Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

PRÓLOGO: DONDE VIVE LA MUERTE Y MUERE LA VIDA (#35)

El dolor es el precio que pagamos por el amor. Reina Isabel II.

Clara no solía tener a nadie con quien jugar. Leía más de la cuenta para una niña de apenas seis años debido a su aislamiento. Su padre se pasaba todo el día trabajando y lo peor es que ahora debía viajar por ello, lo que le arrastraba fuera de casa y de su vida cuando más lo necesitaba. Clara hacía tiempo que ya no miraba bajo la cama pues sabía que el monstruo venía cada noche a su insidioso encuentro cada vez que su madre abría la puerta del dormitorio. Al principio rezaba para que alguna noche faltase a la cita, pero aprendió hace mucho tiempo que la maldad tenía una memoria muy larga. No se la permitía salir fuera de casa porque la madre ansiaba tenerla bajo su yugo el mayor tiempo posible. Pero hasta los monstruos más fieros anhelan sus horas de profundo sueño diurno, y esos eran los momentos en los que Clara aprovechaba a salir.

Su casa estaba a las afueras de lo que una vez fue una urbe prodigiosa y con futuro. Pero la crisis, las cuarentenas y el asesinato de sueños acabó con esa urbe y tan sólo ese palacio de corte moderno pero intestinos victorianos se alzaba pavorosamente triunfal. Aunque como a Clara le gustaba ver el lado positivo de las cosas, eso lo veía como una vía libre para caminar, correr y desquitar en pleno prado y matorral. Sus días se marchitaban uno tras otro sin mucha novedad hasta que el frío y la lluvia trajeron algo consigo.

- Pequeña, ven un momento.

Un ser menudito y vestido con ropas señoriales del siglo diecinueve saltó de entre los arbustos y se ofreció a ella, flor en mano. La reticencia de Clara se vio apaciguada poco a poco con cada palabra melosa que salía de boca del misterioso ser.

"Eres extraordinaria"; "Quiero lo mejor para ti"; "Puedes conseguir lo que te propongas"...

Además embaucaba a Clara con observaciones sobre sus rutinas que sólo ella sabía que llevaba a cabo en su gris día a día: a qué hora iba a la compra, a qué hora se iba a dormir, cuántas veces dibujaba al día, las veces que su madre entraba a su cuarto cada noche...

Clara lo sintió como un extraño soplo de aire fresco. Extraño al ser un desconocido y más vestido con esas harapientas pintas. Pero aire fresco porque le sacaba tímidas sonrisas y le hacía observaciones motivantes que nadie más le hacía, que tanta falta le hacía y que tanto anhelaba. Cedió a su escepticismo y emprendió el viaje a paso titubeante pero fijo. Incluso la lluvia les concedió una tregua momentánea. Fueron conversando a lo largo de la tarde, los segundos se transformaron en minutos. Los minutos se transformaban en horas. Y ese extraño buen ambiente se mantenía como el oxígeno en el aire. Clara volvía a recuperar la felicidad, volvía a reír, volvía a soñar. Ese ser tan extraño había logrado despertar en ella una esperanza silente y durmiente que jamás hubiese imaginado que tenía.

Hablando con él, Clara descubrió que Timmy –como se hacía llamar- provenía de un "reino mágico" –como a él le gustaba tanto referirse- y que sólo se aparecía a niños con falta de amor y sueños como a ella. Pero claro, había un problema:

- ¿Cómo vas a hacer para contarle a tus padres? ¿Cómo les dirás que hablas con un ser mágico de un reino de fantasía? Es la verdad, sí, pero ellos no te van a creer... Y no quiero que te metas en líos por mí.

Acordaron pues mantener esa reunión tan agradable en el más absoluto de los secretos. La lluvia volvía a amenazar con su blandiente furia húmeda y el frío agudizaba aún más el dolor entumecido de la piel descubierta de Clara, lo que la empujó a empezar a despedirse de Timmy.

- ¿Cómo? ¿No quieres ver mi reino mágico? Iba a invitarte a estar allí un rato.

La oferta podía ser tentadora en cualquier otro momento, menos en aquel. Clara dudó, pero Timmy la tomó del brazo sin lastimarla pero con decisión.

- Vamos, sé que quieres ir y así escapar de una noche más con tu madre –Timmy esbozó una sonrisa pretendidamente triunfal-. Sé que harías cualquier cosa por no jugar a los médicos otra vez con ella y lo que yo te ofrezco es mucho mejor.

- Pero hace frío, Timmy...

- Confía en mí, princesa –sus ojos apuñalaron los de ella con falsa dulzura-. No estamos lejos.

Timmy y Clara siguieron el trecho del matorral que ella jamás había cruzado en solitario. Ella sentía ruidos y ojos que la acechaban por lo que nunca se acercaba y sólo jugaba en el área cercano a la casa. Pero ahora con Timmy todo era distinto: los únicos ojos que la acechaban con vehemencia eran los de él.

- Ya casi hemos llegado...

Unas pocas hojas y ramas más caídas en el barro; unos charcos más hondos dejados atrás... Y al fin habían llegado. Clara miró extrañada al principio, nerviosa después y temblorosa al fin. El reino mágico de Timmy era un cementerio abandonado, repleto de bultos en el suelo con lápidas a cada extremo, a modo de tumba improvisada. Timmy hasta se permitió ofrecerla un breve recorrido por algunas de ellas – Clara luchaba por soltarse, pero él la tenía tan bien sujeta que la circulación se le paraba- y juzgando por las fechas eran todas tumbas de niños.

- Gracias a todo el tiempo que te he estado mirando me he permitido tomarte las medidas, princesa.

Timmy señaló un agujero cavado con una lápida a los pies del mismo con el nombre completo de Clara, su fecha de nacimiento y su fecha de defunción (ése mismo día). Clara gritó, lloró y pataleó. Pero los rayos de la tormenta ahogaron sus plegarias. Timmy la forzó la cabeza y la robó un beso asqueroso en los labios, a lo que ella respondió con un escupitajo. Acto seguido la lanzó a la fosa.

- Los otros niños se portaron bien, Clara –Timmy ondeaba la pala amenazante-. No quisiera romperte los dientes... ¿Cómo vas a masticar tierra sino?

Clara cerró los ojos y se puso a rezar, orinándose encima. Justo se había hecho un ovillo, resignada a morir, cuando notó un fuerte golpe sobre su cuerpo con un objeto contundente y un grito ensordecedor.

- ¡TÚ! ¡ALÉJATE DE MÍ!

Por alguna razón el que gritaba aterrorizado ahora era Timmy. Clara abrió los ojos para ver que lo había golpeado era la pala al Timmy haberla dejado caer. Mientras se incorporaba para luchar por su vida y salir de ese agujero funesto, podía oír gritos y quejidos guturales, a la par que gruñidos furiosos. Según asomó al fin la cabeza al exterior, vio que Timmy estaba en el suelo temblando mientras un animal envuelto en una gabardina de cuero le estaba despedazando la garganta con furia. Trozos de carne, cuerdas vocales y arteria salían disparados al exterior mientras el animal se limpiaba sus fauces en esa rara mezcla orgásmica y triunfal al acabar con su presa y servirse un banquete a su costa. Clara aprovechó que la bestia estaba distraída para echar a correr disparada hacia su casa. No sabía si era imaginación suya o si le pareció haber escuchado un "alto" según ella arrancaba el sprint. Pero no tenía tiempo a pensar. Timmy estaba muerto, pero esa bestia podía ir a por ella.

Al fin salió de esa zona oscura. Al fin veía su casa a lo lejos. Piso un charco realmente grande y tropezó dándose un cabezazo contra el suelo. La caída la había dejado aturdida, pero oía una voz que le sonaba familiar.

- Te dije que jamás te fueras de casa –la madre de Clara se acercaba a ella de forma implacable, aunque ella la viese borrosa al estar cerca de perder el conocimiento-. Te dije que eras mía y sólo mía. Te dije que te hundiría la cabeza en la mierda si me desobedecías...

- Ma-Mamá... Han querido matar... matarme...

Clara trató de hablar con su madre, de razonar con ella, de explicarla qué había pasado. Pero lo que logro fue que la madre la cogiese de los pelos, la arrastrase con fuerza desmedida unos centímetros más allá de donde estaba, la forzase bocabajo y le hundiera la cara en un gran charco de barro.

- Te dije que esto pasaría, puta de mierda –la madre se relamía mientras veía cómo Clara trataba de hacer fuerza con sus débiles manos-. ¿Quién mejor para quitarte la vida que quien te la ha dado?

El último pensamiento que cruzó la cabeza de Clara mientras tragaba agua era ese "alto". La voz era extrañamente desgastada y femenina. ¿Y si ese "alto" era para ayudarla? Si se hubiese parado, ¿su final hubiese cambiado? Clara no murió en el "reino mágico" de Timmy, pero hay que concederle al "ser mágico del reino de fantasía" el que acertase con la fecha de defunción. La madre de Clara retiró las manos y la rodilla del cuerpo de su propia hija cuando éste ya se había quedado sin vida de forma agónica. La madre sin ni siquiera molestarse a darla la vuelta o sacarla de ahí, dejó a Clara yerta en esa posición y se adentró en la casa completamente empapada por la tremebunda lluvia.

Pensó en hacerse un caldo, pues lo que menos querría era pillar un resfriado. Dejó la olla a fuego alto... POM, POM, POM. Pero no contaba con que en ese instante llamasen a la puerta. La madre de Clara mandó al infierno a quien hubiese picado. Una piedra reventando el vidrio de la ventana fue lo que obtuvo como correspondencia. Empezó a cagarse en todo lo que la humanidad podría haber creado en sus años de existencia mientras abría violentamente la puerta para no encontrarse a nadie allí. Salió un poco afuera, retando a voces a quien hubiese sido el lanzador de la piedra (sin percatarse de una figura a cuatro patas que se colaba en la vivienda). Tras dedicar una última mirada al cuerpo de Clara –aún con la cabeza en el charco-, escupió al suelo y volvió a entrar en la casa de un portazo. Se dispuso a hacer lo que querría haber hecho desde un primer momento –el caldo-, cuando vio que el fuego seguía encendido pero la olla donde había vertido el líquido antes de salir había desaparecido. Sin ni siquiera penar en sus actos repugnantes o en su maldad inclasificable, abrió la despensa que tenía arriba de los fogones.

- ¡AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!

El caldo hirviendo salió despedido de entre las sombras de la despensa a sus ojos, nariz y boca. La piel le ardía en carne viva, los ojos los sentía chamuscados y no podía hacer más que gritar. Sintió la olla caer encima suyo, ya vacía pero extremadamente caliente por su exposición al fuego, quemándola la espalda. Acto seguido, unas pezuñas la arañaron con pavorosa furia y saña. La rajaron su ropa sucia y roída y las uñas se hundieron hasta alcanzar el hueso de la espalda. La madre de Clara se retorcía de dolor y alzaba las manos tratando de capturar a su atacante. Entonces los colmillos y las dentelladas del mismo se cebaron con su carótida, su cuello y su boca. La madre de Clara sintió cómo la sangre chorreaba como una cascada desbordada. Unos segundos más de escalofriante sufrimiento y ya no sentía nada.

El animal envuelto en cuero se incorporó sobre sus patas, habiendo acabado con su presa –lamentando al mismo tiempo no haberlo hecho antes pues quería que Clara viviese y tuviese su oportunidad en la vida- y aprovechando el blindaje visual de las sombras de la casa, abandonó la residencia en el corazón de la tormentosa noche.

*****

Hace tiempo que la humanidad no ha vuelto a casa y más tiempo aún que ya no la espero despierta. Cuando somos pequeños queremos ser mayores y cuando alcanzamos una meta siendo mayores, queremos tocar la siguiente sin ni siquiera vivir la que tenemos delante. Pensaba que lo que viniese después sería mejor. Creía que todos los avances de la sociedad –sus móviles, conexiones, aparatos, movimientos ideológicos- representarían todo aquello por lo que he luchado durante años, como cualquier otro ser vivo de a pie. Tenía esos años al alcance de mis pezuñas y sin embargo anhelaba llegar a los siguientes, más concentrada en el placer de recordar que en el placer de vivir para poder recordar. Tantos años pasaron siendo "normales", tan inmersos en la rutina que nos sentíamos atrapados por ella, con tantas ideas en la cabeza que las prestábamos más atención a ellas que a las personas que teníamos ante los ojos. Éramos felices y no lo sabíamos.

Entonces ocurrió. La más pura representación de lo oscuro, de lo inhumano, de los hechos que ocurren en este mundo al que llamamos hogar. Aquellas personas que llamábamos amigos o familia se han convertido en monstruos inhumanos sin ningún tipo de moral, sabiendo que el fin se acerca y no queda nada por hacer. Nada salvo refugiarnos en nuestros recuerdos, ilusiones y falsas esperanzas, aceptando el inevitable y horrido destino. Todos matan por deseo, todos quieren el poder. Esos avances nos han retrocedido. La gente se preocupa más por tener la última palabra y apuñalar al prójimo que por mostrar su humanidad. Cada día que pasaba me costaba más y más levantarme de la cama. No sólo por la vejez, sino por lo que veía ahí fuera. Por cómo me estaba influyendo a mí aún sin quererlo. Estar con mis niños ya era lo mismo. Mis niños dejaron de ser mis niños. Se perdió el trato, la educación, la cercanía, el amor. Abrazarse era un delito, besarse en un pecado, acercarse era traición.

Sin embargo, esforcé mi sonrisa. Lamí mis heridas. Escondí mis cicatrices. Disimulé mi incipiente demencia, el no recordar a veces caras, nombres o siquiera quién era yo misma. Le di al mundo una oportunidad. Y otra. Y otra. Y otra... Hasta cuando perdí a mi gente, hasta cuando la muerte invadió el mundo, hasta cuando mi familia me dejó para siempre, hasta cuando mis niños se fueron (bien fuera de mi alcance, bien al sueño eterno), hasta cuando las escuelas cerraron, hasta cuando abrieron sin medidas ni cuidados, hasta cuando usaron la educación como arma política, hasta cuando el amor y el cariño se convirtieron en delito... Una y otra vez pasaba el purgatorio de la realidad a pelo, peinándome de las canas y cubriéndome las calvas por la ansiedad. Hasta que un día me levanté, me estiré, comí y bebí un poco, salí a la calle, llegué a la escuela y me di cuenta que habían vuelto a cerrar. Cuando investigué un poco, descubrí lo que nunca hubiese querido ni imaginar: las maestras se habían ido.

Las maestras, mis amigas, mis compañeras, mi familia, mi inspiración... Ya no están. Quedé completamente sola sin ellas. Todo lo que amaba y todo lo que creía se había evaporado. Esa era mi cruel pensión de jubilación tras todo lo que había hecho, vivido y consagrado en toda mi existencia. No hay día que pase en que piense en ellas, en lo que fui y en lo que soy. En lo que me queda, en lo que me quedará y en lo que pasará cuando yo también me vaya. Todos los seres a los que he visto morir, todos tienen el mismo patrón: un ligero respingo, una última bocanada de aire y el descanso final. Reconozco que, sobre todo cuando era más joven, me gustaba imaginarme la muerte como algo casi triunfal, como una culminación épica a la vida, sea digna o indigna. Sólo el tiempo y el mundo me han enseñado que es algo íntimo, súbito en ocasiones y sin tiempo a reaccionar casi siempre. Me ha costado mucho aprenderlo, me he resistido a ello. He querido que mi felicidad inocente triunfase por encima de todo. Pero o fracasé estrepitosamente o debí figurarme antes que si llegaba a vivir tanto tiempo, tarde o temprano debía enfrentarme a lo inevitable. No te fijas en el dolor, en el odio, en el amor. Tan sólo exhalas una vez más y ya. Si lo piensas bien, suena completamente anticlimático. Pero es la mayor revelación de todas. Y así es como termina el mundo. No con un estallido, sino con un suspiro.

Antes de ponerme la chupa estaba sentada en el sofá admirando la foto de unas mujeres preciosas. Sabía que me sonaban de algo pero no recordaba sus nombres. Me torturé dócilmente a mí misma. Diez segundos... Veinte... Casi un minuto después supe quiénes eran. Eran mis compañeras de claustro: Laura, Paula, Marta e Inés. Mi familia laboral, las personas que me habían enseñado a ser lo que soy cuando era apenas una joven recién salida de casa. Debería haberme frustrado, pero no lo hice. Sabía que, en el fondo, el olvidarlas involuntariamente era una particular bendición del destino.

No recordaré nada de lo que ha pasado hoy, no recordaré nada de lo que ha pasado los últimos tiempos y no recordaré que una vez tuve amigas que murieron de forma tan horrible.

*****

Mientras finalizaba su monólogo interno, terminando de beberse su cargante whisky, sintiendo las gotas de lluvia recorrer su peluda espalda a través de la ya desgastada chupa de cuero con capa adaptada a ella y contemplando desde lo alto de una pequeña colina todas las lápidas de las tumbas de sus antiguas compañeras ya fallecidas en el cementerio de Deva, Curra dejó que sus lágrimas al fin saliesen para perderse entre la lluvia y sus canas. Estaba convencida de que, con suerte, tampoco recordaría aquello.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro