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3.- Un arcoíris.

JHON

Mi padre se mantiene serio, con las manos cruzadas sobre el pecho mientras me observa como si fuese capaz de asesinar a su único hijo.

He tratado de explicar lo que ha sucedido con tanta claridad como me es posible, pero no sé si eso sea suficiente para él.

—Dame un motivo para no acabar contigo ahora mismo —dice con seriedad —porque realmente no encuentro ninguno.

—Papá...

—Eres un hombre adulto, te he educado para que no seas exactamente esto... ¡un maldito desastre! —explota.

Tenso la mandíbula, en realidad él no me educó. Apenas y lo vi durante toda mi vida porque el hombre estaba demasiado ocupado amasando su fortuna.

—No sabía que algo como esto pasaría, soy cuidadoso...

—Si, bueno, la niña que duerme en la habitación de al lado no dice lo mismo —espeta —¿qué planeas hacer ahora? ¿Criar a esa niña tú solo? Apenas y puedes ser responsable de ti mismo.

—No te llamé para que me dijeras que soy un desastre, te llamé porque necesito ayuda con esto —mascullo impaciente —porque necesito saber si estoy tomando una buena decisión...

Mi padre golpea la mesa, los papeles del escritorio salen volando y me obligo a mantenerme firme delante de él cuando me encara.

—Las buenas decisiones se toman antes de acostarte con cuanta mujer se te pone enfrente y dejar embarazada a una que podría aprovecharse de eso, ¿cuantas más existen por ahí? ¿Acaso vas a tener hijos regados por todo el estado? —reprende. —¿Qué crees que pasará si alguien se entera de esto? ¿Tienes idea del maldito escándalo en el que te meterías? Lo que menos necesito para las empresas es tener a mi hijo en los encabezados de las revistas de chismes.

—Por eso te llamé —espeto —¿crees que no sé lo que implica? ¡Lo sé perfectamente! Creí que podrías ayudarme, pero realmente no sé qué esperaba si lo único que haces cada que recurro a ti es echarme en cara absolutamente todo.

Mi padre se ríe, la molestia se arremolina en mi pecho ante la sonrisa sarcástica que tiene en los labios.

—¿Me has dado motivos para hacer lo contrario, John? —inquiere. Aprieto la mandíbula, conteniendo el enojo tanto como me es posible, su sonrisa se ensancha ante mi silencio —eso pensé.

Suspira, se aparta dándome la espalda por algunos segundos en los cuales se mueve por el estudio, no hablo, no sé qué puedo decirle justo ahora. Era evidente que haría algo como esto.

—Tienes una hija, John —dice con los dientes apretados —no es algo que puedas deshacer, no es un objeto que puedas devolver porque te diste cuenta de que no es lo que pediste. No. Es una niña, un ser humano. Y tú debes hacerte responsable.

—No sé si es mi hija...

—Bueno, eso lo hubieses pensado antes —dice acomodándose el saco —porque ahora esa niña está aquí, y créeme, más vale que sea tuya.

Cruza por mi lado con la completa intención de marcharse.

—No te presentes a la empresa —dice —al menos, no hasta que soluciones esto.

—¿Qué? No puedes pedirme eso, tengo trabajo que hacer, no puedo...

—Lo harás —sentencia con dureza —no te estoy preguntando. Hasta que no resuelvas todo este desastre, no te quiero ver en mis empresas.

Antes de que pueda salir por la puerta, dejo al enojo fluir.

—¿Así que solo me apartas? —inquiero —cuando recurro a ti para que me ayudes, ¿simplemente me apartas? ¿Esa es tu maldita solución? Siempre fue más fácil para ti ignorarme que ser mi padre, ¿no?

Se gira, se acerca y antes de que pueda siquiera preverlo, su puño se encuentra contra mi rostro. Doy un paso hacia atrás, el dolor explota a un costado de mi rostro y toda la ira que se desborda en mi interior apenas y puedo controlarla.

—Cuida el tono con el que me hablas. —advierte señalándome.

—No te quiero ver hasta que soluciones este maldito desastre —espeta —no quiero que molestes a tu madre, ni que vuelvas a llamarme. Si quieres que te tome en serio, entonces comportarte como un hombre adulto.

Una sonrisa se extiende en mis labios mientras me llevo una mano al rostro. El calor punzante se extiende por mi mandíbula, en otra circunstancia tal vez le hubiese devuelto el golpe, pero ahora sé bien que, de hacerlo, solo empeoraría todo. No solo porque mi nana se encuentra en casa y por mucho que sepa lo mal padre que es, no toleraría que empleara la violencia en contra de mi progenitor.

—No te quiero ver hasta que soluciones este maldito desastre —espeta —no quiero que molestes a tu madre, ni que vuelvas a llamarme. Si quieres que te tomen en serio, entonces comportarte como un hombre adulto.

—Sigues teniendo la misma forma para solucionar los problemas —mascullo —creí que lo peor de esta situación sería decepcionarte, pero creo que me equivoqué, porque jamás has esperado nada, no soy tan importante como para decepcionarte, ¿cierto? Solo te enoja el hecho de que mis acciones te perjudiquen.

Él frunce el ceño, pero no responde de inmediato. En su mirada, puedo ver que mis palabras lo han tocado, aunque nunca lo admitirá. Siempre ha sido así: un hombre de poder que jamás muestra debilidad, ni siquiera ante su propia familia.

—Lo único que te importa es tu empresa, tu imagen. Y lo entiendo, es tu vida. Pero lo que nunca entendí es porqué tu vida siempre tuvo que ser más importante que tu hijo. ¿Apartarme en vez de ayudarme?

Mi padre cierra los puños y por un instante pienso que va a volver a golpearme. Sin embargo, suelta el aire por la nariz, como si estuviera tratando de controlar su propio temperamento.

—Este no es el momento para tus reclamos infantiles —dice finalmente—. Si no puedes manejar esta situación, entonces eres más débil de lo que pensé. Y si eres débil, no tienes lugar en mi mundo.

—Tu mundo... —repito, con una sonrisa irónica—. Nunca pedí ser parte de tu mundo, fuiste tú quien se obsesionó porque fuese igual a ti.¿Lo olvidas? Pero esta vez no se trata de ti, ni de tu empresa. Se trata de mí. Y si esa niña es mía, encontraré una solución, creí que podría contar contigo pero veo que me he equivocado. Así que no te preocupes, no te necesito para solucionar esto.

El silencio entre nosotros es pesado. Mi padre se queda mirándome, evaluando cada palabra que sale de mi boca. Finalmente, su expresión se suaviza apenas, pero no lo suficiente como para dejar de ser amenazante.

—No puedo creerlo hasta que realmente haya sucedido —objeta con dureza —haz lo que quieras, John. Pero recuerda algo, no vas a tener otra oportunidad, si lo arruinas, no hay vuelta atrás. He tenido suficiente de ti.

Me da la espalda una vez más y se dirige hacia la puerta. Esta vez, no lo detengo. No hay nada más que decir. Lo veo salir del despacho, y en el momento en que la puerta se cierra tras él, todo el aire que había estado reteniendo sale de golpe.

Me dejo caer en la silla, con la cabeza entre las manos. Las palabras de mi padre todavía retumban en mi cabeza, pero lo que más pesa es la realidad: hay una niña en la habitación de al lado. Una niña que, tal vez, sea mi hija.

Y estoy solo en esto.

(...)

Si, soy pésimo en esto.

La bebé en mis brazos se retuerce como si estuviese presenciando el fin del mundo, no ha dejado de llorar desde hace aproximadamente veinte minutos y yo estoy muy cerca de lanzarme del segundo piso de la casa.

Lucy no se encuentra, se ha marchado a sabrá Dios dónde y estoy aquí atrapado con una bebé que con cada día que pasamos juntos, parece odiarme más.

—No, no, no, no llores —susurro, aunque no estoy seguro de por qué lo hago en voz baja. Como si hablar fuerte fuera a alterarla más de lo que ya lo está.

Le doy una sacudida suave, repito las instrucciones de mi nana, lo hago tal cual entendí, pero no parece estar funcionando. Un pequeño ruido de incomodidad empieza a salir de su boca, como el preludio de un llanto inminente. ¡Perfecto! Ya la fastidié. Es evidente que el desagrado es mutuo.

—De acuerdo, cálmate, por favor —le digo casi rogando—. Mira, yo tampoco quiero estar aquí... créeme.

La balanceo en mis brazos, sintiendo mi desesperación crecer cada vez más.

—¡Shh! Vamos, tranquila, tranquila —le digo mientras me balanceo de un lado a otro—. Lo que sea que necesites, yo... yo no lo tengo. ¿Quieres a tu mamá? Yo también quiero a tu mamá, pero no está aquí y probablemente nunca volvamos a verla... —me detengo por un segundo recapitulando mis palabras — de acuerdo creo que no debería estarte diciendo estas cosas, pero el caso aquí es que... estamos atrapados tú y yo. Y necesito que cooperes porque vas a volverme loco, en serio.

¿Qué tan desesperado tengo que estar para hablarle a una bebé?

El llanto continúa, implacable. Mis intentos de calmarla solo parecen irritarla más, como si supiera que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.

—Por favor, no seas mía —murmuro mientras trato de ajustarla mejor en mis brazos—. No sé cómo hacer esto y menos cómo cuidarte. No quiero arruinar tu vida antes de que empiece.

Su llanto comienza a bajar de intensidad hasta que desaparece, me quedo mirándola, intentando entender qué he hecho para que el llanto desaparezca, pero me encuentro con sus ojos mirándome fijamente, ¿los bebés pueden ver algo a esta edad?

—¿Qué? ¿Te gusta verme sufrir? —bromeo, sintiendo un poco de alivio ahora que ha dejado de llorar. Ella hace un sonido, una especie de burbujeo, y luego... eructa. Fuerte. Y yo, en mi confusión, me río. Me río porque, de todas las cosas que esperaba, no era un eructo que pareciera sacado de una persona tres veces más grande que ella.

—Bueno, al menos sabemos que puedes hacer eso —digo, sacudiendo la cabeza.

El silencio cae y me parece glorioso.

La bebé se acomoda en mis brazos, finalmente tranquila, sus párpados cayendo poco a poco como si estuviera entrando en un sueño profundo. La observo en silencio, tratando de no moverme demasiado, no vaya a ser que vuelva a llorar. A pesar de lo torpe que me siento, algo en su quietud me da un respiro, aunque solo sea por unos segundos.

Me aclaro la garganta, aunque sé que no puede entenderme.

—Escucha, pequeña... —empiezo, mi voz apenas un susurro—. No sé cómo funcionan estas cosas, pero te prometo que voy a encontrar a alguien que sí sepa. Una buena familia. Gente que sepa cómo cuidarte, cómo quererte... porque yo...

La miro, mi pecho pesa, el aire se siente denso. No sé cómo continuar.

—Yo no puedo ser eso para ti. No sé cómo ser un padre —le confieso, como si esta bebé pudiera juzgarme por lo que digo—. No soy lo que necesitas. Ni siquiera sé lo que estoy haciendo aquí, ¿entiendes? No puedo arruinarte la vida porque... ya he arruinado suficientes cosas.

La bebé respira profundamente, y su pequeño pecho sube y baja con una paz que me duele.

—Lo lamento, no tendrías porqué estar sufriendo esto, pero no se supone que debas existir, pequeña —susurro, sintiendo una extraña presión en la garganta—. Lamento no poder ser lo que tú necesitas. Pero te prometo que encontraré a alguien que pueda.

La observo un rato más, mientras su carita se relaja completamente, perdida en el sueño. Y en ese momento, a pesar de todo, me doy cuenta de que, aunque quiera dejar esto atrás, algo en mí ya está atado a ella, aunque no debería estarlo.

(...)

—Así que, ¿te ha echado? —inquiere William.

—No lo sé, supongo que lo averiguaré cuando todo esto termine. Tal vez entonces descubra que me ha desheredado.

Dann se ríe.

—Eres su único hijo, has trabajado por casi una década con él, ¿realmente crees que va a echarte? No es capaz.

Arqueo la ceja.

—Créeme, es capaz —sentencio —hablaba en serio, no creo que esté simplemente tirando palabras al viento.

Suspiro, recuesto mi cabeza en el respaldo del sillón, estamos en el estudio, bebiendo un poco con una pizza a medio comer en el centro. En otras circunstancias, estaríamos en algún bar dispuestos a pasar un buen rato, pero ahora no creo ser capaz de salir de esta casa sabiendo que hay una diminuta personita que depende de mí.

La falta de sueño comienza a pasarme factura, me siento agotado y me duele la espalda. Ni siquiera cuando paso horas en el gimnasio me siento tan fatigado.

—Te está pegando duro, ¿cierto? —abro los ojos, tengo la mirada de mis dos mejores amigos sobre mí. No tienen la habitual sonrisa burlona, ni me miran divertidos.

Hay una seriedad en sus facciones que pocas veces veo.

—Sí —admito en un corto asentimiento.

—Sé que muchas veces somos un desastre pero amigo, si necesitas cualquier cosa, estamos aquí —dice Will con sinceridad —en serio, probablemente no sabemos como cuidar de una bebé pero podemos ser de ayuda en otras cosas.

—¿Soy un cabrón por desear que no sea mía?

Ambos se miran. Dudan por un segundo antes de mirarme de nuevo.

—No, es peor que sabiendo que no la quieres, decidas quedarte con ella —dice Dann —serías como nuestros padres.

Asiento brevemente.

—Si es positivo...

—Si es positivo entonces pensarás en algo —termina la frase Will por mí —si es positivo, buscaremos soluciones. Mientras tanto, debes intentar dormir.

Sonrío.

—Sí, no creo que eso pueda suceder —hago una mueca —ella llora por todo y todo el tiempo.

—¿Aún no le has puesto un nombre?

Sacudo la cabeza.

—No tengo derecho de ponerle un nombre —susurro —hacerlo sería tomarme más atribuciones...

—Amigo, está bajo tu cuidado ahora —Dann me mira con seriedad —lo mínimo que merece es tener nombre.

Un suspiro más pesado brota de mis labios. No puedo ponerle un nombre porque eso se sentiría como si ya fuese algo mío, apenas lleva unos pocos días en casa pero su presencia comienza a notarse, y necesito que eso deje de ocurrir porque cuando se vaya...

—Necesito esa prueba pronto, necesito que se vaya —me incorporo, aprieto los párpados —porque voy a volverme loco.

Mis amigos se incorporan, siento su mano posarse en uno de mis hombros.

—¿Recuerdas que decíamos en la universidad? —inquiere Dann.

—Hasta las tormentas más fuertes paran... —comienza a decir Will..

—¡Y luego viene el arcoíris con cervezas! —gritamos los tres antes de reírnos a carcajadas.

Sí, es una frase ridícula, pero al menos, sirve para recordarme que no todo está tan jodido. 


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