El sonido de la metralla aún me deja sordo.

El olor a sangre y pólvora, aún me deja absorto.

Y todavía me despierto ahorcado por el pánico,

cubierto de sudor, aplastado por el desánimo

de saber que yo viví y mis amigos perecieron,

asesinados por el poder titánico de tiranos que pusieron

la boca de sus rifles sobre sus frentes de hierro,

y volaron a pedazos sus valientes sesos.

Algunos dicen que la terquedad los llevó a la muerte,

pero la valentía que tuvieron, al arriesgar su suerte

y salir a demandar un mundo mejor

pese a los disparos, explosiones y el ardor 

de sus oponentes en un campo de batalla,

me dice que murieron por honor.

El coraje de esos hombres y mujeres,

frente a una horda de cobardes y canallas,

hasta hoy me inspira y me aterra.

Porque sé que, pese a su lucha, esta tierra

sigue igual, y que su muerte fue inútil

e innecesaria al final.