Te veo en reflejos de espejos negros,

en fotos de terceros...

En estados que publicas,

usuarios en línea,

en recuerdos de mi insta...

Te veo hasta cuando no quiero,

pero borrar tu contacto es díficil. 

Incluso después de andar descalza por tu infierno, 

en extrañarte yo insisto.

Maldita era digital, 

en el ayer olvidar era posible,

pero ahora adónde sea que mire

tu cara me persigue,

como una sombra, pegada a mis pies.

Pero aunque me haga muy mal,

aunque me duela saber que aún existes, 

ruego para que también me mires,

para que leas lo que publico,

para que sepas dónde vivo,

si sigo sola o si tengo amante,

lo confieso, aunque sea humillante.

Rompimos, pero la cadena sigue intacta.

De espalda estamos, pero nuestras caras

todavía se voltean a cruzar miradas.

Y sobre nuestros hombros, que anhelan girarse, 

existe un peso, un deseo de amarse, 

una presión que nos aplasta y nos lastima,

que ignoramos por orgullo y que culmina

con llantos, rencor y soledad, 

por temer y despreciar a la verdad:

Nos extrañamos y nos queremos aún más, 

que cuando aún nos podíamos contactar.