Hace más de mil años, en el Reino de los cielos nació una criatura que nunca debió haber abierto sus ojos, una abominación que se encargaron de ocultar como el mayor de los secretos, ya que si algo así se descubría podría significar el fin de los Tres Mundos, una criatura lo suficientemente poderosa para derrotar al mismísimo Dios.

Simultáneamente nació un demonio, que estaba destinado a convertirse en un poderoso guerrero y liderar a los suyos, cuyo deber era destruir esa criatura, salvando así a los Tres Mundos.
Todo según la antigua leyenda que todos conocen, pero nadie tiene idea de si es verdadera o no
La leyenda ha circulado desde hace cientos de miles de años, ni siquiera el mismo Dios sabe de dónde provino tal mito, solo que este fue cobrando vida al pasar de los años.

Una abominación nacerá en el Reino puro, más poderoso que ángeles y arcángeles, que querubines y serafines, más que el mismo creador, una criatura mitad ángel, mitad demonio, un ser de la más absoluta belleza, con el corazón más puro de los Tres Mundos.
Ese ser está destinado a crecer entre los suyos como uno más, escondiendo su naturaleza de todos.

Siendo poseedor de un puro corazón, el bien y la paz reinarán en el mundo, pero si su corazón se tiñe de oscuridad la destrucción de toda criatura viviente está asegurada.

Solo habrá un ser capaz de detener tal aniquilación, el héroe provendrá de donde menos se esperaban, solo un demonio con la marca del destino será capaz de poner fin a la maldad.

—¿Piensas seguir callado? —gruñó Lucifer tomando los cabellos del arcángel—. Será mejor que comiences a hablar o te haré mierda Gabriel.

—Ya te dije que no se nada —mencionó para luego escupir un poco de sangre hacia el suelo.

El Arcángel yacía arrodillado, sujeto a fuertes cadenas de hierro, lleno de sangre y moretones, con un montón de heridas en todo su cuerpo, el líquido rojo salía a borbotones por sus heridas dejándolo sin fuerzas.

—Pues no te creo, voy a torturarte hasta que me digas quien es el maldito medio demonio que está allá arriba o te juro que terminaré matándote —amenazó entre dientes, con los puños apretados—, porque mi hijo acaba de nacer ¿y adivina qué? Tiene la puta marca del destino detrás de su oreja derecha.

—El hijo de... —murmuró el arcángel antes de caer inconsciente.

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