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SEGUNDA VIDA (#53)

El momento que da más miedo es justo antes de empezar. Stephen King.

Lisbeth se arrastró por encima y debajo de muchos cadáveres de compatriotas felinos y animales hasta apartarse por completo de la mira de los clones. Había notado que éstos protagonizaban más desencuentros de lo habitual. Ya no actuaban como una masa única y organizada. Ahora, cada uno parecía querer tirar hacia un extremo diferente, pese a ser enviados a cumplir todos la misma misión. Podía sentir el carácter autoritario de un clon, el más callado de otro, el más compasivo, el violento, el reflexivo... 24 clones en total habían salido al campo nevado de batalla con un último clon quedándose en la puerta vigilando y tocándose la oreja para recibir mejor cualquier orden en su auricular.

Estaba sola, con nervios y miedo contenido. Decidió que era el momento de escapar. Trató de seguir sin ser vista lo más que pudo hasta que divisó una pasarela nevada entre colinas. En los mejores tiempos había sido una atracción turística, ahora estaba totalmente cubierta por nieve. Podía pasar por ella para regresar a la colina de enfrente y esperar posibles refuerzos a salvo. Pero eso suponía tratar de correr prácticamente arrastrándose. Con los clones tomando más y más posiciones, así como literalmente agarrando los cadáveres de los animales muertos y zarandearlos en el aire para asegurarse, no podía permitirse seguir mucho tiempo pensando las cosas.

Le tomó su tiempo y su esfuerzo, le tomó hacerse heridas en las almohadillas cortándose con trozos de metralla y desperfectos, le tomó estar tan deshidratada que le parecía estar al borde del desmayo, pero llegó a la pasarela nevada. Resbaló un poco por las prisas y rezó para que nadie se percata de la nieve que caía tras de ella. Vislumbró rápidamente la pasarela: era un camino blanco amplio y limpio de intrusos, aunque debía cuidarse de no mirar abajo para evitar el vértigo. Si por cualquier desgracia cayese al vacío helado, una muerte segura le esperaba.

Corría y corría hasta que se vio obligada a parar. Un clon de Logan estaba en el otro extremo de la pasarela mirándola sonriente.

- Qué cabrón tan rápido -Lisbeth echó un esputo mientras recupera aliento y colocaba sus orejas en modo táctico.

No sintió el ruido tras de ella llegar hasta que observó una sombra en la nieve y una bala rozándole la cabeza. Lisbeth se giró sobresaltada y vio con horror como una moto de nieve se precipitaba hacia ella queriendo atropellarla. Rápidamente se agachó tras un pequeño amasijo de nieve y la moto pasó milagrosamente por encima de ella, destrozando el amasijo y no tocándola por muy poco. Lisbeth acto seguido se dispuso a correr fuera de la pasarela por donde había venido, pero otros dos clones en dos motos de nieve ya la esperaban allí. Estaba en medio de la pasarela con sólo una opción.

Las motos de nieve volvieron a avanzar a toda velocidad contra ella. Ella miró a los lados y calculó mentalmente su forma de proceder, encomendándose al dios de los animales que no se hubiese equivocado. La intención de las motos era pasarla por encima a la vez, pero eso no era posible pues colisionarían entre ellas. Así que una de las tres motos aminoró la marcha y dejó a las otras dos del otro extremo de la pasarela seguir. Entonces una en especial tomó la delantera, queriendo hacer los desagradables honores.

"Tú serás mi nueva tabla".

Lisbeth miró al clon de esa moto y rápidamente saltó a su cara segundos antes de que llegara hasta ella. Del impacto con su cabeza y sus garras, quedó tan desorientado que perdió el conocimiento. Lo tiró de la moto de nieve, provocando que esa moto se precipitase al vacío. Los otros clones aceleraron al máximo las motos y dispararon las metralletas que tenían, mientras Lisbeth empujaba cómo podía el cuerpo desmayado del clon caído y le obligaba a tirarse de la pasarela. Justo cuando ya comenzaba a caer, Lisbeth se agarró a su espalda. No pensó en nada, ni siquiera su corazón tuvo tiempo a acelerar sus latidos viéndose caer al vacío. Lisbeth vio cómo el abismo de la muerte aceleraba la caída hasta que creyó estar a la altura adecuada. Entonces tomó impulso de la espalda del clon y saltó de nuevo hacia la colina, agarrándose con las uñas al risco nevado.

Una vez logró terminar de encaramarse por completo a la falda nevada de la colina de la que había tratado de escapar en principio, contempló con horror cómo las motos con los clones que quedaban allí arriba habían errado al frenar a tiempo y colisionaron entre ellas, causando que ambas motos explotasen y con ellas la pasarela entera. El derrumbe de la pasarela atrajo al resto de clones a ver qué pasaba. Lisbeth tomó ventaja de ello y avanzó nieve a través hasta que algo la agarró por la espalda y la detuvo en plena marcha.

- Te entretuviste surfeando las olas, ¿a que sí?

La coronel Maya estaba tocada y herida, pero aún no hundida. No sabía ni siquiera cómo había logrado sobrevivir y ocultarse. "Muy probablemente como hice yo, ocultándome entre cadáveres", pensó rápido Lisbeth.

- Tenemos que aprovechar la distracción para acabar con esos terroristas.

- ¿Cómo vamos a poder con ellos, coronel? -preguntó Lisbeth agotada y desesperada- A no ser que una avalancha caiga sobre ellos no se me ocurre nada.

Lisbeth aún pensaba en lo que había dicho, cuando Maya se volvió hacia ella y la sonrió.

- Por ese tipo de ideas es por lo que tu leyenda vivirá siempre, Lisbeth surfista.

Ambas gatas se pusieron a otear y comprobaron con suma satisfacción cómo los clones hacían lo más parecido a un círculo alrededor de la falda de la colina, investigando qué había pasado y si el animal que había provocado eso habría muerto también en la explosión y posterior caída. Entonces las dos fueron hasta donde las bombonas de ventilación de la base. Lisbeth agarró a Maya y la tumbó al suelo al darse cuenta la primera de que el clon lugarteniente aún seguía allí, imperturbable cual soldado real de la reina, haciendo vigilancia. Maya comprendió y ambas gatas se dispusieron a dar un pequeño rodeo para evitar ser vistas y tomar el toro por los cuernos.

Lo más sigilosamente que pudieron, abrieron la verja del depósito de bombonas y tiraron y tiraron hasta que sacaron la más pequeña de todas. Se alejaron de allí, pues aún no querían volar toda la base por los aires con ellas aún allí. A una distancia prudencial y encarando la vista inferior de los clones dispersados pero juntos en esa zona peligrosa -relajados al creerse superiores y vencedores-, Lisbeth rajó la abertura de la bombona hasta que sintió el inquietante silbido del gas.

- Esos catetos son como niños malcriados y consentidos, todos juntos –Maya no escondía su desprecio hacia ellos-. Si fuesen más listos y experimentados en el campo de batalla, ya se habrían reagrupado. ¡Remiaus!

- Esto ya está, coronel –avisó Lisbeth, oliendo el pesado olor del gas.

- Esto es un obsequio de guerra, Lisbeth -Maya cogía entre sus pezuñas algo dorado que iluminando con el sol deslumbró por accidente los ojos de Lisbeth, obligándola a cubrirse con las dos patas–. Ah, tranquila. No es nada, es sólo luz. Creo que este aparato tiene un nombre... ¿Zipa?

En cuanto recuperó visión de nuevo, Lisbeth volvió a mirar previno a Maya de seguir adelante asustada.

- ¡ZIPPO!

La empujó hacia atrás y Maya quedó sorprendida. Lisbeth le explicó:

- Si enciendes la llama de ese mechero ahora, las dos volamos en pedazos.

- Eh, creo que he visto algo.

Uno de los clones notó el pequeño alboroto y eso rompió el debate de las gatas. Lisbeth entonces se puso de pie.

- Tengo una idea mejor, hagamos que nos disparen mientras corremos.

- Corre tú, Lisbeth -Maya adquirió por sorpresa un tono solemne-. Has servido a la familia gatuna y al mundo del surf con honores. Ahora me toca a mí mover ficha.

- Coronel Maya, no es momento de desvaríos, ni de heroicidades.

Lisbeth veía nerviosa cómo los clones empezaban a subir al completo.

- Antes de aceptar el rango de coronel, tuve que ver cómo a mi hijo le ponían la inyección para dejar que sufriese por el cáncer, le juré que algún día acabaría la guerra... Y ahora más que nunca recuerdo ese juramento, más solemne que ninguno otro –miró a Lisbeth a los ojos-: algún día acabará ésta guerra.

La coronel Maya dedicó una última sonrisa a Lisbeth y asegurándose de dejarla bien atrás sin darla tiempo a correr de vuelta a salvarla, recordó la última mirada de su pequeño (su último recuerdo antes de volverse neurótica por la guerra) y, colocándose delante de la bombona abierta, se puso en la mira de los clones. Se puso de pie y levantó las patas. Vio como los clones apuntaban y comenzar a presionar el gatillo.

- Me encanta el olor a clon quemado en las montañas.

A esas últimas palabras la acompañaron varios disparos y una explosión considerable que lanzó a Lisbeth por los aires y provocó un temblor en las inmediaciones de la base y una posterior e inmediata avalancha que se llevó por delante a todos los clones que había en la cuesta nevada sin excepciones. Fueron segundos de ruido, furia, hielo y muerte. Pero para cuando todo acabó, el silencio característico y hasta relajante de los parajes naturales invernales se había transformado en una melodía fúnebre. La posición de Logan había sido debilitada, pero el precio había sido el más alto de los sacrificios.

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