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Nunca es tarde como piensas.

OCHO AÑOS ATRÁS…

El blanco predominaba dentro de la habitación en la cual despertaba luego de su largo sueño, en completa soledad. Poco y nada recordaba lo que había ocurrido durante el procedimiento, pensaba que seguramente los calmantes administrados aún surtían efecto en su malogrado cuerpo, el cual sentía pesado, incluso tenía la sensación de que aquellas sábanas que la cubrían la ahogaban.

Sentía como el sudor recorría cada fracción de su cuerpo, conjuntamente con un frío que en cierto modo la aterraba. Su vista se mantenía nublada y su boca seca. Poco a poco fue recuperando la movilidad de su cuerpo tras largos minutos después de haber despertado. Comenzó a observar el lugar un tanto perturbada y confundida, aún no conseguía volver en sí.

Intentó hilar una frase con la intensión de ser escuchada por alguien, sin embargo las palabras se ahogaron en su garganta, imposibilitadas se salir de su boca. Sus ojos se cristalizaron en fracción de segundos tras darse cuenta donde se encontraba, comenzando a desesperarse. Su respiración era rápida y errática, sentía que su corazón estallaría dentro de su pecho. No lo podía soportar más, necesitaba ayuda y por sobre todo respuestas.

Comenzó a golpear la cama con desesperación, notando así que cerca de su mano derecha se encontraba un cordón con una botonera, rápidamente empezó a presionarla con la esperanza de que alguien acudiera a su llamado. Segundos después la puerta de la habitación se abría, dejando ver a una enfermera que llegaba a asistirla de manera apresurada. Pasaría largos minutos intentando tranquilizarla.

Leila por fin reaccionaba del todo, mostrando finalmente la lucidez que tanto necesitaba en esos momentos, y sin perder tiempo alguno comenzaba a interrogar a la enfermera sobre lo sucedido en la sala de operaciones. Ésta por su parte era tomada por sorpresa, hacía escasos minutos había tomado el turno, sin darle tiempo de interiorizarse sobre su caso, por lo que no lograba hilar respuesta alguna.

Luego de unos estresantes minutos, la enfermera salía de la habitación, no sin antes asegurarle que en pocos minutos el médico iría a hablar con ella, pues era la persona idónea para responder todas sus interrogantes. De nueva cuenta Leila se quedaba en compañía de la soledad dentro de aquella fría habitación. Con miedo llevaba su mano derecha sobre su vientre, sin embargo no lograba notar diferencia alguna.

Poco y nada recordaba sobre lo ocurrido mientras se llevaba a cabo el asesinato. No tenía cabeza para comenzar a especular, lo mejor era esperar a que fuese el médico quien le diese la noticia que no quería, pero que necesitaba escuchar… por fin había abortado a la criatura.

Por otra parte en la mansión, ni Quentin ni sus hijos notaban su ausencia. Dexter y Bernardo se la pasaban sumidos en sus respectivas habitaciones, ajenos a lo que ocurría en el mundo exterior. A sus cortas edades era muy raro verlos jugar o deambular por los pasillos de la mansión, el lugar era una verdadera catacumba, sin luz, sin vida, fría.

La vida llena de dicha y alegría que alguna vez fue parte de aquella enorme mansión no era más que un recuerdo vago. Los juegos, desorden y risas de los niños habían sido desplazadas, relegadas al pasado. Quentin también había sufrido cambios. Dejó de ser aquel padre cariñoso y presente, aquel esposo apasionado y atento, dando paso a un hombre frío e indiferente con su familia, sombrío y lleno de secretos, volcando todas sus fuerzas a su trabajo con el afán de abultar sus arcas monetarias, sin una meta fija, sin un propósito claro.

Tan sólo un error bastó para que toda la familia se derrumbara como castillo de naipes, compartiendo el espacio dentro de aquella enorme mansión solo por costumbre, por aparentar con su círculo de amistades una realidad inexistente en sus vacías vidas. Por extraña razón, aquella noche Quentin arribó temprano a la mansión, cabizbajo y derrotado, no veía buen futuro a lo que estaba ocurriendo con su empresa, sintiendo inútiles sus esfuerzos por sacarla a flote y evitar la bancarota.

Si tan solo pudiera dar con el paradero de Aníbal y lograr que éste le devolviese aunque sea una parte de lo que le había robado, tal vez lograría evitar perderlo todo y reconstruir nuevamente su imperio. Sin embargo, la policía aún no daba con su paradero, manteniendo sus esperanzas pendiendo de un hilo.

Aquella noche hizo lo que hacía bastante tiempo no hacía al llegar, se fue a ver a sus hijos, impulsado por una extraña necesidad en él, la de abrazarlos. Tristemente los encontraría dormidos, algo que le llamó la atención considerando lo temprano que era, pero prefirió no interrumpir el sueño de ambos, optando por encaminar sus pasos hacia el dormitorio principal en busca de Leila.

Necesitaba platicar unos minutos con ella, para entre otras cosas, pedirle disculpas por lo sucedido luego de su último encuentro sexual, pero en el fondo, su motivación era otra, tenía esa necesidad de hablarle, pues llevaban mucho tiempo ignorándose. Para él, aquella conversación de pasillo, o más bien, una nueva discusión entre ambos, debía quedar aclarada.

Se llevaría una ingrata sorpresa al entrar a la habitación y no encontrarla. Notó que la cama estaba tendida, por lo que su primera sospecha fue que Leila no se encontraba en la mansión. Quentin se retiraba a la habitación que estaba usando, desplomándose sobre la cama. Tras mantenerse por largos minutos con la mirada fija en el cielo del lugar, sentía un nudo en su garganta, y sin motivo aparente rompía en llanto.

Por fin se daba cuenta que las cosas no podían seguir así, que estaba perdiendo algo mucho más importante que su fortuna y su empresa, estaba perdiendo a su familia. Su matrimonio se estaba cayendo a pedazos, y sus hijos estaban pagando las consecuencias no sólo de sus errores, sino también los de Leila.

Al día siguiente, tras ducahrse y vestirse, Quentin haría algo que llevaba años sin hacer, impulsado por ese deseo y necesidad de pasar tiempo con sus hijos y su mujer. Ni siquiera pensó en lo que haría, simplemente actuó llevado por ese deseo que nació genuinamente. Se dirigió al comedor para alcanzar a sus hijos antes que éstos se fuesen al colegio, para desayunar con ellos, y de paso darles una noticia.

—Hola niños, ¿y su madre?

—Supongo que aún duerme. —Reaccionaba Dexter, sin levantar la mirada, pues estaba pendiente de su celular.

—Nunca desayuna con nosotros, —aclaraba por su parte Bernardo, despegando por segundos su mirada del celular— Domitila es quien nos da el desayuno.

—¡Apresúrate que ya pasan a buscarnos, estás más pendiente de ese tonto juego en tu celular!

—¡No fastidies Dexter, tú también estás pegado al tuyo!

—Bueno, bueno, les tengo noticias. Hoy no irán al colegio.

—¿Pasó algo padre? —Dexter alzaba una ceja tras la pregunta, pero se limitaba a seguir pendiente de su celular.

—¿Tiene que pasar algo para que no asistan al colegio? —Quentin se acercaba y les quitaba el celular a ambos.

—¡Hey! —Exclamaban éstos al unísono, mirándolo con sorpresa.

—Ya les dije, hoy no irán al colegio. ¿Les parece si nos vamos todo el día al parque de diversiones? —Esbozaba Quentin, dibujando una sonrisa en sus labios.

Los jóvenes se miraban extrañados. Sus mentes no recordaban la última vez que habían asistido al parque de diversiones con su padre. Por lo general era Domitila quien los llevaba cuando estaban aburridos en la mansión, o simplemente querían salir de esas paredes. Ni hablar de la última vez que su madre los había acompañado.

—¿Les parece mala la idea acaso?

—Extraña mejor dicho, —Dexter era el primero en responder— tú siempre estás trabajando.

—No recuerdo cuándo fue la última vez que salimos contigo o con mamá. —Bernardo se sumaba a las palabras de su hermano, y ambos miraban a Quentin— ¿Estás enfermo acaso?

—Puede decirse que sí, digamos que es una enfermedad la que tengo, y ustedes y su madre son la cura perfecta. Iré a despertarla para que nos acompañe. Terminen su desayuno y vayan a cambiar sus ropas para la ocasión, les prometo que pasaremos un día inolvidable.

Sin esperar respuesta, y con la precaución de llevarse los celulares de sus hijos, Quentin los dejaba continuar su desayuno para ir a la habitación a despertar a Leila. Sentía una pequeña victoria lo que había hecho con sus hijos. No solo los había invitado a salir, sino además, les había arrebatado de las manos sus celulares, arrancándolos de ese mundo.

Sin duda su victoria sería completa si Leila accedía a acompañarlos aquel día. Que diera su brazo a torcer y dejara sus diferencias de lado aunque fuese por un día, ese pequeño gesto de su parte sería ideal para sus planes, aunque no veía muy convencidos a sus hijos, tenía la certeza que con el correr del día cambiarían de opinión. Sería un día perfecto.

Como el humo del cigarrillo que se desvanece con cada bocanada, así se esfumaban sus intensiones al tocar la puerta de la habitación y no recibir respuesta alguna, y peor aún, ingresar a ésta y notar que Leila no había pasado la noche en casa. ¿Dónde estaba entonces, qué clase de marido era que no tenía la más remota idea de lo que hacía su mujer, de si pasaba o no la noche en casa?

Solo una persona podía responder a su interrogante… Domitila. Rápidamente se dirigió a la cocina en busca de ésta para obtener la respuesta que necesitaba, pues seguramente se encontraba ahí preparando las colaciones de los niños. Al llegar se encontraba con Manuela, la cocinera de la casa, quien le decía que Domitila había salido hacía escasos segundos a buscar la correspondencia.

—¿Sabes dónde está mi señora? —No perdía nada con preguntarle a ella— Fui a su habitación pero al parecer no pasó la noche aquí.

—¡Ay señor, usted sabe que la señora no me dice esas cosas, de seguro Domitila lo sabe!

—Gracias Manuela… por cierto, prepare algo especial para la noche, no se preocupe del almuerzo, los niños no irán al colegio hoy.

—¿Pasó algo malo señor?

—¿Por qué todos aquí piensan que pudo pasar algo malo porque los niños no irán al colegio?

—¡Ay señor, disculpe por preguntar! Es que con todo lo que ha pasado con su hermano.

—No se preocupe Manuela, nada malo pasa, solo que nos tomaremos un día en familia.

—¡Qué bueno escuchar eso señor, —expresaba con felicidad la cocinera— harta falta que le hace a sus hijos salir de aquí y sobre todo, desconectarse de esos aparatos electrónicos! Ellos son jóvenes, necesitan estar al aire libre. Y a usted y a la señora también les hace bien desconectarse de los quehaceres, sobre todo a usted señor, que se lo pasa trabajando.

—No se preocupe Manuela, pretendo que las cosas cambien aquí.

—¿Y como qué quiere que prepare para la noche el señor?

—Lo dejo a tu elección.

—¡Ay señor, les preparaé algo muy delicioso entonces!

Apenas daba unos pasos fuera de la cocina, y Quentin se topaba con Domitila, quien sorprendida lo miraba con la correspondencia en sus manos. Una mujer de edad ya, quien conocía a Quentin desde pequeño, pues había trabajado con sus padres, y tras la muerte de éstos, le había pedido quedarse y continuar trabajando con él, lo que ella gustosa aceptó.

—¡Ay joven Quentin, qué susto que me dio! Pensé que se había ido a trabajar ya.

—¡Hoy no trabajaré Domitila, —éste se mostraba entusiasmado, cosa que llamó la atención de la mujer— decidí tomarme el día!

—¡Pero qué agradable noticia, ya decía yo que en algún minuto lo haría!

—¿Sabe dónde está Leila? Fui a su habitación pero por lo visto no pasó la noche aquí.

—Ay mi niño, ¿no le avisó?

—¿Avisarme qué?

—Pues a mí me dijo que saldría unos días donde una amiga que lo estaba pasando mal, pero no me dijo qué amiga ni adonde.

—Rayos, eso arruina mis planes para hoy. ¿Tampoco dijo cuándo volvía?

—Pues no. ¿Y no intentó llamándola a su celular?

—La verdad no. Creí que había salido temprano, aunque me llamó la atención que la cama se encontrara tendida.

De entre sus ropas extraía su celular y llamaba al número de Leila, pero éste se encontraba apagado. Intentó nuevamente pero el resultado fue el mismo. Solo se limitó a dejarle un mensaje de voz, pidiéndole que apenas encendiera su celular se comunicara con él. Un tanto desilusionado y preocupado al no poder comunicarse con ella, le pedía a Domitila que si tenía noticias le informara de inmediato, dirigiéndose al comedor para darle la noticia a sus hijos.

Pero los jóvenes no se encontraban ahí, estaban en la sala, buscando en el televisor alguna película para ver. Al notar esto, Quention les llamaba la atención, no sin antes preguntarles por su madre.

—Leila no está, ¿saben a dónde fue?

—Ni idea, yo por lo menos no la he visto. —Dexter se encontraba tirado en uno de los sillones, y control en mano, cambiaba de canal buscando alguna película que fuera de su interés en la plataforma a la cual había ingresado.

—¿Quiere decir entonces que no saldremos, tendremos que ir al colegio? —Bernardo por su parte ya se había hecho de la idea de faltar al colegio.

—¡Para nada, dame ese control, —Quentin le quitaba de las manos el control remoto a Dexter, apagando el televisor y dejando sobre la mesa de centro dicho control— ¡a cambiarse de ropa, nos iremos al parque de diversiones sin su madre, ella se lo pierde!

—¿En serio saldremos los tres? —Dexter se mostraba un tanto exceptico.

—¿Tengo cara de estar bromeando acaso?

—¡Vamos Dexter! —Exclamaba un entusiasmando Bernardo.

Los jóvenes se dirigían a sus respectivas habitaciones para cambiar sus vestimentas, convencidos de que aquella salida que su padre les había anunciado no se vería truncada por la ausencia de su madre. Tras quedar solo en la sala, Quentin volvía a llamar a Leila, sin embargo el celular de ésta seguía apagado. Respiró ondo para tranquilizarse, no quería que sus planes se arruinaran por culpa de Leila, ya tendría tiempo de hablar con ella cuando regresara.

De igual manera se dirigía a la habitación de Leila para cambiar su vestimenta, pues gran parte de su ropa aún se encontraba ahí. No era apropiado ir al parque de diversiones con una corbata rodeando su cuello. Quería llevar ropas más cómodas para la ocasión y así disfrutar aquel día con sus hijos. En su camino se encontraba con Domitila, quien al verlo tan jobial, no podía perder la oportunidad de hablarle.

—¿Pasa algo Domitila, por qué me mira así?

—¡Ay mi niño, si usted supiera cuántas veces soñé con verlo así!

—¿Cómo así?

—¡Feliz mi niño, feliz!

—¿Tanto cambié en estos años?

—Mucho mi niño, mucho, —murmuraba entre sollozos la mujer, tomándolo por las manos y esbozando una tierna sonrisa— desde que fallecieron sus padres. ¡Pero yo tenía fe, le rezaba todas las noches a la virgencita para que volviera mi niño!

—Gracias Domitila, gracias por creer en mí todavía.

—Yo creí que lo perdería después de lo que el niño Aníbal le hizo. Pero usted es un hombre fuerte, con un corazón enorme mi niño.

—Pero enceguecido por el trabajo, —murmuraba con un nudo en la garganta— por mi trabajo hice a un lado muchas cosas.

—¡Mi niño, no se mortifique por eso, siempre hay tiempo para enmendar el camino, y usted lo está haciendo! ¡Un peso más o uno menos en los bolsillos no es lo importante, y lo sabe!

—Estaba perdiendo algo más importante, ¿cierto?

—Ya sabe lo que tiene que hacer, aún está a tiempo. Yo siempre voy a estar para usted, para apoyarlo y cuidarlo.

—Me conoces desde siempre, —Quentin la soltaba de las manos para limpiarse los ojos y evitar derramar lágrimas delante de aquella mujer— siempre viste en mí más de lo que incluso yo veía.

—No se deje vencer… recupere a sus hijos, a su mujer… a su familia… es lo único que importa.

Aquella mujer que llevaba años a su servicio, con sus palabras y cariño, siempre se alzaba como una figura de importancia para uentin, no solo por haberlo criado y estar a su lado desde pequeño, sino por ser una figura que inspiraba confianza en él. Nunca ponía en duda sus sabios consejos, pese a que estos eran escasos hacía muchos años.

Mejor dicho, no eran tomados en cuenta de la manera en que debían serlo, ya que Quentin, en su mundo ajetreado de trabajo, poco y nada la escuchaba cada vez que ésta se acercaba a hablarle. Cosa distinta en esta ocasión en particular. Si bien, su mundo financiero se estaba cayendo a pedazos, sería precisamente esto lo que remecería esa fibra dormida en su interior, abriéndole los ojos y mostrándole que estaba perdiendo algo más que dinero.

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