Capítulo único
Ayer me pasé todo el día pensando en este fic en lugar de, ustedes saben, sentarme a escribirlo. Por lo que veo el día 7 va por el mismo camino, pero ese es porque tuve la brillante idea de hacer un 5 + 1 (luego de jurar que no volvería a hacerlo), pero así son las cosas.
¿No les ha pasado que están haciendo algo, quieren que sea perfecto, pero se concentran tanto en los pequeños detalles que terminan perdiendo el tiempo que deberían estar empleando para hacer ese algo de forma perfecta? A mi tampoco, claro.
Día 6 - Sale mal
Advertencias: No beteado (todavía), Yuri Kyman (Fem! Kyle Broflovski, Fem!Eric Cartman)
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Para eso está el Plan B
Kylie es despertada por el olor de café recién hecho y el sonido de la sartén al rozar con la parrilla de la estufa. Gruñe bajo girando en la cama, deslizando una mano por las sábanas hasta el otro lado y, al no encontrar lo que busca, deja escapar un suspiro resignado, abriendo los ojos. Otro día en que Erica se le adelanta para preparar el desayuno, tal parece; pasa una mano por su rostro tratando de alejar los restos de sueño que le quedan, sentándose. Se estira, desperezándose un poco, antes de salir de la cama para ir a la cocina a ver que 'maravilla culinaria' ha preparado su novia.
De camino a la cocina algo llama su atención, por lo que retrocede unos pasos, deteniéndose frente al calendario colgado en el pasillo. Por un momento, había olvidado que esa semana es San Valentín. Pasa una mano por su cabello, temiendo que clase de extravaganza se le habrá ocurrido a Erica para celebrar el día. Mientras no terminen casi causando un incendio por fuegos artificiales igual que hace unos años con ese bosque, supone que cualquier cosa está bien.
Sacude el recuerdo siguiendo su camino hacia la cocina, deteniéndose en el marco de la puerta. Se cruza de brazos sonriendo con suavidad viendo a la castaña moviéndose de un lado a otro frente a la estufa, el olor de huevos y tocino mezclándose con el aroma a café, abriendo su apetito.
—Pensé era mi turno de hacer el desayuno —dice, anunciando su presencia, y su sonrisa se amplía cuando Erica se sobresalta por la sorpresa.
—Con un... ¡no hagas eso judía estúpida! —protesta mirándola por encima de su hombro, frunciendo el ceño—. Me tomo la molestia de prepararte un delicioso desayuno y así me lo pagas, intentando que se eche a perder.
—Aja, lo que tu digas —se acerca a ella abrazando su cintura, apoyando su mentón en su hombro, observando la sartén—. Espero ese tocino no sea para mi —dice medio en broma.
—Ya quisieras tú agraciar tus papilas gustativas con esta delicia —la castaña ríe, pellizcando su brazo—. Déjame ir, sanguijuela. Mejor vete a sentar, esto está casi listo.
Kylie rueda los ojos, mordiendo suave su hombro a modo de venganza antes de soltarla para ocupar su lugar de costumbre en el desayunador. Ni dos minutos después Erica deposita frente a ella un plato, conteniendo sólo huevos revueltos y un par de panqueques, y coloca una taza de café a su lado.
—Gracias —sonríe suave, tomando la taza de café para beber un poco mientras espera a que termine con su desayuno y así comer juntas.
Por suerte no tiene que esperar mucho. La castaña apaga la estufa sirviéndose el tocino y los huevos junto a más panqueques, muchos más de los que Kylie tiene en su plato; tarareando para sí misma deja el plato en su lugar, se sirve una taza de café y toma asiento, empezando ambas a comer a la vez.
Cuando decidieron mudarse juntas Kylie no se esperaba que caer en una rutina tan domestica sería tan fácil para ellas, especialmente porque nunca, ni siquiera cuando empezaron a salir, habría considerado a Erica el tipo de persona que no tendría problema de preparar comida para ambas ante cualquier oportunidad, mucho menos robarle el turno a ella de preparar algo. Aunque, bueno, supone que ese debió ser un comportamiento que debía esperarse. Habían acordado que una cocinaba y la otra se encargaría de los trastes después, y siempre la castaña encontraba la forma de ensuciar más de lo necesario para que Kylie limpiara, de los que Kylie suele ensuciar cuando le toca cocinar.
Sonríe divertida, más concentrada en disfrutar de la calma que en su desayuno.
—Por cierto —la voz de Erica la saca de sus pensamientos, —¿qué quieres que hagamos por San Valentín? —pregunta apoyándose contra el desayunador, poniendo una mano sobre la suya para detenerla de seguir jugando con el desayuno, su propio plato casi vacío hecho a un lado.
—¿Desde cuándo preguntas por mi opinión sobre nuestras citas? —pregunta de regreso alzando una ceja, su voz cargada de escepticismo.
Una sonrisa maliciosa se forma en los labios de la castaña, sus dedos deslizándose juguetonamente por su muñeca, y el corazón de Kylie se acelera, como siempre, aunque sepa que lo siguiente que vaya a salir de su boca probablemente la sacará de quicio.
—Cariño, las dos sabemos que preguntar tu opinión te hace sentir que tienes algo que decir al momento de decidir —dice como si nada, retirando sus dedos del tenedor para poder enlazarlos con los suyos, apretando suave—. Así qué, ¿tienes algo en mente? Para fingir que no voy a hacer todo lo contrario.
Normalmente Kylie puede dejar pasar el comentario porque, al final del día, Erica tiene razón ahí; hace años que ha tirado la toalla en el departamento de hacerla cambiar de opinión o que por lo menos le baje un poco de intensidad a sus planes. Sin embargo, por alguna razón las palabras se sienten como una punzada que le revuelve el estómago, haciéndole sentir que la castaña es quién carga con todo el peso emocional de hacer su relación funcionar, que Kylie no se esfuerza lo suficiente para demostrarle su amor.
¿No han sido así las cosas siempre? Kylie inició la relación, dando el primer paso al hacer un cese al fuego de su constante agresión mutua y empezar, aunque torpemente, a cortejarla, pero Erica es quién se ha encargado de lo importante a nivel del romance. La castaña planea todas sus escapadas románticas, siempre que tiene interés en algo específico para regalo se encarga de dejarle pistas al respecto y, sin falta, todos los años hace algo diferente para que su aniversario sea tan memorable como el primero.
No es que Kylie no lo haya intentado, por supuesto que lo ha hecho, ¿qué clase de novia sería si simplemente se encargara de seguirle la corriente?, pero todo lo que tiene que ver con ese tipo de cosas vienen a Erica de forma más natural, no por nada se ganó la reputación de 'Celestina' en la secundaria, que si bien empezó como una forma de estafar potenciales parejas, el trabajo que hizo es tan bueno que aún ahora, casi diez años después, Kylie sigue escuchando noticias de las parejas que armó la castaña planeando sus bodas o teniendo hijos.
Erica Cartman es la reina del romance, y Kylie... bueno, es Kylie.
—¿Qué tal...? —dice suave, bajando la vista a su desayuno, armándose de valor, —¿Qué tal si esta vez planeo yo la cita?
Si tuviera que buscar un culpable de porque el pensamiento ronda por su cabeza, entonces tendría que señalar a Stacy. Se habían reunido el fin de semana anterior para ponerse al día, luego de semanas sin verse, y cuando su mejor amiga le preguntó que harían para San Valentín la respuesta de que Erica aún no le había comunicado sus planes pareció contrariarla.
—Ky, no es por nada, pero siempre que estos temas surgen tu respuesta es que ''Cartman se encargará de ello'' —había dicho con preocupación—. No me quiero meter en su relación, pero tú también deberías poner de tu parte.
Que Stacy, de todas las personas, se haya puesto del lado de Erica en un problema que, hasta ese momento, Kylie ni siquiera sabía que existía, le cayó como un baldé de agua fría.
—¿Tú? —Erica parpadea, sorprendida, —¿tú quieres planear nuestra cita? —y antes de que pueda responder con una afirmación, la castaña deja escapar una carcajada tan fuerte que de no haber estado apoyada contra el desayunador probablemente se habría caído hacia atrás.
Por supuesto, su reacción es suficiente para disparar su temperamento. Al carajo la calma matutina.
—¿Qué tiene? Soy perfectamente capaz de coordinar una estúpida cita de San Valentín —responde a la defensiva, zafándose de su agarre para cruzarse de brazos, indignada.
—Oh bebé, no te pongas así —la castaña trata de calmar su risa, limpiándose algunas lágrimas de los ojos —, sólo me tomó por sorpresa.
—¿Por qué? ¿qué tiene de sorprendente? —aprieta más sus brazos contra su pecho, luchando por no encogerse en su asiento. Tiene que forzarse a reconocer que el brillo en los ojos de Erica es de afecto y diversión, no de burla o porque planee ridiculizarla en los próximos segundos.
—Kyal, no me lo tomes a mal, pero... —se detiene por un momento, pensando sus palabras con mucho cuidado—, no es exactamente tu fuerte, eso es todo.
Bueno, eso no suena como si no quisiera ridiculizarla.
—¿Qué quieres decir con eso? —entrecierra los ojos, airada.
—Quiero decir, judía, que no eres exactamente la mejor planeando cosas —responde con calma, encogiéndose de hombros como si ese simple gesto pudiera quitar la carga de ofensa que conllevan sus palabras.
—Disculpa, pero soy bastante buena planeando cosas —si le preguntan, Kylie definitivamente no está haciendo un puchero. Es una mujer adulta después de todo.
—Si cariño, eres muy buena planeando cosas —Erica asiente, recuperando la taza de café que había abandonado al inicio de la conversación, y la pelirroja siente la tensión abandonar sus hombros por un momento—. Cosas aburridas. Como cuando pagar las cuentas del departamento, o los impuestos.
La tensión vuelve a ella en un instante y sólo porque la taza que sostiene Erica es nueva, un regalo y de seguro está llena de líquido aún caliente, es que no le salta encima para golpearla. El descaro.
—¿Te tengo que recordar quién planeó nuestras últimas vacaciones? —pregunta entre dientes, apretando la mandíbula con fuerza.
—El hotel dónde nos quedamos y el itinerario. Todo lo divertido lo planeé yo —rebate, poniendo la taza a un lado.
—Tu funeral es lo siguiente que voy a planear si no cierras la boca —responde echándose hacia atrás cuando intenta tomar su mano.
—¿Ves? Cosas aburridas —Erica sonríe, tomando su mano de todas formas, enlaza sus dedos y la alza hasta sus labios para dejar un beso en sus nudillos. Kylie ignora como el gesto hace desaparecer parte de la tensión en su cuerpo—. Finjamos por un minuto que voy a considerarlo, ¿por qué tan repentino interés en planear nuestro San Valentín?
La pelirroja mira sus manos unidas, sintiendo su rostro enrojecer.
—Sólo quería hacer algo... bonito para ti —dice con cierta renuencia, negándose a ver la sonrisa ufana que seguramente se está dibujando en el rostro de su novia—, siempre te encargas de planear citas ridículamente excesivas...
—Hey —protesta débilmente, apretando su mano.
—Y pensé que esta vez yo podía ser quién se encargue de ello —termina, alzando la vista.
Erica le regresa la mirada, sorprendida, no sólo por sus palabras sino por el tono de incertidumbre en su voz. Su Kylie siempre es tan confiada y apasionada que verla dudar por algo como esto le hace cosas a su corazón. Dios, esta judía será mi muerte, piensa con afecto.
—Ugh, está bien —dice rodando los ojos, ignorando como sus mejillas enrojecen—. Si tanto quieres planear la cita, adelante.
El rostro de Kylie se relaja, alivio bañando sus facciones y una enorme sonrisa se forma en sus labios, haciendo que el corazón de Erica se acelere. No ayuda en lo absoluto que, al estar la pelirroja sentada frente a la ventana, la luz matutina ilumine su rostro resaltando sus pecas, algo que siempre la hace derretirse un poco por dentro. Kylie no tiene ni la más mínima ide cuan afortunada se siente Erica por tenerla a su lado.
—Bueno, termina tu desayuno, no querrás llegar tarde al trabajo —dice dejando ir su mano para poder tomar su taza e intentar ocultar como su sonrojo empeora.
—Tu deberías hacer lo mismo —señala Kylie, volviendo la atención a su desayuno.
El plan era sencillo: una cena a la luz de las velas en el balcón del departamento. Práctico, privado y romántico. Tal vez no sea algo tan estrafalario como lo que Erica suele planear, pero es para ellas; disfrutar una cita intima de vez en cuando no va a matar a la castaña.
Kylie está segura de que no hay forma en que se pueda echar a perder. Va a preparar alguno de los platillos favoritos de Erica, o al menos lo que sabe que le gusta aparte de KFC; va a decorar el balcón para crear el ambiente y, para rematar, había encargado para su regalo una gargantilla que sabe le quedará perfecto a su novia que, además, combinará con uno de sus vestidos favoritos.
Sencillo, sin cabida para errores.
Y sin embargo...
El primer inconveniente que se interpone en sus planes cae en su regazo cuando se está preparando para salir del trabajo, literalmente, en la forma de más papeleo que debe hacer de manos de su supervisor inmediato. Intenta protestar, recordarle a su supervisor que había perdido, con bastante tiempo de antelación, salir más temprano; el propósito de esto era preparar la cena con tiempo de sobra para poder preparar todo lo demás con su debida calma. El hombre simplemente se encoje de hombros, asegurando que nadie más podía encargarse de esos documentos en específico. Que conveniente.
Resignada, no tiene de otra más que ponerse a ello para terminar tan pronto como le es posible, con la esperanza de no retrasarse demasiado en su itinerario personal. De alguna forma, más papeles siguen llegando a su escritorio hasta que, cuando por fin termina, está más cerca de su hora de salida original de lo que había planeado.
Al salir de la oficina maldice por lo bajo a su supervisor, porque ahora todo su plan se ha retrasado por mínimo dos horas, lo que la obligará a apresurar las cosas donde justamente no quiere apresurarlas. Con algo de suerte, se dice subiendo a su auto, no habrá más contratiempos y la cena estará lista justo antes de que Erica llegue a casa.
Debe haber alguna fuerza conspirando en su contra, porque cuando llega al departamento y va a la cocina para sacar todos los ingredientes que va a necesitar, nota que le faltan algunos que son cruciales. Incrédula, cierra la puerta de la nevera y la abre de nuevo, como si eso fuera a hacer que aparezcan mágicamente allí, pero no, efectivamente le hacen falta y tiene que salir a conseguirlos pronto, negándose rotundamente a hacer algún tipo de variación en el menú.
Cierra la puerta de la nevera con fuerza, regresando sobre sus pasos a la sala para recuperar sus llaves, maldiciéndose por no haberse cerciorado de que tenía todo con antelación.
—De haberlo sabido, hago una parada rápida al salir del trabajo —masculla para si misma, subiendo a su auto para ir a la tienda más cercana.
Casi de inmediato se arrepiente de no haber mejor ido caminando, porque nada más llegar a la calle principal que la llevará a la tienda, se encuentra con el embotellamiento de la hora pico. ¿No había visto la hora antes de salir? De haberlo visto se hubiera evitado esto. Aprieta con fuerzas el volante al notar que es demasiado tarde para darse la vuelta; no tiene de otra más que seguir en ruta hasta llegar a la tienda, maldiciendo todo el tiempo la ineptitud de la gente, enumerando uno a uno los momentos en que, mientras avanza, alguien hace algo estúpido que sólo empeora más el tranque.
Para cuando llega a la tienda y se apresura a comprar lo que le hace falta, el estricto horario que se autoimpuso para todo el asunto se ha retrasado media hora más, sino es que una hora, tomando en cuenta que se encuentra el mismo problema con el transito al volver al departamento.
Llega a casa agitada, luchando con los zapatos en la entrada y casi se cae de no sostenerse del brazo del mueble. Lo que no corre con la misma suerte es la funda que lleva en brazos, que se desliza de su agarre, los ingredientes desperdigándose a sus pies; esos no importan mucho, planeaba lavarlos antes de usarlo de todas formas, lo que si le importa es el envase de la salsa que va a usar, de cristal. Con horror lo ve caer, rebotar en la alfombra y volver a caer, esta vez en el borde del piso que no está cubierto por el afelpado, rompiéndose inevitablemente.
—Carajo —murmura pasando una mano por su rostro. Bueno, supone que no tiene de otra más que prescindir de la salsa, o hacer una variante de la misma desde cero. ¿Siquiera tiene los ingredientes para eso?
Sacude la cabeza, apartando esos pensamientos. Si se concentra en lo que está saliendo mal, se dice recogiendo los ingredientes con mucho cuidado, terminará en una espiral y no tendrá nada listo a tiempo. No va a permitir que nada arruine sus planes. Nada.
Bordea el desastre de la salsa, pensando limpiarlo en un momento, y entra en la cocina yendo directo al fregadero. Todo lo que se puede quedar un rato en agua lo deja con cuidado en el interior, poniendo el tapón y abre la llave. Lo demás va directo a la nevera. Rebusca entre los gabinetes hasta encontrar una olla, tomando la nota mental de halarle las orejas a Erica por ser tan desorganizada, y la llena de agua para ponerla en la estufa.
Enciende la estufa, echa sal en el agua, tapa la olla y sale para ir en busca de los productos de limpieza. Lo menos que necesita es que toda la casa huela a salsa de queso, ¿verdad? De paso aprovecha y se cambia por algo más cómodo, para evitar arruinar su ropa de trabajo.
Regresa a la sala, se pone unos guantes gruesos de limpieza y lo primero que hace es empezar a recoger los pedazos de vidrio. A mitad del proceso nota que no tiene donde desecharlos, por lo que se pone en pie y va a la cocina para tomar el zafacón; echa los pedazos de vidrio que tiene en la mano y saca el zafacón de su lugar para llevarlo consigo de regreso a la sala. Se arrodilla cerca del desastre y sigue recogiendo los pedazos de vidrio que quedan hasta que satisfecha, entonces con un paño empieza a recoger las partes más espesas de la salsa, echándolo cada tanto en el zafacón.
Cuando lo único que queda son rastros de la salsa, que solo necesita tallar para limpiar, se pone en pie tomando el zafacón para regresarlo a la cocina. Sin embargo, se detiene al pensar que de todas formas ya era momento de sacar la basura. Deja el zafacón en el suelo, saca la bolsa y busca sus pantuflas para sacarla al contenedor de afuera; a medio camino recuerda que también debe sacar la del baño, por lo que se regresa para buscar esa bolsa también. Con ambas en mano, vuelve a salir del departamento y baja por las escaleras, encontrando que sería más rápido, desecha las bolsas y sube tan rápido como puede para encargarse de la mancha.
Antes de limpiarla, se cerciora que nada haya caído en la alfombra y, para su fortuna, no se ha ensuciado, por lo que solo debe concentrarse en la mancha del suelo. Echa un poco de líquido de limpieza, toma un cepillo y empieza a tallar, aplicando tanta fuerza como le es posible, maldiciéndose, por lo que podría ser la venteaba vez en la última hora, por no haber hecho esto primero. Se detiene alzando la vista, el pensamiento recordándole que había abierto la llave del fregadero en la cocina, ¿la había cerrado? No recuerda haberla cerrado. Se levanta de un salto corriendo a la cocina para asegurarse de haberlo hecho.
—Con un demonio —maldice al encontrarse no sólo conque el fregadero se ha desbordado, sino que también el agua que puso al fuego ya está hirviendo con tanta fuerza que, por la tapa que cubre la olla, empieza a brotar por los bordes derramándose en la estufa.
El fregadero, por el momento, es su prioridad, por lo que corre hacia él, resbalando con el agua que se empieza a acumular en el suelo, golpeándose con el borde de la encimera. Aprieta los labios con fuerza, ignorando lo mejor que puede la descarga de dolor que le recorre el costado, cierra la llave y retira el tapón del fregadero para permitir que se desagüe. Respira hondo, medio aliviada, y se endereza con cuidado y se acerca a la estufa, pendiente de no volver a resbalar, para poder apagarla. Ahí es que nota que, accidentalmente, dejó el fuego en lo más alto, lo que explica que haya hervido tan rápido.
Pasa una mano por su rostro, gruñendo en frustración, toma uno de los guantes de cocina y levanta la tapa alejándose un poco para no quemarse con el vapor que se eleva en su dirección. Cuando se ha disipado un poco, se asoma a la olla, haciendo una mueca pues más de la mitad del agua se ha evaporado.
Le toma un momento calmarse cuando el deseo de lanzar la tapa de la olla a modo de desquite la recorre, forzándose a respirar hondo hasta suprimir el arrebato. Toma la olla para descartar lo que queda del agua, vuelve a llenarla ignorando lo mejor que puede el agua en el suelo empapando sus pantuflas. Cuando el nivel de agua está donde quiere, deja la olla en la encimera, asegurándose de cerrar el grifo, girándose hacia la estufa para secar el agua que se derramó. Al terminar con eso, pone la olla de nuevo en la hornilla, encendiéndola de nuevo, teniendo pendiente ponerla a fuego medio; echa sal en el agua, tapa la olla y va en busca del trapeador para encargarse de secar el suelo antes de que el agua aposada ahí empiece a filtrarse.
Una vez solucionado eso, decide revisar lo que tenía en el fregadero, rogando que por la sobrecarga de agua no se hayan echado a perder. Alivio la recorre al comprobar que aún le sirven, por lo que decide encargarse de eso antes de ir a terminar de limpiar la sala.
Seca un poco las verduras, las pela y pica poniéndolas en un contenedor; revisa el agua de la olla satisfecha de que haya empezado a hervir, de forma más controlada, y echa la pasta que había dejado sobre el desayunador. Tapa la olla y va a la sala para terminar lo que tiene pendiente ahí.
Aunque las cosas parecen empezar a calmarse, es plenamente consciente de que no tiene ni la mitad de lo que quería tener listo para esa hora, puede sentir la frustración burbujear bajo su piel, pero se aferra a la esperanza de que no habrá más inconvenientes. Termina de limpiar la sala y regresa a la cocina para continuar con la preparación de la cena, tratando de centrarse en la acción de cocinar y no el revoltijo de emociones que se convierten en nudos en su estómago.
El tiempo se le pasa volando en la cocina y, cuando esta por meter la lasaña que preparó al horno se da cuenta de dos cosas. La primera, es que no le va a dar tiempo a decorar el balcón como quería, de hecho, a penas y si le va a quedar tiempo para hacer algo decente con su cabello; la segunda es que en el ajetreo olvidó por completo recoger el regalo de Erica.
—Mierda, carajo, mierda —se apresura a meter la lasaña en el horno, apretando sus manos en el borde de la puerta.
¿Debería encender el horno? La joyería no está muy lejos y está completamente segura de que puede ir y volver en diez minutos justos, para algo lo dejó encargado con antelación con la idea de sólo tener que ir a retirarlo. Por un lado, salir y dejarlo encendido es un gran riesgo de incendio, no podría estar tranquila sabiendo que lo hizo; por el otro, se está quedando sin tiempo e ir y volver para encender el horno la retrasará diez minutos más. La lasaña estará lista en quince minutos, pero la idea de quemar el departamento por accidente fácilmente prevenible...
El sonido de una notificación en su teléfono la sobresalta, porque por alguna razón resuena por todo el lugar como campanas de la perdición.
—No, cálmate, estas exagerando —se dice dejando ir la puerta del horno, que se cierra con suavidad—. Es porque está en la sala, con el departamento en silencio, por supuesto hará eco —razona en voz alta mientras camina a la sala a recuperar el aparato.
Una vez lo tiene a mano, lo desbloquea viendo que la notificación es un mensaje de Erica.
'A kasa en 3ta' dice el mensaje, con la horrible falta ortográfica que la castaña insiste en seguir cometiendo. Kylie está segura de que lo hace a propósito para crisparle los nervios. Un momento, ¿3ta? ¿qué significa eso? ¿tresta? ¿treinta? ¿treinta minutos? ¿por qué de todos los días Erica tenía que salir temprano justamente ese?
Porque es San Valentín, genio.
—Mierda —aprieta sus manos con fuerza alrededor del aparato, que casi se le resbala cuando otra notificación llega.
'Me muro por ber k sorpresa tienes para mí, bebé' no hay forma en el mundo que eso no esté mal escrito a propósito.
—Carajo —una oleada de ansiedad se desliza bajo su piel, subiendo por su cuello hasta aprisionar su garganta, dejándola sin aire. Treinta minutos, tiene treinta minutos para tener todo listo y no tiene el puto regalo todavía.
Toma sus llaves para salir en ese instante a la joyería, pero en la puerta se detiene, mirando su ropa. La camiseta que lleva tiene rastros de la salsa que preparó para la lasaña, y los pantalones deportivos están manchados en las rodillas con producto de limpieza y la salsa que se le derramó; está segura de que su cabello está hecho un desastre de tanto que lo ha tocado y halado en las últimas horas, la combinación sin duda hará que ni siquiera le permitan entrar en la joyería. Se ve obligada a regresar dentro, ir a su habitación y buscar algo con que cambiarse rápidamente. En su búsqueda se topa con uno de los suéteres rojos de Erica, que por el tamaño está destinado a llegarle por lo menos a los muslos, cubriendo la camiseta por completo, y si se pone unos tenis puede pretender que acaba de regresar de correr o el gimnasio.
Se pone el suéter y cambia su calzado por un par de tenis. Toma una goma de pelo antes de salir de la habitación, amarrándose el cabello en un moño desordenado, decidiendo a último momento pasar por la cocina. Prometiéndose que no serán más de diez minutos, verifica que la bandeja de la lasaña está bien colocada, prende el horno poniéndolo en cocción lenta y sale del departamento.
Diez minutos, se repite caminando a paso apresurado, diez minutos, entrar y salir. Sólo diez minutos.
Llega a la joyería en tiempo récord, aliviada de haber hecho el viaje tan rápido y se acerca a una de las dependientas que, por suerte, está tan desocupada.
—Tengo un pedido para recoger, a nombre de Kylie Broflovski —dice con rapidez, sus palabras atropellándose una con la otra.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle? —la chica le regala una sonrisa forzada, cansancio evidente en sus facciones, a lo que Kylie hace una pequeña mueca de disculpa.
—Lo siento, sí, buenas tardes, ¿un pedido a nombre de Kylie Broflovski?
—Por supuesto, permítame un momento —asiente girando su atención a la computadora que tiene en frente.
Kylie espera tan pacientemente como puede a que busque su nombre en el sistema, rogándole a cualquier fuerza del universo que pudiera escucharla que deje de joder con ella y su paciencia. No puede tener un inconveniente más, o de lo contrario...
—Ah, aquí está. Ya está listo. Permítame un momento y se lo busco —le informa antes de girarse para ir a buscar su pedido.
Suspira aliviada, jugando con las mangas del suéter para contenerse de recostarse contra el mostrador. ¿Ves? Entrar y salir, diez minutos, tienes tiempo de sobra, se dice respirando hondo.
—Aquí tiene señorita Broflovski —la chica regresa y coloca una pequeña bolsa frente a ella, perfectamente decorada con un lazo formando un corazón—. Que tenga feliz resto del día, gracias por preferirnos, Feliz San Valentín.
—Muchas gracias —sonríe con suavidad, tomando la bolsa.
Camina hacia la salida, dispuesta a salir corriendo de ser necesario para llegar más rápido al departamento, pero antes de alcanzar la puerta algo la hace detenerse. Aprensiva, mira la bolsa en sus manos, un mal presentimiento crepitando en su interior. Gira sobre sus talones y regresa con la chica, dejando la bolsa en el mostrador.
—Disculpa molestarte de nuevo... Ivana —lee la plaquita con su nombre, sonriéndole apenada, —¿podrías abrirla y dejarme ver la caja dentro?
La chica alza una ceja, como si quisiera preguntarle si es que está dudando de su competencia, pero sonríe asintiendo y toma la bolsa. La abre y extrae la caja, poniéndola frente a ella. Kylie suspira al notar que es la misma que había escogido al hacer el pedido, pero el mal presentimiento sigue ahí, presionando su pecho, por lo que toma la caja y la abre para inspeccionar su contenido.
Se le cae el corazón y palidece al verlo.
—Esto no es lo que pedí —dice abruptamente, alzando la vista en busca de respuestas. Ivana la mira como si hubiera perdido la cabeza.
—Eso es exactamente lo que pidió —dice, su tono un poco a la defensiva.
La paciencia que Kylie estaba tratando de tener empieza a agotarse.
—Estoy completamente segura de que pagué por una gargantilla, esto es un brazalete —rebate, girando la caja para que Ivana vea el contenido.
Es el turno de la joven de palidecer.
—Disculpe... deme un momento —Ivana toma la caja y la bolsa y se aleja del mostrador.
Un nudo empieza a formarse en su garganta y Kylie puede sentir como sus ojos empiezan a picar.
No, se dice sacudiendo la cabeza. Este no es el momento para eso, aunque sean lágrimas de frustración e impotencia no va a resolver absolutamente nada echándose a llorar. Es un error que está segura se podrá resolver en un santiamén. Aún tiene tiempo, se recuerda, aún tiene tiempo.
Al final resulta que no es un problema que se pueda resolver en un santiamén. Ivana regresa con su gerente, quién le explica hubo una confusión y que un par de pedidos se habían mezclado, incluido el suyo. La mujer le asegura que quién ordenó el brazalete no había ido a buscarlo todavía, por lo que es posible que el collar aún estuviera en la joyería, el problema con eso es que tomaría algo de tiempo identificar que cliente había realizado la orden, y más tiempo aún poder encontrar el suyo.
Sus opciones son recogerlo en una semana o cancelar el pedido por completo y recibir un reembolso. Kylie se ve tentada a compartir una charla no muy agradable con la mujer y el inepto que había cometido un error tan garrafal, pero al final gritando no va a conseguir nada, por lo que acepta recogerlo luego y se marcha del lugar.
No sabe en que momento llega al departamento, habiendo dejado que su cuerpo la llevara por inercia a su hogar, pero está segura de que ya no puede pasar nada peor que esto, ¿verdad?
Respira hondo llegando a su piso, buscando las llaves del departamento en su bolsillo. Bueno, se dice al encontrarlas, no pasa nada, totalmente puede darle un regalo de San Valentín a su pareja en una semana, la culpa había sido de la joyería después de todo; Erica sin duda va a entenderlo, ¿no? ríe amargamente sabiendo que hay una alta posibilidad de que más que entenderlo haga un berrinche solo por el placer de hacerle un berrinche. O que se burle de ella... casi, pero casi que prefiere el berrinche.
Sin embargo, va a aferrarse a la minúscula posibilidad de que lo entienda con todas sus fuerzas. La poca sanidad que le queda depende de eso. De eso y de que la cena esté lista sin más contratiempos.
Siente que se ha condenado a sí misma al pensarlo, no sintiéndose reconfortada en lo absoluto, y sus temores son confirmados cuando, justo al abrir la puerta, la alarma de humo se dispara, un olor a quemado inundando el departamento desde la cocina.
Genial, no lo que le faltaba.
—Por favor, por favor —murmura cerrando la puerta tras ella y corre hacia la cocina para apagar el horno.
Antes de abrirlo ya sabe que no podrá salvar la lasaña, pero de todas formas intenta hacerlo. Toma los guantes de cocina, abre el horno que libera una fuerte humareda que la hace toser con fuerza. Agita sus manos tratando de apartarlo, saca la parrilla del horno y levanta el papel de aluminio de la bandeja para evaluar los daños.
No hay daños que evaluar, porque no hay nada que salvar. Esta quemada por completo, un segundo más y está segura de que habría atravesado la base de la bandeja y hecho un desastre en el interior del horno.
—No, no, no, no —murmura arrodillándose frente a su esfuerzo destruido, lágrimas acumulándose en sus ojos en contra de su voluntad.
No, no, tiene que haber algo que pueda hacer, no puede ser que todo haya quedado arruinado. No puede... toda la noche, que había planeado cuidadosamente hasta el último detalle, arruinada. Toda la maldita noche está arruinada ahora. La presión en su pecho aumenta, empezando a sofocarla.
—¡Cariño! ¡Estoy en casa! —la voz enérgica de Erica llega a esta ella, haciéndola tensarse. No ahora. —¿Qué carajos? ¿por qué huele como si algo se estuviera quemando?
El comentario es la gota que derrama el vaso y, como un dique que acaba de abrirse, lágrimas empiezan a correr por sus mejillas.
—¿Kylie? —la pelirroja a penas y si pueda escuchar el llamado por encima del pitido de la alarma, el bombeo de su sangre que corre con fuerza por sus oídos y el sollozo que se le escapa cuando intenta decir algo.
—Woah, ¿estás bien? ¿te quemaste? ¿qué pasó? —Erica se arrodilla junto a ella tratando de hacer que la mire, pero Kylie se niega a girarse, cubriendo su rostro tratando de ahogar su llanto.
La frustración que tiene horas suprimiendo se desborda en oleadas por su cuerpo, haciendo que su llanto empeore, tornándose algo agresivo cuando ira se une a la mezcla de emociones. ¿En qué diablos estaba pensando? Sabía que no debió encender el horno y aún así se arriesgo a hacerlo, y lo echó todo a perder.
—Kyal bebé no llores —al ver que no podrá llamar su atención, Erica la abraza con fuerza acariciando con cuidado su cabello—. Respira hondo antes de hablar, que no estoy entendiendo ni una mierda de lo que dices.
Kylie ni siquiera había notado que estaba hablando hasta que Erica lo comenta, pero en automático toma una bocanada de aire que la hace ahogarse, pero parece ser lo que necesita para calmar un poco su llanto. Se aparta de la castaña sorbiendo la nariz sonoramente.
—Se quemó la cena —dice con voz ronca. Siente que la cara le arde y no sabe si es por la vergüenza, las lágrimas o el calor que todavía emana el horno. Tal vez por todo, tal vez porque odia que Erica la vea así.
—Puedo ver eso —Erica asiente, sosteniendo su rostro entre sus manos, impidiéndole seguir ocultándose tras las suyas—. Mira nada más, mi hermosa judía —dice limpiando las lágrimas de sus mejillas, suspirando cuando más reemplazan esas, —¿puedes dejar de llorar por favor? No sé qué carajos hacer contigo cuando estás llorando.
—Woah, gracias Cartman —dice rodando los ojos, pero una pequeña sonrisa se asoma en sus labios, las lágrimas deteniéndose poco a poco.
—Siempre un placer, roja. Ahora, ¿qué pasó exactamente?
Derrotada, Kylie le explica el desastre que ha sido su plan desde el minuto cero. A media que habla, su rostro va enrojeciendo más y más por la intensidad de la mirada de Erica, especialmente porque en ningún momento deja ir su cara por lo que no puede ocultarse. Cuando está a punto de mencionar lo del regalo, las palabras le fallan y decide dejarlo ahí. Ya se ha humillado bastante.
—Déjame ver si entiendo —la castaña asiente con una mirada seria, el rostro solemne, —¿todo tu plan se fue al carajo?
—Básicamente —admite, desviando la mirada.
—Entonces... ¿admites que yo soy mejor en esto? —el tono solemne de hace un segundo es reemplazado por un deje burlesco. Al mirarla de nuevo, incrédula, Kylie se encuentra con la sonrisa más prepotente que ha visto en años.
Repentinamente, el cansancio que estaba siguiendo hace un segundo es reemplazado por las irrefrenables ganas de pegarle. De hecho, no se contiene y golpea su brazo con todas sus fuerzas.
—Ow, ¡Kyal! —Erica la suelta por fin, sobando su brazo herido—. No te desquites conmigo.
—Eres una... —aprieta sus labios y aparta la vista, cruzándose de brazos. Suficiente tiene con saber que arruinó su San Valentín y Erica decide convertirlo en una competencia.
Ninguna sorpresa ahí, la verdad.
—No te pongas así Kyal —Erica rie bajo, posa sus manos en su cintura y trata de halarla hacia ella, pero estando las dos arrodilladas lo hace incomodo—. Ugh, odio esto. Ponte en pie para poder abrazarte.
—No quiero que me abraces —se niega, apoyándose con más firmeza en el suelo.
—No seas así judía, lo estoy intentando —dice dramáticamente. Cuando la pelirroja no hace atisbo de moverse, se pone en pie y, sin aviso, toma sus manos halándola hacia arriba para obligarla a levantarse.
—¡Erica! —protesta, casi perdiendo el equilibrio al ser alzada a la fuerza.
—¡Kylie! —dice, imitando su tono indignado. Una vez la tiene donde la quería, abraza su cintura con fuerza, dejando un beso en su mentón—. Vamos Kyal, todo está bien —besa su mejilla, —¿vas a dejar que una pequeña serie de eventos desafortunados arruinen nuestra noche?
La respuesta no es sí, pero el silencio le indica que es probablemente lo que la pelirroja está pensando.
—Bien, hagamos algo —besa su cuello, acariciando su cintura con suavidad, sonriendo un poco cuando el cuerpo de la pelirroja reacciona inmediatamente a sus cuidados, por mucho que esta se niegue a mirarla. —¿Qué tal si vas al baño, te das una buena y relajante ducha mientras yo me encargo de esto aquí?
—Erica... —empieza a protestar, intentando futilmente de poner distancia entre ellas.
—De mi lado del armario, bajo la zapatera, hay una pequeña sorpresa para ti —continua, besando su hombro, mirándola con suavidad—. Lávate la cabeza también, trabajo con tu cabello cuando termine aquí.
Kylie quiere resistirse un poco más, pero la verdad con solo mencionar que hay una sorpresa para ella en el armario enciende su curiosidad. Suspira agotada y asiente, besa la mejilla de Erica y se separa para ir a la habitación. Tal vez una ducha es lo que necesita para refrescarse y despejar la mente.
La 'pequeña' sorpresa resulta ser una caja, rosa con corazones blancos y un lazo rojo.
En su interior Kylie encuentra un enterizo verde esmeralda que, al ponérselo, le queda como un guante. No sólo es de un color que le favorece bastante, sino que también se acerca más a su estilo usual que lo que Erica suele regalarle. La parte superior es cruzada cubriendo su escote, pero dejando un pequeño vistazo de su cintura y espalda, no lo suficiente como para hacerla sentir incomoda por supuesto; la parte de abajo es ancha, larga hasta alcanzar sus talones y, cuando se pone unas zapatillas que le combinan, regalo también de Erica, el doblez no entorpece su camino.
El regalo es perfecto, y le haría sentir mal por el desastre que causo de no ser porque dispara alarmas de sospecha.
—¿Compraste esto como mi regalo de San Valentín o tenías planeado que mi idea saliera mal? —pregunta cuando Erica sale del baño, caminando directo hacia ella para ayudarla a peinarse.
—No sé de que estás hablando cariño —dice parpadeando inocentemente en su dirección, desenredando su cabello con cuidado.
—Erica...
—No me distraigas, voy a hacer tu maquillaje también. Tenemos media hora antes de la reservación —la interrumpe, golpeando su hombro con suavidad.
—¿Reservación? ¿Erica de qué...? —se detiene, mirando el reflejo de su novia desde el espejo, su expresión relajada mientras sus dedos se mueven con destreza por sus rizos—. Tú...
—¿Yo? —Erica la mira a través del espejo, sonriendo con suavidad.
—Tú... ¿lo tenías planeado? —pregunta con voz ahogada, si Erica había hecho para sabotearla...
—Dios, lo haces sonar como que saboteé tu cursi plan de cena romántica —la castaña rueda los ojos, esparciendo crema de peinar por su pelo para empezar con el peinado que desea hacerle—. No, cariño, no tenía planeado que tu cena se cayera a pedazos.
—Pero convenientemente tenías una reservación lista...
—En tu restaurante favorito —informa con emoción.
—Y ropa nueva para la ocasión —continua, ignorando el sonrojo que cubre sus mejillas al enterarse que cenarían en su restaurante favorito.
—Kylie, bebé, eres sexy siempre, excepto cuando sobre piensas las cosas, detente —se detiene un poco para ponerse a su lado, tomando su rostro en sus manos para obligarla a verla de frente—. No tengo absolutamente nada que ver con lo que pasó hoy.
—Erica... —advierte, tragando con fuerza.
—Pero sabía que algo saldría mal, así que me preparé para ello —informa, depositando un beso en su frente antes de soltarla para regresar su atención a su cabello—. Tu eres la que siempre está hablando de tener un plan B para todo. Este es el plan B.
Kylie la mira con incredulidad, su corazón apretándose por la revelación. Erica sabía... y en lugar de confiar en que pudiera hacerlo...
—Oh, no, nada de llorar —Erica limpia las lágrimas que rebeldemente se deslizan por sus mejillas—. Por favor, apaga tu cerebro por un segundo. Literalmente no hay nada que sobre pensar aquí.
—¿A esto te referías con que hacer planes no era lo mío? —pregunta apretando sus manos con fuerza, tratando de controlar las lágrimas. Dios, como odia llorar. Una vez que empieza le es imposible controlarse.
—Ok, tendremos esta conversación —Erica se sienta a su lado en el taburete que Kylie ocupa, ambas haciendo caso omiso del crujir de la madera por sus pesos combinados—. Kylie, tu problema es que, y estoy siendo muy literal sin intentar criticarte aquí, una sorpresa lo sé, pero tu problema es que eres perfeccionista hasta el punto de ser neurótico.
Por alguna razón, las palabras no le toman por sorpresa. Lo ha escuchado antes, no sólo de boca de Erica, y está segura no será la última vez que lo haga.
—Este tipo de planes no es algo que debas pensarlo y volver a pensarlo y planearlo hasta tener cada milisegundo contado, sí vi tu hoja de Excel con el horario que debías seguir para que todo estuviera listo cuando tu querías —apoya su mejilla en su hombro, tomando su mano para dejar un beso en ella—. El romance no es algo que se pueda planear hasta el último detalle cariño.
—Tu lo haces —dice apretando su mano, sus labios formando un puchero.
—Las dos estamos de acuerdo en que literalmente nací para ser una casamentera, ¿verdad? No soy parámetro para compararte —sonríe ufana, enderezándose para cuadrar sus hombros con orgullo—, pero la mitad del tiempo dejo las cosas fluir y la otra mitad sólo me encargo de planear lo que sé que puedo controlar.
—¿Cómo los fuegos artificiales y el incendio forestal? —pregunta, sonriendo con picardía.
—Ok, no es mi culpa que la gente de meteorología se haya equivocado sobre la dirección en que soplaría el viento esa noche —se defiende alzando las manos. En ningún momento deja ir la de Kylie.
—Se habría evitado si recordaras que los fuegos artificiales son ilegales, Erica. Además, era de esperar que sucediera porque...
—Y acabas de probar mi punto —pica su nariz, sonriendo cuando trata de apartarse de ella por ello—. Te detienes demasiado a pensar en que puede salir mal y a tratar de evitarlo. Al hacerlo, eso causa que otra cosa salga mal y te paralizas.
El comentario le recuerda el asunto con la joyería. No le gusta en lo absoluto que tenga razón ahí.
—Si te hace sentir mejor —dice dejando un beso en su mejilla antes de levantarse—, fue bastante dulce que hayas intentado cocinar para mí. Estoy segura de que esa lasaña hubiera estado para morirse.
Kylie sonríe, relajándose.
—Tal vez en otra ocasión —continua, volviendo a trabajar con su cabello—. Yo puedo hacer la parte de decorar, como tu quieras, y tu te encargas de la cocina.
Eso hace que se derrita, su corazón latiendo como loco. Si alguien le hubiera dicho a la Kylie de diez años, o incluso a la de quince, que Erica Cartman tendría un lado suave, sólo para ella, no lo habría creído. Ahora es lo que necesitaba para acallar su ansiedad y tranquilizar su mente.
—Eso suena genial cariño —dice suave, ocultando tras su mano la sonrisa que se forma en sus labios cuando el mote cariñoso hace que el rostro de Erica enrojezca.
—Ya, déjame trabajar aquí para maquillarte, alistarme e irnos. No podemos perder esta reservación.
Como única respuesta Kylie simplemente se relaja, dejándose hacer.
El resto de la noche pasa sin contratiempos. De hecho, Kylie lo disfruta bastante, aliviada de que por una vez en su vida Erica se haya ido más por algo más tranquilo. Aunque si tienen un pequeño altibajo al momento de pagar la cuenta, las dos peleándose por quién debe pagar. El argumento de Kylie es que ella estaba a cargo de la cita ese día, el contra argumento de Erica es que ella hizo la reservación por lo que, lógicamente, ella pagaría.
La discusión alcanza tal punto que, al final, el gerente decide saldar su cuenta asegurando era un regalo de San Valentín. La sonrisa que comparten las mujeres al finalizar su velada, luego le hace sospechar que probablemente todo fue una charada.
Finalizada la noche y de regreso a casa, se ayudan a cambiar sus ropas elegantes por piyamas, compartiendo besos perezosos hasta alcanzar la cama, donde se acurrucan aferrándose a la una a la otra.
—Feliz San Valentín, mi judía neurótica —susurra Erica, dejando un pequeño beso en su cuello, suspirando contenta cuando la pelirroja se estremece.
—Feliz San Valentín, mi gorda manipuladora —responde Kylie riendo bajo, besando su frente, disfrutando el murmullo gustoso que la castaña deja escapar.
Poco a poco, ambas se sumergen en un sueño pacífico y agradable.
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