Dicen que la vida no es color de rosa,
pero yo aprendí a plantar rosas en mi camino.

   Rosas para los amores perdidos,
azucenas para las amistades efímeras.

   Primero sembré violetas,
por todos esos intentos fallidos,
planté claveles, lirios y lavandas,
para las despedidas, rechazos y los “lo siento”,
y por último tulipanes,
por cada unos de aquellos besos sin retorno.

   Las promesas rotas fueron su riego,
mis tormentas su jardín,
y por cada una de nuestras historias incompletas,
por cada recuerdo perdido y cada noche sin sueño,
hay una flor roja floreciendo aquí.