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¿Dónde está Pandora?

Bastarían un par de minutos para que Armando volviera en sí, dirigiendo su mirada hacia Facundo y esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción. Éste por su parte no entendía aquella mirada, su rostro reflejaba no solo la extrañeza del momento, sino lo que le había dicho a la pequeña, por lo que un tanto dubitativo en sus palabras, rompía aquel silencio entre ambos.

—¿Es idea mía, o a mi hija le bastaron unos cuantos pucheros para convencerlo patrón?

—¿Es lo que crees mi amigo?

—Por desgracia para ella, ambos sabemos que Temible tiene sus días contados en esta hacienda.

—¿Facundo, hace cuánto que nos conocemos? —Armando posaba una de sus grandes y velludas manos sobre su hombro.

—Bastantes años diría yo, no lo sé con exactitud, —reconocía éste, un tanto extrañado por la inusual pregunta— no comprendo su duda patrón.

—¿Tú crees que unos pucheros son artimaña suficiente para convencerme mi amigo, en especial a mi edad?

—Pues le acaba de decir a Pandora que le regalaba a Temible, y ambos sabemos que con el trato que usted ha hecho…

—Tranquilo mi amigo, —le interrumpía éste— sé muy bien las dimensiones de la alianza en la que nos embarcamos.

—¿Y entonces patrón, no comprendo, qué fue todo esto? 

—Temible sin lugar a dudas nos reportaría dividendos importantes con su venta, pero seamos honestos Facundo, es una fiera indomable, —Armando tenía la claridad suficiente como para darse cuenta de algo tan obvio, y ante la mirada incrédula de Facundo, quien aún no entendía el meollo del asunto, le costaba asimilar la realidad— es por eso que al firmar el contrato, puse una pequeña cláusula en él.

—¿Quiere decir entonces? —Facundo ya entendía hacia donde iba la conversación.

—Así es mi amigo, Temible no está a la venta. —Le aseguraba éste— Ambos sabemos que sería imposible que algún potencial comprador tomase semejante riesgo al adquirirlo.

—¿El regalárselo fue entonces un pretexto para justificar que Temible no se venderá? —Facundo entendía por fin el motivo por el que Armando se lo había regalado.

—Por el contrario mi amigo, —corregía éste a Facundo— es mi decisión que tu hija desde hoy sea la dueña de Temible.

—¿Supongo que no habla en serio patrón? —Más que esclarecer la situación con lo que le explicaba, Facundo se confundía más.

—Hay una conexión muy especial entre ellos, sería muy cruel de mi parte el separarlos, ¿no lo crees? Todos aquí saben que desde que se conocieron la vida de Temible cambió, y ni hablar de la pequeña. Son el uno para el otro.

—Pero patrón, considero que debería por lo menos pensarlo un poco.

—Tuve tiempo suficiente para pensarlo.

—Pues déjeme decirle que me tiene totalmente sorprendido, no sé qué pensar ya.

—Te conozco Facundo, sé lo que estás pensando aunque tú no lo tengas claro en este momento, las cosas con Temible seguirán igual, no tendrás que realizar gasto alguno para mantenerlo. —Le aseguraba Armando, pasando su mano derecha por su frondosa barba.

—¡Patrón, después de semejante regalo no puedo permitirme algo así!

—Es mi decisión mi amigo, —reiteraba éste— y conoces de sobra los motivos.

—De acuerdo patrón, no comparto su decisión pero la respeto, que así sea entonces. Aunque esto me generará un gran problema, —le decía Facundo, rascándose la cabeza y posando su mirada a lo lejos, exactamente donde Pandora y Gabriela se encontraban— usted sabe bien que a mi mujer no le agrada mucho que Pandora cabalgue, en especial si se trata de Temible, ella aún no entiende que ese animal solo se da con ella, ¿cómo le explico ahora que usted se lo regaló?

—¡Tranquilo hombre, que de eso me preocupo yo! —Exclamaba entre risas Armando, quien de la mesa que a sus espaldas estaba, tomaba un par de copas de vino, extendiéndole una a Facundo y alzando la suya en señal de brindis— ¡Estamos celebrando mi amigo, deja las preocupaciones para mañana, brinda conmigo que yo después hablaré con ella!

—No piense que le tengo miedo a mi mujer patrón.

—¡No se nota en lo absoluto mi amigo, en lo absoluto!

Las festividades se extendieron hasta altas horas de la noche, y entre la gente reinaba la felicidad y un poco de temor por el futuro que se venía para todos en la hacienda. Pandora iba de un lado a otro junto al resto de niñas y niños presentes, y a pesar de que eran mayores que ella, sin problema la integraron a sus juegos. Pero a medida que la noche se dejaba caer y los asistentes poco a poco se retiraban a sus casas, la cantidad de niños disminuía también, llegando a un punto en que la pequeña se quedaba sin niños para jugar.

Por esta razón, y antes de que el sueño la venciera, decidía escabullirse a las caballerizas para estar unos minutos en compañía de Temible, quería ser la primera en darle la buena nueva. Su inocencia no le dejaba ver la preocupación que generaría con esto en los adultos cuando notaran su ausencia, ella no pensaba en ese pequeño detalle pues solo quería ver a su adorado alazán. Al ver a la pequeña, el corcel comenzó a relinchar y mecerse de un lado a otro, dándole la bienvenida.

Ella por su parte saltaba y aplaudía de alegría, más aún al verlo pasar su enorme cabeza entre los fierros de la reja para dejar que ella lograra tenerlo cerca para acariciarlo, y poco a poco sus pequeños ojos comenzaron a cristalizarse con lágrimas de felicidad por lo que iba a decirle. ¿Acaso el alazán comprendería lo que ella llena de júbilo le contaba? Quizás esto es algo que solo ellos saben, crearon lazos de amor tan fuertes que no cualquiera podía tan solo comprenderlo.

—¡Hola Temible, caballito lindo, ya te quería ver! ¿Sabes algo? El tío Armando dijo que ahora yo me podía quedar contigo caballito, —Pandora llena de felicidad le contaba la gran noticia, mientras acariciaba la quijada del alazán. Éste por su parte la miraba con sus enormes y negros ojos, moviendo sus orejas como si prestara atención a sus palabras— yo te voy a cuidar, y te voy a querer mucho Temible, nunca te voy a dejar solito.

Poco a poco, los bostezos comenzaron a manifestarse en ella, se sentía soñolienta y lo demostraba pasando una de sus manos por sus ojos, queriendo evitar que el sueño la venciera. Por su parte el alazán se mantenía quieto, su cola se mecía levemente de un lado a otro, conservando su cabeza entre el enrejado para sentir las caricias de la pequeña, quien cada vez bostezaba más. Hasta que ya no aguantó más, y decidió abrir la reja para entrar a la caballeriza.

Jamás había hecho algo semejante sin la supervisión de un adulto, por lo que no sabía cómo reaccionaría el alazán. Sin embargo, aquel impulso que nació desde lo más profundo de su corazón fue más fuerte que el potencial peligro al que se exponía, por lo que no midió las consecuencias. Estaba invadiendo el espacio de un animal que a pesar de ser de una raza dócil por naturaleza, éste en particular era lo opuesto, y aunque había un lazo muy fuerte entre ellos, no quitaba el hecho de que también podía ser traicionero.

Por su parte en el barracón, poco a poco la gente disminuía en número, quedando entre los presentes el dueño de casa, Armando, Beatriz su esposa, Leila, Gabriela, Facundo, unos cuantos obreros que residían en la hacienda, entre ellos el custodio José y Rigoberto, junto a las empleadas encargadas de la cocina. Éstas últimas, con la ayuda de un par de obreros se encontraban ordenando y juntando la gran cantidad de vajilla utilizada durante la celebración.

Por otro lado, arrimados a una de las mesas, Armando compartía una copa de vino con Beatriz, en compañía de Leila, mientras Facundo se encargaba de apagar el fuego. Gabriela despedía a los últimos asistentes que se retiraban ya, recordándoles que por disposición de Armando, todos tenían permitido retomar sus funciones al medio día para darles más tiempo a descansar, dado lo extensa se había vuelto la festividad. Ésta al mirar su reloj y percatarse que ya daban las 11 de la noche, extrañada comenzaba a mirar a su alrededor. Hacía rato que los últimos niños habían abandonado el lugar junto a sus padres, y solo en ese instante se dio cuenta que Pandora no estaba a la vista. En cosa de segundos comenzó a recorrer el barracón, mirando bajo las mesas y tras los muebles que a su andar encontraba.

Pandora tenía la manía de esconderse en cualquier lugar donde su cuerpo cupiera, y tomando en cuenta la hora de la noche, lo más probable era que de tanto jugar de un lado a otro con los niños que asistieron, se hubiese quedado dormida en algún lugar. Su desesperación y nerviosismo fue en aumento a medida que recorría el lugar sin encontrarla, llamando la atención en primera instancia de Facundo, quien llevaba unos segundos observándola. Éste se acercaba sigiloso a Gabriela para salir de la interrogante, evitando llamar la atención de los presentes.

—¿Cómo que Pandora no está? —Le murmuraba Facundo tras preguntarle qué estaba haciendo de un lado a otro— ¿Segura que no se fue a dormir ya?

—La última vez que la vi estaba jugando con unos niños, pero hace rato ya que se fueron, y no la encuentro por ningún lado. —Se notaba lo perturbada que se encontraba con la situación, su tono de voz la delataba— Esta niña tiene la mala costumbre de meterse en cualquier rincón.

—¿Pero dónde se metió esta niña entonces? —Se preguntaba éste, dando un vistazo hacia la mesa donde se encontraba Armando— Hay que buscarla rápido, no pudo desaparecer así como así, todos aquí la conocen así que nadie le haría algo malo, de seguro está escondida por ahí.

—¡Esta niña traviesa, ya verá el castigo que le espera en cuanto la encuentre!

Gabriela estaba pasando rápidamente de un estado de nerviosismo y desesperación por no encontrarla, a la rabia que le provocaban las constantes travesuras de su parte. Justo el día en que recibían una gran noticia que ameritaba la celebración que ya finalizaba, podía cambiar precisamente por culpa de las travesuras de Pandora, quien fácilmente se dejaba llevar cuando una idea se le metía en la cabeza.

—Sigue buscándola aquí, —le decía Facundo— iré a preguntarle a las cocineras si es que la vieron salir de aquí.

—Espero que esté dormida en algún rincón. —Respondía por su parte Gabriela, prosiguiendo con su búsqueda, evitando que el resto notara lo que hacía.

Facundo se acercaba raudo hacia donde se encontraban las cocineras, dirigiéndose primero a Carmela, sin embargo su respuesta no era la que esperaba, pues la mujer llevaba horas sin ver a la pequeña, estaba demasiado ocupada en sus quehaceres. Misma respuesta obtenía de los obreros que se encontraban presentes, nadie había notado no solo su ausencia, sino también el momento en que dejaron de verla.

No pasaría mucho tiempo para que las pocas personas que aún permanecían en el barracón, notaran la ausencia de Pandora, y tras revisar el lugar de pies a cabeza, rápidamente se organizaban para buscarla en el exterior, temiendo que ésta hubiese sufrido algún accidente por salir a jugar a las afueras, y considerando la oscuridad y frío de la noche, debían encontrarla lo antes posible.

Armados de linternas y radios, todos quienes permanecían en el barracón salieron a buscar a la pequeña en medio de la noche y el frío que a esa hora se dejaba sentir con propiedad, y sin saber con certeza dónde se podía encontrar o qué tan lejos había llegado. Siendo una chiquilla de escasos siete años, no tenía noción del tiempo y las distancias, por lo que se podía encontrar en cualquier parte, o lo peor, haberse perdido desorientada por la oscuridad que reinaba.

Gabriela se dirigía hacia la pequeña casa donde vivían dentro de la hacienda con la esperanza de encontrarla dormida en su cama, pero no la encontraba ni en su dormitorio ni en el resto de la casa. Con frenesí, tanto Leila como Beatriz la buscaban dentro de la casona sin éxito alguno. El silencio perpetuo de la noche era interrumpido por los gritos de quienes con desesperación la llamaban intentando dar con su paradero, y cada segundo que transcurría sin dar con ella, era una angustia total. Pandora no daba señales de vida.

Eran alrededor de las 2 de la madrugada ya, y aún no daban con la pequeña traviesa. Gabriela se mantenía en la entrada de la casa esperando a que apareciera, mientras que Beatriz permanecía en la casona, también con la esperanza de que de un momento a otro ésta llegase ahí, pues en el barracón solo estaba Leila. Armando, Facundo, Rigoberto y los obreros que aún quedaban, estaban volcados en las afueras, buscándola por todas partes. Finalmente sería Rigoberto quien daría la alerta tras encontrarla en las caballerizas.

Al instante todos corrieron hacia el lugar, pues la voz de éste a través del radio sonaba un tanto perturbada, por lo que imaginaban el peor de los escenarios tras el hallazgo. Armando y Facundo eran los primeros en llegar al lugar, y tras ver que Rigoberto estaba parado a las afueras del cubículo donde permanecía Temible, imaginaron lo peor. Éste al verlos llegar les hizo una seña para que no emitieran ruido alguno, por lo que se acercaron a él sigilosamente.

Tras mirar hacia el interior, lo que sus ojos veían los dejaba perplejos, jamás imaginaron que algo así podía suceder, murmurando entre ellos la escena a la cual se enfrentaban. Sería Rigoberto quien le daría a Facundo la instrucción de ir hacia la entrada de las caballerizas, pues las mujeres no tardarían en llegar, y por ningún motivo podían entrar a gritos, pues aquello podía desencadenar una reacción negativa por parte del alazán, lo que complicaría aún más la situación que de por sí, ya estaba complicada.

—¡Dónde está! —Exclamaba Leila, quien era la primera en llegar.

—Guarde silencio señora, —le decía Facundo— no debemos alterar al animal, y menos al resto de los caballos, el alboroto sería tremendo. En cuanto lleguen las demás les explico, por ahora guarde la calma por favor.

—¡Cómo quieres que me calme, —alegaba muy alterada ésta— déjame pasar!

—Señora cálmese por favor, ahí viene su hermana junto con Gabriela, ya les explico la situación.

—¡Que no me voy a calmar, y déjame pasar!

—Tranquila señora, ya le dije, si entra gritando como loca va a complicar más las cosas.

Al llegar Beatriz junto a Gabriela, Facundo les explicaba lo sucedido, poniendo énfasis en que debían entrar en silencio al lugar, y tras unos minutos intentando calmarlas, finalmente ingresaban a las caballerizas, dirigiéndose donde aguardaban Armando y Rigoberto. Fue un milagro que las mujeres no pusieran el grito en el cielo al ver la escena que los hombres contemplaban. Sus caras reflejaban la interrogante de no saber con exactitud lo que harían en ese momento.

—¿Alguna idea Rigoberto? —Consultaba en voz baja Armando a éste, quien aún no tenía claridad en lo que harían.

—Créame que llevo rato pensando y no se me ocurre nada, —le confesaba éste— pero de alguna manera tendremos que sacarla de ahí sin alterar a Temible.

—Tú eres el adiestrador más experimentado aquí, —murmuraba por su parte Facundo— conoces las mañas del animal, algo se te ocurrirá.

—De momento nada, créeme. Este animal es muy mañoso y solo se da con Pandora, tal vez por ello es que se encuentra echado junto a ella. Si entramos a lo loco nos podríamos arrepentir.

—Pues no podemos pasar toda la noche aquí mirándonos las caras sin hacer nada, hay que tomar una decisión pero ya. —Decía por su parte Armando, quien le daba una mirada particular a Facundo, posando su mano izquierda sobre el hombro derecho de éste, palpándolo con dos dedos.

—¿Está seguro patrón? —Le preguntaba éste, pues aquello era una ingrata señal.

—No, no lo estoy, —balbuceaba éste— pero llegado el momento, no tendremos alternativa alguna mi amigo. Rigoberto tiene razón, mientras esté calmado y no hagamos nada para alterarlo, la niña estará bien, pero al entrar ahí para sacarla, cualquier cosa puede pasar.

—De acuerdo patrón.

—¿Cargas contigo las llaves cierto? —Interrogaba Armando.

—Siempre, uno nunca sabe cuando sea necesario entrar ahí.

—¿No estarán pensando lo que creo que están pensando? —Interrumpía por su parte Rigoberto, quien los miraba desconcertado por tan drástica decisión.

—Lo sabremos en su momento, —sentenciaba Armando— lo primordial es sacar de ahí a la niña.

—Si sucede, solo espero que algún día logre comprenderlo, —murmuraba Facundo— y que pueda perdonarnos.

Pandora yacía en el suelo profundamente dormida sobre la paja, y junto a ella se encontraba Temible, quien también se encontraba dormido y tendido como si estuviese acurrucando a la pequeña, brindándole su calor para que ésta no sintiera frío. Jamás habían visto que el animal hiciera algo así, y aquello los perturbaba, pues no sabían cómo sacar a la pequeña sin ocasionar que el animal los atacase. Tan solo una patada propinada por él podía ser fatal.

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