A tres mil metros de altura,

—allá donde el cielo se curva—,

en las níveas, temibles montañas,

cruza un osado ejército,

de hombres de acero y de hierro.

Hambrientos por una venganza,

y justicia por sus héroes caídos,

los sobrevivientes de una matanza,

se unen a sus oprimidos,

hermanos del lado contrario

de la blanca cordillera de los Andes.

Argentinos, mapuches, e inmigrantes,

se juntan al pueblo chileno

en un acto de valentía

y de gran camaradería,

para expulsar de una vez por todas

al español de su patria querida.

Y listos para recuperar la nación,

se enfrentan a la expedición,

al peligro de la dura helada,

de la nieve, de la escarcha,

con el apoyo de sus camaradas,

de su familia de armas.

A su lado vuelan los cóndores.

A sus pasos los marcan tambores.

Y todos sus grandes amores,

los alientan a seguir adelante,

subiendo al hombro de gigantes.

El valle verde los espera,

y también las trompetas de guerra,

el rechinar de los sables,

el humo de pólvora negra,

la sangre de heridas cruentas,

cañonazos, el volar de la tierra,

el rugido de fieras de plomo,

balas escupidas con furia,

como mortales injurias,

y el monstruoso estruendo

de la queda de los viejos colonos.

Pero antes de esto,

deben atravesar primero

el mortal paso de hielo,

sin morir en el intento.

Intrépidos hombres son ellos.

Bravos, nobles viajeros.