26
* * *
Sus labios eran lo opuesto a lo que pensó alguna vez, creyó que eran suaves, pero eran duros y exigentes. No la había tocado ni dicho demasiado, no obstante, ella estaba temblando por ese beso que le quitaba el aliento.
Casi rayando la desesperación, abrazó su cuello y se extinguió en lo que sentía. Por primera vez en toda la semana, no tenía miedo, se sentía bien.
Su corazón iba desenfrenado, percibía los golpeteos acelerados que retumbaban en el interior de su pecho, casi como si fuera un concierto de rock o algo similar.
Todos sus pensamientos se fueron al desagüe en cuanto el castaño profundizó el beso, colocando sus palmas a cada lado del rostro de la joven. No sabía qué hacer, no sabía cómo moverse; pero no quería parar.
Sus lenguas se movían, se retorcían porque no encontraban la forma de tocarse por completo. Él sabía más que genial, era increíble lo que le producía a su cuerpo con tan solo un toque ligero,
Estaba besando a Hugo, a su jardinero, la idea le sacó un suspiro que provocó que se aferrara a él con más ahínco.
Luego, una imagen se posó en su cabeza, cual balde repleto de agua fría o un duro golpe en la boca del estómago. Era una pequeña niña sonriente a lado de su mascota gigante, siendo infeliz porque su madre no estaba con ella.
Hugo estaba con Eugenia ahora, besarlo no era lo más cuerdo. No era correcto y dejó de sentirse fantástico.
Otra preocupación llegó hasta ella, así que se separó como si el toque quemara. No quería ser el plato de segunda mesa de nadie, mucho menos de ese al que consideraba diferente. No quería que Hugo se convirtiera en un Brandon que la usaba solamente en ocasiones.
Había sido la amante de uno, no quería ser la amante de otro.
—Yo... —Tragó saliva y lo empujó con suavidad para salir de su agarre, a pesar de que quería fundirse en sus ojos marrones—. Lo siento.
Se bajó de la mesa y se encaminó hacia su escritorio, dejando a un hombre confundido que no paraba de observarla. No lo sentía, ese jodido beso iba a llevarlo marcado en sus labios hasta su próxima reencarnación.
A la hora del almuerzo, nada fue mejor, se sentía observada, aunque nadie la estaba mirando. No sabía de qué era capaz Brandon, tampoco si la estaba vigilando, pero no se sentía en paz y eso comenzaba a mortificarla.
Por otro lado estaba el chico que había perdido por ser tan ciega y obstinada. Mientras deglutía su ensalada, rememoró todas esas ocasiones en las que hablaron por correo siendo él su jardinero, este seudónimo que con solo pensarlo la hacía sonreír. A veces platicaban en la oficina, es que era una estúpida que no quiso ver que frente a sus narices tenía a este hombre especial.
Estaba sumergida en todas las palabras que habían compartido, que no se dio cuenta del cuerpo de una de las recepcionistas de pie frente a ella, quien la miraba con molestia.
—Disculpa, no te escuché —dijo. La secretaria de cabello rubio oxigenado y traje sastre pulcro, rodó los ojos y bufó con indignación.
—No soy la recadera de nadie, así que más te vale que vayas a atender a esos señores que te están esperando. —No tuvo tiempo para preguntar de qué hablaba y el pánico comenzó a adueñarse de su garganta.
¿Qué tal que eran mandados por su ex novio? ¿Qué si que querían amenazarla de nuevo?
Limpió su boca y tomó unas cuantas respiraciones para calmar sus pensamientos descontrolados, pero tal parecía que el terror no salía de su cuerpo.
Se levantó con la espalda tensa, sintiendo que caminaba sobre un montón de clavos en lumbre y que se dirigía directo al calabozo. No revisó si Hugo estaba en la cafetería, que era lo más probable. Él se sentaba en una de las mesas del fondo y comía, después regresaba al cubículo y seguía trabajando.
Pero justo ahora no tenía ánimos.
Se dirigió hacia el vestíbulo de la franquicia mexicana de vinos Pemberton, buscando con la mirada hombres vestidos de negro con gafas de sol oscuras o algún indicio de Brandon; pero no había nada.
Sin embargo, el alma se le fue hasta los talones al reconocer a dos personas que se encontraban en los sillones frente a la recepción.
No lucían muy diferentes, tal vez unas cuantas canas y algunas arrugas como símbolos de la edad. Ella seguía luciendo tan guapa como era, con el cabello más sedoso que alguna vez vio. A Flor le gustaba mirar su cabello.
Y él también estaba ahí, en uno de sus típicos vestuarios de oficina y una corbata elegante de color carmesí. Se preguntó si canceló muchas reuniones de trabajo para presentarse en su lugar de trabajo.
Ahí, a tan solo unos pasos, después de tantos años, estaban sus padres.
Esos seres que le dieron la espalda cuando más los necesitaba, esos que no se quisieron dar cuenta del daño que le hacían al pasar la vida discutiendo y gritando, esos que no pudieron detenerla antes de que fuera demasiado tarde.
Su madre alzó la cabeza y clavó sus ojos oscuros en los de ella. Cuando era pequeña, la gente decía que se parecía a su madre, tenían las mismas pupilas, el mismo tono de cabello, la misma complexión; no había muchas diferencias. Y no sabía si eso le agradaba.
La mencionada abrió los párpados y le dio un codazo a su marido que tardó unos segundos en reaccionar y encontrarla.
Flor no caminó más.
¿Qué estaban haciendo ahí? ¿Qué querían?
Ellos, temerosos, tomaron la iniciativa de acercarse. A la joven le pareció extraño vislumbrar cómo su madre cruzaba el brazo con el de su padre. ¿Ahora se llevaban bien? ¿A caso eran hipócritas? Seguramente.
Sintió un mal sabor de boca cuando la mujer que le dio la vida intentó sonreírle. No correspondió el gesto, solo quería que desaparecieran.
Ellos se detuvieron a un metro de distancia, ella no les quitó los ojos de encima. Se quedaron en silencio, contemplando las diferencias y evocando los recuerdos.
—Hola, hija —comenzó su padre y ella quiso vomitar. ¿Cómo se atrevía a llamarla hija?—. Te hemos estado buscando, queremos hablar contigo.
Su madre dio un paso adelante con los brazos extendidos, Flor se hizo hacia atrás porque no quería que la tocaran, no los necesitaba cerca. La señora Betancourt regresó junto a su marido, luciendo devastada.
—Queríamos que supieras que vas a tener un hermano —soltó el hombre. De todas las reacciones posibles, Flor lanzó una carcajada que llamó la atención de las personas de los alrededores.
Todo se precipitó en su mente: las lágrimas derramadas, la soledad en su habitación, ella queriendo tapar sus oídos para no escucharlos gritar, siempre buscando la manera para agradarles aunque ellos no lo notaran. Esa noche, los insultos al día siguiente, la angustia cuando se enteró que estaba embarazada, el golpe que le dio su padre y la mirada de enojo de su madre, ella perdiendo a su bebé y siendo abandonada.
Seguía doliéndole, seguía vacía y ellos solo estaba recordándole todo lo que había sufrido. ¿Un hijo? ¿Después de arrebatarle al suyo? ¿Por qué insistían en lastimarla? Estaba haciendo un gran esfuerzo y en segundos arruinaron su vida de nuevo.
El rencor salió a borbotones, toda la frustración escapó en un gruñido.
—¿Y a este si lo van a cuidar? No puedes echar a la calle a dos hijos, papá —dijo con la lengua pesada y el estómago revuelto—. ¿No creen que son viejos? No sé, compren bolas de estambre y dedíquense a tejer, no a arruinar la vida de un pobre bebé.
—Sabemos que lo que te hicimos estuvo mal... —murmuró su madre con los gestos caídos.
—¿Mal? ¿Has dicho mal? —interrumpió. Los contempló con rabia e impotencia, quería golpear algo antes de explotar. Quería regresar el tiempo para recuperar la vida de su hijo, para escapar antes de esa caída, para amarlo y que alguien la amara de verdad por primera vez. Deseaba tantas cosas, pero era un fantasma que vagaba y ellos eran unos cínicos que se burlaban en su cara—. ¿Solo mal? Mierda, toda mi puta niñez se la pasaron peleando y peleando, dejándome a un lado sin importar que les suplicara que pararan. Lo único que quería era que mi madre me abrazara y que mi padre se acordara de que existía. Ni siquiera recuerdo quién era el padre de mi hijo porque estaba borracha, quizá hasta me violaron porque al día siguiente no había nadie a mi lado. Regresé a casa, buscando que alguien me dijera que todo iba a estar bien y lo único que recibí fue un «vete a la mierda, ¿qué no ves que estamos discutiendo algo que sí es importante?»
—Flor... —susurró su padre, pero ya ni siquiera lo miraba, hasta estaba sorprendida de que recordara su nombre. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, no sabía cuánto iba a durar. No tenía idea de si iba a resistir.
—Hiciste que perdiera a mi hijo, ¿y ahora vienen a decirme que tendrán uno? No sé qué quieren que haga, ¿que me ponga feliz? Pues no, jamás voy a estar feliz y espero que no sufra todo lo que yo sufrí.
Su madre comenzó a llorar, pero ella ya no podía seguir ahí.
Se giró y comenzó a correr hacia la única persona que se le ocurrió. El único que podía hacerla sentir mejor; pero no contaba con que una mujer de cabellos blancos, ya se le había adelantado.
-*-
VEN? Tanto que me odiaron jajaja :B
Se acerca el final :c ya no falta demasiado. Espero les haya gustado, no olviden votar y comentar.
Les envío un beso gigante :*
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