3. Fantasmas
De la oscuridad de la noche, emergió una niña pequeña que andaba a paso lento. A su lado, un hombre delgado y no muy alto la seguía de cerca, vestía una gabardina negra, la cual arrastraba en el suelo. El silencio entre ambos demostraba la conexión perfecta que tenían, en la que ya no hacían falta palabras: solo bastaba un intercambio de miradas.
Ambos sonrieron al encontrarse, por fin, en su destino: una casa de color verde pistacho, de dos pisos de altura. Las luces apagadas permitían deducir que todos estaban dormidos; era la oportunidad perfecta para empezar la cacería.
Óscar sonrió al encontrarse una vez más cerca de Susy. Podía saborear el aroma de su valor, el único capaz de devolverle por completo a Jenny. Con una amplia sonrisa, desvió la vista hacia la niña que estaba de pie delante de él. El polvo alrededor de sus pies se abría paso ante ella y la tierra se ennegrecía; levitaba.
«Siéntela», pensó el hombre, luego se acercó a la niña y, al acariciarle el cabello, agregó: «Tu regreso será gracias a ella, mi pequeña».
Óscar sabía que ella lo había escuchado y se regocijaba en el interior al saber que pronto estaría viva otra vez. El hombre tomó a la niña de la mano, dieron media vuelta y se marcharon del lugar. Del cuerpo putrefacto de esa niña, que alguna vez fue Jenny, surgió una melodía tenue, un canto burlesco.
Bajo la mirada oculta y anonadada de Víctor, el hombre y la criatura se perdieron una vez más dentro de la oscuridad. El muchacho, convencido de que ninguno de los dos visitantes nocturnos lo había visto, se permitió alejarse de la ventana y se tragó el terror que ella le generaba. Esa criatura de apariencia infantil transformaba el aire en algo irrespirable y pudría lo que la rodeaba. Nunca había visto algo similar.
Susy atraía seres malignos como la luz a los insectos. Había sido así desde que nació, despertaba un anhelo de posesión que Víctor no lograba entender. El muchacho empuñó las manos al tiempo que cerraba las cortinas. Por años se había esmerado en mantenerla a salvo, incluso, se había enfrentado a criaturas que le dejaban profundos rasguños en la espalda, mismos por los que sus padres creían que a Víctor le gustaba buscar peleas. Así creció entre psicólogos y castigos.
Lleno de frustración, Víctor se dejó caer sobre la cama con las manos en la cabeza. Estaba al borde de llegar a un límite de agotamiento que lo atormentaba. Día a día, se sentía más débil y vulnerable, a merced de esas insaciables criaturas. Temió que apareciera alguna tan fuerte que no pudiera vencer.
¿Qué pasaría con Susy, entonces? Cerró los ojos.
Un par de tenues golpecitos se escucharon de pronto y lo hicieron salir de su ensimismamiento. Susy llamaba a la puerta. Levantó la cabeza y miró hacia el reloj que reposaba en la cabecera de la cama: eran las tres y cuarto de la mañana.
—¿Hermanito, estás despierto? ¿Puedo pasar?
—Claro, entra —dijo el joven sin ánimos mientras se incorporaba sobre la cama.
Bajo ninguna circunstancia, Susy podía enterarse de lo que estaba ocurriendo. Eso solo la haría sentir mal.
Sin perder tiempo, la niña entró con un libro en la mano derecha y con su pingüino de peluche, en la izquierda. De a saltitos, se dirigió hasta la cama y se recostó. Víctor la miró con una ceja alzada en señal de pregunta.
—No oí cuando te levantaste —susurró Víctor, luego se recostó también.
—Es que mis amigos no quisieron jugar hoy, solo me despertaron y se fueron —respondió Susy—. Dijeron que no querían que los viera.
—¿Que los viera quién? —indagó Víctor, curioso. Susy no respondió, se limitó a encogerse de hombros. Lo desconocía—. Pequeño trol, si ellos se van del cuarto, debes volverte a dormir: te lo dicho ya varias veces.
—Lo intenté, pero hacía mucho frío —se quejó Susy.
Víctor se encogió en la cama antes de volver a responderle.
—Bueno, y ¿qué quieres?
Susy extendió el libro hacia su hermano para que lo viera. El fantasma de Canterville de Oscar Wilde. Víctor sonrió. Hacía casi un año que había leído esa historia para Susy y, desde entonces, la tenía tan fascinada que, cuando no podía dormir, le pedía que se lo leyera.
—Mami no quiso leerlo para mí porque piensa que me va a asustar. —Susy formó una sonrisa divertida. Valeria desconocía el contenido de ese libro y, con El retrato de Dorian Gray como única referencia, supuso que sería inapropiado.
Víctor se tragó la risa al darse cuenta de lo mucho que Susy se parecía a él, incluso en las cosas que no le gustaban del todo. Si su madre no había querido leerle el cuento, Susy pensó en buscar a alguien más que lo hiciera porque sabía que ella estaba en un error. No debía, pero al muchacho le encantaba ese lado rebelde en los dos.
—Claro, pequeño trol —aceptó—, pero que esto quede en nuestro baúl de secretos, ¿OK?
Susy llevó las manos a sus labios y asintió con euforia. Después, acurrucada junto a Víctor y con el peluche abrazado, prestó atención al cuento. Víctor leía siempre de forma calmada y poética, incluso hacía diferentes voces para los personajes, algo que la niña amaba.
Susy se quedó dormida antes de que Víctor terminara de leer. El muchacho, cada vez más somnoliento, cargó a la niña en brazos y la llevó a su habitación, donde la arropó en la cama antes de besarla en la frente.
Al volver a su propia recámara, se quedó dormido en un santiamén.
***
El exquisito aroma a café y leche inundó el hogar. El sol ingresaba por las ventanas y teñía el suelo y las paredes de cálidos tonos anaranjados y amarillos. Valeria se encontraba preparando el desayuno, acompañada por el ruido de un programa de cocina en la televisión. Estaba tan concentrada en seguir los pasos para el platillo que no notó al hombre encapuchado que estaba afuera y seguía sus movimientos con la mirada. Cuando Valeria giró para abrir la ventana con el objetivo de que el humo se fuera, el hombre desapareció.
El desayuno estaba casi terminado. Valeria entró a su habitación y le pidió a Alan, su marido, que fuese a la cocina. Después, se acercó a las escaleras para llamar a Víctor, quien no se demoró en responder.
—Despierta a Susy, cariño, y bajen a desayunar —dijo al muchacho.
Víctor aceptó y, apenas salió de la recámara, llamó a la puerta de Susy. No importaba si era pequeña, merecía respeto a su privacidad. O al menos lo merecía hasta que él no presintiera que había un motivo para entrar sin permiso, como el de ese instante: ella no contestaba.
Él entró.
Algunos rayos de luz solar iluminaban el cuerpo de Susy. Estaba a la mitad de la habitación, levitaba con la cabeza echa hacia atrás y los ojos totalmente blancos. Tenía la boca abierta y emanaba una especie de polvo negro que parecía esparcirse por el lugar. Alrededor de ella podían distinguirse cinco siluetas brillantes; dos no tenían rostro y poseían manos huesudas.
Las tres siluetas más pequeñas no despertaron ningún interés en Víctor, estaba acostumbrado a mirarlos caminar por la casa: eran los amigos de Susy. Con las otras dos era una historia diferente. Provocaban un ambiente helado que incluso podía ver su aliento cada vez que exhalaba. Se sentía pesado, irrespirable.
Víctor cerró la puerta tras de sí y observó con detenimiento a las dos siluetas. En realidad, ninguna tenía una apariencia inquietante que fuese indicio de maldad, pero, con el paso de los años, había aprendido que muchos seres eran capaces de disfrazar sus verdaderas intenciones, así que afinó el olfato lo más que pudo en busca del más mínimo aroma pestilente. Nada. Por desgracia, sus poderes eran mucho más débiles que los de Susy y estaban limitados. Tenía que encontrar otra alternativa. Se aclaró la garganta, dio un paso antes de hablar.
—¿Buscan ayuda? —preguntó en un susurro. Las dos siluetas más grandes y de apariencia femenina se giraron hacia él. Sintió que una energía pesada se impregnaba en el fondo de su pecho; ellas despedían tristeza y dolor—. Me comprometo a ayudarlas, pero dejen a mi hermana en paz. Aún es pequeña.
Ante tales palabras, uno de los seres se alejó de Susy y se acercó a él, ondeaba un largo velo blanco que se extendía desde su cabeza hasta los pies. Posó sus cadavéricas manos sobre los hombros de Víctor y le habló al oído. Aunque estaba más acostumbrado a esa clase de situaciones de lo que admitiría, fue inevitable sentir escalofríos. El vello de su cuerpo se erizó. El golpe de energía estuvo a punto de hacer que se desmayara. Percibió a la muerte penetrar en su piel.
Cuando la silueta terminó de hablar, se apartó y lo miró con ojos fríos que transmitían un intenso pesar. Víctor hizo un asentimiento de cabeza tras asegurarle que haría lo que estuviese en sus manos. Después, la segunda mujer fantasma se alejó de Susy y fue el turno de Víctor para acercarse a ella. Delicadamente, posó los brazos en la espalda de la niña y le cerró los ojos.
—Es tiempo de volver —murmuró Víctor al oído de la niña. Estaba listo para sostener su cuerpo en el momento de salir del trance—. Despierta, Susana.
Susy emitió un grito agudo apenas perceptible antes de caer de golpe sobre los brazos de Víctor y, como si fuera un sueño abstracto, el frío se esfumó sin dejar rastro alguno, al igual que los cinco espíritus de la habitación. Los hermanos se quedaron a solas. El muchacho depositó a la niña en la cama y ella, somnolienta, abrió los ojos segundos después. Vio a su hermano de pie junto a ella, bostezó con sueño y se estiró. No estaba arropada, pero le restó importancia.
—Buenos días, dormilona —saludó Víctor con voz juguetona.
—Buenos días —respondió Susy—. Tuve un sueño muy raro —dijo de inmediato. Víctor se paralizó, aunque intentó esconderlo detrás de una sonrisa—. Soñé con dos... bueno, no importa. —Se levantó de la cama y abrazó a Víctor por el cuello antes de darle un beso en la mejilla—. Tengo hambre.
—Entonces lávate tu carita, cámbiate y baja a desayunar.
—Claro. —La niña se sentó sobre el borde de la cama. Por un momento, dejó los pies colgados mientras se esforzaba en retener el sueño que había tenido. ¿Sería importante?
Negó para sí misma. Era un sueño, después de todo. ¿Qué tan importante podría ser? De un salto, bajó de la cama y corrió al ropero.
Víctor abandonó el lugar, confiado en que todo estaba bien ahora, pero Susy cayó de rodillas, atacada por una tos incontrolable. Por su boca y su nariz expulsó una sustancia negra y viscosa que, al caer al piso, se desvaneció en un soplido.
—Duele —masculló Susy mientras se limpiaba la boca. Se llevó ambas manos al pecho; le costaba trabajo respirar.
Por su parte, Víctor se ponía cada vez más nervioso al ver que Susy se demoraba en bajar al comedor, temía que la presencia de los espíritus de antes hubiera tenido un mayor impacto en ella del que esperaba. Sin embargo, cuando estuvo a punto de levantarse para ir a revisar que todo estaba bien, la vio bajar por las escaleras con una enorme sonrisa.
Él se tranquilizó. A veces, la fortaleza interior de Susy lo sorprendía, porque al final no importaba qué tan espeluznante se tornara la situación en la que se veía envuelta, siempre se ponía de pie con una sonrisa. Para Alan y Valeria, Susy era una niña alegre, libre de problemas, y Víctor, en vista de que sus padres rechazaban todo lo que fuese en contra de aquello que les enseñaron, se evitaba peleas al mantenerlo en secreto. Por eso, dependía de él hacerse cargo de Susy.
Con ello en mente, el muchacho recordó cada una de las veces en las que había visto a su hermana ser acechada sin descanso; la vigilaban desde las sombras, como cazadores despiadados. Al principio, Víctor trató de advertir a sus padres, incluso, llegó a despertarlos de madrugada; pero nunca obtuvo una respuesta positiva de parte de ellos.
«Está tratando de llamar la atención» se convirtió en la frase que más le repetían cuando empezaron a llevarlo con psicólogos condescendientes, hasta que un día se dio por vencido. Si sus padres no estaban dispuestos a prestar atención, él lo haría: se aseguraría de que Susy estuviese siempre a salvo. Con el paso del tiempo, Víctor aprendió a reconocer diferentes tipos de entidades: las bondadosas, las almas en pena, las que buscan ayuda y, también, los seres malignos.
Esos últimos fueron los que fragmentaron la relación con su padre.
Víctor suponía que las criaturas malignas no eran peligrosas, ya que se esfumaban cuando las desafiaba. Llegó a sentirse como un superhéroe, como una autoridad que hasta esos seres respetaban. Sin embargo, a los dieciséis años, recibió un golpe de realidad cuando un demonio agresivo intentó acercarse a Susy.
Esa criatura oscura, de piel acartonada y quebradiza, acechaba a Susy desde el rincón más lejano de la habitación, la observaba siempre con ojos contraídos y enrojecidos que hacían llorar a Susy en la madrugada.
Al principio, él mismo compartió la creencia de sus padres de que no eran más que pesadillas, hasta que una noche, tras desvelarse jugando con su nueva PlayStation 2, sintió la presencia de la criatura.
Cuando Víctor avanzó a paso silencioso, con los vellos erizados, en dirección de la habitación de Susy, encontró a una silueta encorvada sobre la niña. Se sujetaba de los barandales que rodeaban la cama. Víctor apretó los puños al ver que el ente acercaba una especie de hocico vacío al rostro de su hermana, de modo que corrió en su dirección al tiempo que le ordenaba que se alejara de ella.
En medio de la oscuridad, la criatura se abalanzó sobre Víctor y lo estrelló contra el suelo antes de comenzar a golpearlo en el rostro. Sin saber qué más hacer, el muchacho comenzó a rezar y llevó ambas manos a la cabeza de la bestia. La apretó con todas sus fuerzas, sin detener su oración. De un momento a otro, la criatura se volvió tizne sobre el cuerpo del joven y desapareció.
Víctor permaneció en el suelo unos segundos, atemorizado. El cuerpo le temblaba con fuerza y sentía unas incontrolables ganas de llorar. Se incorporó sobre los codos, todavía en shock, y se llevó una mano a la cara: le salía sangre de la boca. Pensó que debía regresar a su cuarto antes de que Susy o sus padres se percataran de lo sucedido, sin embargo, el leve llanto que resonó justo a su lado lo hizo comprender que era tarde para hacerlo: Susy estaba despierta.
Tras relamerse los labios, Víctor se acercó a la cama de la niña. Aún en medio de la oscuridad, los hermanos pudieron intercambiar miradas, aunque Susy no logró identificar la sangre ni los moretones en la cara de su hermano. Con voz cálida y una caricia en el rostro, Víctor le pidió que volviera a dormir, no habría más monstruos que la asustaran. Aunque le tomó algunos minutos calmar a Susy y arrullarla para que volviera a dormirse, al final notó en su carita una expresión de tranquilidad que lo hizo sonreír.
Esa noche, al salir de la habitación de la niña y regresar a la suya propia, Víctor escuchó los ronquidos de su padre. Ni él ni su madre se habían percatado de algo. Si bien en ese momento no tuvo muy claro el motivo para que eso sucediera, poco después comprendió que, en algunas ocasiones, ese tipo de entidades lograban envolver a sus víctimas en una especie de burbuja, en donde el sonido y el tiempo se veían secuestrados.
Si bien durante la noche los golpes que la criatura le propinó no le parecieron alarmantes, por la mañana se descubrió el rostro inflamado y amoratado. Nervioso porque sus padres lo vieran de aquella manera y lo acusaran de autolesionarse o algo peor para llamar la atención, Víctor decidió ponerse el uniforme de vóleibol y salir antes de que sus papás se despertaran. Les dejó una nota en la cocina para excusarse bajo una supuesta práctica matutina.
Sin saber que situaciones como esa se repetirían muy a menudo, al volver a casa y verse cuestionado por sus padres acerca de los moretones, Víctor terminó por explicar que había tenido una pelea antes de la práctica. Las primeras veces, sus padres decidieron pasarlo por alto, pero al tornarse repetitivo, su padre lo tomó como una nueva manera de llamar la atención y los castigos comenzaron.
Víctor emitió un suspiro silencioso, a pesar del tiempo y de que ahora era un adulto, recordar eso le dolía. De pronto, el sonido de una noticia en la televisión robó la atención del muchacho y de sus padres. Las palabras del conductor hicieron que el corazón del joven se encogiera por la pena:
«Encuentran a dos mujeres violadas y asesinadas en la calle 56».
Las fotografías que aparecieron en la pantalla fueron reconocidas de inmediato por Víctor.
El periodista relató con sumo detalle que la policía había encontrado a las dos occisas a las afueras de un establecimiento, pero al revisar las identificaciones de ambas mujeres, los oficiales se dieron cuenta de que ninguna era vecina de la zona. Además, coincidían con el registro de la desaparición de dos chicas en otra ciudad, un par de semanas atrás.
La primera joven tenía el cabello rubio, los ojos azules y un rostro tierno. No era mayor de veinte años. La segunda, de apenas dieciocho años, poseía facciones muy bellas, adornadas con cabello largo y negro, y un par de ojos oscuros. Ella había resultado la más dañada por el atacante, ya que la había desfigurado a golpes.
Víctor se removió en su lugar al recordar cómo había sido esa misma chica la que le había susurrado al oído un pedido de ayuda. Al darse cuenta de que Susy observaba la televisión también, Víctor cambió el canal. No quería mancharla.
Durante el desayuno, con el afán de hacer a Susy olvidar la noticia, Víctor no hizo más que decirle que devoraba como una aspiradora. Ella, ofendida intentó varias veces patearlo por debajo de la mesa, pero debido a su corta estatura no pudo lograrlo. Al final, decidió lanzarle su cuchara a la cara. El regaño de Valeria valió la pena.
Por la tarde, Víctor pidió prestado el auto para ir al supermercado con la excusa de necesitar objetos de aseo personal, aunque en realidad, después de cumplir su misión, solo deseaba ir a ver a la señorita que atendía en la caja nueve.
Al escuchar que Víctor saldría, Susy de inmediato pidió acompañarlo. Ambos hermanos subieron al auto.
Durante el camino, Víctor dio una vuelta a la derecha, dos cuadras antes de tomar la avenida que los conducía al supermercado y eso desconcertó a Susy.
De pronto, se detuvieron.
—¿Dónde estamos, hermano? —preguntó al encogerse en el asiento. Podía percibir varios aromas desagradables, entre los que estaban el olor a carne podrida y a gasolina. Se cubrió la nariz aun cuando tenía la certeza de que eso no ayudaría en nada, porque no detectaba ese tipo de olores con la nariz, sino con algo en su interior.
—Tengo que hacer algo rápido —dijo Víctor con voz seria—. Espérame aquí y no hables con nadie.
—No te tardes. —Susy le dio un abrazo antes de ocultarse entre el asiento del copiloto y el de atrás.
Víctor caminó un poco antes de detenerse atrás de una casa blanca que tenía un portón negro cubierto por un grafiti. Desde ahí, aún podía ver el auto, así que estaría pendiente de Susy mientras terminaba su misión.
Se arrodilló en el piso y comenzó a escarbar. Estaba seguro de que la casa estaba abandonada luego de los horrores que sucedieron en su interior.
Susy, por su parte, podía oír gritos de desesperación y de dolor que se mezclaban con súplicas de piedad. Sabía que algo horrible había ocurrido en ese lugar, mas no en alguna casa en especial, sino en el vecindario entero. Estaba lleno de energía negativa que la hacía sentir mareada. Se abrazó las rodillas y buscó quedarse dormida. No quería oír ni sentir nada más.
Cuando abrió los ojos, se encontró recostada en el asiento trasero. Víctor conducía.
La niña se incorporó y, al hacerlo, su atención fue capturada por una bolsa negra que reposaba en el asiento del copiloto, sin embargo, prefirió no preguntar.
Minutos más tarde, Víctor se detuvo en un parque que abarcaba toda una esquina, apagó el auto y miró hacia Susy.
—Muñequita, necesito que me hagas un favor.
—Claro —respondió, confundida.
—Aquí a la vuelta hay una jefatura de policía —dijo el joven y señaló a la derecha—. Entrégale esta bolsa al primer policía que veas. Dile que la encontraste mientras jugabas en el parque de la esquina, no sabes quién la olvidó, pero adentro hay cosas que parecen importantes. Luego dile que tu mamá te está esperando y ven aquí.
Sin decir nada más, Susy asintió. Bajó del auto, bolsa en mano, a cumplir la petición de Víctor. Al volver y subirse de nuevo, Víctor arrancó sin detenerse a esperar que algo pasara. Desde el espejo retrovisor, logró ver que tres policías salieron corriendo de la jefatura en busca de la niña misteriosa que les había entregado la bolsa negra en cuyo interior se encontraba la ropa de las dos mujeres asesinadas, además de fotografías grotescas de ellas y el atacante.
Ahora que había cumplido la promesa a las dos fantasmas, Víctor esperaba que pudieran descansar en paz.
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