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32

* * *


Bajó el volumen de la radio, le gustaba alto para difuminar el silencio de sus alrededores, el ruido le ayudaba a no sentirse tan sola.

Sonó el timbre por segunda vez, cogió el dinero de su billetera y se dirigió a la puerta para obtener la cena. Era viernes y su única diversión sería una pizza con queso extra y jamón.

Abrió sin preguntar quién era y dio un grito de asombro al contemplar a la figura que esperaba del otro lado con una caja de cartón.

—Me encontré al repartidor en la entrada, le ahorré el viaje —dijo.

Hugo intentó entrar al departamento, ella captó el movimiento e hizo el amago de cerrar la puertilla; pero el hombre era fuerte y aquello se convirtió en una guerra, los dos empujando y ninguno cediendo. Venció su resistencia hasta que la puerta se abrió y su altura hizo presencia en el sitio que se veía pequeño con él ahí.

Llevaba una camisa arremangada que reconoció pues era la misma que había llevado a la oficina por la mañana. Flor se echó hacia atrás dando pasos cortos, no estaba asustada, no quería hablar porque terminaría abrazándolo. Si ponía esos ojos llenos de brillo, ella caería.

La comida empaquetada fue colocada en un sillón, quedaron enfrentados y con nada más que unos pasos de lejanía.

—Soy un tonto —murmuró después de aclarar la garganta y respirar profundo, como si tuviera que tomar valor—. Desde el principio me equivoqué, no debí acercarme de esa forma, no hay excusas que logren disculpar mi comportamiento ridículo e infantil; pero no me arrepiento. No lo hago porque fue perfecto, confiaste en mí, confié en ti, y lo sigo haciendo, ¿tú no? También me diste momentos increíbles sin dármelos realmente, también esperaba que llegara un correo tuyo porque tus palabras me hacían sonreír y querer llegar al día siguiente para mirarte morder tu bolígrafo. Eres perfectamente imperfecta, tus espinas me lastimaron a veces, pero no me importaba pincharme los dedos porque lo que tanto cuidabas era hermoso. Eres hermosa por dentro y por fuera, eres más que suficiente, mucho más. Nunca me importó esperarte, a pesar de que era casi seguro que no llegarías. Me dolía verte con ese imbécil, me dolía ver que estabas triste, me dolía que no te dieras cuenta que ahí estaba yo, esperándote. Y aquí sigo, esperando por ti, y siempre lo voy a estar porque no puede ser de otra manera. Te amo, Flor, no me iré a ninguna parte sin ti.

Se quedó quieta, contemplándolo, digiriendo lo que había dicho. Sus ojos se inundaron en un mar salado, se mordió la lengua para no echarse a llorar como un bebé.

Hugo había dado un discurso digno de película y ella no sabía qué hacer. Él, al mirar su confusión, decidió acercarse como si se tratara de un animalillo asustado. Vio el miedo paseando por su cabeza, vio cómo dudó, vio lo que quería. Flor sentía algo por él, de eso no dudaba. Haría cualquier cosa, menos dejarla. Ya lo había hecho muchas veces, no iba a rendirse tan fácil ahora. Buscó su mirada.

—Perdóname, no voy a justificarme porque lo que hice estuvo mal, debo aprender muchas cosas, quiero aprenderlas contigo. No te prometo una relación sin errores, pero te juro que pondré todo de mí para que lo que tenemos funcione. —Esperó una respuesta, intentó alejarse para darle su espacio, pero una mano en su antebrazo lo detuvo.

Flor se fue contra él, se arrojó y lo rodeó con los dos brazos, afianzó el agarre en su cuello y se aferró a su cuerpo. Tambaleante e impactado, regresó el gesto con toda la firmeza que pudo recolectar. Su nariz se perdió en las hebras negras, respiró el perfume dulzón con el que había soñado tantas veces.

—También te amo. —Su interior cosquilleó por las simples palabras llenas de significado. ¡Lo amaba! ¡Lo había dicho! Quiso decir algo, cualquier cosa, pero se mantuvo callado para no arruinar el momento.

La pelinegra se echó hacia atrás sin separarse y, con las pupilas más brillosas que había visto, lo vislumbró. Estudió sus facciones como si fuera la primera vez y se sonrojó. El joven se regocijó por dentro y agachó la cabeza para unir sus bocas.

Los labios se juntaron, se acariciaron gracias a un baile lento y suave. El pecho de Flor explotó en un sinfín de emociones que no conocía, no sabía que su corazón podía latir tan rápido, tampoco que sus piernas podían convertirse en gelatina, mucho menos que sus preocupaciones eran capaces de diluirse. Deseó tener alas para volar cuando él la apretujó y suspiró, Hugo sabía bien, o quizá eran ellos los que sabían como algo correcto.

—Lo lamento —volvió a decir en medio de aquella batalla de caricias y mimos, necesitando que supiera que estaba arrepentido, que intentaría.

Shh, lo sé —susurró antes de besarlo con mayor rudeza.

Permitieron que todo se saliera de control, que la ropa cayera en el suelo, que sus yemas se aventuraran a recorrer una piel en la que nunca habían caminado. Se hundieron en un intercambio de amor y pasión por partes iguales. Flor lo fue empujando hasta que la espalda de Hugo tocó el colchón. El mundo fue apartado, solo pudieron concentrarse en ellos mismos.

Embelesado, besó cada valle y cada montaña; embelesada, hundió los dedos en su cabello caoba porque todo era demasiado. Lo amaba tanto que no sabía qué hacer para demostrarlo.

Sellaron con promesas susurradas lo que más temprano se habían confesado y terminaron con la respiración agitada, sus pulmones rogaban por aire. Flor se recostó en un pecho desnudo y trazó figuras imaginarias con sus dedos, repartiendo besos discretos en su piel de vez en cuando, recibiendo caricias en el largo de su columna vertebral.

La cobijó debajo de las sábanas y sonrió, feliz.

Los minutos transcurrieron sin que se atrevieran a alterar el ambiente, ¿para qué hacerlo? Pero Hugo sabía que tenían que hablar de ciertas cosas, así que jaló aire y buscó las oraciones adecuadas.

—Hablé con Eugenia, dejaré que pase tiempo con Marcela. —Todavía era duro imaginar a esa mujer con su pequeña, pero había entendido que, sin importar cuánto se negara a aceptarlo, era su madre. Y gracias a ella tenía ese pedacito de cielo—. Quiero que estés ahí cuando suceda.

—De acuerdo —contestó, un poco asombrada. El joven abrió la boca, queriendo preguntar qué había pasado con sus padres mientras estaba ausente, pero la cerró sin musitar sonido alguno. No quería incomodarla. La mudez se precipitó, Flor apretó las manos en puños, intuyendo las calladas cuestiones—. También hablé con ellos, pero no puedo siquiera tenerlos cerca, no estoy lista para perdonarlos. Hay errores que simplemente se quedan grabados, no puedo hacer como si nada, es imposible.

Asintió, comprendiendo lo que quería decir.


La mujer de cabellos blancos estaba sentada sobre una manta roja, frente a ella se encontraba una niña que apretujaba un oso de peluche como si fuera un salvavidas. El juguete aún tenía puesto el moño, indicando que había sido un regalo y ahora cumplía su misión. Eugenia trenzaba el cabello de Marcela, ambas platicaban, las dos se conocían y se veían felices.

Hugo desvió la vista, ahogó las ganas de correr hasta ellas y llevarse lejos a su hija. El parque no estaba muy lleno, tampoco estaba vacío, así que aquellas figuras relucían como foquitos en una noche oscura.

Se relajó un poco cuando la vio caminando hacia él con un algodón de azúcar de color rosa. Tomaba un poco con sus dedos y se lo llevaba a la boca. Se percató del minucioso estudio que impartía y apresuró el paso con un gesto de alegría extendido en el rostro.

Se sentó a su lado y comenzó a hablar de alguna cosa que había visto, parloteaba y él se preguntó si lo estaba haciendo a propósito. Se cuestionó si podía sentir lo tenso que se encontraba y estaba haciendo lo que fuera para relajarlo.

Era única, siempre lo había sido, siempre lo sería. En medio de todos sus problemas y equivocaciones, siempre había cosas buenas para dar. Flor estaba llena de espinas, pero estaba repleta de pétalos preciosos que se resguardaban detrás de una barrera.

Le entregó su corazón desde que la vio entrar esa mañana, la contempló instalarse en el escritorio de enfrente y acomodar un montón de carpetas de colores que contrastaban con los alrededores grisáceos. Era tan colorida y tan opaca, llena de vida y de soledad. La amó por trastornar su suelo sin querer moverlo, entonces supo que era la indicada. No se había equivocado.

Ahí estaba Flor, una vez más, moviendo su mundo.

Ahí estaba Hugo, mirándola como si de verdad fuera especial, gracias a él aprendió a verlo también.

Ahí estaban ambos, arriesgando el corazón, pero dispuestos a empezar una nueva historia.



FIN

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Falta el epílogo, no me voy a despedir todavía <3


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