Una drástica decisión.
Alzar la voz a esa hora, con todos los animales tranquilos por el silencio de la noche, en especial tratándose del que acurrucaba a la pequeña, sería el equivalente a darle un giro drástico a la situación que por el momento se mantenía.
—Esto no es normal, —murmuraba Armando— si bien hay casos en que sí se da algo así, no es normal verlo en un alazán del temperamento de éste. Por lo visto Temible está lleno de sorpresas.
—Los caballos duermen de pie como un reflejo de supervivencia, —argumentaba por su parte Rigoberto— solo se echarán a dormir en caso de sentirse plenamente seguros, lo que es en cierta medida bueno para nosotros, y en especial para Pandora. Espero que lo que están pensando no sea necesario de aplicar aquí.
—¿Pero cómo es que nadie se percató que la niña salió del barracón, —preguntaba Beatriz en voz alta— cómo nadie la vio venir acá?
—No hagas ruido. —Le murmuraba Armando, jalándola hacia un costado.
—Perdón, son mis nervios.
—La pregunta es ¿por qué vino a ver a Temible, —expresaba Leila, quien tenía los nervios de punta, al igual que el resto— y por qué decidió entrar para estar con él?
—Creo que eso en parte es mi culpa. —Revelaba en ese instante Armando.
—¿Cómo que tu culpa? —Preguntaba extrañada Beatriz, dándole una no muy agraciada mirada.
—Es que le regalé a Temible. —Murmuraba éste, esquivando las miradas de las mujeres.
—¡Que hiciste qué! —Exclamaba Beatriz, tapándose la boca de inmediato al notar que el alazán soltaba un pequeño relincho— ¿Cómo se te ocurrió semejante estupidez?
—¿Y cómo pretendes que pensaría que la niña tendría la idea de venir aquí después de regalárselo? —Armando se defendía ante los alegatos de su mujer, mientras ésta se cruzaba de brazos y fruncía el ceño al mirarlo. Leila por su parte se mantenía apegada a la reja mirando a la pequeña, mientras Gabriela se tomaba la cabeza y miraba hacia el suelo.
—Bueno, bueno, —decía Facundo, intentando salir en defensa de Armando— en cierta medida todos tenemos un grado de culpa aquí.
—¿Cómo dices semejante estupidez? —Gabriela le propinaba un fuerte golpe tras su pregunta, claramente enojada por la acusación.
—Ninguno de nosotros se dio cuenta cuando la niña desapareció del barracón.
—No alcen la voz, —decía Rigoberto, alejándolos un poco de la reja— Temible se encuentra tranquilo, lo pueden alterar si se ponen a discutir aquí. Lo importante es encontrar la manera de sacar a la niña de ahí.
—¿Se puede saber qué es lo que están pensando ustedes? —A Beatriz le había quedado dando vueltas aquella extraña señal entre Armando y Facundo.
—No te preocupes cariño, —le decía Armando para desviar su atención— no creo que sea necesario llegar a eso.
Antes de que se dieran cuenta, Leila abría la reja y entraba al cubículo con la férrea intensión de sacar a Pandora de ahí. Nadie alcanzó a reaccionar para detenerla y en cosa de segundos la tensión se elevó hasta las nubes por su imprudencia. El animal al sentir la reja, levantó la cabeza y abrió sus negros ojos, mirando a la intrusa fijamente y de forma desafiante. Pandora dormía profundamente en su regazo, su cansancio por el día de fiesta era tal que no reaccionaba por nada de lo que ocurría.
El silencio era total en ese instante y todos estaban atentos a lo que podía ocurrir. La respiración de Leila era vertiginosa producto de su nerviosismo, se podía notar en la manera en cómo se movían sus pechos, y su cuerpo temblante por minutos se paralizó por la penetrante mirada del alazán, quien no la perdía de vista. Sentía la resequedad en sus labios y un sudor frío recorriendo su cuerpo, la adrenalina del momento estaba bajando considerablemente a causa de esa mirada sobre ella.
Aquellos minutos los aprovecharía Armando, quien le daba esa mirada a Facundo y ponía su mano izquierda sobre su hombro derecho repitiendo el gesto anterior, pero esta vez golpeándolo con tres dedos. Aquella era la señal y éste la comprendía al momento, por lo que rápidamente corría a una bodega que se encontraba cercana. Solo unos cuantos manejaban llaves de dicho lugar, siendo él uno de esos cuantos.
En el interior del cubículo, a paso lento Leila se acercó al animal. Se podía sentir el crujir de la paja a sus pies con cada paso que daba. Su respiración poco a poco se fue normalizando y sin perder aquellos negros ojos de su vista se arrodilló frente al alazán, temblorosa. Por segundos se mantuvo así, mirando de reojo a Pandora, quien no se movía en lo absoluto, sin embargo logró darse cuenta que ésta se encontraba respirando, y aquello fue un alivio en su interior, pues le daba a entender que Temible no la había atacado en lo absoluto, por el contrario, la estaba protegiendo.
Sin embargo éste comenzaba a dar señales de sentirse intranquilo, movía de un lado a otro la cabeza soltando por el momento pequeños relinchos y agitando su cola. En el exterior del cubículo la tensión pendía de un hilo, los hombres estaban atentos a la reacción que podía tener Temible, cualquier movimiento brusco por parte de Leila podía desencadenar una tragedia de proporciones. Solo unos segundos después aparecía junto a ellos Facundo. Estaban tan sumidos en lo que ocurría con Leila que no notaron cuando éste llegó y se acercó a sus espaldas, cargando en sus manos una escopeta.
—¿Pero qué haces con esa escopeta? —Le preguntaba Gabriela al notar su presencia.
—A mi señal, —interrumpía por su parte Armando— Rigoberto, tú lánzate a Leila, yo voy por Pandora.
—De acuerdo patrón, —murmuraba Rigoberto, lanzando un suspiro— no creí llegar a esto.
—¿Ustedes están locos acaso? —Arremetía Beatriz, parándose frente a los hombres— Y tú Facundo, por Dios, baja esa escopeta.
—¡Facundo por favor, —exclamaba Gabriela en voz baja— hazle caso a la señora, no cometas una estupidez!
—Tu hermana y la niña están en peligro, —le decía Armando, apartándola hacia un costado— de ser necesario correremos el riesgo.
—¡Por favor Armando, no lo hagas! —Le suplicaba ésta sin embargo.
—Facundo, llegado el momento, tira a matar. —Sentenciaba Armando.
Temeroso ante lo que podía ocurrir, Facundo alzaba la escopeta y apuntaba directo a la sien del animal, dispuesto a jalar el gatillo apenas Armando abriera la reja del cubículo para ingresar junto a Rigoberto. No podía fallar, pues de hacerlo, aquella munición podía impactar erróneamente en el cuerpo de Armando, ya que sería él quien se abalanzaría a sacar a Pandora del regazo del alazán.
A esa distancia era seguro que un tiro bastaría para abatirlo, por lo que debía controlar los nervios que lo invadían. Sentía miedo, pero más que eso, su sentimiento era de tristeza por el inesperado final que se avecinaba para Temible, jamás pasó por su mente que llegaría el día en que tendría que sacrificarlo. ¿Era aquella decisión la más acertada en el momento? Ni siquiera habían pensado en la reacción de la pequeña, quien sin duda despertaría asustada tras el disparo, no pensaron en lo que haría ella al ver en un charco de sangre a su amigo.
Tal vez hubiera sido mejor intentar adormecerlo con algún tranquilizante, ya que en la hacienda disponían de esos elementos, sin embargo aquello sería inútil, pues antes de que surtiera efecto, el animal podía fácilmente desencadenar una tragedia si luego de darle con el dardo éste comenzara a lanzar patadas a diestra y siniestra, arrasando con cualquiera a su paso.
Facundo lo tenía en la mira, a la espera de la señal de Armando y ante la mirada atónita de Beatriz y Gabriela, quienes se sentían impotentes de no poder hacer nada al respecto. En el interior, Leila permanecía de rodillas frente a Temible, a escasos centímetros de poder tocar a Pandora, pero invadida por el miedo a lo que el alazán pudiera hacer si ella hacía algo indebido. Temerosa alzó su mano derecha hacia el rostro del animal, notándose como ésta temblaba.
El alazán no movía un músculo y sus negros ojos daban la impresión de agrandarse más con aquel movimiento por parte de la invasora. Y lo impensado ocurrió en ese momento. Leila cerró sus ojos y contuvo la respiración, acercando su mano a la cabeza del alazán, invadida por el miedo que le provocaban aquellos ojos negros. Éste acercó un poco su hocico hacia su mano, moviendo su nariz y oliéndola, como si fuese un perro, esbozando pequeños relinchos, casi imperceptibles.
Leila sintió una suavidad en su mano, al tiempo que un frío recorrió su cuerpo. Armando estaba a punto de abrir la reja, sin embargo fue interrumpido por Rigoberto, quien con una seña le decía que observara lo que ocurría. Un relincho más fuerte fue suficiente para advertir a Leila que debía abrir sus ojos, y al hacerlo vio que la suavidad que sentía era porque estaba tocando un pómulo de Temible. Sus ojos negros tenían un brillo diferente, su gran cabeza en conjunto con sus orejas se movían de manera inusual, como aceptando las caricias de Leila, quien impávida lo observaba, dejando poco a poco sus nervios de lado y dando paso a una tranquilidad que necesitaba imperiosamente.
Temible movió su cabeza y le dio una mirada a Pandora, quien en su sueño era ignorante de lo que ocurría y lo que había provocado aquella noche. Leila suspiró profundamente cuando el alazán posó nuevamente su cabeza sobre su mano, y ésta sintiendo la confianza que el animal le había dado en ese instante, lo acarició con ternura. Sigilosamente Temible hizo un movimiento para reincorporarse, al tiempo que de los labios de Leila un murmullo se sintió: “gracias”.
Ya de pie, éste hizo un movimiento con su cabeza, lo que le dio a entender a Leila que ella también se podía poner de pie para tomar entre sus brazos a Pandora y salir junto a ella del lugar. Una vez que Armando abrió la reja, Leila salió del cubículo llevando en sus brazos a Pandora, pero con la precaución de no darle la espalda al animal, quien tranquilamente la observaba moviendo sus orejas y su extensa cola.
Ya en el exterior, tanto Beatriz como Gabriela se fueron a abrazar a Leila, rompiendo todas en llanto en el momento. Rigoberto por su parte posó su mano derecha sobre el hombro de Armando, dando ambos un hondo suspiro, como si con ello el alma por fin volviese a sus cuerpos. En ese minuto miraron a Facundo, quien congelado aún mantenía el arma empuñada y apuntando. Su cuerpo no lo acompañaba, no podía reaccionar.
—Bájala mi amigo, —le dijo Armando, acercándose a él y tomando el cañón de la escopeta, dirigiéndola hacia el suelo— reacciona, ya todo pasó.
—No podía patrón, no podía, —murmuraba éste de manera agitada, mientras por su rostro rodaban lágrimas— me congelé patrón.
—Lo sé mi amigo, lo sé.
—No… podía… disparar… —tartamudeaba éste.
—No fue necesario hacerlo, —le decía por su parte Rigoberto— ya todo terminó.
—No podía matarlo patrón, no podía, —esbozaba por fin Facundo, soltando la escopeta y secando sus lágrimas, mirando a Armando.
—Perdón por ponerte en esa situación, fui cobarde al hacerlo, debí tomar yo el arma y no hacerte sufrir de esa manera, —revelaba Armando, reflejando en su rostro la vergüenza que sentía por la decisión tomada— debí buscar otra solución.
—En el fondo patrón —argumentaba Rigoberto— usted tampoco lo quería matar.
—Así es mi amigo, —decía éste, dando un largo suspiro— bueno, mejor será que nos vayamos de aquí, las muchachas están muy perturbadas con todo esto.
—Creo que necesito un trago, —decía Facundo, quien recién reaccionaba— necesito relajarme.
—¡Todos necesitamos relajarnos de manera urgente! —Exclamaba Armando— Pero lo primero es llevarnos a las mujeres de aquí, y que Gabriela lleve a Pandora a su habitación y la acueste en su cama, luego podremos relajarnos.
Tras largos minutos abrazadas y sollozando, las mujeres ya se sentían un poco más tranquilas, por lo que todos comenzaron a caminar hacia la casa, quedándose un tanto relegado del grupo Facundo, quien necesitaba soltar lo que tenía atrapado en su garganta, por lo que se acercó a la reja y observó a Temible.
—Sí que estás lleno de sorpresas amigo, —le dijo Facundo al alazán, quien lo observaba y movía sus orejas, como si entendiera lo que el hombre le decía— perdón por lo de la escopeta, te juro que nunca más volverá a pasar algo así. Y gracias por cuidar de mi pequeña, estoy en deuda contigo mi amigo.
Lentamente Facundo caminaba para reunirse con el grupo, quienes ya se encontraban en el exterior de las caballerizas esperándolo. El miedo era parte del pasado ya, y la travesura de Pandora pasaría a engrosar la extensa lista que a su haber poseía. En conjunto, todos acompañaron a Gabriela a su casa, y mientras ésta acostaba en su cama a Pandora, el resto se encontraba en el comedor del lugar, mientras Facundo ponía sobre la mesa una botella de vino y copas para beber algo y pasar el mal rato.
—¡Sí que nos dio un susto esta pequeña traviesa hoy, —exclamaba Facundo mientras servía las copas— todavía estoy temblando!
—Esta no la contamos dos veces mi amigo, —le aseguraba por su parte Armando— yo no sé cómo salimos del problema.
—¡Te juro que los nervios me carcomían por dentro, —expresaba por su parte Beatriz, posando su mirada sobre su hermana— ¡y para colmo de males se te ocurre la genial idea de entrar ahí!
—¡Te juro que no sé en qué estaba pensando en ese minuto, solo reaccioné. —Le aseguraba ésta.
—Pues su reacción fue lo mejor que nos pudo pasar, —le decía Rigoberto— pudo lograr una conexión con Temible, y hasta ahora ese lazo solo lo había logrado Pandora. Eso me tiene intrigado y desconcertado.
—Pues para bien o para mal, tu imprudencia nos ayudó a salir del problema, —opinaba Beatriz, lanzándole en el momento a Leila una mirada de complicidad— de no ser por la reacción que tuvo el animal contigo, en este momento estaría muerto.
—Por suerte aquello no ocurrió, —interrumpía Armando— créeme que me hubiese dolido mucho eso, pero más que nada por Pandora, mal que mal, su acción fue en parte mi culpa, pues yo se lo regalé, y si lo hubiese visto en un charco de sangre… mejor ni imaginarlo.
—Le hubieses partido el corazón a la pequeña. —Le aseguraba Leila.
—No creo que pudiera soportar algo así, —decía Facundo— creo que nadie aquí lo hubiese soportado. Todos aquí hemos visto crecer a ambos, a Pandora y Temible. Hemos sido testigos de los lazos de amor y amistad que hay entre ellos. Nos hubiésemos condenado al matarlo.
—Y la condena sería el eterno rechazo por parte de Pandora, —aseguraba Armando— jamás nos perdonaría algo así, jamás.
Tras las palabras de Armando, por largos minutos permanecieron silentes, cada cual sumido en sus pensamientos sobre lo ocurrido. Éste sería quien interrumpiría aquel sepulcral silencio tras notar la hora que era ya, por lo que antes de retirarse, le hacía ver al resto que lo mejor que podían hacer era ocultar lo sucedido a la pequeña para evitar algún tipo de problema. Facundo junto a Gabriela tendrían que pensar en lo que le dirían cuando ésta despertara, pues sería raro para ella despertar en su cama siendo que estaba junto a Temible aquella noche.
Con el correr de los días, el incidente poco a poco quedaba atrás, al punto que Pandora ni siquiera había hecho pregunta alguna de cómo había llegado a su habitación aquella noche, muy por el contrario, se mostraba un tanto desesperada y ansiosa conforme pasaron los días, especialmente por el hecho de saber que Temible era suyo.
Quería verlo a todas horas, apenas llegaba del colegio realizaba sus tareas sagradamente, para luego correr a las caballerizas para estar en su compañía. Sin embargo aquella ansiedad se fue tornando más evidente, en especial aquel domingo, semanas después de la celebración, ya que sabía que al día siguiente llegaría por fin la nueva integrante de la familia Casablanca. Se lo había pasado toda la semana preguntando a Beatriz cuándo era el día en que llegaría.
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