como todo el mundo. Pero aquello, de que cada dos por tres con una mujer diferente, es mentira... - tomó aire y vio como algunas de las personas que pasaban por allí, los miraban con curiosidad-. Por que en mi vida, solo ha habido dos mujeres. Las demás que salen en las revistas y programas... ¡Falsas! Lo hacen para presumir o para conseguir una exclusiva y algunas, aunque no lo parezca son amigas mías, que solamente les estaba haciendo un favor... -soltó al fin un profundo suspiro, como para aliviarse del enfado.
No esperaba que se enfadasen tanto... ¿Dos mujeres? ¿Quienes serían? Entraría ella en esa corta lista, como él decía. Oh, a lo mejor como no la amaba no estaba incluida. Y en ese caso, estaría en aquellos momentos con alguna mujer. Esperaba que no. Puede que éste se hubiera cansado un poco de tanto ir detrás, y ella solo hacía que darle la espalda. Tampoco le había vuelto a proponer que se fuera a vivir con él. Y tampoco había mostrado el mínimo interés por su hijo... ¡Dios mío! Cabía la posibilidad de que Bendelin hubiese conocido a alguien... Había tardado mucho en decidirse si le iba a conquistar el corazón. Y ahora, puede que lo hubiese perdido. Lo miró con sus ojos vacíos, a los suyos llenos de seguridad y... ¿Amor? Imposible. Por unos instantes le había parecido ver aquel sentimiento en la mirada del hombre. Lo amaba y no había nada que lo pudiese cambiar. Ya basta de tanta tontería. Fuese quien fuese la otra mujer, ella iba a intentar conquistarlo.
-Lo siento, yo... -intentó disculparse, pero él la interrumpió con arrepentimiento después de como ella lo hubo mirado a los ojos.
-No, quien tiene que disculparse soy yo -le acarició la mano-. No debería de haberme enfadado así...
-Pero he sido yo quien...
-Nada, mujer -sonrió-. Que por lo visto he vuelto a la vieja usanza de gritarte o enfadarme contigo, en cuanto te veo.
-Somos polos opuestos -bromeó.
-¿Sabes que los polos opuestos se atraen? -ya volvía a ser el Bendelin de siempre.
-No empecemos -lo alertó-, mientras empujaba el carro hacia la caja.
-Ahora no puedes decirme que miento, por que sabes que es verdad -le dijo, mientras empujaba su carro hasta ponerse a su altura-. Si no, pregúntaselo a tus labios en vez de tu cerrado cerebro.
-Bendelin -protestó.
-Lo siento si te molesto...
-Es igual -cogió una bolsa de patatas, que había en el estante de enfrente y le preguntó-. ¿Vas a cenar solo esta noche? -Vaya, estaba sorprendida. Jamás había sido tan lanzada en lo que respectaba a invitar a los hombres.
-No -respondió esperanzado. Consiguiendo que la expresión de la mujer se quedara bloqueada, sin saber que responder.
-Así que después de todo ese rollito que me has dado, igualmente ya te has buscado compañía -lo miró de arriba abajo, fulminándolo con la mirada-. Veo que no pierdes el tiempo.
-Soy un hombre con recursos -sonrió débilmente-. Pero te digo una cosa, no empieces a pensar mal.
-¿Quien lo hace? -indicó un tanto molesta.
-Tú. Leslie, querida... Tengo familia. No hace falta que invite a una mujer. Si no, de que me sirve como dices tú, de que te soltara el rollo de siempre con mis conquistas.
-¿Entonces, se puede saber quién es? -preguntó con recelo.
-Eso, ya lo sabrás a su debido tiempo -le comunicó son sonrisa torcida.
-Entonces, será cuando vengas a pedirme los papeles del divorcio... -intervino burlonamente.
Bendelin sonrió ante el malicioso comentario de su querida esposa-. Si me permites, me tengo que marchar a prepara la cena para mi invitada.
La dejó allí sola y sorprendida... Menudo morro tenía. ¿Cómo podía estar enamorado de él? Bastante enfurruñada consigo misma, se dirigió a caja comprobando con desilusión, que Bendelin ya había desaparecido.
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