
29
* * *
Le dio una fotografía de Marcela a la policía, se dejó caer en el sillón junto a su abuela, quien sostuvo su mano todo el tiempo. Le llamó a Flor para avisar que era probable que no fuera al trabajo al día siguiente. Ella estaba en camino, iba a llegar en cualquier momento, a pesar de que le aseguró que no era necesario.
Quería salir para no sentirse tan inútil, pero no tenía idea de dónde empezar la búsqueda. Sus abuelos le aseguraron que era mejor que se quedara quieto por si había alguna noticia. Él no sabía qué era lo correcto, solo tenía claro que quería a su hija de regreso. Sin ella, su vida no tenía mucho sentido.
Colocó su frente sobre sus palmas con el teléfono frente a él, movía su pie para entretenerse en algo y no golpear al primero que se le pusiera en frente. La puerta estaba abierta y no iba a cerrarla hasta que Marcela entrara.
Recordó su sonrisita de lado por las mañanas y cómo corría con Cacahuate para despertarlo cada sábado. La estrellita que le gustaba que le colocaran por alcanzar un logro y que pegara dibujos por toda la casa. La había regañado una vez por pintar un gato en la pared, pero si ella volvía, si podía estrecharla entre sus brazos otra vez, él mismo decoraría junto a su hija las paredes.
La vecina estaba inundada en lágrimas, dejó que la niña saliera a jugar a la acera y cuando fue a revisar que estuviera bien, ella ya no estaba. Según lo que dijo, fue a buscarla por los alrededores, pero no había rastro de su princesa. El dependiente de una tienda de abarrotes la vio con una mujer de cabellos blancos. ¡Esa mujer solo vivía para atormentarlo! Iba a hundirla tan pronto le trajeran a su pequeña.
Sentía como si una daga se estuviera clavando en su alma. Solo esperaba que estuviera bien, que esa lunática no le hiciera daño.
Escuchó que alguien carraspeó, y sus hombros se relajaron cuando vio a cierta pelinegra parada en la puerta. Fue a su encuentro, y sin importarle si lucía como un demente, la abrazó y hundió la nariz en su cabello. Las lágrimas se precipitaron y sus mejillas se inundaron en un mar de sal. Las gotas caían y él no estaba preocupado por esconderlas.
Ella acarició su espina con delicadeza y le susurró las palabras de aliento que necesitaba.
—Todo va a estar bien, tranquilo, ten fe en que las cosas se van a solucionar —murmuró en su oído como si le estuviera hablando a un animal herido.
Valoraba que estuviera ahí con él, pero la preocupación no lo dejaba confiar en que las cosas se solucionarían. Sin embargo, no dijo nada porque temía herirla, cuando se sentía inseguro, siempre hacía cosas de las que se arrepentía después.
Los minutos pasaron, él no se movió, tenía miedo de romper cualquier cosa que se encontrara a su paso.
—¡Está aquí! —Alguien exclamó desde el exterior, sacándolo de su confusión momentánea. Entendió qué estaba pasando, y la rabia corrió por sus venas.
Se separó de Flor pues no quería que ella sufriera por ese arranque que estaba surgiendo desde su interior y salió para ver si era lo que se estaba imaginando. Hacía mucho tiempo que no se descontrolaba así.
Y sí, una nerviosa Eugenia caminaba con Marcela tomada de su mano hacia él, quien solo quería destrozarla. No le importaba si una vez la había amado o si tenían un vínculo que los uniría siempre, esa mujer iba a escucharlo.
Dejó que se le escapara, lo miró caminar dando zancadas largas, no se necesitaba ser un genio para darse cuenta de que estaba echando chispas y humo, no solo por las orejas, por todos los rincones.
Los abuelos de Hugo —supuso que lo eran por lo parecido que era a ellos— se apresuraron y vislumbraron con ansia la escena. Ella decidió acercarse para tranquilizarlo, pero una mano se posó en su hombro.
La anciana le mandó una mirada llena de aprehensión. A pesar de que sus comisuras se alzaron, no mostró la calma que quería aparentar.
—Es mejor que lo dejes, él está muy molesto ahora. —Quizá tenía razón, después de todo esa no era su batalla; pero gimió cuando su jardinero tomó el brazo de la niña y la jaloneó para arrebatársela a la mujer de cabellos blancos, quien estaba a punto de llorar.
Así que no le importó, necesitaba calmarse o asustaría a Marcela.
—¡Eres una maldita drogadicta! ¡¿Quién te crees que eres para llevarte a mi hija sin mi permiso?! ¡Voy a refundirte en la cárcel! ¡Te dije que no te acercaras! —gritaba y ella temía por la mujer, cada vez Hugo se le acercaba más al rostro. No lo creía capaz, pero estaba tan enojado, nunca lo había visto así.
La policía también se aproximaba, midiendo si era un padre preocupado u otra cosa el que gritaba. Todos estaban mirando el evento con asombro; pero sus ojos cayeron en una niña pequeña que observaba a sus padres con los ojos cristalinos, su labio inferior temblaba y daba pasitos hacia atrás cada vez que su padre gritaba alguna majadería.
Por algún motivo no tan desconocido, la escena hizo que tragara saliva para aligerar un nudo que le traía malos recuerdos a la cabeza. Todo era demasiado familiar. Recordó cuando ella observaba a sus padres pelear y nadie estaba ahí para ayudarla, para susurrarle que todo iba a estar bien.
Se aproximó sin importarle una mierda, estaba bien que Hugo estuviera enojado, era justificable, pero Marcela no tenía por qué ser testigo de una situación así. Mucho menos si ella no estaba enterada de la verdad, o tal vez ya lo estaba y eso solo lo empeoraría.
Acarició la cabeza de la criatura, quien elevó sus ojos llorosos. Se agachó para quedar a su altura y le murmuró que todo iba a estar bien, que fuera con sus abuelos tan rápido como pudiera. Marcela asintió con torpeza y se fue corriendo, su abuelo la recibió con un abrazo y la llevó al interior de la casa.
—Yo solo quería pasar tiempo con ella, quería conocerla, no sabía si ibas a dejarme, ¿por qué tienes que ser tan cruel? —Eugenia comenzó a sollozar y a retorcer sus manos. No la conocía y no tenía muchas ganas de hacerlo, pero parecía tan frágil, no como una mujer calculadora con deseos de dañar a las personas.
Todos merecemos una segunda oportunidad, ¿no le había dicho eso? Quizá ella solo quería estar con su hija y arreglar el dolor que había hecho.
—¿Yo soy cruel? —Se carcajeó, provocando que ella llorara más—. ¡Quisiste matarla! ¡Ibas a abortarla! ¿Y yo soy el malo? No eres más que una loca que busca drogas y quiere seguir jodiéndome la vida, ¿quieres matarla todavía?
Las cosas que decía eran horribles, no sabía qué hacer.
—Hugo, me rehabilité, sé que me equivoqué, pero necesito tenerla cerca, por favor. —Gimió cuando él se le lanzó, estaba tan rojo que dudaba que tuviera pensamientos coherentes en su cabeza.
Sabiendo que tal vez no era de su incumbencia, lo tomó del codo e hizo fuerza para detenerlo de lo que sea que estaba pensando. Un agente lo obligó a hacerse hacia atrás y otro capturó a la pequeña mujer que se veía desolada.
—Al menos pude conocerla y ver lo maravillosa que es —susurró antes de que se introdujera en una patrulla.
Hugo se quedó plantado en la banqueta con las pupilas rojas clavadas en el vehículo que se alejaba por la calle.
—Hugo, sé que no es mi problema, pero es su madre, y sea como sea, está arrepentida y tiene derecho de...—No pudo terminar la frase porque él rugió como una bestia furiosa, respiró hondo.
—Tienes razón, no es tu problema, esa hija de puta se llevó a mi hija. Mi hija —recalcó golpeando su pecho y mirándola con enojo. Sabía que su actitud se debía a lo que acababa de pasar, pero aún así le dolió que la apartara de esa forma y no le permitiera ayudarlo—. Ni tú ni nadie me va a decir qué hacer porque yo soy su padre. No voy a permitir que nada la dañe.
—Escúchame, entiendo cómo te sientes, pero ella solo tiene miedo de que no le permitas estar con Marcela. Ponte en su lugar, no estaba lista para ser madre, todos nos equivocamos, todos merecemos una segunda oportunidad. —Y sus propias palabras le cayeron como un balde de agua helada, tal vez sus padres la amaban, quizá no eran perfectos, pero no toda la culpa había sido suya.
—No, no lo entiendes porque tu hijo no está vivo —dijo. El aire le faltó y le sobró al mismo tiempo. Un nudo se formó en su garganta y sus ojos picaron, ¿cómo había sido capaz de decirle algo así sabiendo lo mucho que le dolía?—. No te pedí que vinieras ni que me dieras tu jodida opinión, quiero que te vayas.
Sin musitar otra palabra, Hugo se dio la vuelta y la dejó de pie con el dolor punzando en su herida abierta. Vio cómo entró en su casa sin más, ni siquiera para corroborar si se había marchado o si seguía ahí. La abuela la miró desde la ventana y le dio una sonrisa triste que correspondió.
Llamó un taxi a pesar de que sabía que era muy tarde para subir a uno, y le pidió que la llevara a una vieja dirección. Estaba demasiado triste como para revolcarse en su autocompasión, tenía que hacer algo al respecto.
No iba a dejar que su pasado la siguiera persiguiendo.
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Holaaaa :B no me maten.
Si me tardo es porque la recta final me cuesta trabajo, espero comprendan. Hugo puede ser un amor siempre y cuando no se metan con su hija, está todo tenso y no puede ver lo que hace en medio de su enojo.
Espero les haya gustado :) no olviden unirse a mi grupo de lectores en facebook: "Lectores de Zelá Brambillé". Les mando un abrazo de oso y mucha suerte a los que empiezan clases mañana :*
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