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6. Ni buscaras redención

Lo iba a hacer. Iba a ver a Irina.

Se despeinó con las puntas de los dedos, incapaz de mantenerse imperturbable mientras esperaba a Max. Por más que repasara la cadena de correos que habían tenido durante la tarde, lo único que recordaba sobre cómo había cedido era que su amigo mencionó la palabra «oportunidad». Si no era esa noche, no tenía certeza sobre cuándo sería. Y, tanto si consideraba trabajar con Hugo como si no, tenía que verla cuanto antes. Tenía que hacer realidad al menos uno de los escenarios que lo atacaban cada vez que buscaba distraerse.

El timbre lo sobresaltó. Abrió la puerta sin pensarlo dos veces y la cerró con prisa. Su papá estaba en la cocina y sabía que él se iría por unos minutos. Con el tiempo contado y la adrenalina guiándolo, Cliff sentía que controlaba la única porción de la noche que aún estaba en sus manos.

Se mentía creyendo que la prisa con la que latía su corazón se debía a la velocidad constante a la que caminaban de asumir que tenía la boca seca y que su cuerpo se había preparado para escapar como si corriera peligro. Tal vez sí era el ritmo. Tal vez era la ansiedad. ¿Cuál de los dos explicaba que sus manos eran dos puños húmedos que pesaban a sus costados?

—¿Estás bien? —La voz de Max lo trajo al presente, a la calle que acababan de cruzar.

—¿Sabe que voy?

Max chasqueó la lengua. Frente a ellos, las calles mojadas reflejaban las luces de colores de los edificios. La nariz de su amigo brillaba con un fucsia que viraba al morado.

—No le mencioné eso, pero debe pensar que tiene algo que ver con vos. Le dije que quería verla y debe saber que también invité a Eileen. No creo que piense que quiero ver yo solo a las dos.

—No, sos demasiado cagón para hacerles frente después de lo de ayer.

—No te pienso discutir. —Max se encogió de hombros—. Irina es una piba inteligente, debe saber que voy con vos.

Cliff aminoró el paso. Sentía los músculos tensos, cansados por el esfuerzo. Cuando llegaron a la parada del colectivo, se apoyó contra el cartel que indicaba qué líneas pasaban por ahí.

—¿Pensaste qué le vas a decir?

Tenía una frase armada por cada escenario posible y dos de respaldo en función de lo que Irina respondiera a la primera. Había trazado todos los caminos que creía posibles para aquella conversación y sentía que caminaba sobre suelo firme. Lo único que flaqueaba era él.

—Más o menos —contestó al fin—. Tengo una idea, pero no sé qué va a pasar.

—Cualquier cosa va a ser mejor que irte sin hablarle.

Inclinó la cabeza para asomarse a la calle y distinguir el número del colectivo que se acercaba a ellos. No era el suyo.

—¿Eileen sabe que volví?

—Irina se lo mencionó. Bueno, creo que se lo dijo. Antes de irse, me juró que Eileen se iba a enterar de que le había cancelado la charla por vos.

—No te quise meter en esto.

Se asomó una vez más. Su colectivo estaba a una cuadra.

—Yo me metí solo, pero me alivia un poco que quieras hablar con Irina y que Eileen sepa. Menos mentiras para mí.

Cliff levantó un brazo para que el colectivo frenara. Hablar con Irina podía implicar menos dolores de cabeza para Max, pero él imaginaba que sus problemas acababan de empezar.

Todos los asientos estaban ocupados y había personas paradas. Cliff y Max avanzaron entre estudiantes que volvían de la universidad y gente que regresaba a casa, y se acomodaron cerca de la puerta de descenso. Max apoyó la cadera contra un asiento, acostumbrado a viajar así y confiando en su equilibrio. Cliff lo imitó y quedaron frente a frente, con el pasillo entre ellos.

—Va a salir todo bien —aseguró Max con una media sonrisa—. Irina no parecía enojada con vos el otro día. Hoy van a poder hablar.

—¿Y decir qué?

—No sé, lo que tengas pensado. O improvisá.

Improvisar. Como si le hubiera funcionado la última vez.

Cliff dejó escapar un suspiro y fijó la mirada en el techo. La salida de emergencia le hizo considerar durante medio segundo si en su vida tenía una vía de escape. Cerró los ojos, dejó que el vaivén arrítmico del colectivo lo envolviera. No caminaba sobre suelo firme, no podría dar dos pasos sin tambalearse, aun así, no recordaba haberse sentido más sólido antes.

Max le tocó el hombro para indicarle que debían bajar. Se tomaron de los asientos para avanzar hasta la puerta trasera y tocaron el timbre media cuadra antes de la parada.

Cliff no dejaba de mirarse las zapatillas. Cuando el colectivo frenó y bajaron a la vereda, notó que no tenía el peso extra de las llaves de su papá en el pantalón. Las había dejado en su casa. Levantó la cabeza hacia su amigo, alarmado, pero Max ya caminaba hacia la plaza en la que habían acordado encontrarse. Lo siguió en silencio.

Había algo diferente en la noche. No podía deducir si se debía a que iba a verla —por fin, por fin iba a verla— o si era a causa de la ansiedad que le provocaba el saber que su papá tenía llaves y podía irse en cualquier momento. Ninguno tenía teléfono, ninguno conocía demasiado el barrio. Cualquier escenario era impredecible y él no estaba listo para ninguno. No estaba listo para ver a Irina. La realización hizo que se detuviera a dos pasos de la vereda. Un auto le tocó bocina y Cliff reaccionó.

—¿Qué pasa? —quiso saber Max, que retrocedió hasta encontrarlo.

—Dejé las llaves en casa —atinó a pronunciar. No aclaró que eran las llaves de su papá, que las suyas seguían en su bolsillo, tirando de él hacia la que no terminaba de sentir como su casa—. I should come...

—No, ni de casualidad. —Max le apretó un hombro con confianza—. Vas a venir conmigo y vas a ver a Irina.

—¿Para qué?

—Para que hablen. Para que la saludes, por lo menos.

Dejaron de caminar. Estaban a media cuadra de la plaza donde Max las había citado y el corazón de Cliff estaba atravesado por una cuerda. Un extremo tiraba hacia su papá, hacia la inquietud pasiva de su hogar, y el otro lo guiaba hacia Irina.

—Si no querés verla, está bien. Voy solo y le explico todo. Pero ya sabe que estás acá y te escapaste sin decir nada. Mientras más esperes, más va a ser consciente de que la estás evitando. No te quiero obligar, pero sabés que tienen que hablar.

Cliff se deshizo en un suspiro con los ojos cerrados. Max tenía razón. Para liberar a Irina de la cadena de sus pensamientos, tenía que verla.

Dio un paso hacia la plaza. Sus pies cargaban todo el peso de su conciencia, acrecentado con cada año que había ignorado a la chica con la que deseaba estar.

Max frenó de golpe cuando llegaron a la esquina.

—Me estás jodiendo...

Cliff levantó la mirada y notó que Eileen los había visto, pero Irina no. Sus ojos brillaban incluso a la distancia y miraban hacia arriba, al chico en cuya falda había recostado la cabeza. Él también le sonreía. Cuando Eileen los llamó, ambos desviaron la vista hacia ellos. Irina tardó menos de un segundo en ponerse de pie.

—¿Qué hacen los dos acá? —preguntó Eileen. Incluso en la suavidad de su voz se percibía la dureza de su enojo.

Max dudó. Cliff se concentró en ellos, en cómo él pedía disculpas con la mirada y ella negaba despacio, culpándolo por el desastre que prometía ser esa noche. No podía adivinar qué había pasado entre los dos, pero el dolor con el que se miraban bastaba para entender que ninguno podía lidiar con el drama que suponía su regreso.

Irina estaba ahí, Cliff sentía la daga de sus ojos clavada en la nuca.

—Vos sos Cliff, ¿no? —La voz de Cruz lo obligó a mirar en su dirección.

Asintió una única vez. Más tarde se preguntaría cuántas veces alcanzó un gesto para que una noche se arruinara.

Cruz asintió y apretó los labios antes de desviar los ojos hacia Irina. Ella negó con una súplica en los ojos. Aun así, Cruz dio un paso hacia él, y bastó ese único paso para que Cliff lo supiera.

Cerró los ojos antes de recibir el golpe. Podría haberlo esquivado o bloqueado, pero ni sus brazos ni sus piernas respondieron. Permanecieron inertes, como si no fueran parte de su cuerpo, moviéndose lo indispensable para mantener el equilibrio.

Reconoció en el puño de Cruz el castigo que él mismo no podía darse, un merecido que tampoco se atrevía a buscar cuando pensaba en cuánto Irina merecía romperle la cara. Reconoció el dolor, también. El suyo, el de Cruz. Podía ver cómo su llegada le afectaba en un nivel que Cliff no se había detenido a considerar, igual que a Irina.

Un segundo golpe llegó. ¿Merecía dos? Estaba seguro de que sí. Era irónico, hasta cierto punto. Deseaba que Cruz le diera un tercero porque él mismo necesitaba el castigo que no se atrevía a ejecutar por sus propios medios.

Los puños de Cruz temblaban, indecisos. El tercer golpe se perfilaba más como un pedido que como una realidad.

Era un inútil, such a coward. No había sido capaz de hablar con Irina en años sabiendo que le había roto la única ilusión que ella se había permitido tener. Se había mentido y había mentido ante su papá y todo el que se preocupaba por él.

Era una basura, un infeliz. No había abrazado a su papá en años, no había sido capaz de permanecer en el mismo cuarto que su mamá cuando ella se derrumbó y solo él estaba ahí. Había dejado que Irina creyera que no le importaba, que podía borrarla de su mundo en un día.

Su amargura se reflejó en una carcajada ahogada por la falta de aire. Su risa sonaba a desgarro, a angustia, y, cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos de Irina inundados de terror. Qué diferente era el brillo de su mirada comparado con el que tenía minutos atrás. Qué opuestas eran las emociones que tanto él como Cruz causaban en ella.

Eileen había retrocedido y se tapaba los ojos con las manos. Max lo llamaba, consciente de que era Cliff quien elegía no defenderse. Cruz amenazó con retirarse, pero a último segundo cambió de opinión.

El tercer golpe llegó con el alivio de que el castigo no había terminado. La mirada de Max decía lo que todos ahí, excepto Cruz, pensaban: Cliff podía bloquearlo, inmovilizarlo y terminar ese intento de pelea en unos pocos movimientos que conocía bien. Pero también sabían que Cliff había tomado una decisión.

Hubo un cuarto golpe, y luego un quinto. Uno por cada año que Cliff permaneció en Gales, aislado del que había sido su mundo. Uno por cada año que Irina había esperado un mensaje.

Cuando Eileen decidió que había sido suficiente y se armó de coraje para interponerse entre ambos, era demasiado tarde. Cliff había visto el temblor en las manos de Cruz, cómo le brillaban los ojos por las lágrimas que contenía, la angustia que descargaba en cada golpe. Vio que le molestaba más su presencia esa noche que la ausencia de cinco años en la vida de Irina, y se permitió creer que no estaba haciendo justicia para su novia, sino para él mismo.

Cruz se estaba liberando y, por primera vez en años, Cliff se sintió capaz de calmar los tormentos de alguien, aunque no fueran los suyos.

Los suyos no tenían solución.

Hola. ♥

¿Pensamientos sobre Cruz? ¿Sobre la reacción de Irina?

¿Cliff está con la gente correcta?

¿Alguna vez pelearon con alguien?

Hace unos meses murió Charlie Watts y pensé en esta historia todo el día porque los Rolling inundaban la playlist anterior. ¿Cuál es su canción preferida de ellos?

Les cuento que hice un grupo de Telegram para la gente bonita que me lee. Si quieren unirse, me pueden pedir el enlace por privado y se los mando. Ahí aviso de actualizaciones (admito que soy más constante con la historia de Laila que con la de Cliff), cuento cosas sobre personajes y tramas cada sábado y doy adelantos. La idea es hacer sorteos cuando seamos más y van a ser siempre los primeros en enterarse de todo.

Este capítulo va dedicado a Bizc8Duro porque fue el último lector de la versión vieja de esta historia y su percepción sobre los personajes fue tan acertada que me dio el empujón que necesitaba para reescribir. Gracias por haberme animado con tus comentarios kilométricos que valen oro. ♥

Ya vimos a Cliff hundido en su día a día, ya vimos cómo su entorno lo obliga a reaccionar. No sé cómo toleran la depresión que es esta historia, pero son lo mejor del mundo. ♥

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