Tras la tormenta no hay calma.
Ocho años atrás…
Tras salir de la clínica, Leila llegaba por la mañana a la mansión, encerrándose en la soledad de su habitación y pasando todo el día entre sollozos. No podía creer lo que había sucedido y menos a lo que había llegado para ocultar la existencia de aquella criatura en su vientre. Su decisión sería sobre sus hombros una carga pesada por toda su vida, pero de alguna manera debía salir adelante, por su bien y el de todos. Ahora comenzaba la parte más difícil… ocultarlo.
Ignoraba por completo lo que a contar de ese día pasaría en su vida, y menos lo que había sucedido durante su ausencia en la mansión. Sigilosa llegó a ella, sin siquiera hacerse notar por la servidumbre. Sería Domitila quien la encontraba tras ingresar a la habitación para realizar la correspondiente limpieza, tomándola por sorpresa. Había golpeado la puerta, sin embargo Leila estaba tan sumida en sus pensamientos que no emitió palabra alguna para advertir su presencia.
—¡Perdón señora, —exclamaba ésta al verla— no sabía que ya había llegado! Como toqué la puerta y no contestó.
—¿Mis hijos dónde están Domitila? —Le preguntaba por su parte Leila, quien aún se encontraba sumida en su mente, sin siquiera llamarle la atención por haber ingresado repentinamente.
—Los niños están en el colegio mi señora, y el señor en el trabajo, —respondía ésta un tanto sorprendida, pues notaba que algo no andaba bien con ella— ¿le pasa algo señora?
—Nada, —respondía escueta— puedes retirarte.
—Como diga señora.
—No quiero que nadie entre durante el día, quiero estar sola.
—¿Ni siquiera que le traiga de comer mi señora?
—No quiero nada Domitila, —murmuraba Leila, con la mirada perdida— ¿Quentin aún duerme en la otra habitación?
—Sí mi señora, ¿necesita que le avise cuando el señor llegue?
—No, no te preocupes. Puedes retirarte.
—Como usted mande mi señora. —Asentía la mujer, quien sigilosa abandonaba la habitación.
La mente de Leila era un mar de dudas y miedos, necesitaba de su soledad para aclarar todo lo que su corazón sentía, pero sus pensamientos la traicionaban y la ponían en constante conflicto. Sabía que las cosas serían muy distintas, y la mejor manera que tenía de resolver en parte sus conflictos interiores, era alejarse de todo y de todos, incluyendo a sus hijos. No obstante, con lo que no contaba, era con lo que durante la noche ocurriría tras la llegada de Quentin.
Necesitaba imperiosamente la ayuda de alguien, sola no podía con todo lo que ocurría, y a pesar que no quería hacerlo, terminó por recurrir a Beatriz, quien era la única que podía tenderle una mano, ella y Armando eran los únicos en quienes podía confiar. Aunque sabía que recibiría las penas del infierno por parte de ambos, dado lo que había hecho y el ocultarlo por tanto tiempo, pero en el fondo también sabía que tendría de su parte el apoyo que tanto necesitaba.
Con más miedo que ganas tomó su celular y buscó el número de Beatriz, con la esperanza de que ésta pudiese iluminar con sus consejos lo sombrío de su vida. Tras un tercer intento, por fin ésta contestaba la llamada. Pasarían horas hablando al teléfono. Leila simplemente se desahogó contándole todo lo que le estaba pasando desde que se enteró de su embarazo, y a lo que había llegado con tal de encubrirlo.
Del otro lado de la línea, Beatriz escuchaba atónita cada angustiante palabra, cada sollozo, cada grito lleno de rabia por parte de Leila, sin entender como ésta le había ocultado tantas cosas por tanto tiempo. El vivir lejos la una de la otra no era impedimento ni excusa suficiente como para mantenerse comunicadas, y aunque llevaban tiempo sin hablar, Leila podía sin problemas haberla llamado antes, quizás así podría haberla ayudado y evitar que ésta tomase decisiones erradas, aunque por lo visto hora solo debía apoyarla.
Después de aquella llamada, Leila se sentía más aliviada sabiendo que a pesar de todo podía contar con Beatriz. Ahora solo debía organizar su mente y aclarar sus ideas antes de tomar alguna otra decisión errada que afectara aún más su accidentada vida. Entre los pensamientos que la invadían y la extensa conversación sostenida con su hermana, acabó con un fuerte dolor de cabeza, por lo que optó por dormir un poco antes de ir a ver a sus hijos, así de paso descansaría sus ojos de tanto llanto, por lo que éstos no la verían tan demacrada.
Bordeaban las 5 de la tarde cuando por fin despertó de su sueño. Se levantó de la cama y se dirigió al baño para retocar un poco su maquillaje antes de ir a ver a Dexter y Bernardo. Tenía esa necesidad de verlos aunque éstos poco y nada de atención le prestaban. El mundo de sus hijos giraba en torno a sus habitaciones y a lo que el internet y los videojuegos les ofrecían, lo cual aprovechaban sobre todo ahora que la situación financiera de Quentin estaba por el suelo, lo que no aseguraba que el día de mañana pudiesen contar con la única diversión que tenían.
Para ellos, esto era una vía de escape a la realidad que llevaban años viviendo, con un padre ausente producto de su obsesión con el trabajo, y una madre que disfrutaba de los placeres que el dinero le ofrecía, dejándolos en muchas ocasiones relegados a los cuidados de la servidumbre. Lo que sus padres ignoraban, es que a pesar de sus cortas edades, ellos tenían la capacidad de comprender lo que estaba ocurriendo dentro del núcleo familiar, y sabían que de no mejorar las cosas, sus días dentro de aquella enorme mansión estaban contados, así como también los gustos que se podían dar.
Leila se dirigía hacia la habitación de Bernardo, y tras ingresar se sentaba en silencio a los pies de la cama, esperando alguna reacción por parte de su hijo, sin embargo, éste estaba sumido en un videojuego, por lo que solo una mirada de reojo le ofreció, junto con una pequeña mueca de sus labios. Por largos minutos Leila permaneció así, observándolo silente, preguntándose en su interior cómo es que se había alejado tanto de ellos.
Al no recibir nada más de parte de Bernardo que aquella fría mirada, se levantó y antes de salir de la habitación, se acercó a él y le revolvió un poco el pelo, sin embargo éste solo movió la cabeza en señal de molestia por ello. Con Dexter tuvo más suerte, pues éste se encontraba realizando un trabajo del colegio en el computador, atreviéndose a hacerle la pregunta cuya respuesta tantas veces Leila esquivó.
—¿El tío Aníbal nos quitó todo, cierto madre?
—Eso es un tanto difícil de explicar hijo, —murmuraba sorprendida por la pregunta— eres muy joven para entenderlo.
—¿Entender qué madre? —Le preguntaba Dexter, cambiando el tono de su voz— ¿Entender que es un ladrón que nos dejará en la calle, que por eso tú y papá se llevan tan mal y duermen en habitaciones separadas?
—La verdad no sé cómo explicarte hijo, son muchas cosas las que nos están pasando, pero confío en que tu padre logrará resolverlas, —le decía Leila, acercándose a él y tomando una de sus manos, dándole una tierna mirada— hay que tener fe hijo.
—Madre, seremos jóvenes con Bernardo, pero no somos idiotas. La fe no nos sacará de los problemas en los que nos metió el tío Aníbal.
—No quise decir eso, no me malinterpretes Dexter. Hay cosas muy difíciles de explicar, pero no te preocupes, —Leila intentaba encontrar las palabras precisas, sin embargo estas le eran esquivas en el momento, pues no había justificación alguna para el daño que Aníbal les había causado, él era en gran medida el causante de sus problemas financieros— ya verás que pronto las cosas mejorarán para todos.
—Están vendiendo nuestras pertenencias, ¿y me dices que las cosas mejorarán?
—Por ahora es necesario hijo, no tenemos otra manera de afrontar la situación. Pero pronto recuperaremos todo, ya verás que lo que te digo es verdad.
—¿Puedo continuar con mis estudios madre? —Le preguntaba de manera fría éste, dando por terminada la pequeña plática entre ambos.
Leila comprendía que poco y nada podía hacer ante la situación, y menos hacerle entender lo que en realidad sucedía, aunque por las palabras de Dexter, dejaba en evidencia que tanto él como Bernardo sabían muy bien lo que ocurría. Cabizbaja abandonó la habitación con un nudo en su garganta por las palabras de su hijo. Muy en el fondo sabía que de una u otra manera debía afrontar frente a ellos lo que ocurría, no obstante, no tenía claridad alguna de cómo hacerlo.
Y más aún, considerando que para ello necesitaba el apoyo de Quentin, pues juntos debían explicarles lo que sucedía, pero por el momento ambos esquivaban aquello, sumiendo a sus hijos en una efímera realidad. Entrada la noche, Quentin arribaba a la mansión, y tras estacionar su automóvil en el garaje, notaba que se encontraba el de Leila. Por largos minutos se mantuvo ahí, sentado dentro del coche, pensando la manera en que la abordaría para conversar con ella.
Las cosas durante el día no habían marchado bien para él y mucho menos para su empresa, y en sus hombros cargaba con muy malas noticias, tanto para Leila como para sus hijos. Al llegar a su despacho se acercaba a su licorera y se servía un vaso de whisky, bebiéndolo de golpe y dejando el vaso sobre su escritorio, pensando en cómo le comunicaría a la familia la decisión que estaba obligado a tomar. Por largos minutos se mantuvo dando vueltas cual si fuese un león enjaulado, intentando armar en su mente todo lo que estaba ocurriendo, buscando la mejor solución.
Antes de dirigirse a la habitación para hablar con Leila, hizo una llamada a su abogado, queriendo encontrar otra manera para salir de sus problemas financieros, pero por el instante no había medida alguna, salvo la que ya habían hablado durante la tarde en su oficina. Quentin se negaba a tomar tan drástica decisión, en su mente aquel camino no era una opción, no podía perder todo por cuanto había luchado por tantos años, sacrificando tiempo y familia. Aunque ya había manifestado cierto grado de arrepentimiento por poner precisamente a su familia por sobre su empresa.
Pasaría en esa pugna interior por alrededor de media hora, hasta que sin encontrar alternativa alguna, caminaba en dirección a la habitación que hasta hace poco compartía con Leila, no sin antes hacer una parada para ver a sus hijos, viéndose obligado a decirles que las cosas cambiarían. Tras notar que ambos ya estaban sumidos en un sueño profundo, no tuvo otra alternativa que dirigirse a hablar con Leila. Tras tocar a la puerta e ingresar a la habitación, la encontró recostada sobre la cama revisando su celular, seguramente mirando algo en internet.
—Leila, llegaste, ¿cómo sigue tu amiga? —Le preguntaba éste.
—Bien, gracias por preguntar. —Le respondía sin dirigirle la mirada pues debía seguir aquella mentira, Quentin no debía enterarse de lo que en realidad había ocurrido tras sus ausencia— ¿Y tú, necesitas hablar algo conmigo?
—La verdad sí. —Respondía éste de manera fría.
—¿Y es muy importante como para conversar a esta hora? —Leila quería evitar entablar algún tipo de conversación, sobre todo si Quentin quería averiguar algo referente a su repentina salida donde su ficticia amiga, ignoraba por completo las verdaderas intenciones de éste.
—En realidad sí es importante, pero si estás muy cansada lo podemos dejar para mañana. De todas formas es inevitable esta plática. —Quentin tampoco estaba muy convencido, creía que durante la noche podría encontrar otra solución, pero aquello era casi un imposible.
—Mañana es sábado, si quieres podemos desayunar juntos y hablar más tranquilos y con más tiempo, —argumentaba Leila, dejando su celular sobre la cama y mirándolo— la verdad quiero descansar.
—De acuerdo, hablaremos mañana entonces, buenas noches Leila.
—Buenas noches Quentin.
Éste se retiró de la habitación, pensando en la manera de zafar del problema que tenía en frente y pasando la noche en vela en su despacho, revisando documentos y sacando cuentas, no se podía permitir el darse por vencido, no sin pelear hasta el último minuto. Corrían las 3 de la madrugada y Quentin estaba volcado en sus pensamientos mientras sacaba cuentas y revisaba documentos en su escritorio. Al lado derecho de éste, un cenicero mantenía encendido aún un cigarrillo que estaba fumando, mientras al izquierdo una taza con medio café en su interior ya se había enfriado en espera de ser tomado.
Aquella reunión sostenida durante la tarde con su abogado, un hombre de avanzada edad de nombre Mateo Sánchez, no había rendido los frutos que esperaba, sepultando sus esperanzas de salir con bien de todo lo ocurrido. Si bien había caído en negocios que resultaron ser un desastre, las pérdidas que éstos le reportaron eran aceptables, no así la estafa realizada por parte de su hermano Aníbal, pues éste no solo le había robado prácticamente toda su fortuna, sino que por medio de documentos fraudulentos, también se había apropiado de todos sus bienes materiales, incluida la mansión donde aún vivía con su familia.
Si bien los cómplices de Aníbal ya habían sido capturados, lo que con ello logró en cierta medida frenar todas las acciones legales para despojarlo de todos sus bienes, aún estaba prófugo su hermano, por lo que las aguas dentro de su tormenta no estaban calmadas del todo. El riesgo de que éste lograra su objetivo mediante terceras personas, aún estaba latente. Eso hasta esa noche.
Semi dormido se encontraba en su silla cuando de un salto se despertó por el sonido de su celular. Era Mateo quien lo llamaba para darle la buena noticia. Aníbal había sido capturado en un paso fronterizo. Aquello para Quentin fue un alivio y un peso enorme que de sus hombros caía. Un faro de luz se veía en su futuro y el de su familia, y no podía esperar para contárselo a Leila, por lo que sin siquiera darse cuenta de la hora, se dirigió a la habitación de ésta.
—¡Leila, Leila despierta! —Exclamaba remeciéndola en la cama al sentarse junto a ella y encender la lámpara sobre el velador. Soñolienta ésta reaccionaba y lo miraba extrañada.
—¿Y ahora qué te sucede Quentin, —semi dormida, Leila tomaba de su velador su celular para mirar la hora— no quedamos en hablar durante el desayuno acaso?
—¡No será necesaria esa conversación mi amor! —Exclamaba lleno de júbilo éste.
—¡Pero Quentin! ¿Es que acaso no te has dado cuenta la hora que es? Son más de las 3 de la madrugada.
—No podía esperar para darte la buena nueva.
—¿De qué estás hablando?
—¡Se trata de Aníbal!
—¿Qué sucede con tu hermano? —Preguntaba extrañada, rascándose los ojos y sentándose en la cama— ¿Y ahora qué hizo?
—¡Aparecer mujer, aparecer! —Manifestaba Quentin lleno de alegría.
—¿Qué estás diciendo?
—¡Mateo acaba de llamarme para darme la noticia, —le aseguraba éste— lo atraparon en un paso fronterizo tratando de huir del país!
—¡Esa es una excelente noticia Quentin!
—¿Sabes lo que significa eso? ¡Que pronto las cosas mejorarán para nosotros mi amor, por fin podremos salir adelante! —Quentin se notaba optimista con la captura de Aníbal, no así Leila, quien lo miraba con cierto recelo— ¿Qué te ocurre, no te pone feliz esta noticia cariño?
—Por supuesto que sí. —Decía ésta, sin embargo sus palabras no se sentían así, había algo en ella que le impedía demostrar la felicidad y esperanza que por su parte reflejaba Quentin.
—Pues no se nota, —expresaba éste, levantándose de la cama— ¿hay algo de lo que yo deba enterarme Leila?
—No hables estupideces Quentin, es solo que todavía no despierto del todo, nada más.
—Como digas, —murmuraba éste comenzando a caminar hacia la puerta de la habitación— te dejo dormir, debo preparar unos documentos para mañana, buenas noches.
—Buenas noches Quentin, trata de no desvelarte.
Quentin salía de la habitación con una duda sembrada por Leila. Algo no andaba bien con ella y hasta ahora venía a notarlo, estaba tan preocupado en su pasar financiero que había desatendido mucho más de lo normal a su mujer. Aquella sensación era rara y no tardaría mucho en darse el tiempo de averiguar qué estaba pasando, por desgracia en el momento no podía atender aquello, ya que debía prepararse para lo que sería su cara a cara con Aníbal.
Si bien había sido capturado, ahora se venía la parte más difícil, recuperar todo lo robado por él, pero más aún, que le dijera a la cara los motivos que lo habían llevado a cometer tremenda traición en su contra. Leila apagó la lámpara tras la salida de Quentin, y en aquella penumbra apenas interrumpida por la luz de la luna que se escabullía hacia el interior de la habitación entre las cortinas, comenzó a palpar su vientre, sollozando una extraña mezcla de pena y alegría por la noticia de Quentin.
Un enorme peso sobre sus hombros se apoderó de ella, queriendo en ese minuto retroceder el tiempo y llegar a ese momento, ese en que su calvario comenzó, impotente de no poder cambiar un pasado que la atormentaría el resto de sus días. A la mañana siguiente, aquella conversación durante el desayuno fue distinta, más bien, el desayuno fue diferente, pues como hacía mucho tiempo no ocurría, todos se encontraban en la mesa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro