Extra: Un San Valentín para recordar.
Rebeca:
Y ahí está otra vez...
Esa extraña viscosidad en mi mejilla.
No se que es lo que realmente sea eso que se desliza por mi mejilla, pero esto de ser mamá es tan agotador que estoy lo suficientemente cansada como para interrumpir lo que queda de mi sueño, y pararme a descubrir que es aquello que está haciendo que tenga mi mejilla húmeda, por lo que decidía a no dejarme vencer, paso la manga de mi mano por esa área, limpiando la, y me doy la vuelta para tratar de retomar mi sueño.
Me acurruco contra mi almohada, suspiro de placer cuando encuentro la posición perfecta y me preparo para...
¡OTRA VEZ ESA VISCOSIDAD!
Con molestia e irritada, paso mi manga nuevamente por mi mejilla, está vez con más fuerza que antes, y abro mis ojos en busca de aquello que no me deja seguir con mi sueño y cuando mi vista se aclara, lo primero que veo son unos grandes y preciosos ojos verdes que me hacen sonreír.
—Hola tú.
Mi hija suelta un adorable sonido que me derrite el corazón y alzo mi mano al ver qué una tirita de baba sale por sus labios.
—Así que tú eras la que me estaba babeando, eh.
Mueve sus manitas y su cuerpecito como su tratara de decirme que «si» en su idioma.
Mi sonrisa se agranda da y me estiro para dejar un beso en su naricita.
—¿Y yo no voy a obtener un beso?—la voz de mi esposo me hace mirar hacía a un lado.
Ahí es cuando me doy cuenta que él está sosteniendo a Asteria justo arriba de mi, por lo que él, básicamente, es el causante de la interrupción de mi sueño.
—Así que por tú culpa se interrumpió mi sueño.
Sonríe con diversión.
—Algo así.
—Y yo que estaba soñando con que me casaba con Leonardo DiCaprio —suspiro con fingida tristeza—. Bueno, supongo que no podré terminar ese bonito sueño.
Alza una ceja.
—¿Bonito sueño? Yo lo veo como una pesadilla.
—¿Una pesadilla?
Asiente.
—¿Por qué?
Toma bien a la niña en brazos, recargándola en su cadera.
—Solo piénsalo, soñar que estás casada con Leonardo DiCaprio en lugar de conmigo —finge un escalofrío—. No se tú, pero yo me sentiría mal de no tenerme, ni en sueño, de esposo.
Rio con diversión y niego con la cabeza.
—Si, tienes razón.
Me incorporo hasta quedar sentada y tomo la mano de mi esposo para acercarlo a mi.
—Buenos días
Le doy un casto beso en los labios.
—Buenos días. —responde con una sonrisita.
Se vuelve a incorporar, con su brazo rodeando el cuerpo de Asteria, y sin dejar de sonreír.
—¿Qué hora es?—pregunto tallando mis ojos con mis manos.
—Las 9.
—¡¿Las 9?!
Lo observo atónita y mi esposo afirma con la cabeza.
—¿Y qué haces despierto tan temprano? Se supone que te vas a la oficina a la 12.
—Si.
—¿Y entonces? ¿Por qué estás despierto a esta hora?
—Porque As y yo te tenemos una sorpresa.
—¿Una sorpresa?
Los miro curiosa y Dylan asiente muy alegre.
—¿Y qué es?
—Espera aquí y cierra tus ojos.
—Está bien.
Acoto la indicación en seguida y en el momento en que cierro mis ojos, escucho los pies de mi esposo deslizándose sobre el piso de nuestra habitación.
—Aún no los abras, eh. —grita mi esposo desde algún lado del departamento.
—Está bien.
No pasan más de unos cuantos segundos cuando el suave sonido de los pies descalzos Dylan deslizándose dentro de la habitación, vuelve a aparecer.
—Ya puedes abrirlos.
Al abrir mis ojos, me encuentro con la imagen de Asteria sosteniendo un ramo de flores de diferentes colores entre sus delicadas manos, lo cual pone a las mariposas de mi interior a revolotear y derrite mi corazón.
—Feliz San Valentín, estrellita.
—Oh, Dylan —las tomo con gentileza de las manos de mi hija—, muchas gracias, cielo.
Las acerco a mi nariz para poder olerlas y sonrío cuando su aroma entra por mis fosas nasales, invadiendo mis sentidos.
—¿Te gustaron?
—Me encantaron, Dyl.
Me incorporo en la cama, quedando hincada sobre ella, justo al frente de Dylan y posiciono mi mano en su mejilla para acercarlo a mi dejar un beso en su boca.
—Muchas gracias, Dyl.
Sus ojos chispean con felicidad tras mis palabras, y con su mano libre, me toma de la nuca y me pega con brusquedad a sus labios para envolverme en un fuerte beso.
Por desgracia, nuestro momento dura poco, porque los balbuceos y sonidos de Asteria hacen acto de presencia, provocando que nos separemos.
Llevo mis ojos hacia ella y la veo abriendo y cerrando su boquita mientras mueve sus manitas al ritmo de lo que sea que esté diciendo.
—También gracias a ti, mi As bonita, por las flores.
Dylan la acerca a mi para que pueda tomarla entre mi brazo vacío y, una vez la tengo sujeta, comienzo a repartir besos por toda su cara, provocando así, que suelte una sonora risa.
—Por cierto, también tengo una sorpresa para ti. —digo luego de la sesión de besos en el rostro de mi hija.
—¿Ah sí?—cuestiona con evidente emoción.
Muevo la cabeza en afirmación.
—Pero tendrás esperar a que As termine de comer para que te la de.
En seguida de eso, Dylan toma las flores entre sus manos y me siento en la cama para empezar a alimentar a mi bebé.
Subo la playera de mi pijama ante la atenta mirada de Dylan y apenas comienzo a amantar a mi hija, Dylan hace una mueca.
—¿Qué pasa?
Suspira.
—Es que jamás pensé que estaría celoso de mi propia hija.
—¿De qué ha...?—corto mi pregunta antes de terminarla y paso mi vista de él a Asteria y viceversa.
Y, cuando mis ojos vuelven a los suyos, se hacen grandes cuando comprendo lo que ha dicho, ocasionando que mis mejillas se tornen rojas mientras que una sonrisa maliciosa aparece en su boca.
—¡Dylan! ¡No digas esas cosas!—exclamo.
—¿Por qué no? Si es verdad.
Abro la boca para replicar, pero mi esposo me lo impide cuando se hace un poco para enfrente y, con su dedo índice, pincha con suavidad la barriguita de mi hija.
—Oye tú —As lo mira sin dejar de comer—. Antes todo eso, era mío.
—¡Dylan! —lo miro escandalizada—. ¡No digas eso frente a la niña!—lo regalo con mis mejillas tornándose más carmesí.
—¡¿Por qué no?!
—¡Porque no!
—¡Pero si es la verdad!
—¡Ya lo sé! ¡Pero no lo digas enfrente de ella!
Suelta un bufido y se cruza de brazos, inconforme.
—Pues ya que. —dice entre dientes.
Niego con la cabeza, aún acalorada, y me vuelvo hacía mi hija, quién ya está a punto de volver a quedar dormida.
—Beca. —habla Dylan, luego de unos segundos.
—¿Si, Dyl?
—Regresando de la oficina quiero llevarte a un lugar.
—¿A un lugar?
Asiente y lo miro con más atención que antes.
—¿A dónde?—pregunto, curiosa.
—Es una sorpresa.
—Y... ¿solo los dos?
—Si.
—Oh —mordisqueo mi labio y bajo a vista a mi niña—. ¿Y qué va a pasar con Asteria? No la podemos dejar.
—Eso ya lo tengo solucionado, estrellita —estira su mano hasta tocar mi mejilla y alza mi rostro—. Tú solo encárgate de arreglarte para la noche.
—Oh, está bien.
Mueve la cabeza, conforme con mi respuesta y suelta mi mejilla.
—¿Alguna pista sobre a dónde iremos? ¿Para saber que debo ponerme?
—Lo que quieras, igual siempre estás preciosa.
El sonrojo, que ya había desaparecido casi por completo, vuelve a aparecer y, junto a ello, una enorme sonrisa.
—Gracias, Dyl.
—No agradezcas, solo digo los hechos. —afirma y suelto una leve risa.
Me quedo en silencio, mirando a Asteria un par de segundos, hasta que una duda llega a mi mente y subo mi vista a Dylan, quién aún mira con recelo a nuestra hija.
—Tengo una duda.
—¿Qué es?—lleva sus ojos a mi rostro.
—¿Cómo lograste conseguir las flores siendo tan temprano?
—Las fui a conseguir con los vecinos.
—¿Nuestros vecinos venden flores?
—No.
Alzo una ceja en su dirección.
—¿Entonces?
—Las arranqué de las macetas que tienen afuera.
Abro los ojos de par en par, atónita.
—¿Hablas en serio?
—Si.
—¡Dylan!
—¿Qué?
—¡No puedes arrancar las flores de las macetas de los vecinos!—lo regaño.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—¡Porque se molestaran, Dylan!
—¿Y eso a mí que?
—¿Cómo que a ti que?—lo miro con incredulidad—. Si se enojan, tendremos a los vecinos como enemigos y una mala convivencia no estaría bien
—A mi no me importa —alza sus hombros, restándole importancia—. Además, solo venimos a Hoboken de vez en cuando. No es como que los vamos a ver todos los días.
—Aun así, Dylan. Debemos mantener una sana convivencia. ¿Qué tal si la próxima vez que vengamos no nos reciben de buena manera?
—Pues si ese es el caso, compró el edificio y los echo a la calle.
Mis ojos se abren más en sorpresa y siento unas pequeñas ganas de reírme ante su comentario.
—¡Dylan!
—¿Qué? Es la verdad —se cruza de brazos—. Nadie hace sentir mal a mi esposa.
Esta vez no puedo contener la risa, así que la dejo escapar.
—Eres un tonto, Dylan.
—Y tú eres preciosa, Rebeca.
Esas palabras le hacen a mi corazón dar un vuelco y me hacen tener un muy agradable deja vu.
—De nuevo, gracias por las flores, Dyl —le sonrío—. Me encantaron. Aunque las hayas agarrado de las macetas de los vecinos. —suelto con diversión.
—Mientras a ti te hagan felices, no me va a importar arrancarlas de todos los jardines existentes; siempre y cuando mantengas esa sonrisa en tu rostro.
Mi sonrisa crece hasta el punto de lastimar mis mejillas y las mariposas en mi interior se menean por mi estómago, golpeándome con fuerza.
—Te amo tanto, Dylan.
—Y yo a ti, mi estrellita.
€
—¿Este? ¿Qué te parece este?
—Ese también es muy bonito. Me gusta.
Suelto un bufido de exasperación y lanzo mi vestido a la cama.
—Eso me has dicho los últimos 5 vestidos, Criseida —me cruzo de brazos mirándola a través de la pantalla de mi teléfono. No estás ayudándome mucho.
—Lo siento, amiga, lo siento, pero realmente tus vestidos están muy bonitos. ¡No puedo decidirme por uno!
Suspiro.
—Quiero impresionar a Dylan, Cris, pero aún no se que ponerme.
—Beca, no hace falta que te pongas algo sensacional para verlo. A ese hombre lo tienes cautivado desde que te vio, así que aunque vayas con pijama, seguro que se le sale la baba.
Suelto una suave risa y aunque se que lo que dice es verdad, quiero ponerme algo que lo deje más embobado de lo que ya lo traigo.
Ojo ahiiiii.
—Ponte el blanco.
La voz de mi amiga me saca de mis pensamientos y parpadeo varias veces para enfocarme en ella.
—¿Mande?
—El vestido blanco —repite—. Póntelo.
—¿El que compramos juntas hace un año?
Asiente.
—Pero ese me queda un poco chico. Por eso no me lo he puesto.
—Mejor aún. Así se te marca más el trasero.
—¡Crisi!—la regaño y ella se ríe.
—Hazme caso y póntelo.
—Está bien.
—Bien.
Me mira con aprobación y veo como toma el teléfono entre sus manos para acercarlo a su cara.
—Debo irme, beki-keki. Nolan y yo vamos a salir un rato, pero quiero que me mandes foto con el vestido, ¿Ok?
—Ok.
—Excelente.
Tira un beso a la cámara y comienza a agitar su mano en forma de despedida.
—Nos vemos luego, Beca. ¡Te quiero!
—Y yo a ti, Crisi —le sonrío de boca cerrada—. Diviértete.
—Tu igual, amiga. Chao.
—Adiós.
Cuelgo la llamada después de nuestra corta despedida y me quedo en mi lugar un par de segundos más, mientras me visualizo con el vestido y cuando mi cerebro proyecta aquella imagen, debo confesar que me gusta mucho lo que veo.
Sonrío y me giro en dirección al clóset.
—Bueno, vamos a enamorar más a mí esposo.
€
—¿Beca? ¿Cielo? ¡Ya llegué!
La voz de mi marido desde el primer piso, anunciando su llegada, me hace erizar la piel de nervios.
—¿Ya estás lista?—lo escucho gritar desde abajo.
—¡Ya casi!
—¡Te espero aquí abajo!
Le doy los últimos retoques a mi maquillaje y acomodo mi cabello por última vez, antes de levantarme de la silla de mi tocador y encaminarme hacía el espejo de cuerpo completo que descansa en la habitación.
Observo con atención desde la parte de escotada del vestido, hasta la parte de la abertura en la pierna, la cuál empieza unos centímetros abajo de la rodilla y termina un poco más arriba de que roce el piso.
Paso la vista por mi cabello, cerciorándome que las ondas sigan igual de perfectas a como lo estaban hace una hora, y tras verificar que todo esté correcto con esa parte, paso mis ojos hacia mí rostro, en donde le doy el último vistazo a mi maquillaje antes de incorporarme, lista para irme.
—Bueno, As, es hora de bajar a ver a papá.
Me doy la vuelta hacía mi hija, quién está muy pendiente desde la cama a una caricatura que está siendo transmitida en la tele y, cuidando de no perder el glamour, tomo a mi hija en brazos —quien no se opone a ser sujetada—, y luego de apagar la televisión y tomar el regalo envuelto que le tengo a Dylan, me dirijo hacia las escaleras con ella.
—¡Oh, ahí vienen las chicas Black!
La voz de mi suegro se hace notar cuando ya estoy a punto de llegar al último escalón y, en seguida, mi Dylan voltea con velocidad hacía nuestra dirección.
Lleva su traje del trabajo, solo que está vez está sin saco, y apenas sus ojos chocan con los míos, un fuerte suspiro abandona sus labios, al tiempo en que sus ojos se abren con asombro y se llenan con ese particular brillo que aparece cada que me mira.
Su reacción, por más simple que parezca, me hace temblar de pies a cabeza y pone a las maripositas de mi interior a golpear mi estómago con tanta fuerza que siento unas repentinas ganas de vomitar.
Iug. No lo hagas.
—Pero que preciosa muñequita llevas contigo, Rebeca.
La voz de mi suegra me saca de mi trance, haciéndome llevar su vista hacia ella, quién camina en dirección hacía nosotras, con los brazo abiertos para tomar a mi hija.
—¿Cómo está la nieta más bonita, eh?—cuestiona Elizabeth hacía As, con una voz infantil—. ¿Cómo está?
Asteria comienza a balbucear cuando su abuela la toma en brazos, como si estuviera respondiendo en el idioma bebé a esa pregunta.
—Oh ya veo —responde mi suegra con diversión—. Pero que interesante todo lo que dices, eh.
Eli se aleja con mi hija y se acerca con ella en brazos hacia mi suegro, quién mira con fascinación como Asteria mueve sus manitas mientras "habla".
—Ven, déjame ayudarte.
Bajo la mirada hacía Dylan cuando escucho la cercanía de su voz, y con una pequeña sonrisa, tomo su mano, la cual está extendida en mi dirección.
—Gracias. —digo al llegar al último escalón.
—No hay de que. —murmura.
Al llegar al último escalón, Dylan suelta mi mano para tomar mi barbilla e inclinar mi cabeza hacia arriba, porque a pesar de llevar tacones, él sigue siendo más alto que yo.
—Porque te empeñas en hacer que cada día caiga más por ti —suelta recorriendo su mirada por todo mi rostro—. No te basta con casi tenerme al borde de la locura.
Sonrío y mi corazón comienza a latir con fuerza dentro de mi caja torácica
—No. Quiero dejarte totalmente demente.
Sonríe.
—Pues siéntete orgullosa, porque estás a punto de conseguirlo.
Se inclina para darme un beso, pero antes de que llegue a mis labios alguien aclara la garganta.
Dylan suelta un suspiro de frustración y vuelve su cabeza a sus papás quienes nos miran con una mini sonrisita.
—No queremos molestarlos, pero recuerda que seguimos aquí. —dice mi suegro.
—Con esa interrupción créeme que no se me va a olvidar. —habla entre dientes y su papá lo mira con diversión.
—Bueno niños ya váyanse antes de que se les haga más tarde —dice mi suegra—. Nosotros cuidaremos de Asteria.
—Bien.
Dylan vuelve sus ojos a mi dirección y pone su brazo para que lo entrelace con el mío.
—¿Estás lista para irnos, estrellita bonita?
Paso mi brazo por él suyo, con una sonrisa.
—Estoy lista, Dylansito.
€
Dylan lleva conduciendo un par de minutos desde que dejamos nuestro departamento y, durante todo ese tiempo, he estado muy al pendiente del camino, buscando algo que me indique hacía que lugar vamos, pero desgraciadamente, solamente he podido ver casas y negocios.
Ninguna pista que me indique a donde vamos...
—Sigue pasando el tiempo y tú sigues siendo igual de curiosa.
Revoloteo y me giro hacía él.
—Tal vez no sería tan curiosa si me dijeras a dónde es que vamos.
Sonríe divertido y niega con la cabeza.
—Ya sabes que no te voy a decir, ¿cierto?
—Si.
Suspiro con fingida tristeza.
—¿Entonces porque sigues insistiendo cada que te hago una sorpresa que te diga?
—Porque tengo esperanza de que algún día tú malvado corazón se apiade de mi y termines diciéndome.
Ríe.
—Eso no va a ocurrir, Beca.
—¿Pero por qué?
Hago un puchero y toma con una de sus manos mi rostro, apretándolo con suavidad.
—Porque adoro ver tu carita de asombro y de alegría cada que te hago una sorpresa, Beca, y si te lo digo, ya no vería más esas reacciones, cielo.
Se inclina para dejar un beso tronado en mis labios que me hace suspirar y vuelve a su posición normal para seguir conduciendo.
Sonrío.
Me encanta cuando me besa de esa forma. Bueno, en realidad me encanta cuando me besa de cualquier forma.
Que envidia.
—Hemos llegado. —anuncia luego de unos minutos, deteniéndose a lado de la cera.
En seguida paso mi mirada por el lugar, tratando de ubicar donde estoy, pero por desgracia, no reconozco nada. Sin embargo, tengo una extraña sensación que me dice que ya he estado aquí.
—¿Dónde estamos?—cuestiono, sin dejar de mirar al exterior.
—Ya lo verás.
Sale del carro y le da la vuelta para llegar a lado del copiloto, y una vez está ahí, abre mi puerta y estira su mano en mi dirección para ayudarme a bajar del vehículo.
Frunzo en ceño y paseo mi vista por mi alrededor, una vez mis pies ya tocaron el piso.
—Algo me dice que ya he estado aquí.
—¿Ah sí?
—Si.
—Pues para descubrirlo —abre la la puerta de la parte trasera y se inclina para buscar o tomar algo—, tendrás que ponerte esto.
Cuando vuelve a incorporarse y me enseña con una sonrisita la corbata que tiene entre las manos, abro los ojos de par en par.
—Pensé que ya habíamos pasado la etapa de cubrir los ojos con la corbata.
—Jamás pasará esa etapa, amor.
Arrugo la nariz, inconforme y me quedo viendo la corbata con recelo.
—¿Es necesario que me la ponga?
—Si.
—Pero arruinara mis pestañas.
—No te preocupes, amor —me rodea con lentitud, hasta quedar detrás mío—. Seré lo suficientemente cuidadoso como para no arruinar tu maquillaje. —dice a lado de mi oreja y me da un beso en cuello que me hace erizar.
—Está bien. —digo en un susurro.
Dylan no contesta, simplemente alza la corbata hasta la parte de mis ojos y, como lo prometió, la amarro con sumo cuidado como para mantener mi rimel y sombra intacta.
—Aún no me dices que traes en esa cajita que tienes en las manos. —dice, continuando con su tarea.
—Es tu sorpresa. —digo con una sonrisita.
—Ya veo.
—Cuando en lugar al que quieres llevarme, te la enseñaré.
—Bueno, entonces lo mejor será apurarnos porque estoy bastante curioso.
De un rápido movimiento lo siento alzarme en sus brazos como una princesa, provocándome que un gritito de sorpresa salga de mis labios.
—¡¿Pero qué haces?!—exclamo, sujetandolo con una mano, mientras que con la otra agarro su regalo.
—Cargandote. —dice como si fuera obvio, empezando a caminar.
Ruedo los ojos debajo de la corbata.
—Ya lo sé, pero ¿por qué lo estás haciendo?
—Para que no te vayas a caer con tus super tacones —responde—. No quiero que te vayas a romper algo; me gusta mi esposa con todas sus partes completas.
—Pues entonces que considerado.
—Lo sé, soy el mejor esposo.
Sonrío divertida.
—Sin duda lo eres.
Recargo mi cabeza en su pecho, mientras espero con paciencia llegar a ese lugar misterioso al cual mi esposo quiere llevarme y del cual, se ha mantenido muy discreto al respecto.
Camina por un par de minutos más, cuando siento que da un paso lo suficientemente largo hacia una zona que se menea suavemente.
Me aferro con más fuerza a él.
—¿Por qué se movió el piso?
Dylan se mantiene en silencio mientras vuelve a emprender camino, pero está vez para subir unas escaleras.
—¿Dyl?
—Espera, estrellita, ya lo vas a descubrir.
Luego de eso me deja con precaución en el piso, pero sin me quita la venda, lo cual me hace ponerme nerviosa, y más cuando siento el piso empezar a moverse.
Suelto un sonido de impresión y al segundo me agarra Dyl de la cintura para mantenerme firme.
—¿Qué está pasando?—cuestiono, ansiosa, cuando siento como nos empezamos a mover.
—Espera un momento más y lo sabrás.
Vuelve a dejar otro par de besos en mi cuello y se aferra a mi cintura, como si estuviera procurando que no me fuera a caer.
Mi cara es besada por el viento mientras que el lugar en donde nos encontramos, continua moviéndose con suavidad en línea recta, lo cual me hace tener una pequeña pista de dónde estamos posiblemente.
—¿Estás lista?—murmura en mi oído.
Mi piel se eriza y asiento con la cabeza.
—Si.
—Bien. Uno, dos, tres...
Retira la venda de mis ojos y parpadeo varias veces para acostumbrarme a la luminosidad de la cual estoy siendo rodeada. Y cuando mis ojos por fin se adaptan, mi corazón da un vuelco y todo mi cuerpo se llena con velocidad de diferentes sentimientos.
Con que de aquí venía la sensación de haber estado aquí.
—¿Qué te parece si recreamos nuestra primera cita, estrellita?
Recarga su barbilla en mi hombro, mientras yo observo embelesada como el sol empieza a esconderse en el horizonte, proyectando sus últimos rayos contra el Río Hudson.
Me vuelvo hacía Dylan unos segundos más tarde y tomo su rostro entre mi mano libre, para dejar un fuerte beso en sus labios.
—Si, quiero recrear nuestra primera cita. —digo sobre sus labios.
Dylan sonríe y me pega más a su cuerpo.
—Entonces hagámoslo.
Vuelve a tomar mis labios entre los suyos, envolviéndome en un cálido beso que pone a mi corazón a marchar con fuerza.
Este será un buen San Valentín.
€
—¿Te acuerdas cuando no te gustaba Harry Potter?—cuestiono, luego de darle un bocado a mi salmón.
—Claro que lo recuerdo, casi me dejas por eso. —me mira con recelo.
—Es que debes de entenderme, yo no podía estar con un muggle. —menciono llevándome la mano al pecho con exageración.
Dylan suelta una de sus preciosas risas.
—Lo bueno es que me cure y pude continuar a tu lado.
—Si, un alivio.
Me mira con diversión y niega con la cabeza, antes de darle otro bocado a su platillo.
—¡Oh, es hora de tu regalo!—exclamo, deteniendo el tenedor de Dylan a unos centímetros de sus labios.
Sacudo mis manos, quitando cualquier moronita de ellas, y tomo la cajita dorada que descansa en la mesa para estrecharsela con una sonrisa.
Él la recibe con sumo cuidado, como si temiera que tuviera algo de cristal adentro, y hace su plato hacia un lado para poner ahí la caja.
—¿Qué es?—pregunta, mirándola como si pudiera ver a través de ella.
—Abrela y verás. —digo con emoción.
Dylan no pierde más tiempo y empieza romper el envoltorio dorado, hasta que queda solamente una sencilla caja blanca y, con lentitud, quita la tapa de ella, dejando al descubierto su interior.
Sus ojos y labios se abren en una sorpresa tan genuina que hacen latir mi corazón.
—¿Qué...? ¿Cómo fue qué...?
Suelto una risa cuando veo que no puede concluir ninguna de sus preguntas y observo con una sonrisa como saca de la caja, con suma precaución, como saca de ella el primer cómic del «Doctor Strange» y de «Spiderman»
—¿Cómo los conseguiste?—cuestiona con voz chillona—. Los estuve buscando por años.
—Tengo mis trucos. —alzo mi barbilla con orgullo.
—Wow, Beca, no se que decir. Seguro te costaron mucho. —menciona con pena, mientras continúa admirando su obsequio.
—No tanto como lo que tú has gastado en mi, Dyl. —respondo sin dejar de sonreír.
Me inclino hacía enfrente un poco y ladeó mi cabeza.
—¿Te gustaron?
—¿Qué si me gustaron? —alza su cabeza en mi dirección, mirándome como si estuviera haciendo la pregunta más tonta—. Amor, los estuve buscando durante años, ¿cómo no me van a gustar? Incluso tengo ganas de llorar.
Antes de poder impedirlo, una fuerte risa me abandona, por lo que me veo obligada a cubrir mis labios.
—Entonces me alegro que te hayan gustado a tal grado.
Parece que mi esposo va a decir algo más, pero las luces tanto de Nueva York como de Nueva Jersey, se apagan repentinamente, haciendo que se vea interrumpido.
—Aquí viene. —murmuro con emoción.
Me levanto de mi lugar y me acerco a la barandilla para apreciar de mejor manera el momento en el que se prendan las luces.
—¿Por qué se tarda tanto?—susurro.
—No lo sé. —responde Dylan, detrás mío.
Miro con el ceño fruncido los edificios delante mío, ansiosa, hasta que la primera luz blanca es prendida, haciendo que una sonrisa aparezca en mi y que la emoción me recorra cuando todas las luces empiezan a ser prendidas. Solo que hay algo raro y es que está vez también están apareciendo luces de color rojo.
—¿Qué está...?
Mi pregunta queda acallada cuando las luces comienzan a prenderse con más velocidad, hasta que por fin se prenden todas totalmente.
Mis ojos se abren de par en par y quedo totalme atónita cuando veo el corazón gigante y de color rojo que forman las luces de los edificios que están frente a nosotros.
—Feliz San Valentín, estrellita. —dice Dylan a mis espaldas.
—Wow... —suelto, aún mirando embelesada los edificios—. ¿Tu... tú lo hiciste?
—Por supuesto.
Me giro a verlo, asombrada.
—Pero... ¿cómo?
—Nada que el dinero y mi bonita cara no pueda resolver.
Sonrío y lanzo mis brazos alrededor de su cuello, apretandolo contra mi, tratando de proyectar toda la emoción que siento en el abrazo.
—Gracias, Dyl —digo, para luego separarme un poco de él y mirar sobre mi hombro el corazón que aún sigue proyectado ahí—. Esto es precioso.
—Y eso no es toda la sorpresa del día de hoy. —dice y toma mi barbilla, para hacerme mirarlo de nuevo.
—¿No?
Niega con una sonrisita.
—Dios, Dylan —llevo mis manos a mis mejillas—. No sé si pueda seguir recibiendo más regalos después de todo esto, amor.
—Pues este tendrás que hacerlo, porque esto no me lo puedo quitar de encima.
Mi ceño se frunce con confusión.
—¿A qué te refieres con eso?
Dylan, sin quitar su sonrisa, da un paso hacía atrás y comienza a desabrochar los botones de su camisa.
Pero... ¿qué está haciendo?
No tengo idea.
—Echa un vistazo. —dice, una vez que ya termino de desabrochar los botones.
Mi ceño se hunde mucho más, sintiéndome más confundida que antes, sin embargo, no replico y me acerco a él.
—¿Y qué se supone que debo de buscar?
—Una pista —acerca sus labios a mi oído—. Está justo encima del corazón.
Una vez Dylan termina de decirme esa frase, llevo mis manos a su camisa, abriendola lentamente para dejar despejado su pecho.
Cuando mis ojos conectan con el área en donde se encuentra su corazón, siento mis piernas flaquear y mis manos comenzar a sudar al ver lo que tengo ante mis ojos.
—¿Y? ¿Qué opinas?
—Yo...
Abro y cierro mi boca tratando de encontrar alguna palabra que refleja absolutamente todo lo que estoy sintiendo, al ver mi nombre marcado con tinta negra en su pecho y rodeado de diminutas estrellitas.
—Dios, Dylan...
Llevo mi mano hacia la zona del tatuaje, trazando el contorno de este mismo con mi dedo índice, con suma suavidad, temiendo lastimarlo.
—¿Cuando te lo hiciste?—que uno con lágrimas en los ojos.
—Hace un par de días.
—¿Por eso no habías estado dejando que te mirara sin camisa?
Asiente.
—Dios, y yo pensando que no querías que te tocará más.
Suelto un suspiro de alivio.
—Como vas a decir eso sin la parte favorita de mi día es cuando rozas alguna parte de mi anatomía. —suelta con diversión y lleva sus dedos a mis mejillas.
Le doy una frágil sonrisa, la cual se desaparece a los segundos cuando una pregunta aparece en mi mente.
—¿Por qué lo hiciste?—susurro.
—Porque te amo, Beca, y quería tener algo en mi cuerpo que representara que eres la dueña de mi corazón —sonrie y toma mis mejillas entre sus manos—. Hubiera preferido tatuarme el corazón, pero al ser imposible, espero que estés a gusto con que me tatuará el pecho.
Suelto una risa y llevo mis manos a mis ojos cuando siento una lágrima derramarse.
—Hubiera estado a gusto aunque no te tatuaras nada, Dyl.
—Bueno, pues yo no.
Me da una pequeña sonrisa con apenas unos segundos de duración, antes de mirarme con un poco de inseguridad.
—¿Te gustó?
Lleva su dedo pulgar a mi mejilla y limpia otra lágrima que acaba de escaparse de mis ojos.
—Me fascinó, cielo —digo con la voz entrecortada por las lágrimas—. Incluso considero que esa palabra es insignificante para describirte lo mucho que me encantó tu tatuaje.
Suelta un suspiro aliviado.
—Qué bueno porque ya estaba pensando en tatuarme tu cara si no te gustaba este pequeño tatuaje.
Suelto una carcajada.
—Que imbécil eres, Dylan.
Sonríe y toma mi cintura para pegarme a su cuerpo.
—Un imbécil que está tontamente enamorado de ti.
Mi corazón se derrite y las ganas de llorar aumentan.
—Te amo, Dyl.
—Y yo te amo a ti, estrellita.
€
¡Feliz San Vlentin a mis lectoras bonitas!
Las quiero mucho y espero que hayan disfrutado tanto como yo el regreso de Dylan y Beca.
Los tres les deseamos un muy bonito San Valentín y los queremos mucho.
Hasta el siguiente extra.
Con mucho amor, Hanna.
ig:hannasvelez
PSDT: Si encuentran un error ortográfico, una disculpa, no pude terminar de corregir el extra.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro