20/12/2027.

Las navidades se acercaban luego de nueve años tras la muerte de Thompson.

¿Qué es lo bueno de esto?

Que recordarla ya no dolía, al contrario, recordarla me hacía querer seguir adelante con lo que tenía en mente.

Aprendí, gracias a alguien, que la vida nos obligaba a cometer atrocidades y no siempre debíamos condenarnos por eso. 

¿Quién es ese alguien? Mi familia. Y no hablo la de mis padres, abuelos, tíos, primos.

Hablo de la mía. Completamente de la mía. Hija y novia.

Si, he dicho que tengo una novia.

Si, también he dicho que tengo una hija.

Y en este momento escucho sus carcajadas desde la habitación.

Melissa nació hace cinco meses, pesando dos kilos trescientos.

Su madre era una persona que conocí en rehabilitación.

Porque he ido a rehabilitación.

Dos años. El peso de la muerte de Nila aún yacía sobre mis hombros.

Y lo más interesante es que la única persona que pudo sacarme de ese agujero negro mientras estaba en el internado fue ella, Marlen.

Abrí la puerta de golpe y la imagen más bella saltó a mis ojos: Marlen jugaba con nuestra hija y Melissa reía a sonoras carcajadas desde donde estaba.

—¿Qué hacías? — preguntó entonces Marlen y me senté a su lado.

—Mírala, ¿No es hermosa?

Sonreí. Claro que lo era.

_Estaba escribiendo — apunté y ella me acaricio la mejilla. Sabía que escribía cuando me sentía atrapado en confusión. 

—Y Si, es hermosa. ¿Por qué será?

—¿Por qué es tu hija? — aventuró e hizo una mueca tierna. La besé en los labios y negué.

—Porque es nuestra — me miró con ojos lagrimosos y puso su atención en ella. La tomé del mentón y me encaró.

—Nuestra bebé.

—Nuestra bebé — afirmó y volvimos a besarnos.

—¿Para siempre?

La niña a nuestras narices hizo unos gorgoritos y no pude responder la pregunta.

Nunca la respondí, de hecho.