PERDER EL MIEDO A TENER MIEDO Parte I (#45)
Cuando la muerte quiera una verdad quitar de entre mis manos, las hallará vacías, como en la adolescencia, ardientes de deseo, tendidas hacia el aire. Luis Cernuda.
Camila se adentró en los bosques según terminó su turno de noche con el estuche que Lisa le había entregado como tratamiento para Christopher en la mano y una bandolera en su costado. Un detalle que siempre la tomaba por sorpresa era que ni siquiera los animales querían seguirla adentro del bosque. Perros, gatos, ratas, pájaros... Ninguno la seguía una vez había cruzado los árboles. Sólo vislumbraba a un perro negro corpulento y silente, vigilante de cada movimiento y seguidor de su mirada como si le trazase el rumbo y cuidase que no se desviara. Su contacto había acordado que se verían en un punto concreto; la parte mala de ese punto concreto es que la hacía recorrerse casi una milla andando hasta su posición. Cuando estaba a punto de darse por vencida, sus ojos captaron una silueta sentada en una silla.
- Estoy perdiendo el miedo a tener miedo -pronunció en voz suficientemente alta.
- Aunque todo lo que veo me aterra -respondió tranquilamente la figura que se hallaba sentada en las sombras.
Una vez pronunciado el santo y seña, Camila se deshizo del cansado escepticismo de no encontrarse con su contacto en el camino y anduvo hacia él hasta que estuvieron más cerca el uno del otro.
- Te felicito -la voz varonil y tranquila se mantenía en un único registro tranquilo y calmado.
- ¿Por qué exactamente?
- Todo el mundo cree que hay brujas entre nosotros gracias a ti.
Camila se quitó la bandolera y posicionó cuidadosamente tanto la misma como el estuche a los pies del hombre sentado.
- Hoy día la gente está tan perdida que necesita creer en cualquier cosa -Camila se peinó el flequillo caído-. Y si vitalidad que niños muertos han aparecido sin lengua, ni ojos, ni genitales rápidamente creerán cualquier cuento pagano. Más aún si está tan bien pagado.
El hombre se levantó de la silla y se arrodilló a tocar las "ofrendas".
- Hablando de tus honorarios... -comenzó a decir el hombre, haciendo un chasquido de dedos.
Rápidamente Camila sintió cómo una aguja se clavaba en su cuello y unas manos tan grandes y fuertes como las del hombre de la silla la agarraban fuerte hasta que el efecto de la inyección hubiese hecho efecto. Ni siquiera pudo gritar, sólo emitir gemidos guturales; Camila estaba ahora de rodillas y paralizada por la droga de la inyección.
- He considerado pagarte un bonus extra por tu labor tan sacrificada -el hombre abrió la bandolera y extrajo cajas herméticas de trasplantes-. Privar a esos cadáveres infantiles de sus órganos no ha debido de ser fácil. Ni qué digamos de dejar morir a niños que podían ser curados y mentir a los familiares e interesados de tus pacientes como la última a la que camelaste con tus palabras dulces y favores exclusivos.
Entonces fue al estuche y lo abrió.
- Todo el mundo creyó lo del fármaco robado de los laboratorios... Hasta los analistas de mercado.
En el estuche no había en efecto nada, pero sacó una navaja del bolsillo y comenzó a rajar la tela de seguridad.
- Me da pena por todos aquellos que hicieron sacrificios por conseguir esa vacuna inexistente que hice difundir por los medios, y risa por todos los inversores que me dieron más dinero a lo loco a mí para solucionarlo.
Debajo de la tela de seguridad se hallaba un bolígrafo con un pulsador. El hombre hizo una señal a su segundo de abordo para que se apartase de Camila a la par que le lanzaba las cajas de trasplante. Mientras se acercaba más y más a ella, dejaba al descubierto una americana y una camisa de siniestra elegancia.
- Y como sabrás, a las personas que contribuyen a cambiar la historia se las reconoce mejor muertas -pulsó el botón del bolígrafo-. De nada, Camila.
Un destello fugaz de un dron volador impactó en el cráneo de la inmóvil Camila, desparramando su globo ocular y sus sesos, matándola en el acto.
- Te hubiese matado de todas formas en cualquier momento y en cualquier parte de haberme desobedecido, pero ahora la diferencia es que te mato como muestra de mi agradecimiento... Así como he matado a todos los demás.
Los contactos que abarcaban las farmacéuticas y médicos trabajando en su nómina, los del chivatazo al tren asaltado, gente que trabajaba en el hospital como Camila... Todos los que tuvieran algo que ver con el hombre misterioso encontró la muerte de una forma u otra.
El hombre permaneció en todo momento en la sombra de la noche, hasta cuándo se acercó a su lugarteniente de complexión muy similar y también en la penumbra. Abrieron las cajas de trasplante y comprobaron que todo estaba allí: ojos, genitales, lengua. El hombre oscuro leyó el identificador del donante y asintió con la cabeza:
- Gracias, Christopher. Ahora formas parte de algo grande.
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