NILA

Era jueves y yo estaba terminando una tarea de literatura, Ayton se sentaba todos los días a mi lado y no me hablaba; pero ahí estaba.

Y sabía más que nadie que me miraba durante toda la clase.

—¿Te pasa algo? — me habló por primera vez en la mañana y negué con la cabeza sin mirarlo.

—¿Ya te dije que eres malísima mintiendo?

—¿Por qué crees que te mentiría?

—Porque me tienes miedo — Lo observo por primera vez en mucho tiempo.

—Tengo miedo a lo que planeas hacerme — la voz se me apagó.

Él se quedó callado.

—Yo...— lo miré con ojos lagrimosos y el levantó los párpados.

—Debo alejarme de ti.

—No — Sacudo la cabeza.

¿Por qué me duele tanto alejarme? ¿Será que siento algo más por él? ¿Eso es posible si quiera? Claro que es posible.

—Bajé del cielo para matarte — susurró entonces, en medio del silencio. 

Lo observé impaciente, quería que continuara hablando.

—Me mandó el arcángel Miguel matar a la hija de Lucifer.

—¿De qué estás hablando?

—De que tienes miedo —

Me quedé en silencio, sintiendo mis dedos temblar sobre la hoja blanca.

—Y acepté porque ya te conocía — sopesé sus palabras de manera deliberada en tanto el soltaba un suspiro.

—Te conocía desde aquel 28 de enero de 2002. Y me gustaste como nadie — agregó y nuestros ojos se encontraron.

—Cuando mi padre y el tuyo firmaron los artículos trece y veinte del libro de Enock — me acordé mientras evitaba mirarlo.

—No te vi —

—Pero yo sí — asintió y sentí mis ojos calentarse deliberadamente ante las lágrimas.

—Y cuando mi padre se enteró de que mi deseo por ti crecía...me cortó un ala — soltó y busqué sus manos para entrelazarla con la mía. 

—Cuando me la cortó sentí un odio intenso hacia ti, me decía una y otra vez que era por tu culpa.

—Por eso aceptaste bajar — agregué y el asintió lentamente.

—Lo siento.

—Bajé también por una cosa más — se acercó a mí un poco y esperé temblorosa a que continuara.

—Bajé del cielo porque estoy completamente enamorado de ti — susurró cerca de mí y un cosquilleo me recorrió el cuerpo.

—¿Qué? — es lo único que llegó a desconcertarme.

¿Enamorado de mí? ¿Él? ¿Cuándo, como, por qué?

—¿No me crees? — lo observé perpleja.

—Dime que sientes por mí — Me rasco la nuca, nerviosa.

¿Qué siento por él? ¿Cómo se supone que responda a algo que no sé?

—Sí sabes — me leyó la mente.

Solté un suspiro y me digné a observarlo, quizás si lo hacía mis sentimientos serían más claros.

En cambio, le pedí otra cosa:

—Bésame — arqueó las cejas, confundido.

—¿Qué?

—Bésame y te diré lo que siento por ti — era la única forma de saberlo.

Sí el beso me generaba algo más que placer sexual definitivamente estaría sintiendo algo prohibido por este ángel.

Dudó unos segundos, pero apoyó sus labios sobre los míos y los arrastró.

Suspiré ante el contacto, y eso pareció afectarle, porque abrió la boca y me entregué a él y a ese beso que me estaba volviendo loca.

Mi pulso se aceleró y me sentí completa y raramente feliz por primera vez en mucho tiempo.

Nos separamos para respirar y aproveché para mirarlo directamente a los ojos.

Estaba con los labios entreabiertos y respiraba como si hubiese corrido cinco cuadras.

Acaricié su mejilla y el cerró los ojos.

Lo que sentía por él iba más allá que simple deseo.

—También te quiero — susurré entonces y levantó sus párpados 

—No estoy segura de que es esto que siento, pero...deseo no es.

Es algo más.

Sonrío entonces, y volvió a besarme.