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008. el cáliz de fuego

Una vez las dos escuelas estuvieron sentados y el silencio reinaba en el Gran Comedor, la intriga de Ruby por saber que diablos estaba pasando aumentaba exponencialmente cada segundo. Era el doble o el triple por cada segundo que pasaba.

Harry, que estaba a su lado, la vio comerse las uñas de la mano izquierda, así que tomó su mano derecha.

―¿Por qué tan nerviosa? ―le preguntó.

Evie, que estaba al otro lado de Ruby soltó una risita burlesca.

―No te preocupes, Harry, ella siempre ha sido así de... impaciente ―aclaró.

―¡Ron, por Dios, no es más que un jugador de quidditch! ―oyeron la voz de Hermione.

―¿Nada más que un jugador de quidditch? ―se ofendió Ron―. ¡Es uno de los mejores buscadores del mundo, Hermione! ¡Nunca me hubiera que aún fuera al colegio!

Ruby volteó a ver a Harry.

―¿Ellos siempre pelean?

Harry se rió un poco.

―Con lo mucho que pelean se ha vuelto raro que no peleen ―contestó Harry.

―¿No llevarás una pluma, Harry? ―oyó Ruby que Ron preguntaba. Lo que había dicho antes de la pregunta no logró entenderlo.

―Las dejé todas en la mochila ―contestó Harry.

―¿Y tú, Ruby? ―le preguntó Ron. Ruby negó con la cabeza―. ¿Y tú Evie?

―Tampoco ―contestó Evie.

Mentira. Ella y Ruby mintieron. Porque Evie tenía de casualidad una lápiz sujetando su pelo y Ruby siempre andaba con su pluma, aunque no le iba a servir porque era una pluma/espada. Pero que tenía, tenía.

―No hace tanto frío ―dijo Hermione, molesta―. ¿Por qué no han traído capa?

Ruby volteó a verla con una ceja alzada, pero no dijo nada. Ruby no prestó atención a nada hasta que oyó a Harry hablar.

―¿Por qué Filch pone cuatro sillas? ¿Quién más va a venir?

―Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes ―dijo Dumbledore llamando toda la atención y sembrando silencio―. Es para mí un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia les resulte al mismo tiempo confortable y placentera. y confío que así sea. El torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete ―explicó―. ¡Ahora les invito todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvieran en sus casas!

Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Ruby, que se dio cuenta que tenía mucha hambre, se maravilló por la gran variedad de platos que habían en la mesa. Platos que ella nunca había visto antes.

―¿Qué es esto? ―preguntó Ron, señalando una larga sopera llena de una especie de guiso de marisco?

―Bellabusa ―repuso Hermione―. Es un plato francés. Lo probé en vacaciones, este verano no, el anterior, y es muy rica.

Ruby miró a Evie, ambas pensando lo mismo; mejor no probar eso.

A los veinte minutos del banquete, Hagrid (así se llamaba, ¿verdad?) entró furtivamente en el Gran Comedor a través de la puerta que estaba situada detrás de la mesa de los profesores. Ocupó su silla en un extremo de la mesa y saludó a Harry.

―¿Están bien los escregutos, Hagrid? ―preguntó Harry.

―Prosperando ―contestó Hagrid.

Ruby sonrió, pero aquella sonrisa desapareció al oír una voz.

―«Pegnonad», ¿no «quiegen» bouillabaisse?

Se trataba de una chica que Ruby había vio reírse de Dumbledore durante el discurso, así que rodó los ojos y le mandó una mala mirada. Ruby alzó una ceja cuando Ron se puso colorado. ¿Qué le veía a esa rubia de quinta?

―Puedes llevártela ―dijo Harry.

―¿Han «tegminado» con ella?

―Sí ―repuso Ron―. Sí, es deliciosa.

Evie y Ruby compartieron miradas ceñudas. Ron no había probado eso. Los dos chicas prefirieron no prestar atención a la conversación entre Harry, Ron y Hermione. Cuando llegaron los postres, Ruby se maravilló aún más. Una vez limpios los platos, Dumbledore volvió a levantarse, sembrando silencio.

―Ha llegado el momento ―anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud―. El torneo de los tres magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre...

―¿Ah? ―murmuró Ruby.

―... sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no lo conocen, permítanme que les presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Hubo un corto aplauso.

―Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos ―continuó Dumbledore―, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones... Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre...

El tal Filch se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas.

―Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar ―dijo Dumbledore―, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.

Sin saber porqué, Ruby sintió emoción por aquello.

―Como todos saben, en el Torneo compiten tres estudiantes ―continuó Dumbledore con tranquilidad―, uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que se lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera prueba haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: la cáliz de fuego.

Ruby frunció el ceño.

―Pero si es de madera ―murmuró ladeando la cabeza.

Harry, que la escuchó, apretó los labios para no reír.

―Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz ―explicó Dumbledore―. Los aspirantes a campeones disponen de 24 horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos para representar a sus colegios. Esta misma noche, el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quiera competir.

» Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación ―prosiguió Dumbledore―, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los 17 años.

Ruby dejó de escuchar y un brillo de reto apareció en sus ojos verdes. Evie se dio cuenta de eso al instante.

―Ni lo sueñes, Ruby, es muy peligroso. Puede que hayas peleado con cosas peores pero no quiero que nada malo te pase. Así que, por favor, prométeme que no vas a hacer nada para meterte en el torneo ―pidió Evie con los ojos brillando como si fuera a llorar.

Ruby suspiró y tomó las manos de Evie.

―Lo prometo.

Lo que no sabía era que el destino tenía otros planes para ella.

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