NILA

El día de ayer no vi a Ayton en todo el día, me dijo que tenía una reunión con alguien, pero nunca me dijo con quién.

Volvió en la noche, cuando yo estaba en mi cama, en mi habitación.

Se metió por la ventana apresurado.

Cerré la puerta con llave al igual que la ventana, de esa forma mamá no podría entrar a la primera, debería tocar.

—Hola — saludé tímida y se acercó para darme un beso —¿Cómo te fue?

—Tenemos que hablar de eso. Pero no ahora, cielo. Vamos a dormir.

—¿Vas a dormir conmigo? — sonreí, emocionada.

—De cucharita — afirmó y me metí con rapidez en la cama. Lo sentí detrás de mí, rodeándome con sus brazos y piernas.

—Buenas noches — deseé y el siseó. 

—Te quiero mucho — Me besó la mejilla.

—Yo también, mi amor — susurró entonces y dejé que el cansancio me consumiera.

(...)

Ayton no estaba cuando me levanté, y ya estaba llegando un poco tarde al Instituto. Por lo tanto, me apresuré en prepararme y evité desayunar.

Comencé a caminar rápidamente por las calles calientes de Harvey.

En tanto lo hacía iba memorizando una buena excusa para ponerle al profesor de mi primera clase. Dejé de pensar en ello cuando las calles se convirtieron en pasto.

Dejé de insistir cuando me sentí desnuda. Cuando observé que estaba en un monte, porque no había árboles.

Una pareja sin identidad, diablo y ángel, se besaban sin desenfreno en frente de mí.

Estoy harta de las alucinaciones.

Miré hacia otro lado, y esta vez, la misma pareja estaba teniendo sexo.

¿Qué diablos?

Giré mi vista e intenté hacer oídos sordos ante los gemidos.

Esta vez, ambos estaban amarrados contra dos esposas.

Sus muñecas sangraban, sus alas parecían de cristal.

La diabla lloraba sin obtener consuelo, el ángel se mantenía con la vista baja, pero podía ver como escupía sangre.

—Tenemos que decirlo — dijo entonces la voz, y me acerqué.

Sentí el frío del viento golpearme la piel desnuda, y sentí vergüenza.

Aun sabiendo que ellos no podían verme.

—Todo estará bien — susurró el ángel e intentó moverse, sólo obtuvo el arañarse las muñecas y gemir de dolor nuevamente.

—No dejaré que te corten las alas.

—Y yo no dejaré que me separen de ti. No ahora, ángel —

Ese apodo, lo conocía perfectamente.

Comencé a correr, llena de miedo, llena de inseguridades.

No sabía a donde me dirigía, no sabía si podía volver a casa estando dentro de una alucinación. 

Pero corrí y corrí como jamás recuerdo haberlo hecho. 

Las lágrimas que bañaba mis mejillas las enfriaban por el viento que me pegaba en la cara. Y de repente, con un ataque de pánico doloroso, estuve de nuevo en la realidad.

Parada en la entrada del Instituto, los libros en manos.

Todos se volteaban a verme, las lágrimas seguían ahí. Abrí y cerré las manos, me las había lastimado por tanto apretarlas.

Observé el entorno, temblorosa.

—¿Ángel? — Ayton se acercó a mí y lo observé. 

—¿Estás bien? ¿Es un ataque? —

Me observé a mí misma, quería cerciorarme de que estaba vestida, y así era.

—¿Dónde estamos? — salió apenas en un susurro.

—En el Instituto. ¿Dónde estás tú? —

Tragué saliva y observé el suelo.

—No lo sé — es todo lo que dije.