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7.- La despedida de Víctor

El día no empezó bien para Víctor. Apenas terminaron el desayuno, Alan y Valeria lo citaron en su habitación para hablar sobre lo sucedido con Susy la noche anterior. El muchacho odiaba hablar sobre esas cosas con sus padres, en especial, con Alan. Su padre era el tipo de hombre que rechaza lo que no logra entender.

—Por Dios, Víctor, ¿canela? Eso ya fue demasiado. —Alan hablaba con voz gruesa y firme—. Estoy harto de este jueguito entre ustedes dos. Puedo soportar a sus amigos imaginarios, pero ¡anoche parecía una loca!

—Susy no está loca, papá, ya te lo dije. —Víctor rodó los ojos—. Existen las fobias raras, como la xantofobia3, ¿no? Pues Susy le teme a la canela, es todo. No hagas drama.

—¿¡Yo hago drama, Víctor!? —alzó la voz—. ¿Sabes cuántas cosas sazona tu madre con canela? ¡Susy jamás se había comportado así, pero ayer tuvo un ataque de pánico porque según ella olías así! —En el fondo, Alan estaba preocupado. Tenía el presentimiento de que algo marchaba mal con sus hijos, pero no sabía cómo averiguarlo y eso lo frustraba—. ¡Ya dime la verdad, maldita sea!

—¡Deja de gritarme! —Víctor también alzó la voz. Luego se relajó—. Te escucho perfectamente con tu volumen normal de voz. Además, con esa actitud no vas a conseguir nada.

—¡No me vengas con tus sermones de telenovela barata! Dime, ¿qué mierda está ocurriendo?

—OK, te diré qué mierda ocurre —dijo Víctor; estaba perdiendo la paciencia—. Desde que Jennifer murió, hay una bestia del averno que persigue a Susy para hacerle no sé qué cosa. Anoche me enfrenté a ella e hizo que mi alma oliera a canela. Susy estaba asustada porque significa que yo...

—¡Víctor, ya basta! —Se exasperó su padre—. ¿¡Realmente esperas que me crea eso!? ¿¡Hasta cuándo vas a seguir con estas estúpidas historias de fantasmas!? ¡No existen, Víctor!

—¡Si no vas a escucharme, entonces tampoco deberías preguntar! —gritó. Después, suspiró, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta—. Ahora, hazme un favor y déjame en paz. Ya tengo demasiadas cosas en la cabeza como para lidiar contigo y tus imposiciones.

Alan empuñó las manos con ira mientras observaba a Víctor salir de la habitación y cerrar con un fuerte portazo. Valeria, quien se había mantenido al margen a pedido de Alan, se cruzó de brazos y le dedicó una mirada de reproche a su marido.

—¿En serio? —alegó—. ¿Esa es tu forma de resolver el problema? Ya es suficiente, Alan, estoy cansada de tratar con los niños a tu manera.

—Ay, por favor, mujer, no me vengas con reclamos ahora —se defendió—. Lo hacemos a mi manera porque tú no tienes el carácter para lidiar con ninguno de los dos.

Ambos guardaron silencio unos segundos que parecieron eternos. Valeria se sentó sobre la cama y cubrió su boca con una mano; estaba al borde del llanto. Se sentía molesta consigo misma por su debilidad, deseaba ser más fuerte por el bien de sus hijos. Alan, de pie cerca de la puerta, contempló a Valeria en silencio antes de sentarse junto a su esposa y abrazarla. Era un hombre de carácter fuerte y explosivo que solía hablar sin pensar, pero de corazón deseaba lo mejor para su familia.

—Lo lamento, cariño, no quise culparte —se disculpó. Luego la besó en la mejilla—. Los dos son buenos niños. Tal vez Víctor tiene razón y solo estamos exagerando. Están bien —aseguró.

Alan sonrió al ver que Valeria se relajaba. Supuso que la sensación incómoda dentro de su pecho no era más que miedo a perder el control en casa, una simple paranoia. Susy y Víctor estaban bien... debían estar bien. Si no lo estuvieran, ya se lo habrían dicho, ¿no?

***

Una vez que estuvo en su propia recámara, Víctor se frotó el rostro y emitió un suspiro de frustración y culpa. La relación que tenía con Alan era complicada e inestable en muchos sentidos. La mitad del tiempo podían llevarse excelente y convivir como los mejores amigos, pero también tenían fuertes opiniones contradictorias, lo que los llevaba a pelear con demasiada frecuencia, en especial, por Susy.

Alan era un hombre de mente cerrada. Sus creencias no iban más allá de lo que le habían enseñado. Todo lo demás, ante sus ojos, no existía. Era eso lo que solía desencadenar los pleitos con Víctor. Alan no entendía que el muchacho había crecido sintiéndose solo: era diferente a los demás niños —ya que vivía atrapado en un mundo lleno de seres con aspectos aterradores— y, además, no tenía la libertad para buscar apoyo y comprensión en sus propios padres, sobre todo, de Alan, a quien admiraba por su valentía.

Con el tiempo, Víctor se dio cuenta de que su papá, sin importar cuanto lo amara, jamás lo entendería. Pensó que estaría bien si aceptaba que las cosas fueran así, y lo estuvo algunos años, hasta que el don de Susy comenzó a aflorar. El joven se proyectó en la niña, vio cómo sus conflictos y sus temores se reflejaban en ella: si sus padres no estarían para comprenderla, él lo haría.

De esa manera, sin esperarlo y sin planearlo, entendió que fue su propia habilidad lo que hizo que pudiese escuchar a su hermanita hablarle antes de nacer. Estaba destinado a existir para Susy y darle lo que sus padres no pudieran.

Víctor dio el último rasgueo a su guitarra y abrió los ojos. Nunca había necesitado que Alan creyera en él y en su poder, tampoco lo necesitaba ahora. Tomaría acciones por cuenta propia. Se levantó de la cama, dejó la guitarra en su lugar —la había sacado del armario para tranquilizarse—, y salió de la habitación. Un poco de aire fresco le vendría bien.

Esa mañana hacía mucho frío y el aire soplaba con tranquilidad. Las nubes se presumían grises en el cielo y un poco de neblina se hacía presente a lo lejos. El día, en general, lucía depresivo. Por un momento, Víctor sintió que el universo se despedía de él y le regalaba un ambiente hermoso y sombrío a pesar de encontrarse ya en verano.

Mientras paseaba por la calle con la mirada perdida, era consciente de que Ana lo seguía de cerca, paso a paso, para acosarlo. Buscaba encontrar su lado más frágil, eso que lo hacía vulnerable para quebrarlo. Víctor pretendía ignorar a la criatura por completo, sin embargo, era imposible no erizarse ante el peso de su presencia. Luego de varios minutos de un silencioso camino, se detuvo.

Estaba de pie frente al colegio de Susy. Esa mañana, antes de que Alan y Valeria lo citaran a Víctor para hablar, su hermana había dicho que estaba feliz por la reapertura del colegio y que se sentía ansiosa de empezar la primaria. Si bien las pesadillas no la dejaban tranquila, además de que la situación del espíritu de Jenny la tenía angustiada, la niña quería seguir adelante. Después de todo, tenía las vacaciones para superarlo.

El joven alzó la cabeza al pensar en ello. Él ya no sería capaz de empezar la universidad a pesar de haber sido seleccionado en la que quería, pero las cosas no debían cambiar para su hermana. Susy tenía que aprender a vivir sin él.

Desde su posición, alcanzó a ver cómo un polluelo quería volar, inseguro y temeroso, pero alentado por su madre.

«A veces, para aprender a volar, se necesita saltar al vacío», pensó.

Con su muerte, Susy se sentiría sola y vulnerable, pero quizá eso la haría fuerte. La enseñaría a enfrentar sus propias batallas. Cerró los ojos y apretó los puños con rabia. ¡Era demasiada carga emocional para una niña de cinco años! El arrebato que tuvo la noche anterior al descubrir que él olía a manzana y canela lo demostraba.

Víctor negó con la cabeza y siguió caminando. Mientras lo hacía, sacó el teléfono del bolsillo y colocó audífonos en sus oídos. Si se perdía en la música, no oiría el barullo de la gente a su alrededor.

Llegó a una fuente cercana y se sentó en el borde de ella a pensar. La canción Aunque no estás de Alejandro Filio acariciaba sus tímpanos. Se cubrió el rostro con las manos.

No quería admitirlo ni siquiera para sí mismo, sin embargo, no tenía caso seguir fingiendo. Estaba asustado y la culpa lo carcomía de a poco, así como lo hacen las larvas de avispa que crecen en el interior de una oruga. Si tan solo hubiera sido más tolerante con Alan, o hubiera reunido el valor para decirle a Valeria lo abandonado que se sentía... Si tan solo no hubiera decidido sobreproteger a Susy, tal vez las cosas serían diferentes.

Se quitó las manos del rostro y alzó la cabeza, quería llorar. Desvió la mirada hacia la derecha e intentó resistirse. Entonces, su corazón empezó a latir con fuerza y se pasó una mano por los ojos para secarse las lágrimas que intentaban salir.

Jess estaba parada frente a una tienda de muñecos de peluche, tenía la mirada capturada por dos en particular: una pareja de conejos blancos con brillantes ojos negros y largas orejas; parecían tener casi un metro de altura. El macho tenía un listón azul atado al cuello y la hembra llevaba uno rosa.

Víctor se levantó de un salto de la fuente y se acercó a Jess de forma apresurada. Antes de llegar a ella, se detuvo para acomodarse la ropa y lucir lo más casual posible. Inhaló profundo y después exhaló, no debía ponerse nervioso.

—Hola, Jess, ¿cómo te va? —saludó de forma casual mientras guardaba su teléfono en el bolsillo.

—Víctor, ¿qué tal? —Sonrió ella.

—¿Qué haces? —dijeron a la vez y, de inmediato, ambos emitieron una suave risa nerviosa.

Ninguno había respondido una sola de las preguntas, pero a Víctor no pudo importarle menos. El corazón le latía a toda velocidad junto a ese —ya conocido para él— nudo en el estómago. La forma en que ella lo miraba siempre le hizo pensar que podía llegar a gustarle y, por eso, él había decidido empezar con el coqueteo.

Cuando el muchacho se percató de que habían pasado demasiado tiempo en silencio, observándose el uno al otro, tosió un par de veces para evitar sonrojarse y se giró hacia la vitrina.

—Y... ¿qué veías? —preguntó y fingió que no había pensado en nada de lo anterior.

—Oh, a esos conejitos —respondió ella, luego se llevó el cabello detrás de la oreja—. Son adorables. ¿Sabías que me gusta coleccionar muñecos de peluche?

—No lo sabía. —Las palabras de Jess le dieron a Víctor una idea—. Oye, ¿quieres entrar? —ofreció con una sonrisa y Jess se sorprendió—. Me gustaría comprarle algo a Susy y me vendría bien tu consejo.

Jess asintió con alegría y entró en la tienda apenas Víctor le abrió la puerta con un gesto caballeroso y exagerado. El lugar era espacioso, con estantes llenos de cientos de peluches de animales. Algunos eran osos, otros perros o gatos, incluso había delfines y tiburones. Jess pareció maravillarse.

Mientras estaba distraída, Víctor se dirigió al mostrador. Un hombre alto y con una espesa barba blanca lo saludó con entusiasmo.

—Bienvenido, ¿en qué puedo ayudarte?

—Gracias. ¿Cuánto cuesta la pareja de conejos que tiene en la vitrina?

—Seiscientos pesos. Miden cuarentaicinco centímetros, están hechos de felpa suave y tienen cierre atrás para que sean más fáciles de lavar.

Después de oír el precio, Víctor no escuchó lo demás. Casi todos sus ahorros se irían en ese par de conejos. Se quedó en silencio unos segundos antes de pedir los dos. Invertir en ellas valía la pena.

Con el vendedor como aliado temporal, Víctor se aseguró de que Jess no se diera cuenta de que había comprado los conejos. La llamó con la excusa de querer su opinión sobre un muñeco. Ella se giró y el vendedor extendió a la conejita hacia Jess mientras Víctor sonreía.

—Uno más para tu colección —dijo Víctor con picardía; su voz tenue y juvenil provocó un escalofrío en Jess quien, sonrojada ante la acción del muchacho, sujetó el peluche entre sus brazos.

—Gracias. No tenías que hacerlo —comentó y, de inmediato, acercó la nariz al juguete. Olía un poco a perfume de rosas.

—Tal vez no, pero quería —contestó y volvieron a mirarse. En ese instante, pensó que lo mejor que podía hacer era despedirse de ella. Sentía que el corazón se lo pedía a gritos—. ¿Quieres ir a caminar? —La invitó. Ella accedió de inmediato.

Caminaron por el centro durante casi una hora. Hablaron de música y de películas, jugaron con los dos conejos sin importar lo infantiles que pudieran lucir, tomaron un helado y se sentaron en la misma fuente donde Víctor había estado a solas. Una vez ahí, sin saber si lo que estaba haciendo era correcto, el joven le confesó a Jess que estaba a unos días de irse lejos.

—¿Y cuándo regresas? —La pregunta de Jess y sus ojos vidriosos le rompieron el corazón a Víctor, quien no se atrevió a ser sincero, de modo que se encogió de hombros.

—No estoy seguro —mintió Víctor—, tú sabes que mi papá es de Estados Unidos y, últimamente, ha hablado sobre ir a vivir allá, quiere que Susy conozca. Tengo la esperanza de que cuando terminen las clases, pueda venir aquí de vacaciones, pero si mi papá decide que nos mudemos allá otra vez... quizá no regrese —añadió en un susurro, temeroso de que Jess descubriera que le mentía.

—Entiendo. —Jess agachó la cabeza, creía en las palabras de Víctor y la posibilidad de que él no volviera, le dolía.

—Pero... Oye —Víctor se acercó a ella y con una mano le acarició el rostro—, aunque a veces las cosas no salen como uno quiere, no significa que sea el fin del mundo. Es más, te propongo algo: mientras mantengas esa conejita a tu lado —dijo y señaló hacia el peluche—, siempre estaré contigo. ¿Está bien?

Jess no respondió, solo recargó la cabeza en el pecho de Víctor, acción que hizo que él se sonrojara. La emoción de tenerla así de cerca se bañó de dolor cuando la escuchó sollozar. Él no sabía si estaba malinterpretando las señales de la joven, si solo lo extrañaría por ser un buen amigo; pero se atrevió de todas formas.

Con las dos manos, Víctor sujetó el rostro de la chica para hacer que lo mirara una vez más y, tras fundirse en sus ojos, acercó los labios hasta acariciar los de ella en un primer y último beso que se quedaría sellado en el tiempo.

***

Víctor bajaba las escaleras, luego de haber escondido el conejo de peluche en su habitación, cuando la voz de Susy, radiante y alegre, lo detuvo a mitad del camino. Ella lo miraba con ese brillo maravilloso en los ojos que él no podía resistir.

Antes de que Víctor pudiera moverse, ella corrió a abrazarlo. No comprendía el motivo, pero de nuevo tenía ese fuerte sentimiento de miedo en el pecho. Temía que si soltaba a su hermano, lo perdería.

—Otra vez hueles a canela —se quejó Susy.

—Lo sé, pero digamos que ese olor acaba de conseguirle a tu hermano una bonita experiencia con Jess. —Víctor le guiñó un ojo y Susy se cubrió la boca con asombro. Supuso que su hermano, por fin, le había dado la mano a la chica y eso la emocionaba. Víctor evitó que la niña hiciera preguntas al respecto y retomó la palabra de inmediato—. Muñequita, estoy de muy buen humor hoy. ¿Te gustaría que cantara algo?

Susy lo miró extrañada, él solo le cantaba para arrullarla.

—Pero no tengo sueño.

—No hablo de una canción de cuna, sino de otra cosa. He estado practicando una para ti. Quería cantártela en tu cumpleaños, pero aún faltan seis meses y no quiero esperar. ¿Qué dices?

Susy asintió con una amplia sonrisa y los dos se encaminaron rumbo a la habitación del muchacho. Él sacó su guitarra del armario y se sentaron sobre la cama.

Víctor empezó a tocar Todo lo que hago, lo hago por ti. Susy se acomodó mejor sobre la cama para mirar a su hermano que, a su vez, tenía la vista fija en ella.

Cada nota, cada palabra, cada estrofa parecía salir del corazón de Víctor y no de su garganta. Su voz no era perfecta, sin embargo, conseguía entonarse y eso era más que suficiente para la niña, quien se puso de pie, todavía sobre la cama, y abrazó a su hermano por el cuello.

Las notas llenaron el lugar en un mar de requinto y dulzura. Susy estaba feliz de percibir el inmenso amor que él sentía por ella, aunque eso aumentaba el mal presentimiento en su interior, como si ese amor fuese una penitencia.

Cuando él estaba por terminar la canción, se miraron a los ojos y el tiempo dio la impresión de detenerse. Víctor sonrió y utilizó una de sus manos para secar la lágrima que resbalaba por la mejilla de Susy. Tras un suave requinto, terminó la canción.  

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