Calle oscura
Hay una calle oscura, llena de sombras y de locura, en la que solía amar caminar.
Cruzando el corazón de la ciudad, serpenteando por las botillerías y mansiones vacías
—abandonadas por sus dueños, olvidadas por el tiempo, perdidas en su gloria vencida—,
se hallaba este camino de pecados y vesania.
Todo era gris en esa triste avenida.
Distintos tonos de tenebrosidad que se extendían por la lejanía,
hasta llegar al infinito.
Yo era una silueta más y ahí me sentía
verdaderamente cómoda y en buena compañía.
Todos aquellos que esa vereda recorrían estaban tan cansados de vivir,
que en cierto momento se sentaban sobre el asfalto a contemplar si existir
realmente valía la pena.
Y luego, a rogar por el cruce de un auto,
que le impusiera la condena a una muerte violenta.
En la distancia un estruendo y de pronto una explosión.
Otra alma más se fue bajo las ruedas de un camión.
¿Tal vez la próxima será atropellada por una micro?
¿Un blindado de paco? ¿un guanaco? ¿un taxi antiguo?
Hay que sentarse a ver, a esperar y ponderar,
cuál será el vehículo que terminará
con la vida de un pobre diablo, residente de este lugar.
En mi tiempo ahí, estudiando la acera,
conviviendo con los borrachos de las mineras,
con los obreros cansados, jóvenes sin empleos,
con los gángsters y prostitutas,
con los predicadores fariseos,
aprendí algo muy importante,
y extremadamente relevante:
Observar la destrucción ajena suele ser tan divertido cómo planear la propia.
Por eso los sufridores se unen, y por eso en grupo lloran.
La melancolía se vuelve cómica, si tú no estás a solas.
También aprendí que sentarse ahí a beber, a mirar y a juzgar,
era más placentero que intentar cambiar
y dejar atrás aquel patético lugar.
Contemplar el fin es más fácil que el comienzo,
y justo por eso, de ahí nadie se va.
Cada alma era un lienzo vacío, por siempre esperando la tinta.
Cada ser era una esperanza más que moría.
Una estrella que parpadeaba, y que ya casi se extinguía.
Cada persona era un espíritu en profunda agonía.
Era una calle triste, pero fascinante.
Un imán gigante de miseria material y espiritual.
Un rincón del mundo sin igual.
Si quieres contemplar tu mortalidad,
no existe un mejor lugar.
Si quieres contemplar tu privilegio,
es donde debes estar.
Solo ten cuidado con las botellas llenas,
con las largas noches y sin estrellas,
con las luces de los autos cruzando el pavimento,
con los cuerpos caídos, sin movimiento.
Ten cuidado para no ser tragado
por el monstruo embriagado de la lástima
y arrepentimiento.
Nacido del más amargo remordimiento.
Pero sentarse a conversar con esos hermanos caídos y entender sus padecimientos
es lo más precioso que harás, te lo prometo.
Hay tantas historias perdidas en calles así.
Tantas maneras tristes de ser feliz.
Tantos cuentos trágicos compartidos con risas.
Tantas sonrisas brillantes, de rosadas encías.
Si tienes el tiempo y la voluntad,
conoce el otro lado de la humanidad,
haz lo que pocos hacen y siéntate a conversar
con personas que ya no tienen nada más que ocultar.
Óyelos y encontrarás
la sabiduría que jamás hallarás
en ningún libro sagrado y en ningún texto arcaico
que te quieran regalar.
Siéntate entre los pobres y verás
como tu alma se enriquece,
sin necesidad de hablar,
investigar, o cuestionar.
Apenas con escuchar.
Durante una noche oscura, recorre dicha calle de penumbras y encontrarás
una luz más brillante que de la propia luna.
Entre el sufrimiento, el llanto, y la carencia,
encontrarás amistades sin exigencias.
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Solía ser amiga de varias personas en situación de calle en Santiago Centro cuando estaba en mi era "vida loca", bebiendo más que marinero, y de verdad extraño a esa gente... Todos eran tan buena onda, pese a estar pasando por momentos horribles de sus vidas, estar claramente deprimidos y cansados de todo... sentarse a conversar con ellos era fascinante. Uno aprendía cada cosa...
Eso sí, nunca entenderé a los seres humanos que los despreciaban. Sí, algunos eran adictos y sí, algunos tenían pasados tragicos, pero seguían siendo personas.
En su mayorías personas autodestructivas, sin esperanza, que se reían de su padecimiento y del de los demás para poder sobrellevar su dolor... Personas que solo necesitaban ser oídas.
De ahí salió la idea del poema...
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