Santo vicio
El viento proviene del norte, con lloviznas penetrantes que aterrizan en las hojas amarillas que duermen en el suelo fértil que hace arder tu nombre ante mis ojos.
Tu voz resuena en las profundidades del océano, chocando en unión con las indescifrables olas que revientan en mi pecho quebrantable.
Los sitios que recorro traen ante mí fragmentos de tu imagen, fugaz tortura constante que me rodea.
Observo la noche y no distingo los colores, solo sé distinguir los de tus ojos.
Encuentro la luna opaca, el brillo esperanzador se ha mudado a tus pupilas.
El ventarrón no se escucha, ni se siente; Solamente escucho tu voz y siento tu ausencia.
Los árboles transformados en monstruos, sueltan hojas con destino a mí ventana abierta. Las hojas mueren ante mis pies, confirmando tu partida.
La taza que suele guardar el café al salir el alba, se ha roto. Ha sido por emociones desoladas dignas de ultratumbas, provocadas por el triste poema que le he impreso.
El gato negro maúlla empedernido en las adentro de mi exterior. El gato negro se sostiene de mi hombro izquierdo.
El acordeón de Duran, con melodías del más allá, sirve tu nombre a merced de mis oídos.
Santo vicio dañino y salvador creado por Dios, la deidad enemiga de Valencia.
Los hombres y criaturas de la mar naufragan en la nostalgia de mis dedos ateridos.
He creado la eternidad con tu nombre.
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