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15 de enero.


Quince años. Quince años han pasado desde la fecha indicada. Desde la travesía que vivimos juntos, aunque separados; quince años nos separan ya del acontecimiento que me costó tu vida y tu fortuna. Quince años desde que tomé tu mano en la oscuridad y te llevé por el curso que fulminó tu libertad. Quince años. Era el ciclo suficiente para olvidarlo todo, pero no, nadie puede olvidar las cosas en tan poco tiempo, mucho menos yo, que me sentí atado a ti tantas veces. Y aquí estoy nuevamente haciendo galantería de mi terquedad, de la bengala lanzada al cielo oscuro, cubierto de nubarrones espesos que ahogan la luz del auxilio. Por eso creo que, aun teniendo más de cien vidas, jamás podría arrinconar en mi mente lo que vivimos tan estrechamente. Sí, estrechamente, aunque en este mismo momento ni siquiera lo reconozcas.
Cuando leas esta carta te vas a sorprender. Quizás quieras buscarme, recordar el rostro que te esperó afuera y te entregó este antiguo fajo de papeles escrito a mano, con ganas de querer matarme, de pretender arrancarme el cuello, de anhelar derramar mi sangre gota por gota en el pavimento caliente, ese mismo pavimento que te vio volver a la libertad después de quince años de cárcel. Pero nuevamente cometiste el mismo error de siempre y yo sabía tan a ciencia cierta que así sería, que me di el lujo de escribirlo incluso antes de que pasara, como una predicción. Sí, porque todo aquel tiempo perdido en ti me enseñó tantas cosas, tantas de tus manías, tantas de tus maneras, que si ahora mismo tuviera tu apariencia todos creerían que el verdadero Rafael Bonilla soy yo.  Por eso sé que, aunque me presente ante ti y te entregue este precioso regalo aun mirándote a los ojos, no serás capaz de reconocerme, ni mucho menos de recordarme, cuando veas que era necesario hacerlo.
O tal vez esto haga que todo el ímpetu de aquella época te vuelva a poseer nuevamente y comiences esa búsqueda frenética que tanto disfruté entre tus propias sombras. Porque para entonces nada sabía mejor que a escabullirme entre los recodos para observarte mientras vivías y morías una y otra vez bajo el intento vano por encontrar a la persona que te había causado tanta desdicha.
Por eso ahora he vuelto Rafael, he regresado para que por primera vez me conozcas a mí y a toda la verdad que nos envuelve y nos enlaza, que nos hace uno como si fuéramos piel de la misma piel y carne de la misma carne, o igual a un pacto firmado con sangre y pan. A veces tengo la incipiente certeza de que nuestras venas son recorridas por el mismo caudal, de que en nuestras gargantas yace la misma sed que nos impulsó a hacer cosas tan terribles. Siento como si al respirar, concibiera que soy el mismo aire de tus pulmones, la misma energía que te recorre y te mantiene vivo, el mismo halo de vida que nos conecta y nos transmite. Me cuesta entender cómo dos personas pueden tener tantas cosas en común, como si fueran almas gemelas o el silbido de un mismo destino.
Sí Rafael, porque desde la tragedia tú y yo quedamos unidos de por vida, un lazo nos juntó para tiempos eternos. Si tan solo me hubiese dado cuenta antes de que éramos tan iguales creo que las cosas habrían tomado un rumbo muy distinto y aquel futuro que te aplastó como lo haría una roca, no habrían sido las piedras que te mancillaron hasta dejarte convertido en esto.
Que las palabras sean ahora las que te traspasen y te lleven, que sean ellas mismas las que te iluminen y te quiten el velo; nada hay ya que pueda hacer que no sea dejar a tus pies lo que debiste conocer hace mucho tiempo, como un premio. Oh, mi guardián, cuánto me costó arrojar tu cuerpo al pozo para que la oscuridad no nos consumiera a ambos, cuánto sufrimiento me gané viéndote enterrado tras los dientes del lobo. Pero finalmente, o eras tú o era yo y sinceramente yo no tenía las fuerzas que tú tenías, yo no me había convertido en un baluarte como lo hiciste tú mientras avanzabas en el camino áspero que creíste te llevaría a la verdad. Soy un tipo débil, pero lo suficientemente fuerte como para aprovechar el escape cuando me lo han proveído, y a pesar de todo lo que empecé a sentir, esa puerta, la única, era nada más y nada menos que tú mismo. Maldito egoísmo, maldita arrogancia. Maldita la máscara que me tiene que encubrir para no pasar por el fuego.
Si te sirve de algo, poco queda ya de mí. No creas que de alguna manera haya sido fácil verte caer tan hondo y permanecer en las sombras tanto tiempo, morir acá no ha sido tan distinto a morir en tu lugar, de alguna forma el castigo no me dejó impune. Te esperé tanto. Y en mi espera, que parecía eterna, decidí que lo mejor era recompensarte con la verdad, darte el premio que valió tu figura tras los barrotes, depositar en tus manos la savia de los años que te ensalzaron como el rey de los culpables. Entregarte de una vez el sudario que armé mientras volvías de tu gran travesía en el mar.
Todo este tiempo los hechos me acecharon como un verdugo; con sus máscaras de terror persiguiéndome por toda la casa, con sus armas filosas al borde de mi piel. Cuánta sangre entregaste por todo, las cosas funcionaron tan bien. Yo me escondí entre tu pecho atormentado, lloré tus lágrimas en la distancia, extendí mi cuerpo debajo del tuyo maltratado, desgarré la piel de mi cara bajo el yugo de la desesperación.
Entiendo que todo esto es contradictorio, lo entiendo. Reconozco en mi escritura las letras de la desigualdad, pero es que llevo tantos años sintiendo lo mismo e incluso ahora no sé cuál es el camino que debo recorrer y dónde debo terminar.
Voces, sí, miles de voces me atormentaron, vinieron a mí en la penumbra y me llenaron de oscuridad, hicieron gritar mi alma. Por eso todo está aquí Rafael, he decidido ponerle punto final a tu sufrimiento, y al mío, aunque para hablar de sufrimientos quizás sea ya demasiado tarde. A veces el daño sobrepasa el umbral y cuando está adentro es difícil hacerlo retroceder.
Como siempre.


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