4
¿Lo has visto sufrir? ¿Acaso aquella tragedia cobró factura al caballero de ojos cerúleos que goza de tu amistad, oh dulce sacerdotisa de las hermanas destino, dime ¿A dónde va el dolor?
Lo vi, lo escuché y lo consolé en su sufrir, oh mi león dorado, cuyo corazón partido me llenó de amarga pena, oh mi dulce amigo, la amargura lo eclipsó, oculto el brillo de sus ojos y su bella sonrisa desaparecía de a poco, invitándolo a con el desasosiego bailar, lo abrazaba la eterna inquietud de saberse solo, desamparado, sin la cálida mirada de su albino.
Las memorias de aquel día aun frescas en mi memoria viven, su cabeza apoyada en mis piernas y sus sonoros sollozos, balas del dolor agudo, llegando a mis oídos sin darme alguna tregua; le acompañe en su pena y trate, en una inútil utopía, de sanar su pesar.
"¿porqué el cruel destino me lo quitó?" tan devastado estaba que sus palabras no midió, culpó al destino de su amarga tragedia, mas los hilos de las hermanas, inocentes de todo pecado eran, no fue la inclemente ventura quien de su presencia lo privó, fue el hombre desvergonzado que de su lado lo arrebató.
Y el vetusto sauce de nieve se cubrió, marchitaronse todas sus hojas mudando al suelo blanco, perdieronse entre la estela albina del añejo Boreas* y pareció entonces, que el reluciente sol que era Ilias, había sido cubierto por la nevada invernal que se instalaba de apoco en el mundo... su mundo... nuestro mundo.
Oh majestad sonámbula, que desde el cielo lloras acompañando a mi hermano, consuela su alma y escucha sus misterios pues tu, confidente, madre y amiga del sol hecho hombre, sabes a dónde fue, aquel que de su universo, eje, centro y núcleo es. Compadécete alteza nocturna, mengua para él, acógelo en tus plateados brazos.
Pedía todas las noches, a todas horas, pues su pesar había contagiado a mi corazón, verle llorar rogando clemencia me hacía desear correr hasta cualquier parte del mundo tan solo para volverle a encontrar y devolverlo a dónde pertenece, cerca, muy cerca de dónde late la entretela escarlata, fuente de su vida.
"No llores más" le pedía enjugando la amarga hiel, de sus orbes fluido inclemente que quemaba su espíritu a más no poder, él no me escuchaba.
No comía y no bebía; no soñaba ni hablaba; no miraba ni reía; no iluminaba ni sentía; su latiente corazón lo extrañaba como nunca había extrañado a alguien, y su anima vagaba en los confines del olvido buscando recuerdos sensatos que le devolvieran la vitalidad perdida.
Su mente estaba y al mismo tiempo, deambulaba en los oscuros rincones del desespero y el tedio de no saber nada más que la cruel verdad que le decía "ya no está más"; su mirada errante yacía extraviada, allá dónde van a morir los deseos perdidos.
Y el dolor va dónde la memoria no alcanza, dónde el corazón ya no late, dónde la melancolía llora ríos de amargura, dónde el alma se destroza en pedazos de ansiedad, dónde la oscuridad impide al recuerdo recordar; dónde habita la noche y la penumbra es su consorte, dónde el amor... no pude ir.
Seca con la seda de tu vestido - oh pitusa doncella, del destino sacerdotisa - los borbotones de saudade que emergen de los orbes de este mortal que a tus pies se rinde.
¡Clama, mi dulce hombre!, enjugaré como me lo has pedido, los restos que condenan tu alma a resquebrajarse en mil y un pedazos; dame tu mano, yo te llevaré, a la cima de aquella montaña dónde mi señor, amo de las artes y la predicción, espera; alivio a nuestras almas dará y te prometo, amado mortal mío qué mañana triste no estarás.
Si tu promesa es cierta, querida sibila mía, continua el relato de aquel amor, compadécete de mi y tus trémulos labios haz danzar al son del viento del oeste.
Entonces, mi estimado, he de decir que por largas noches lo he visto despierto mirando el cielo estrellado, tratando de encontrar, entre las estelas nocturnas su figura y su voz, le hablaba entre sueños con la esperanza de ser escuchado aún en la lejanía que lo separaba sin un ápice de piedad.
Observaba el cielo porque solo ahí, en ese azul como sus ojos, en esa inmensidad que le recordaba el corazón de su amado, solo ahí podía darse el lujo de sentirle, de besarle de nuevo, de recorrer la morena dermis de su delirio, pues en dónde quiera que estuviese, estaba seguro que miraría el mismo cielo.
Y entre tanto sentir, no pude consolarlo, no pude su pena aliviar, pues mis mortales manos del destino herramientas, a su esencia no pudo alcanzar, ¿Cómo un pedazo de centella rota pretende, en su pequeñez, unir al derrotado y maltratado sol?
Y le rogué a los dioses que devolvieran a Hasgard a su lado, me arrodille ante los cielos y pedí, entre lagrimas amargas que no le dejaran morir de amor.
🦁🐂
Casi lloro con esto, con su permiso, voy a cortarme las venas con una zanahoria.
*Boreas: personificación del invierno.
Dan R
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro