Como torre de naipes.
Ocho años atrás…
Debía dejar la mansión antes de que Quentin llegase, pues no tenía cara para enfrentar lo que intuía pasaría en aquella reunión, pero sí tenía claro que más que ganar o perder lo material, ese encuentro entre los hermanos significaría el término de su matrimonio, pues no tenía duda alguna de que ese era el as bajo la manga que manejaría Aníbal para despedazar a Quentin.
Y no solo eso, manejaría tan bien la situación, que envolvería a éste último en su artimaña, lo que le significaría salir victorioso. Mientras ordenaba su maleta envuelta en sus pensamientos, Dexter, el mayor de sus hijos, interrumpía en su habitación, pues no entendía lo que ocurría.
—¿Madre, por qué Domitila prepara nuestras maletas? —Interrogaba el muchacho apenas ponía un pie en la habitación de su madre— ¿Acaso las cosas salieron mal en la reunión?
—Por ahora no te lo puedo explicar, —respondía un tanto sorprendida Leila, pues la verdad no tenía argumento alguno para explicar tan sorpresivo viaje— es solo que haremos una visita larga a tu tía, eso es todo.
—¿Y papá sabe de esto?
—¡Claro que lo sabe pequeño, —exclamaba ésta, lanzando una pequeña, pero necesaria mentira para zafar del incómodo momento— es más, apenas termine con su reunión, tu padre nos alcanzará allá.
—¡No mientras madre! —Le gritaba éste.
—¿Pero por qué lo dices hijo, no te estoy mintiendo? —Le aseguraba Leila, claramente perturbada por la acusación.
—Ambos sabemos que a papá no le agrada ir a la hacienda, —le aseguraba Dexter, dejando en claro que sus palabras no eran veraces— igual que a mí o a Bernardo.
En ese instante, Bernardo aparecía en la habitación para preguntar el motivo del inesperado viaje que venía, pero a diferencia de su hermano mayor, éste era más manejable y hasta cierto punto, le agradaba la idea de ir de visita a la hacienda, cosa que su hermano ignoraba.
—¡Mamá, mamá! —Exclamaba exaltado éste— ¿Iremos a ver a la tía Beatriz?
—Así es pequeño. —Le aseguraba ésta, quien seguía guardando ropa en su maleta, y de reojo miraba a Dexter, quien permanecía a los pies de la cama de brazos cruzados.
—¿Y la tía tiene internet allá, puedo llevar mi consola para jugar en línea con mis amigos?
—Por supuesto que tiene internet, no creas que porque es una hacienda está lejos del mundo moderno, tiene todas las comodidades.
—¡Me parece bien, —exclamaba entusiasmado—entonces le diré a Domitila que la empaque también!
—¡Bernardo, —le gritaba en el acto Dexter, quien le daba una mirada intimidante— tú odias ir a la hacienda y ahora te muestras a favor de este viaje!
—Me da igual, —le respondía encogiéndose de hombros— mientras tenga internet. Además, tú eres quien aborrece ir allá, no yo.
—Bueno, bueno, mejor será que vayan a cambiarse de ropa, —interrumpía Leila— el viaje será largo pues iremos en mi auto, así podremos salir allá a recorrer la ciudad sin tener que depender de nadie.
—¡Yo no pienso viajar a ningún lado! —Le gritaba a secas Dexter, bajando los brazos y empuñando sus manos en señal de descontento.
—¡Dexter, aquí la que manda soy yo, —le gruñía por su parte Leila— harás lo que yo diga y no hay más que decir! Además, tu tía está un tanto delicada de salud, es por eso que iremos a verla.
—¡Me da igual, yo no pienso viajar, no porque nos vea se va a mejorar!
—¡Dexter deja de alegar, soy tu madre, tenme respeto!
—Mamá tiene razón Dexter, —intercedía por su parte Bernardo, quien a pesar de ser el menor de los hermanos, se mostraba pasivo ante la situación, muy diferente a Dexter, quien por lo general era más explosivo y agresivo cuando algo no le era de su agrado— en una de esas el tío Armando nos saca a pasear en uno de sus caballos. Hace mucho que no cabalgamos.
—¡No me importan los mugrosos caballos! —Arremetía sin embargo éste.
—¡Dexter mide tus palabras, —Leila endurecía su voz para llamarle la atención, lanzando unas prendas de ropa dentro de la maleta, pues veía que el mayor de sus hijos le daría muchos problemas en su viaje, y necesitaba contenerlo— no seas sin respeto por favor! Eso no es lo que te hemos enseñado con tu padre.
—¡Me da lo mismo, yo no pienso viajar a ningún lado, me voy a quedar aquí aunque no te guste madre, no me puedes obligar! —Le gritaba furioso éste, dando media vuelta y corriendo hacia su habitación. Leila corría tras él gritándole de la misma manera, y dándole alcance unos pasos antes de llegar a la puerta.
—¡Dexter, desde cuándo eres así de irrespetuoso conmigo! —Le gritaba ésta tras tomarlo de los brazos, sin medir la fuerza que ejercía al apretarlo.
—¡Suéltame, suéltame, —le gritaba éste fuera de sí mientras forcejeaba con ella— le diré a papá que me trataste mal! ¡Suéltame que me estás lastimando, no quiero ir contigo, quiero quedarme con papá!
En un incomprensible arrebato por parte de Leila, le propinaba una fuerte bofetada en el rostro, al tiempo que le exigía respeto, y dejándole en claro que tenía que hacer lo que ella demandaba por ser su madre. Dexter se tomaba la mejilla golpeada mirando a su madre con odio mientras sus ojos se cristalizaban, intentando en vano evitar que una lágrima rodara por su rostro. En ese instante Bernardo aparecía junto a ellos, mirándolos sin entender lo que ocurría, y en especial el por qué su madre lo había abofeteado, siendo que jamás había hecho algo así.
Bastarían unos segundos para que Leila volviera en sí y notara lo que había hecho, pidiéndole perdón a su hijo por el golpe propinado, expresando arrepentimiento por ello y jurando nunca más volver a hacerle algo así. No obstante, las súplicas fueron en vano, quedando en completa soledad en el pasillo luego que ambos infantes se retiraran a sus respectivas habitaciones.
En cosa de segundos Leila se derrumbó de rodillas largándose a llorar, pues no podía entender el arrebato absurdo que había tenido en contra de su hijo. Inútil fue el golpearle la puerta una y otra vez para que Dexter la dejase entrar a su habitación y poder conversar con él lo ocurrido, y por sobre todo, pedirle perdón. Las cosas no estaban resultando como las había planeado, aunque en verdad no tenía claridad alguna de lo que haría, puesto que su juicio estaba por completo nublado, rondando por su mente la idea de que las cosas saldrían muy mal para ella tras la reunión de Quentin y Aníbal.
Con desazón volvió a su habitación y extrajo de su velador unos calmantes, pues los necesitaba con urgencia, ingiriendo varias pastillas con un vaso de agua. Pasarían alrededor de dos horas después del incidente, y Leila se mantenía sentada a los pies de la cama, silente y dubitativa, en su mente perturbada reinaba el caos y no encontraba solución alguna más que aceptar lo que sucedería en su vida.
Dentro de sus pensamientos creía que se estaba volviendo loca, pues sacaba conjeturas de algo que quizás nunca ocurriría, y el mal momento vivido, en especial con Dexter, no sería más que una terrible equivocación. En ese momento, en el umbral de la puerta aparecía la figura de Quentin, quien sin emitir palabra alguna solo la observaba a la espera de que ésta levantara la vista y se percatara de su presencia, notando la maleta a medio armar sobre la cama.
—Quentin, ya llegaste mi amor, —murmuraba ésta tras verlo parado en la puerta— ¿cómo te fue en la reunión, lograste recuperar lo que tu hermano te robó?
—Lo mejor que puedes hacer en este momento, —replicaba éste con voz firme— es terminar de armar esa maleta y largarte de aquí para siempre.
Tras las palabras de Quentin, el silencio fue perpetuo. No cabía duda alguna, las cosas no resultaron bien en la reunión, y las conjeturas por parte de Leila, eran muy a su pesar, una terrible realidad que no tenía idea de cómo afrontar.
—Este… yo… —No podía formular respuesta alguna, aún divagaba en sus pensamientos.
—Si había algo que debías decirme antes de partir… —A paso lento Quentin ingresaba a la habitación, sin despegar su mirada de aquella maleta, pero sus palabras eran interrumpidas por Leila, quien por fin sacaba el habla.
—Te llamé durante la tarde para hablar de ello, necesitaba decírtelo. —Argumentaba Leila, esquivando la mirada penetrante de Quentin, sin siquiera notar que éste ni siquiera se la dirigía.
—Ya es tarde para hablar. Ahora entiendo muchas cosas, tu comportamiento, tu alejamiento, tu manera despectiva y fría de ser conmigo hace tiempo, —Quentin caminaba a paso lento, dirigiendo sus pasos justo frente a Leila, quien permanecía sentada a los pies de la cama con mirada perdida aún— todas las veces que me rechazaste y me acusaste de serte infiel, solo era para justificar tu comportamiento.
—Quentin, no sabes las veces en que intenté decirte las cosas, decirte lo que sucedió aquella noche, cuando Aníbal…
—¡Suficiente, no quiero escucharte!
—¡Escúchame por favor, te juro que no fue mi culpa! —Rompiendo en llanto, Leila alzaba la mirada, pidiéndole a éste que la escuchase.
—¡Claro que lo fue, tú y tus malditas borracheras no tenían límites! Ahora entiendo por qué dejaste la bebida tan repentinamente, —Quentin no lo soportaba más, y comenzaba a descargar toda su rabia contenida— creí que esa etapa ya estaba superada, ¡pero no! Una recaída fue más que suficiente para que te lanzaras a sus brazos.
—¡No es lo que tú piensas mi amor, por favor escúchame!
—¡Termina de armar tu maldita maleta y desaparece de nuestras vidas! —Replicaba un dolido Quentin, quien aún no asimilaba lo que estaba sucediendo— te quiero lejos de mí y de mis hijos.
—¡No por favor, de mis hijos no, no puedes alejarme de ellos Quentin! —Leila se lanzaba al suelo, arrodillándose frente a Quentin y tomándolo fuertemente por las piernas, rogándole que no la separase de sus hijos, y pidiéndole una y otra vez que solo la escuchara— ¡Te lo suplico Quentin, escucha mis palabras!
—¡Basta de súplicas y llanto, ya hiciste suficiente por esta familia, —tomándola por los hombros, la obligaba a reincorporarse y sentarse nuevamente en la cama, solo para mirarla a los ojos y replicar en un tono de voz lleno de dolor y al borde del llanto— la despedazaste!
Quentin se alejó de ella caminando lentamente hacia la ventana, no quería que viera el dolor que le estaba provocando lo que sucedía, no quería que lo viera derramar una lágrima más por ella. En su corazón solo había desolación y desprecio a la vez por aquella mujer que su mundo había derrumbado, ella y Aníbal eran los arquitectos de toda su desgracia. Mientras Leila no hacía más que llorar angustiosamente al borde de la cama, intentando hilar palabras que le ayudaran a hacerle entender a Quentin lo equivocado que estaba.
—Sabías que tarde o temprano la verdad saldría a la luz, —murmuraba éste, mirando por la ventana hacia el exterior— solo me resta hacerte una pregunta, y espero que seas sincera al responder.
—¿Al fin vas a escucharme? —Le preguntaba entre lágrimas Leila.
CUATRO HORAS ANTES…
—En unos minutos debieran estar llegando, ¿estás seguro de lo que vas a hacer Quentin?
—Pues la verdad no, pero de una u otra forma debo recuperar lo que este bastardo me ha robado, no permitiré que disfrute lo que con tanto esfuerzo y sacrificio he construido, eso te lo puedo garantizar.
—Por lo pronto no nos queda de otra que saber qué carta se jugará tu hermano.
—¡Ni me recuerdes que es mi hermano!
—Perdón, perdón, no lo hice con mala intención.
En ese instante, el teléfono sobre el escritorio de Mateo sonaba, era su secretaria quien le avisaba que Aníbal había llegado junto a su abogado, por lo que éste le daba instrucciones que los dejase pasar a la sala de reuniones, colgando de inmediato la bocina y dirigiéndose a Quentin.
—Prepárate que ya llegaron.
—¡Por fin, —un fuerte puñetazo sobre el escritorio antecedía sus palabras— ahora me las pagarás Aníbal!
—Tú solo mantente tranquilo, no te salgas de tus casillas Quentin, primero escucharemos la propuesta que traen, sólo ahí decidiremos que paso daremos.
—Como digas, solo quiero acabar con todo esto de una vez.
Mateo tomó de su escritorio la documentación que tenían preparada antes de dirigirse a la sala de reuniones, donde Ernesto y Aníbal aguardaban a que la reunión diera inicio. La demanda por parte de éste último era lo que esperaban, puesto que exigía la devolución de los hoteles que eran de su propiedad, más una indemnización monetaria equivalente al 50% del valor de cada una de dichas propiedades en la actualidad.
Solo bajo estas condiciones Aníbal accedería a devolver todo lo que de manera indebida se había apropiado. Además, Quentin tendría que retirar los cargos en su contra para limpiar su nombre y dejarlo libre de responder ante la justicia por el fraude. Tras revisar los documentos y sacar sus cuentas, tanto Mateo como Quentin accedían a las demandas de Aníbal y su abogado, por lo que la pugna entre ambas partes se resolvería de manera rápida.
Se habían puesto en el peor de los escenarios antes de la reunión, por lo que solo bastarían unas cuantas firmas por parte de los involucrados, y una declaración por parte de Quentin para agilizar el proceso para dejar a Aníbal libre de toda culpa ante la justicia.
—Me parece muy bien que este problema llegue a buen puerto, —argumentaba satisfecho Mateo, mientras ordenaba los documentos que extraía de su carpeta— después de todo, estamos entre gente civilizada.
—Esa era la idea de esta reunión, —continuaba por su parte Ernesto— que se resolviera todo este mal entendido entre mi cliente y el señor Quentin.
—¿Perdón, dices que todo esto es un mal entendido? —Quentin no podía seguir soportando la tranquilidad que a duras penas había logrado sostener durante toda la reunión.
—Así es señor, es solo un mal entendido. —Con total serenidad, Ernesto reafirmaba sus dichos, lo que no fue para nada bien recibido por Quentin.
—¿Cuánto te está pagando este mal nacido para montar toda esta farsa?
—¿Perdón? Estás ofendiendo mi honra hermanito. —Aníbal por fin sacaba el habla.
—¿Me hablas a mí de honra? ¡Tú no tienes honra maldito bastardo, tú solo eres un maldito vividor y oportunista, no me hables de honra maldito!
—Señor Mateo, le pido por favor que controle a su defendido, —Ernesto se dirigía hacia su colega en un tono un tanto burlesco— de lo contrario me veré forzado a dejar nulo nuestro acuerdo. Mi cliente no le ha faltado el respeto en ningún momento.
—¡Quentin por favor, contrólate, no caigas en el juego de palabras! —Sin siquiera pensarlo, éste le llamaba la atención a su defendido, mal que mal, estaban a un paso de terminar con todo el problema, y una pelea entre los hermanos podría echar a perderlo todo, considerando además, que tanto el abogado de Aníbal, así como éste, no hacían más que provocar a Quentin.
—¡Firma los malditos papeles y acabemos con todo este melodrama que inventaste con tu abogado de mala fama, —exclamaba Quentin, dirigiendo su mirada sobre Ernesto— sí, tengo claro la calaña de abogado que eres, un maldito corrupto!
—No sé de qué habla señor, yo solo cumplo con la ley. —Espetaba éste con total ironía.
—¡La ley del dinero!
—¡Quentin por favor, cálmate! —Mateo intentaba que no se saliera de control la situación, y aunque entendía la frustración y enojo por parte de Quentin, que motivos tenía de sobra para estar así, no podía dejar escapar la oportunidad de zanjar de una vez el conflicto entre ambos. Cosa que Quentin solo entorpecía con sus palabras.
—Intento calmarme, pero este maldito me lo impide.
—Pues no le prestes atención y punto.
Aníbal comenzaba a dar claros signos de estar tramando algo, pues en todo momento dilataba el firmar los documentos, intentando objetar cada punto, cada párrafo, incluso siendo sarcástico ante el cheque sin fondos que según él Quentin le daría. Con ello solo buscaba la manera de lograr que su hermano perdiera la paciencia. Se deleitaba con cada gesto y alegato por parte de éste ante el tiempo que le hacía perder por no firmar pronto.
Ante la insistencia de Quentin para que Aníbal firmara los documentos, y que los abogados corroboraban que todo se encontraba en regla, finalmente los involucrados se disponían a poner punto final a toda la pugna entre ambos. Nadie contaba con que en ese momento, Aníbal cambiaría las reglas del juego, sacando a relucir la jugada maestra que lo cambiaría todo.
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