Adiós bajo la lluvia
En una mañana fría,
solitaria y sombría,
bajo una lluvia fina,
yo esperé por ti.
Las gotas rebotaban por el pavimento de matices azules
y se unían a la corriente, tal como un cardumen de atunes,
nadando hasta tus pies, a tus botas arruinadas
Por el lodo y por el agua, turbia, sucia y helada.
En tu mirada había escarcha.
En la mía, pesada angustia.
En tu rostro, una expresión amarga.
El el mío, una mueca mustia.
El alba no llegaba detrás esas nubes de furia.
Grisáceas, poderosas, abúlicas.
Ellas no se movían y el sol no salía nunca.
No había luz luego de la madrugada oscura.
La noche era eterna y no nacía el día.
Y la tenebrosa atmósfera permanecía
imperturbable y adusta.
Así también ambos nos sentíamos, bajo aquella suave garúa.
Entre la niebla de nívea blancura.
Sin esperanzas, sin metas, sin un mañana.
Sin calor para encender la llama
de nuestro cariño, amor, y amistad.
Era imposible hacerlo, una vez más.
En la aurora urbana,
en el corazón de la ciudad,
yo te vi llegar.
Te vi mirarme,
hablarme,
y llorar.
No te dije nada.
Nada, más que la verdad:
Te amaba, te quería, pero no había cómo continuar
fingiendo que lo nuestro iba a durar
siquiera un mísero día más.
Y por eso era mejor acabar con todo,
y nuestras almas librar
del sufrimiento innecesario y prolongado
de volvernos a llamar
una pareja,
cuando lo que teníamos
ya ni pasaba de amistad.
Y en una mañana fría yo te vi marchar.
Paso tras paso, calle tras calle, para nunca más regresar.
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