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REPERCUSIÓN (#51)

Nunca he creído que por ser mujer debiera tener tratos especiales. De creerlo reconocería que soy inferior a los hombres y yo no soy inferior a ninguno de ellos. Marie Curie.

- Queridos amigos, yo creo en los animales. Creo en su poder, en su conexión con el más allá, en su fidelidad y en su espíritu de lucha. Creo en su capacidad de supervivencia y defensa. Creo que ya no aprendemos de los humanos, sino que los humanos aprenden de nosotros. Hoy estamos aquí reunidos, no para trazar acuerdos comerciales de atún y sobras, sino para ejercer una sola fuerza de cara a un objetivo común. Hay algo oscuro ahí fuera, algo que pervierte las mentes de quienes están cerca de ello, algo que está asustando a proveedores, algo que nos impide dormir, algo que está matando a humanos y a nuestros hermanos... Y creo que es hora de pararlo.

Capo el obeso se hallaba sentado sobre un sofá roído hablando al resto de gatos allí reunidos y cubiertos de la tormenta que caía dentro de un soportal. Bandos amigos y rivales habían acudido a la reunión de emergencia. Una semana después de los chocantes eventos ocurridos en el nuevo Oasis, con Curra declarada muerta y una sospechosa pausa en las mutilaciones a niños, los animales pretendían dar ya el zarpazo sobre la mesa y comenzar a actuar.

- "¡Capo el obeso! ¡Capo el obeso! Sabemos que estás ahí"

De pronto una voz radiofónica emergió haciendo eco en los muros del soportal, sobresaltado a todos y poniendo pausa a la reunión.

- ¿Qué lombrices ha sido eso? -Capo el obeso soltó el puro que tenía entre las pezuñas y rápidamente ordenó a sus lugartenientes registrar a todos los presentes en la reunión.

Hubo gatos sobresaltados, hubo gatos extrañamente callados. Encontraron un micrófono y una radio diminuta en el suelo. Fuese quien fuese el chivato quería borrar sus huellas. Pero eso a Capo el obeso obviamente no le satisfizo. Ordenó raudamente que todos se pusieran en pie y los fue contemplando meticulosamente uno a uno.

- Quien sea que haya querido dar un golpe de estado por lo bajo en mi organización, en un momento de oscura crisis como ésta, se las verá conmigo y con mis fauces.

Tras unos segundos alzó la pata con su puro y señaló a tres gatos. Sus lugartenientes de confianza los ordenaron sentarse de cara a Capo y al resto de gatos para un juicio rápido. El lugarteniente Winston tomó la palabra gatuna:

- Tenemos a tres candidatos a subasta para castigar por esta traición: Luigi cortacejas -un gato persa con ojos que matan-, Tobby boca de oro -Tobby hizo su mirada silenciosa y sospechosa característica- y Leonardo DiHablo.

Leonardo DiHablo manifestó un estado de nervio e histeria impropios de los miembros de la organización. De pronto se alzó sobre la mesa y corrió en dirección a Capo el obeso.

- ¡Muerte a Capo el obeso!

Capo el obeso iba a cubrirse del ataque cuando una presencia salió de la nada y embistió a Leonardo DiHablo contra la pared del muro, incapacitándolo del todo. Todos miraron a quien había sido el gato salvador justo para encontrar la mirada penetrante de Lisbeth mirándolos a ellos y a DiHablo con furia.

- Mi leñadora -Capo el obeso respiró aliviado-. Sabía que podía contar contigo.

Lisbeth estaba allí, pero era perfectamente obvio que no era la misma. No al menos totalmente. La defunción de Curra la había sorprendido y apenado. Lo peor de su incertidumbre era no poder saber con exactitud si se había ido en sus propios términos o si el destino la había reservado un pasaje final cruel. Capo el obeso supo verlo en sus ojos y hablando con ella a solas.

- No quería implicarte de forma directa, tu mundo es aún feliz y me gustaría que fuese así por mucho más tiempo.

- Se supone que nuestro mundo animal las cosas no deberían ser tan graves ni oscuras como las del mundo de los humanos... -La voz de Lisbeth resonaba tristeza y aceptación, más que rabia y lucha contra natura- Pero la gente siempre olvida que vivimos en el mismo mundo y que aunque parezca imposible, estamos tan metidos en los problemas y en la oscuridad como ellos. Si mi infancia y mi felicidad han de acabar ya, que se acaben ya he dicho.

Capo el obeso había contactado con un enlace militar que estaba realmente experimentado en aras de guerra e invasiones. Lo único, Capo el obeso la dio una última advertencia:

- Ten cuidado, la experiencia a veces puede ser un exceso y todo exceso hace daño en cualquiera.


Lisbeth y unos pocos gatos más se embarcaron en una visita oficial a la base abandonada de animales voladores, base que en sus mejores tiempos albergó cientos de animales militares y hoy ese número de había reducido a unos treinta y gracias. Todos se hallaban a las órdenes de la coronel Maya, una gata negra de ojos amarillos y de gran musculatura, experimentada en el campo de batalla y tremendamente tocada por ello.

- ¿Tú eres Lisbeth? -más que hablar, Maya vociferaba.

- La misma -afirmó la gata con gusto.

- ¿La que odia a los hombres que odian a las mujeres?

- No, señora -Lisbeth torció un poco el morro-. La otra...

- ¿La surfeadora?

- Exacto, señora.

- ¿La que surfeó el piles en mitad de un huracán?

Lisbeth asintió; ser una gata callejera era duro, pero también era una fuente de historias que contar en retrospectiva (más si en plena borrasca "Bella" un perro cachorro cae al río con riesgo me meterse al mar para siempre y una va al rescate usando el respaldo de una silla vieja como tabla de surf).

- He oído historias fantásticas de ti, Lisbeth surfeadora... Nos llevaremos bien.

Uno de los gatos que estaba a la espalda de Maya corrió a su encuentro:

- Señora, hemos encontrado otra rata en la parte de atrás de la base.

- ¡REMIAUS! ¡ES LA TERCERA ESTA SEMANA! Esas putas ratas ya no saben qué hacer para saber de nuestros planes.

La coronel Maya fue hacia el lugar donde la rata había sido encontrada, sólo para asquearse al instante de haber llegado. Una rata inmensa tenía las vísceras afuera, bloqueaba y le pedía agua a los tres soldados que estaban a su alrededor. Maya los apartó pese a las críticas de sus súbditos:

- Cualquier animal que ose pelear con sus tripas fuera puede beber de mi bebedero siempre que quiera.

Ordenó a sus soldados traer su bebedero, pero justo cuando iba a verterlo en su boca recibió órdenes urgentes por radio. El resultado fue dejar a la rata morir ahogada viendo cómo Maya dejaba caer el agua al suelo según corría y escuchar las risas de los soldados como cortejo fúnebre.

- Es curioso cómo la guerra se lleva a las almas buenas y trae de vuelta a las almas crueles -Lisbeth lo dijo para sí misma, pero no lo pensó: lo dijo. Sintió la necesidad de decirlo para recordarse a sí misma que ella era diferente.

No eran órdenes urgentes exactamente lo que la coronel Maya había recibido por radio, sino coordenadas más bien. Ordenó a sus tropas, incluyendo Lisbeth y quiénes habían ido con ella de parte de Capo el obeso ir corriendo al aeropuerto de Ranón para poder colarse de polizones en el próximo avión destino los Alpes. No costó tanto llegar hasta allí, sino burlar los controladores de aviones y de las pistas de aterrizaje para no ser vistos colándose por cuentagotas en la bodega de equipajes.

- ¿Quién tiene las mantas? -preguntó Maya.

Uno de los gatos se puso firme con una pila de mantas dobladas atadas sobre su lomo:

- Coronel, aquí Whiski.

- Whiski, descanse y reparta mantas en los grupos de seis en seis. Va a ser un vuelo largo y vamos a congelarnos si no nos tapamos.

Según repartía mantas a los miembros del equipo, Lisbeth cogió la suya y aprovechó para hacerle una rápida pregunta:

- ¿Por qué te llamas Whiski?

- Porque el día que leí que beber era malo para la salud, dejé de leer.

- ¿Cómo es eso? -rio Lisbeth, divertida.

- El alcohol es malo, pero el agua es peor -Whiski siguió repartiendo mantas mientras hablaba con Lisbeth-. ¿Sabes por qué? ¡Te mata te si no la bebes!

Lisbeth ladeó con la cabeza al tiempo que sentía los motores rugir el avión comenzar a moverse titubeante hacia su despegue.


Lisbeth no notó las horas pasar hasta que tenía a la mismísima coronel Maya encima suyo:

- ¡Despierta, surfeadora durmiente!

Su uniforme de batalla de componía de una americana hecha a medida de los gatos reforzada y acolchada con borreguillo por dentro para abrigar. Una vez eso, tenían sus elementos de nacimiento: garras, dientes y rapidez.

Cuando llevaban recorridos un trecho importante de la falda de los Alpes, la coronel Maya señaló a un punto oscuro no muy lejano para ellos.

- ¡Mirad! Allí es donde se esconden esos terroristas.

Lisbeth y los demás no tardaron en dilucidar qué ese punto negro era en verdad una base abandonada y estilizada a modo de gran torre, encaramada sobre uno de los bordes de una alta y nevada colina.

- Nuestro informante nos dio el chivatazo de que la escoria humana que está poniendo nuestro mundo y el de los humanos que cuidan de nosotros del revés está ahí, lavándose los leotardos y planeando golpes nuevos.

- ¿Cómo procedemos, coronel? -preguntó otro de los gatos.

- Nuestro contacto llegará de un momento a otro y él nos guiará para atravesar atajos y llegar antes sin pasar mucho frío, ni perder fuerzas por el camino.

Un búho majestuoso apareció entre las nubes. Era el único animal que se había acercado de verdad a la base de Logan, aunque fuese sin quererlo. Logan tomó por la fuerza esa base abandonada durante años y la remodeló e hizo suya todo este tiempo. El búho sólo tuvo que volver a sobrevolar la zona, ver quién la ocupaba ahora y sus planes que amenazaban el estilo de vida actual para tomar cartas en el asunto y soplar chivatazos. No les tomó mucho tiempo llegar a las faldas de la base gracias a él, así como también a un coche aparcado ahí.

- Mi hijo dijo una vez: "para ser malo hay que ser inteligente". Bien, creo que podemos respirar tranquilos, felinos. Nuestro hombre es de todo menos inteligente. Si es una base secreta, que se meta el coche en el garaje.

- O mejor que se lo meta por el culo -Lisbeth cogió una pequeña radio con micrófono y empezó a comunicarse-. Soy Lisbeth... Esa no, remiaus. ¡La otra! Tenemos delante al paquete sorpresa y vamos a abrirlo... Cuantos más vengan mejor, que aquí viven los malos.

Las pausas que Lisbeth tomaba en cada intercambio hacia ver a los demás que hablaba con alguien. Ese alguien, en efecto, era un secuaz de Capo el obeso. Si algo pasaba, que por lo menos Capo el obeso supiera dónde buscar.

- BOOOOOMMBAAAA -gritó uno de los gatos-. ¡TODO EL MUNDO FUERA!

Lisbeth perdió la radio, el equilibrio y por poco el nombre al salir disparada por los aires por el tremebundo impacto de una explosión en la zona donde se hallaban. Varios gatos sufrieron quemaduras, heridas y otros tantos ni siquiera pidieron contarlo al caer irremediablemente al vacío de la pendiente helada.

- ¡Maldito terrorista, hijo de puta! -la coronel Maya comenzó a avanzar como pudo colina arriba, instando a aquellos que aún la oían a avanzar con ella; casi ninguno pudo- ¡Surfeadora! ¡LISBETH! !LISBETH, VEN AQUÍ A SURFEAR ESOS MISILES CONMIGO! ¡SÓLO TIENES QUE IMAGINAR QUE SON OLAS!

Resguardada tras un copo de nieve, Lisbeth sacudía la cabeza y se lamía los cortes que había sufrido en cara y lomo, mientras escuchaba a Maya dar voces entre las explosiones.

- Como si fuesen olas... Estás más loca que el cabrón de la base.

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