La decisión de Leila.
Ocho años atrás...
La gran diferencia entre los hermanos era precisamente esa, la independencia por parte de Quentin, quien solo acudió a la fortuna de sus padres a modo de préstamo para cumplir su sueño, a diferencia de Aníbal, quien era un vividor y aprovechaba cuanta oportunidad se le ponía en frente con tal de obtener algo a su favor, sin importarle si en el proceso alguien resultara dañado.
Por este motivo precisamente los hermanos no habían logrado reclamar la herencia de sus padres, dada la exigente cláusula que éstos tenían en su testamento, la que tenía que ver directamente con Aníbal. Y si éste no cambiaba el estilo de vida que llevaba, jamás podrían tocar un centavo, lo que para Aníbal, en este caso, era algo que debía resolver a como dé lugar.
—¿Quién te llamó? —Le preguntaba Aníbal a Ernesto.
—Era el abogado de Quentin.
—¿Y qué rayos quería hablarte a esta hora de la noche el infeliz ese? —Aníbal se mostraba molesto ante aquella sorpresiva y extraña llamada, la cual se gestaba en un horario que según él, no era el más propicio, ignorante de los horarios de trabajo con los cuales comúnmente contaban los abogados— ¿Supongo que no estás haciendo cosas a mis espaldas?
—¿Tú ves maldad en todos lados por lo visto? Como si todo el mundo estuviera en tu contra.
—Solamente soy precavido. —Argumentaba éste.
—Pues no tienes nada de qué preocuparte, —le decía Ernesto para tranquilizarlo— fue solo una llamada de trabajo entre colegas.
—¡Sí claro!
—Me pidió aplazar nuestra reunión para la tarde, eso es todo, —le aclaraba en el acto— la documentación que se requiere no puede estar lista de un día para otro, ¿imagino que eso lo entiendes?
—¡Claro que lo entiendo, —exclamaba éste— solo pedí temprano la reunión para fastidiar a ese hijo de perra, nada más!
—Bueno, como sea. Imagino que ahora me contarás en detalle qué es lo que te traes entre manos, ya que todavía no entiendo del todo lo que sucede entre ustedes. Por tus actitudes intuyo que le tienes un rencor enorme a tu hermano, sin embargo no entiendo el motivo de ello.
—No es rencor mi amigo, —le aclaraba Aníbal, estirándose a placer en el sillón en el cual se encontraba sentado, mientras degustaba su taza de café, la cual había recibido minutos antes de manos de la secretaria— ¡es odio!
—Ese fundamento de odio es el que no entiendo, —argumentaba desde su escritorio Ernesto, quien apenas se encontraba revolviendo su taza de café— entiéndeme una cosa, debo entender tus motivaciones hacia tu hermano, si no sé todo lo que esto conlleva, mi tarea se vuelve en extremo difícil, debo saberlo todo Aníbal.
—¿Qué rayos quieres que te diga, que siento celos del éxito de mi hermano, que todo lo que ha logrado ha sido en base a su esfuerzo, sin ayuda de nadie, que me hierve la sangre el ver la facilidad que tiene para los negocios, incluso la familia que logró formar? ¡Yo soy un maldito parásito y él es un puto independiente, siempre lo ha sido!
—Ya veo, —decía Mateo un tanto sorprendido ante aquel inesperado desahogo que mostraba Aníbal— necesitas con urgencia ayuda psicológica.
—¡Lo que necesito es destruirlo, aplastarlo como si fuese una cucaracha, que me suplique piedad el maldito bastardo! —Exclamaba éste, reincorporándose del sillón, claramente ofuscado— ¡Y de paso demostrarle a todos lo equivocados que están!
—¿Cuál es tu plan entonces?
—¿Tienes aquí algo mejor que una taza de café? —Preguntaba por su parte Aníbal, quien lejos de ponerse serio, quería seguir de fiesta— De lo contrario la noche se me hará eterna.
—Eres un fastidio, ¿lo sabes, cierto?
—Desde siempre, ¿crees que me importa eso?
—Tengo una botella de whisky, si te apetece.
—Será suficiente para empezar, —decía éste— mientras degustamos ese licor te contaré cual es mi plan.
Las horas son eternas, el reloj parece burlarse del tiempo, como si en su lento caminar jugase con él, dando la impresión que cada hora que marcaba fuese tan solo un minuto. Los párpados cada vez se sentían más pesados, y los músculos contracturados sonaban con cada movimiento, o quizás aquellas sensaciones tan desesperantes eran producto de su imaginación y el estrés que consigo cargaba Quentin a consecuencia de todo lo ocurrido las últimas horas.
¡Qué iluso pensar que con la captura de Aníbal por parte de la policía todo el calvario llegaría a su fin! ¿Quién en su sano juicio pensaría algo así? Cualquier ser humano en estas condiciones encontraría un grado de alivio, sin embargo se trataba de Aníbal, y con él como culpable en busca de redención y de ser la víctima en todo esto, Quentin estaría lejos de encontrar un grado de tranquilidad dentro de la tormenta que atravesaba.
Aunque confiaba en la justicia y que todo esto llegaría a buen puerto, debía ser precavido, pues desconocía las intenciones que en lo más recóndito de su ser guardaba su hermano hacia él y su familia. Apenas llevaba dos días de haber aparecido, y Aníbal ya estaba causando estragos en la vida de Quentin, pero ahora que sabía casi con certeza a qué atenerse, éste haría lo imposible por hundir en la cárcel a su hermano, cueste lo que cueste.
Muy temprano por la mañana, Quentin salía de la mansión en dirección a la oficina de Mateo, apenas contando con tiempo para cruzar palabra con Leila, quien por su parte se mostraba un tanto esquiva en entablar algún tipo de conversación concerniente a Aníbal, limitándose solamente a desearle suerte a su marido, pues aquel día podría ser el comienzo de una nueva vida para la familia, podían recuperar todo cuanto les habían arrebatado, o bien, terminar de perderlo todo a manos de Aníbal.
Leila permanecía sollozante en su habitación, tendida sobre la cama y con la mirada perdida en el cielo de ésta, sin tener claridad alguna de lo que ocurriría en su vida tras su salida del hospital, y lo ocurrido durante esas horas de terror vividas. Pensaba una y otra vez si su decisión había sido la correcta aquel día, en especial con la aparición de Aníbal y la posibilidad que Quentin tenía de lograr recuperar, quizás no todo, pero sí gran parte de lo robado por éste.
Las vueltas de la vida siempre son un verdadero enigma, las decisiones que hoy tomamos impulsadas por lo que estamos viviendo en el momento, pueden repercutir en el futuro de manera impensada. Y ahora Leila debía resolver aquello, aquel futuro que a pasos agigantados le estaba dando alcance, ya que su mundo podía derrumbarse en un abrir y cerrar de ojos, y por desgracia todo estaba en manos de Aníbal.
A pesar de cargar consigo un estrés descomunal el último tiempo, Quentin se mostraba diferente con Leila, intentando acercarse a ella en cada oportunidad. Después de todo lo sucedido, éste por fin se había dado cuenta que lo más importante que tenía no era ni su fortuna, ni sus hoteles, ni su posición dentro de la alta sociedad, lo más importante era su familia, a la cual por muchos años había sacrificado en pos de alcanzar aquel estatus que estaba a punto de perder del todo a manos de su hermano.
Sin embargo, y a pesar de haberlo notado, Leila permanecía distante, apática e indiferente, lo que era muy entendible desde su punto de vista, pues aquel al que amaba con todas las fuerzas de su corazón, no le podría perdonar de la noche a la mañana tanto abandono, tanta presencia ausente.
Quentin estaba consciente de ello, por lo que no la presionaba en lo absoluto, sabía que debía trabajar mucho para volver a enamorar a aquella mujer que por largo tiempo lo esperó, la que se enamoró de él cuando apenas era un chiquillo lleno de ilusiones, sueños y metas por cumplir. En su mente aún estaba el recuerdo fresco de aquella mañana cuando por primera vez tuvo la suerte de verla precisamente, en aquella humilde hospedería.
—Vestido ceñido al cuerpo, un vestido rojo de prudente escote, recuerdo que tenía un cuello blanco, —decía Quentin al entrar a la habitación que no hace mucho tiempo atrás compartía con Leila— un cuello bordado en sus orillas, ¿eran flores cierto?
—Sí, eran flores las que tenía bordadas.
—Recuerdo verte entrar con tu maleta en compañía de una mujer de similares características físicas a las tuyas, solo que unos centímetros más baja. Yo estaba en la recepción ordenando unos documentos cuando la campanilla que colgaba en la puerta sonó, y al levantar la vista te vi. En ese momento supe que... —Quentin daba un largo suspiro, mirándola a los ojos con un tanto de vergüenza— que habías llegado para quedarte por siempre en mi vida.
—Recuerdo que te quedaste anonadado al verme, no me despegabas la vista de encima, parecías una estatua de carne y hueso, —le respondía ésta, recostada al borde de la cama, con rostro radiante y un tono de voz dulce— ¿sabes qué me gustó de ti ese día?
—La verdad nunca me dijiste qué fue lo que provoqué en ti.
—Que tú marcaste una diferencia con el resto de los hombres que había conocido hasta ese momento, tú clavaste tu mirada en mis ojos, y no te despegaste de ellos ni por un segundo.
—Tu mirada llena de luz me deslumbró, —le revelaba éste, sentándose junto a ella y tomándole una de sus manos— el brillo en tus ojos fue algo maravilloso, jamás había visto algo así.
—Recuerdo que mi hermana hablaba con el chico de la recepción, y de cuando en cuando te quedaba mirando fijamente, y tú no te dabas ni por enterado.
—¿Qué nos pasó mi amor? —Le murmuraba éste.
—La vida nos cambió con el correr de los años Quentin, eso pasó. Tú cambiaste mucho, por largos años te volviste en un hombre ausente, —le respondía con tono triste— poco a poco te fue consumiendo un mundo del cual no pudiste escapar.
—Fui un idiota, no me detuve a pensar en ti, ni siquiera cuando llegaron nuestros hijos pude escapar de ese mundo, me absorbió por completo, —avergonzado por sus palabras, por primera vez en mucho tiempo Quentin era sincero con Leila— mi discurso siempre fue el mismo, que todo lo hacía para tener un futuro mejor.
—Y mira donde estamos ahora Quentin, —ella le soltaba la mano y volteaba su rostro para evitar mirarlo mientras le hablaba— distantes, viviendo bajo el mismo techo como dos extraños, durmiendo en diferentes habitaciones muchas veces, y a un paso de perderlo todo, todo por cuanto luchaste por años.
—¿Y si hoy lo pierdo todo Leila, —preguntaba éste, posando con delicadeza su mano en la mejilla de Leila, volteando su rostro para que ésta lo mirara a los ojos— también perderé a mi familia?
—Eso solo depende de ti.
Temeroso al rechazo, Quentin se acercaba lentamente a Leila con la intensión de probar el néctar de sus labios, un beso sería más que suficiente, sabría que aún tenía una mínima esperanza de tomar aquellas cenizas casi extintas, para volverlas una llama de amor desmedido como el que alguna vez hubo entre ambos, un vago recuerdo latente de ello.
Sin embargo, su temor fue más grande en ese momento, si Leila rechazaba el contacto con sus labios, sería un golpe bajo y más que merecido. Solo se limitó a bajar el rostro de su amada con sus manos y darle aquel beso en su frente, acompañado de un largo suspiro.
—Debo irme mi amor, —decía éste luego de ello, levantándose de la cama- intentaré recuperar aquello material que perdí.
—Espero que tengas suerte con ello Quentin.
—Sin embargo, una cosa es segura.
—¿Qué cosa?
—Que sin importar si hoy gane o pierda mi patrimonio, hay algo que no estoy dispuesto a perder, algo por lo que deberé de luchar para recuperar, y eso es lo más importante. Ya fue mucho tiempo perdido y me arrepiento de ello.
—Ya te dije, solo depende de ti. ¿Y según tú, qué es lo más importante?
—Mi familia, mi familia es lo importante, —le aseguraba éste— y perdón por tardar tanto en darme cuenta, perdón por estar tantos años enceguecido.
—Ya vete Quentin, —murmuraba ésta, mirándolo con ternura— ve a pelear por lo que tanto te sacrificaste. Cuando vuelvas, tu familia estará aquí, donde siempre ha estado esperándote.
—Gracias mi amor, de verdad gracias. Te amo.
—Yo también te amo, nunca he dejado de hacerlo.
Tras aquella conversación y esas últimas palabras por parte de Leila, Quentin salió de la habitación con el pecho erguido, sentía una explosión indescriptible en su dormido corazón, como si volviera a retomar esos latidos de amor casi extintos. Sentía dicha en todo su ser y por sobre todo, un optimismo para afrontar lo que se venía, sin importar el resultado de aquella lucha de poder en la cual se veía envuelto con su hermano.
En ese breve instante la presión y ahogo desaparecieron, dándole la tranquilidad que necesitaba de manera imperiosa, y de paso aclarando su mente de todo el caos que lo atormentaba. Con la certeza que todo saldría bien aquel día, tomó rumbo hacia la oficina de Mateo para afinar los últimos detalles y documentos con la férrea intensión de darle cara a su hermano y demostrarle que fuese cual fuese su plan para derrumbarlo, éste fallaría.
Ahora no solo debía pelear por aquel imperio que por años había forjado, también debía pelear por su familia, y esa lucha en especial era la que debía sortear con éxito sin importar el costo a pagar. Al llegar a la oficina de Mateo, ambos se volcaban en terminar de redactar los documentos necesarios, contando con el tiempo limitado ya para terminar con todo. Las horas se volvían eternas antes de que se llevara a cabo dicha reunión, y los nervios carcomían por completo a Quentin, quien impaciente consultaba una y otra vez su reloj, a ratos dándole la impresión que éste detenía su andar a propósito.
Por otra parte, en la mansión, Leila tenía un mal presentimiento respecto a esa reunión que su esposo sostendría con su hermano, lo conocía muy bien como para ignorar sus intenciones, sabía que las cosas no le serían fáciles a Quentin, y que más que lo material que tuviera que sacrificar para salir con bien, resultaría herido en lo más profundo de su corazón. Con esto entorpeciendo y nublando su mente, y sin la certeza de qué era lo mejor, tomaba la difícil decisión de llamar por teléfono a Quentin, con la esperanza que no se encontrara ya en aquella reunión tan importante.
Ya no podía soportarlo más, debía decirle a su amado lo que en verdad ocurría, los reales motivos por los cuales se mantenía tan lejana de él desde hacía varios meses, y que terminó por desgracia con la vida de una inocente criatura. Sin embargo, por más llamadas y mensajes que le dejó en el celular, no hubo respuesta alguna de su parte, lo que la hundió en una desesperación que nubló aún más su juicio, por lo que tomó la decisión de llamar a Mateo, el abogado de la familia.
Por desgracia tampoco obtuvo respuesta alguna. Su mente llena de dudas e incertidumbre comenzó a jugar a placer con su juicio, pensaba en que la reunión ya se celebraba, y que Aníbal arremetía con todo en contra de ella. Viéndose envuelta en un mar de dudas, pero con la certeza de que al llegar Quentin, todo se acabaría entre ambos, tomó su celular y llamó a su hermana, buscando refugio en ella. Necesitaba un lugar donde poder llegar junto a sus hijos, y qué mejor que la hacienda Casablanca, donde se sentiría protegida a pesar de la oscuridad y el secreto que albergaba en su corazón.
—¿Aló, Beatriz? Soy yo.
—¡Hola hermanita, tanto tiempo!
—Necesito pedirte un favor enorme.
—¡Claro hermanita, tú dirás! ¿No me digas que tienes problemas con Quentin otra vez?
—Por el momento no, pero no tardan en hacerse realidad. —Le aseguraba ésta con voz nerviosa.
—¿Descubriste si en verdad te está siendo infiel? —Indagaba Beatriz al otro lado de la línea.
—No, por ahora nada, —le aseguraba ésta— por el contrario, el problema se generará una vez que acabe la reunión que en estos momentos sostiene con Aníbal.
—Vi en los noticieros que por fin lo habían capturado, —le decía ésta— pero preferí no llamarte para no molestar. Imagino por lo que están pasando.
—Pues las cosas no tardan en ponerse peor, es por ello que necesito irme lejos de aquí, hay mucho que debes saber.
—Las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para ti y mis sobrinos, puedes llegar cuando quieras hermanita.
—Gracias, llegando allá te pongo al corriente.
Tras colgar la llamada, y sin medir las consecuencias de sus actos, llamó a Domitila, dándole instrucciones de que preparara un par de maletas para Bernardo y Dexter, mientras por su parte, Leila hacía lo propio. La mujer se mostraba sorprendida ante semejante petición, pero prefería no indagar más allá, sabía que las cosas no estaban bien como para hacer algún tipo de pregunta, limitándose a realizar lo solicitado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro