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...

Cuando entro en casa un silencio inquietante me recibe. No me atrevo a hablar para saber si hay alguien por lo que empiezo a hacer mi camino escaleras arriba. 

El edificio es enorme por lo que escucho, seguido de una sarta de insultos, el eco de un jarrón caerse desde el final del pasillo. Detengo mis pasos abruptamente y me doy la vuelta para volver rápidamente sobre mis pasos.

Me escondo bajo las escaleras con la respiración acelerada mientras espero a que el hombre llegue al rellano de esta antes de abandonar la casa haciendo eses y cerrando la puerta principal de un portazo.

No me atrevo a moverme hasta que pasan varios minutos.

Subo las escaleras rápidamente, paso de largo mi habitación y me adentro en la de mi madre y ese hombre.

Me detengo y miro a mi alrededor, no veo a mamá y estoy a punto de salir del cuarto cuando escucho un jadeo proveniente del baño.

¿Mamá? 

—Espera un momento cariño, ahora salgo —no es capaz de disimular el dolor en su voz.

No le hago caso y me adentro en el baño.

—Mamá, déjame ayudarte —murmuro mientras cojo el algodón que ella sujeta entre mis pequeñas manos y empiezo a pasarlo por las heridas de su espalda.

***

Sé cómo las voy a encontrar a ambas cuando entre: agazapadas en una esquina de la habitación, asustadas y abrazadas tratando de protegerse de mi, en vano.

Mientras abro la puerta solo hay silencio a nuestro alrededor, de esos silencios tensos, de esos silencios que amo, pues causa que muchos corazones se aceleren, unos por temor a lo que se avecina y otros por la adrenalina que les recorre ante lo que van a cometer. 

Me adentro a paso lento en la habitación y las contemplo.

Ambas chicas se encuentran exactamente como había predicho. 

Las dos me miran con miedo pero yo solo puedo fijarme en como tiembla el pecho de ambas ante la fuerza de sus latidos.

Sonrío mientras dejo las llaves sobre la mesita que hay junto a la pequeña cama, a un lado de la habitación, y me vuelvo a girar hacia ellas.

Veo la agonía en sus ojos y solo puedo disfrutar de ello mientras me acerco a paso lento tras cerrar la puerta.

—¿Qué quieres de nosotras? —su voz es muy baja, un débil murmuro, pero aún así el silencio se ha roto y eso es algo que me molesta.

Parecen notarlo porque vuelven a enmudecer mientras me sigo acercando. Se pegan más a la pared, con sus manos sobre sus cuerpos, intentando cubrir al máximo su desnudez de mi.

Sonrío y me detengo frente a ellas, me acuclillo y las miro a los ojos. Ambas bajan la mirada mientras un estremecimiento las recorre. Sus respiraciones son superficiales.

Veo como la mano de Betta se alza y la detengo a centímetros de mi cuello tomándola por la muñeca.

—No cariño, esto es peligroso —murmuro mientras le quito el trozo de cristal que amenaza con desgarrar mi yugular —, podrías hacerte daño —susurro mientras tomo su mano y la obligo a cerrarla alrededor del cristal —, podrías causar una herida difícil de curar —la obligo a apretar su agarre alrededor del vidrio y su gemido lastimero es música para mis oídos. 

En cuanto este se convierte en un grito desgarrador me detengo y le quito el cristal para contemplar como la sangre brota y se desborda por su palma.

—¿Lo ves? —susurro mientras tenso la mandíbula, tratando de controlarme.

Paciencia. 

Me giro hacia Kiana y acaricio sus facciones horrorizadas, manchándola con la sangre de su compañera.

La imagen de ambas asustadas y llenas de sangre me resulta tan morbosa que debo cerrar los ojos para no abalanzarme sobre ellas.

Me incorporo sin articular ninguna palabra más y abandono la habitación sin mirar hacia las llaves que he dejado sobre la mesita ni al vidrio que he dejado caer a un lado de ambas.

Que empiece el juego.

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